Por @conurbana (Florencia Alcaraz).
Cuando la intensidad y la potencia de dos días de talleres desbordados, plazas repletas y una marcha que recorrió más de 40 cuadras creaban la ilusión de que el machismo era una pieza arqueológica, la policía santafesina apareció detrás de las vallas de madera negra que rodeaban a la Catedral de Rosario. Tenían un mensaje: recordar que la violencia institucional es también violencia machista. Juntas son la respuesta en tándem a una mayor organización del movimiento de mujeres. El cierre del XXXI Encuentro Nacional de Mujeres, por segundo año consecutivo, terminó en represión. Sólo así se convirtió en noticia para los medios nacionales que, hasta ese momento, no habían reparado sobre las casi 100 mil personas reunidas con varias consignas: reclamar por el derecho al aborto legal, el fin de las violencia machistas y el aumento del desempleo a raíz de la política económica del gobierno. El modo en el que hoy se agita “algo habrán hecho para que las repriman” se parece mucho al dedo que señala a los shorcitos de las pibas violadas y asesinadas. La forma en la que se cuestionan las pintadas feministas que quedaron en la ciudad ignora y oculta a las 1.200 mujeres que abortan en la clandestinidad por día y a las 43 muertas por abortos clandestinos en 2014. El cuestionamiento a la “suciedad” que deja una convocatoria masiva es insignificante frente a los 275 femicidios del año pasado y a las incontables víctimas que sufren acoso, violaciones y desigualdad por el sólo hecho de ser mujeres.
Así, la trampa de la represión, que es necesaria denunciar e investigar, oculta las demandas y exigencias reales que se desprenden del Encuentro: la legalización y despenalización del aborto, un presupuesto acorde a la problemática para prevenir violencias, el impacto de la desocupación en las mujeres y la complicidad de un Poder Judicial patriarcal, entre otras exigencias. En la misma ratonera queda entrampados los lazos del movimiento de mujeres que, después de Ni Una Menos, están cada vez están más fortalecidos.
Si reprimen a una, reprimen a todas. Hacía cinco horas que la marcha avanzaba con alegría contagiosa cuando, a las 22, el paso por la esquina de la Catedral, único momento en el que hubo policías, se frenó. La agresión inicial, al parecer, salió de un reducido grupo de ultra católicos que con rezos ininterrumpidos intentaba defender un edificio que ni siquiera sufrió una mínima pintada. Un grupo de varones derribó los fenólicos y las detonaciones ocuparon el lugar de los cánticos de las mujeres que pedían “Aborto legal en el Hospital” mientras marchaban. La escena montada por la policía santafesina ubicó a las agentes mujeres al frente de la formación policial, sin casco ni escudo: se protegían con sus propios brazos. Al lado de ellas, los agentes varones con chalecos y escudos. Eran muchos: un ejército apostado dentro del edificio que empezó a salir como hormigas con los primeros disturbios. Primero balas de goma, después gases lacrimógenos y más disparos durante alrededor de una hora. Corridas, avances, retrocesos y un grupo que seguía tirando piedras en una batalla siempre desigual. La estampa represiva quedó pincelada con una moto de delivery que estacionó al costado del edificio religioso: los policías, que estaban desde temprano, habían pedido pizza. Las detonaciones no paraban. Los cartuchos verdes de las balas de goma con la inscripción “antitumulto” se fueron acumulando en el suelo. Hubo una treintena de heridos. Las imágenes que circularon en las redes sociales denunciaron las heridas de Alberto Granata, reportero gráfico de Télam Rosario, Alberto Furfari, del Canal 5 local, Sebastián Pitavino, una fotógrafa de la Garganta Poderosa con un impacto en la frente y otra de Página 12 con tres balazos. La marcha que tenía que terminar en el Monumento Nacional de la Bandera se dispersó. De la presencia de las mujeres en ese edificio histórico queda la foto aérea que las muestra en la apertura el sábado a la mañana. “Mujeres del país: ¡Bienvenidas a Rosario, sede del 31º Encuentro Nacional de Mujeres!”, fue el grito que abrió a un aplauso multitudinario.
