Dos excelentes columnistas de PáginaI12 (José Natanson y Martín Granovsky) iniciaron un debate muy interesante respecto al macrismo como fuerza política y su incidencia en el sistema político argentino.
Me permito participar en este debate sobre la base de un análisis histórico y a partir del diseño de carácter institucional necesario para construir opciones dentro de una concepción agonística.
En efecto, la organización del sistema político argentino desde la sanción de la Constitución Nacional en 1853, sus ulteriores reformas de 1860 y 1868 y sucesivas han marcado un hito respecto a la participación ciudadana pues 70 años de confrontación permanente permitieron dirimir la controversia suscitada por la Capital Federal, el sistema de gobierno y una carta magna aceptada por todas las provincias argentinas en virtud de su preexistencia a la Nación.
Desde 1862 con la presidencia de Bartolomé Mitre hasta el año 1916, el voto calificado incluyó solamente el 4 por ciento de la población masculina en un contexto de “estabilidad política” pero de notoria exclusión ciudadana. La ley Sáenz Peña –que permite el ascenso de cierta clase media al poder a través de Hipólito Irigoyen con su victoria electoral el 2 de abril de 1916– instituye el voto único, obligatorio, secreto y libre estableciendo límites de edad y excluyendo de los alcances a la mujer que sería incorporada a partir de la ley 13010 sancionada el 23 de septiembre de 1947 con el innegable impulso de Evita. La reciente reforma del año 2013 introduce el voto a jóvenes mayores de 16 años ampliando los derechos políticos y electorales en toda nuestra República Argentina.
Esta breve reseña histórica permite visualizar que desde el año 1916, es decir, poco más de un siglo, por primera vez gobierna una coalición política de base neoliberal conservadora no surgida de las entrañas de los dos partidos populares que han marcado la referencia histórica en la política nacional: UCR y PJ con todas sus variantes de nombres y denominaciones.
Esto significa que la concepción histórica de un movimiento nacional, popular y democrático a través de sus procesos históricos y en el marco de alianzas, frentes y/o pactos electorales han liderado coaliciones políticas con apoyo ciudadano a través del voto para gobernar el país construyendo de ese modo variantes de bipartidismo o multipartidismo moderado con las sucesivas interrupciones de golpes militares a partir del año 1930.
La única excepción a esta regla la constituye efectivamente el triunfo de Mauricio Macri el 22 de noviembre de 2015. Macri lidera una coalición de centroderecha neoliberal conservadora que se impuso con el voto popular, lo cual implica legalidad y legitimidad ciudadana.
De manera que es preciso advertir la extrema necesidad de entender un cambio en la lógica conceptual y analítica de la política argentina. El partido hoy sepulta al movimiento. Y las tensiones históricas entre partido y movimiento han sido superadas por la nueva configuración de una centroderecha que gobierna y una centroizquierda diluida y desorganizada en la oposición. La otra tensión entre partido y gobierno por la conducción estratégica está enterrada por sí misma en virtud del carácter de oposición política.
Por lo tanto, frente a una centroderecha unida y organizada, con referencia territorial nacional es necesaria la construcción de una centroizquierda de base progresista y popular, de oposición con agenda propia y con capacidad de alternancia.
Es preciso reconocer en Chantal Mouffe ciertas caracterizaciones de estos complejos procesos que han diluido la socialdemocracia en Europa, y a muchos partidos de oposición en el mundo. La superación de la contradicción amigo-enemigo de Carl Schmitt, por la “agonista” amigo-adversario en el contexto de que “pensar de un modo político requiere del reconocimiento de la dimensión ontológica de la negatividad radical”(Hegemonía y estrategia socialista junto a Ernesto Laclau).
No cabe la menor duda que el “centrismo radical” y la mimetización con el neoliberalismo de la socialdemocracia europea ha implicado la reducción abrupta de votos y la notoria incapacidad para generar opciones alternativas. El mundo marca el sendero, pues con clara imposición hegemónica, el neoliberalismo ha instalado a través del “ballotage” en muchos países el entrampamiento dialéctico para garantizar opciones neoliberales con falsas contradicciones. La copia del liberalismo político de parte del liberalismo económico implica que la pugna por el poder es entre dos competidores sin alterar el statu quo vigente ni el orden social injusto ni la hegemonía dominante.
El fenómeno neoliberal es hegemónico en virtud de su duración y sustentabilidad en el tiempo. Desde la caída del muro de Berlín, “el fin de la historia” y la anulación de otras opciones más radicalizadas han intentado defenestrar variantes populistas surgidos al amparo de luchas sociales y políticas en diversas democracias del mundo.
