Algunos empresarios se merecen un [Guillermo] Moreno», opinó Ernesto Sanz en una declaración bienintencionada, pero equivocada. Estos dichos nos traen a la memoria aquella frase del ex ministro de Economía de Raúl Alfonsín Juan Carlos Pugliese cuando dijo durante una corrida cambiaria sobre el final del gobierno radical: «Les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo», o, más cercano en el tiempo, cuando como jefe de Gabinete de Cristina Kirchner Jorge Capitanich calificó de antipatrias a quienes subieron los precios después de la devaluación de principios de 2014. Según Sanz, algunos empresarios no comprendieron el rol que tienen ahora. ¿Cuál sería ese rol para el ex senador y cofundador de Cambiemos? ¿Apoyar a un determinado gobierno porque era el cambio que pretendían? El empresario, por definición, busca producir bienes o servicios, ofrecerlos al mercado y obtener un beneficio. Esto reniega de otros objetivos secundarios (agrupados, por ejemplo, en la responsabilidad social empresaria), pero en líneas generales esto es lo que moviliza a las empresas. Incentivos, confianza y reglas claras son los elementos más importantes para éstas y no hay pedidos, charlas, reuniones, amistades, discursos ni promesas que puedan reemplazar ese combustible.
Según una encuesta de la consultora Trespuntozero, para más del 30% de los argentinos la inflación es la principal preocupación, y supera por más del doble de puntos porcentuales a la inseguridad. Queda claro que la aceleración de la inflación fue mucho mayor en la cabeza de los argentinos que en la realidad. Esto se debe principalmente a dos factores: a que el Gobierno explicitó la situación recibida en términos de déficit fiscal y ajustes necesarios y, en segundo lugar, a que muchos ciudadanos, comunicadores sociales, políticos y sindicalistas siguen creyendo que el control soft (oponiéndolo al control violento «patentado» por Guillermo Moreno) sirve para combatir la inflación.
Esto nos remonta a una discusión que se dio antes de las elecciones cuando algunos políticos de la oposición a Cristina y algunos periodistas críticos proponían una suerte de kirchnerismo con buenos modales para la administración venidera. Esto significaba cambios tales como no hacer cadenas nacionales por motivos superfluos, no tener funcionarios maleducados y patoteros, reconocer la inflación y la inseguridad, dar conferencias de prensa, entro otras cosas. Mauricio Macri, por su parte, proponía también cambios de fondo -muchos de los cuales está llevando a cabo- que tenían que ver con la liberación de los controles cambiarios, una drástica modificación en la política exterior, la normalización del comercio interior y exterior, la búsqueda de la eficacia y la eficiencia en la gestión de los recursos públicos, etc. No obstante esto, el actual presidente no fue en campaña -por las mismas razones que ningún candidato lo es- tan explícito. Ya como gobernante, fue prudente con una sociedad temerosa de los cambios drásticos. Esto quedó en evidencia con la elección de algunos de sus funcionarios. No es casualidad que el ministro de Hacienda sea Alfonso Prat-Gay y no Carlos Melconian, o que Susana Malcorra sea la canciller y no Diego Guelar, por dar sólo dos ejemplos.
Las críticas de la sociedad al sector empresarial han aumentado exponencialmente durante los poco más de 100 días del gobierno de Macri. No es grave, pero resulta preocupante que las mismas no arreciaran durante los 12 años de kirchnerismo, cuando la misión de la mayoría de las cámaras empresariales parecía ser congraciarse con el gobierno para no ser perseguidos o, peor aún, para obtener beneficios. Por eso es fundamental un cambio cultural que permita comprender que el mal empresario no es quien pone sus energías en maximizar legítimamente sus ganancias, sino quien saca ventajas de su relación con autoridades políticas y burócratas para obtener beneficios que distorsionan y, a veces, cercenan la competencia.