Lo cierto es que el doble rasero y doble moral de los países más poderosos del mundo respecto a la democracia y la libertad han instituido salvajemente una coalición de medios de comunicación, mensaje y articulación corporativa de poder que condiciona severamente el surgimiento de alternativas.
La centroizquierda progresista de base popular posible hoy requiere interpretar que no tiene un soporte monopólico del sindicalismo corporativo porque el mismo aunque se diga “peronista” actúa en virtud de sus propios intereses sin pertenencia a un proyecto nacional y popular. Este proyecto como definición primaria está en un proceso de extinción. Su reconstrucción no se hará desde la oposición sino desde el ejercicio del poder. Del mismo modo que el PRO construyó un partido nacional desde el poder, la única manera de reconstruir el movimiento nacional, popular y democrático será desde el poder.
Esta etapa es partidocrática, es ideológica y doctrinaria y es al mismo tiempo territorial. La contradicción de la centroderecha es la centroizquierda. No es el camino del medio. No es una variante de “más de lo mismo”.
Hoy la definición de que “todos somos peronistas” cualifica de una manera omnicomprensiva de la compleja realidad política argentina a múltiples sujetos y actores que piensan diferente, o muy diferente. Hay sindicalistas que están con Macri. Hay empresarios que están con Macri. Hay ricos que están con Macri. Pero también hay pobres que están con Macri.
En definitiva, se trata de combinar discurso y gestión para lograr el consenso mayoritario con el objetivo de verificar los límites posibles de todo gobierno. Una opción de centroizquierda progresista y popular no necesariamente propone la abolición de la propiedad privada, ni tampoco la dictadura del proletariado. Pero debe propugnar la distribución justa y equitativa de la riqueza haciéndose cargo de las demandas insatisfechas de las mayorías populares.
El marketing no debe ni puede reemplazar la política con mayúsculas. Los operadores no pueden ni deben reemplazar a los cuadros políticos. Los servicios de inteligencia, medios de comunicación y periodistas pagos no pueden construir la agenda política ni tampoco la consolidación de un proyecto.
Reconociendo la existencia de una matriz hegemónica de carácter planetario, reconociendo que poseen todos los instrumentos y herramientas para la construcción de una “revolución del sentido común”, reconociendo que poseen una organización de cuadros políticos lúcidos de derecha, reconociendo que maman de la vieja herencia conservadora radical y de porciones significativas de la derecha liberal tradicional y típica de nuestro país es preciso reconocer que no constituye “un golpe de suerte”. Pero también es justo reconocer que es democrática en virtud de su legalidad y legitimidad por el acceso al poder y es republicana a “medias” por los excesos en el ejercicio de poder y la manipulación del poder judicial, de los medios corporativos y del reduccionismo plural como bien lo destaca Martín Granovsky.
Coincido parcialmente con ambos e invito al desafío de construir una oposición con identidad de centroizquierda progresista y populista que defienda el ambiente, que propugne la igualdad de género, que promueva la justa y equitativa distribución del ingreso, que defienda la industria nacional competitiva, que fortalezca el rol del estado para defender la pequeña y mediana empresa, que sostenga un federalismo con igualdad de oportunidades para todos los argentinos y que defienda los intereses de los trabajadores y de empresarios que generen riqueza para el pueblo argentino.
De esto se trata, porque muchos que “se dicen peronistas” están conformes con este gobierno, y muchos dirigentes denominados “peronistas” esperan que este gobierno se consolide para pegar el salto para unirse a sus huestes.
Pero detrás de las especulaciones políticas es preciso recordar que este gobierno tomó las siguientes decisiones: a) designó dos jueces de la Corte Suprema de Justicia por decreto, b) derogó por DNU dos leyes fundamentales para la democracia (ley de medios, ley de Argentina digital), c) manipula a su antojo el Poder Judicial y el Consejo de la Magistratura persiguiendo a jueces por sus fallos, d) tienen más de 60 funcionarios procesados con fortunas patrimoniales imposibles de justificar, e) manejan discrecionalmente los fondos para CABA, PBA, y provincias amigas extorsionando a provincias opositoras, f) ejecutaron una reforma previsional para destruir el sistema, g) duplicaron la inflación, devaluaron y destruyeron la industria nacional, el empleo y el salario, g) incumplen normas internacionales, tienen una desaparición forzada por acción de una fuerza de seguridad sin respuestas concretas, e impulsaron la liberación encubierta de genocidas aplicando el 2 por 1, h) endeudaron el país en más de 106.000 M de dólares de manera escandalosa que condiciona severamente a las futuras generaciones de argentinos.
Podría seguir enumerando muchas otras cuestiones, pero es justo reconocer que no se trata de un grupo de improvisados ni tampoco como improvisados podremos ser un atajo para sus intenciones. Se trata de reconocer el adversario, su dimensión para actuar en consecuencia con mucha inteligencia, racionalidad y pasión por lo que es necesario hacer.
Me permito participar en este debate sobre la base de un análisis histórico y a partir del diseño de carácter institucional necesario para construir opciones dentro de una concepción agonística.
En efecto, la organización del sistema político argentino desde la sanción de la Constitución Nacional en 1853, sus ulteriores reformas de 1860 y 1868 y sucesivas han marcado un hito respecto a la participación ciudadana pues 70 años de confrontación permanente permitieron dirimir la controversia suscitada por la Capital Federal, el sistema de gobierno y una carta magna aceptada por todas las provincias argentinas en virtud de su preexistencia a la Nación.
Desde 1862 con la presidencia de Bartolomé Mitre hasta el año 1916, el voto calificado incluyó solamente el 4 por ciento de la población masculina en un contexto de “estabilidad política” pero de notoria exclusión ciudadana. La ley Sáenz Peña –que permite el ascenso de cierta clase media al poder a través de Hipólito Irigoyen con su victoria electoral el 2 de abril de 1916– instituye el voto único, obligatorio, secreto y libre estableciendo límites de edad y excluyendo de los alcances a la mujer que sería incorporada a partir de la ley 13010 sancionada el 23 de septiembre de 1947 con el innegable impulso de Evita. La reciente reforma del año 2013 introduce el voto a jóvenes mayores de 16 años ampliando los derechos políticos y electorales en toda nuestra República Argentina.
Esta breve reseña histórica permite visualizar que desde el año 1916, es decir, poco más de un siglo, por primera vez gobierna una coalición política de base neoliberal conservadora no surgida de las entrañas de los dos partidos populares que han marcado la referencia histórica en la política nacional: UCR y PJ con todas sus variantes de nombres y denominaciones.
Esto significa que la concepción histórica de un movimiento nacional, popular y democrático a través de sus procesos históricos y en el marco de alianzas, frentes y/o pactos electorales han liderado coaliciones políticas con apoyo ciudadano a través del voto para gobernar el país construyendo de ese modo variantes de bipartidismo o multipartidismo moderado con las sucesivas interrupciones de golpes militares a partir del año 1930.
La única excepción a esta regla la constituye efectivamente el triunfo de Mauricio Macri el 22 de noviembre de 2015. Macri lidera una coalición de centroderecha neoliberal conservadora que se impuso con el voto popular, lo cual implica legalidad y legitimidad ciudadana.
De manera que es preciso advertir la extrema necesidad de entender un cambio en la lógica conceptual y analítica de la política argentina. El partido hoy sepulta al movimiento. Y las tensiones históricas entre partido y movimiento han sido superadas por la nueva configuración de una centroderecha que gobierna y una centroizquierda diluida y desorganizada en la oposición. La otra tensión entre partido y gobierno por la conducción estratégica está enterrada por sí misma en virtud del carácter de oposición política.
Por lo tanto, frente a una centroderecha unida y organizada, con referencia territorial nacional es necesaria la construcción de una centroizquierda de base progresista y popular, de oposición con agenda propia y con capacidad de alternancia.
Es preciso reconocer en Chantal Mouffe ciertas caracterizaciones de estos complejos procesos que han diluido la socialdemocracia en Europa, y a muchos partidos de oposición en el mundo. La superación de la contradicción amigo-enemigo de Carl Schmitt, por la “agonista” amigo-adversario en el contexto de que “pensar de un modo político requiere del reconocimiento de la dimensión ontológica de la negatividad radical”(Hegemonía y estrategia socialista junto a Ernesto Laclau).
No cabe la menor duda que el “centrismo radical” y la mimetización con el neoliberalismo de la socialdemocracia europea ha implicado la reducción abrupta de votos y la notoria incapacidad para generar opciones alternativas. El mundo marca el sendero, pues con clara imposición hegemónica, el neoliberalismo ha instalado a través del “ballotage” en muchos países el entrampamiento dialéctico para garantizar opciones neoliberales con falsas contradicciones. La copia del liberalismo político de parte del liberalismo económico implica que la pugna por el poder es entre dos competidores sin alterar el statu quo vigente ni el orden social injusto ni la hegemonía dominante.
El fenómeno neoliberal es hegemónico en virtud de su duración y sustentabilidad en el tiempo. Desde la caída del muro de Berlín, “el fin de la historia” y la anulación de otras opciones más radicalizadas han intentado defenestrar variantes populistas surgidos al amparo de luchas sociales y políticas en diversas democracias del mundo.
Lo cierto es que el doble rasero y doble moral de los países más poderosos del mundo respecto a la democracia y la libertad han instituido salvajemente una coalición de medios de comunicación, mensaje y articulación corporativa de poder que condiciona severamente el surgimiento de alternativas.