Las mediciones que se realizan por estos días confirman el apoyo con reservas con el que cuenta el gobierno de Cambiemos. Sería un paso hacia adelante en la cultura política argentina (y en la comprensión de las variables económicas) que en lugar de pedir resultados inmediatos en temas que llevan años de políticas equivocadas se priorice evaluar si son correctas las medidas que se toman. Ser observante de que el endeudamiento público sea para infraestructura que permita crecer y no para pagar gastos corrientes, o bien pedir que se fomente el empleo privado y productivo en lugar de los puestos de trabajo improductivos en el Estado son sólo algunas de las formas que tiene una sociedad para elevar su nivel de comprensión y así ayudar al país a salir del vicioso círculo de las crisis recurrentes.
Politólogo y miembro del Club Político Argentino
Según una encuesta de la consultora Trespuntozero, para más del 30% de los argentinos la inflación es la principal preocupación, y supera por más del doble de puntos porcentuales a la inseguridad. Queda claro que la aceleración de la inflación fue mucho mayor en la cabeza de los argentinos que en la realidad. Esto se debe principalmente a dos factores: a que el Gobierno explicitó la situación recibida en términos de déficit fiscal y ajustes necesarios y, en segundo lugar, a que muchos ciudadanos, comunicadores sociales, políticos y sindicalistas siguen creyendo que el control soft (oponiéndolo al control violento «patentado» por Guillermo Moreno) sirve para combatir la inflación.
Esto nos remonta a una discusión que se dio antes de las elecciones cuando algunos políticos de la oposición a Cristina y algunos periodistas críticos proponían una suerte de kirchnerismo con buenos modales para la administración venidera. Esto significaba cambios tales como no hacer cadenas nacionales por motivos superfluos, no tener funcionarios maleducados y patoteros, reconocer la inflación y la inseguridad, dar conferencias de prensa, entro otras cosas. Mauricio Macri, por su parte, proponía también cambios de fondo -muchos de los cuales está llevando a cabo- que tenían que ver con la liberación de los controles cambiarios, una drástica modificación en la política exterior, la normalización del comercio interior y exterior, la búsqueda de la eficacia y la eficiencia en la gestión de los recursos públicos, etc. No obstante esto, el actual presidente no fue en campaña -por las mismas razones que ningún candidato lo es- tan explícito. Ya como gobernante, fue prudente con una sociedad temerosa de los cambios drásticos. Esto quedó en evidencia con la elección de algunos de sus funcionarios. No es casualidad que el ministro de Hacienda sea Alfonso Prat-Gay y no Carlos Melconian, o que Susana Malcorra sea la canciller y no Diego Guelar, por dar sólo dos ejemplos.
Las críticas de la sociedad al sector empresarial han aumentado exponencialmente durante los poco más de 100 días del gobierno de Macri. No es grave, pero resulta preocupante que las mismas no arreciaran durante los 12 años de kirchnerismo, cuando la misión de la mayoría de las cámaras empresariales parecía ser congraciarse con el gobierno para no ser perseguidos o, peor aún, para obtener beneficios. Por eso es fundamental un cambio cultural que permita comprender que el mal empresario no es quien pone sus energías en maximizar legítimamente sus ganancias, sino quien saca ventajas de su relación con autoridades políticas y burócratas para obtener beneficios que distorsionan y, a veces, cercenan la competencia.
Las mediciones que se realizan por estos días confirman el apoyo con reservas con el que cuenta el gobierno de Cambiemos. Sería un paso hacia adelante en la cultura política argentina (y en la comprensión de las variables económicas) que en lugar de pedir resultados inmediatos en temas que llevan años de políticas equivocadas se priorice evaluar si son correctas las medidas que se toman. Ser observante de que el endeudamiento público sea para infraestructura que permita crecer y no para pagar gastos corrientes, o bien pedir que se fomente el empleo privado y productivo en lugar de los puestos de trabajo improductivos en el Estado son sólo algunas de las formas que tiene una sociedad para elevar su nivel de comprensión y así ayudar al país a salir del vicioso círculo de las crisis recurrentes.
Politólogo y miembro del Club Político Argentino