La centroizquierda progresista de base popular posible hoy requiere interpretar que no tiene un soporte monopólico del sindicalismo corporativo porque el mismo aunque se diga “peronista” actúa en virtud de sus propios intereses sin pertenencia a un proyecto nacional y popular. Este proyecto como definición primaria está en un proceso de extinción. Su reconstrucción no se hará desde la oposición sino desde el ejercicio del poder. Del mismo modo que el PRO construyó un partido nacional desde el poder, la única manera de reconstruir el movimiento nacional, popular y democrático será desde el poder.
Esta etapa es partidocrática, es ideológica y doctrinaria y es al mismo tiempo territorial. La contradicción de la centroderecha es la centroizquierda. No es el camino del medio. No es una variante de “más de lo mismo”.
Hoy la definición de que “todos somos peronistas” cualifica de una manera omnicomprensiva de la compleja realidad política argentina a múltiples sujetos y actores que piensan diferente, o muy diferente. Hay sindicalistas que están con Macri. Hay empresarios que están con Macri. Hay ricos que están con Macri. Pero también hay pobres que están con Macri.
En definitiva, se trata de combinar discurso y gestión para lograr el consenso mayoritario con el objetivo de verificar los límites posibles de todo gobierno. Una opción de centroizquierda progresista y popular no necesariamente propone la abolición de la propiedad privada, ni tampoco la dictadura del proletariado. Pero debe propugnar la distribución justa y equitativa de la riqueza haciéndose cargo de las demandas insatisfechas de las mayorías populares.
El marketing no debe ni puede reemplazar la política con mayúsculas. Los operadores no pueden ni deben reemplazar a los cuadros políticos. Los servicios de inteligencia, medios de comunicación y periodistas pagos no pueden construir la agenda política ni tampoco la consolidación de un proyecto.
Reconociendo la existencia de una matriz hegemónica de carácter planetario, reconociendo que poseen todos los instrumentos y herramientas para la construcción de una “revolución del sentido común”, reconociendo que poseen una organización de cuadros políticos lúcidos de derecha, reconociendo que maman de la vieja herencia conservadora radical y de porciones significativas de la derecha liberal tradicional y típica de nuestro país es preciso reconocer que no constituye “un golpe de suerte”. Pero también es justo reconocer que es democrática en virtud de su legalidad y legitimidad por el acceso al poder y es republicana a “medias” por los excesos en el ejercicio de poder y la manipulación del poder judicial, de los medios corporativos y del reduccionismo plural como bien lo destaca Martín Granovsky.
Coincido parcialmente con ambos e invito al desafío de construir una oposición con identidad de centroizquierda progresista y populista que defienda el ambiente, que propugne la igualdad de género, que promueva la justa y equitativa distribución del ingreso, que defienda la industria nacional competitiva, que fortalezca el rol del estado para defender la pequeña y mediana empresa, que sostenga un federalismo con igualdad de oportunidades para todos los argentinos y que defienda los intereses de los trabajadores y de empresarios que generen riqueza para el pueblo argentino.
De esto se trata, porque muchos que “se dicen peronistas” están conformes con este gobierno, y muchos dirigentes denominados “peronistas” esperan que este gobierno se consolide para pegar el salto para unirse a sus huestes.
Pero detrás de las especulaciones políticas es preciso recordar que este gobierno tomó las siguientes decisiones: a) designó dos jueces de la Corte Suprema de Justicia por decreto, b) derogó por DNU dos leyes fundamentales para la democracia (ley de medios, ley de Argentina digital), c) manipula a su antojo el Poder Judicial y el Consejo de la Magistratura persiguiendo a jueces por sus fallos, d) tienen más de 60 funcionarios procesados con fortunas patrimoniales imposibles de justificar, e) manejan discrecionalmente los fondos para CABA, PBA, y provincias amigas extorsionando a provincias opositoras, f) ejecutaron una reforma previsional para destruir el sistema, g) duplicaron la inflación, devaluaron y destruyeron la industria nacional, el empleo y el salario, g) incumplen normas internacionales, tienen una desaparición forzada por acción de una fuerza de seguridad sin respuestas concretas, e impulsaron la liberación encubierta de genocidas aplicando el 2 por 1, h) endeudaron el país en más de 106.000 M de dólares de manera escandalosa que condiciona severamente a las futuras generaciones de argentinos.
Podría seguir enumerando muchas otras cuestiones, pero es justo reconocer que no se trata de un grupo de improvisados ni tampoco como improvisados podremos ser un atajo para sus intenciones. Se trata de reconocer el adversario, su dimensión para actuar en consecuencia con mucha inteligencia, racionalidad y pasión por lo que es necesario hacer.