Puta feminista y cannábica. Antes de que las balas de goma lo opacaran todo sucedieron dos días de 69 talleres, encuentros, reuniones, 120 actividades culturales, festivales de música de las que participaron mujeres de todo el país. Trabajadoras, desocupadas, docentes, amas de casa, campesinas, de pueblos originarios, activistas, travestis, lesbianas, migrantes, profesionales, estudiantes, familiares de víctimas de femicidios, afrodescendientes y también las putas tuvieron lugar para el debate, la reflexión, la charla compartida y el encuentro.
“Me hicieron una causa como facilitadora porque yo era la que llevaba los preservativos al prostíbulo para que las compañeras se cuidaran”, contó una santiagueña que se reivindicaba trabajadora sexual. Frente a ella un aula llena en la Facultad de Humanidades. Este año se incorporó un taller sobre “Mujeres y trabajo sexual” que se multiplicó por cinco comisiones por la convocatoria masiva y terminó en abrazos. Otro de los talleres nuevos fue el de Mujeres y cannabis, también multitudinario. Las aulas pensadas para recibir a las talleristas se desbordaron de gente: los patios y los pasillos se convirtieron en espacios improvisados para debatir desde educación y salud, pasando por el tiempo libre de las mujeres y la crisis económica.
Flashes. El Encuentro Nacional es para cada una que participa una foto distinta. En el patio de la Facultad de Medicina un grupo de profesoras y docentes sentadas en el pasto se reunían para pensar estrategias para que se cumpla la Ley de Educación Sexual Integral sancionada en 2006. Mucho más allá, frente al río, el grupo de Fútbol Militante convocaba a jugar a la pelota para pedir la libertad de Milagro Sala. En la asamblea de Ni Una Menos que reúne a las que organizan el 3 de junio en sus ciudades, provincias y pueblos mujeres de todo el país propusieron crear una red federal y marchar en 2017 en simultáneo en toda Latinoamérica. En un hotel del centro un grupo de mujeres de Florencio Varela preparaban sus trajes de brujas para salir a marchar por la tarde. En la Plaza San Martín, las Socorristas en Red repartían información sobre aborto seguro y la Campaña Nacional por el Aborto, Legal, Seguro y Gratuito entregaban pañuelos verdes a las mujeres que se acercaban. Pañuelos que recorrían las calles rosarinas a pie, en bicicleta, sueltos o con otras.
Las paredes son del pueblo. Antes de la represión la marcha recorrió la ciudad con la largada en la plaza San Martín hasta que la intervención policial puso toda la creatividad en pausa. “Que chingue a su madre, el acuerdo de Macri contra todos los migrantes”, cantaban las mujeres migrantes en la caravana. “Qué pena qué pena qué pena me da. La madre de Macri no pudo abortar”, gritaban las aborteras. Las clínicas privadas que abundan sobre Boulevard Oroño quedaron escrachadas: “acá abortan las ricas”. “Esta belleza miente”, escribieron con aerosol en los locales de ropa. Diana Sacayán, Lohana Berkins, Berta Cáceres son los nombres de algunas de las mujeres que quedaron plasmadas en pintadas y murales. “Ni una menos, vivas nos queremos”, también se escuchó a coro.
¿A qué se parece un Encuentro Nacional de Mujeres? A nada. Tiene lo ritual de un recital del Indio y el pogo de Jijiji pero en clave feminista. La tradición marchante heredada de los 24 de marzos y el movimiento de derechos humanos. La lógica de la educación popular latinoamericana. Con soberbia feminista es imposible no llenarlo de adjetivos: es el evento más importante, creativo, diverso, histórico, inédito, trasversal y poderoso de la Argentina. El año que viene será en Chaco. Porque pesar de las sombras con que se intenta opacar un movimiento de mujeres cada vez más vital y activo, cada día somos más.
Cuando la intensidad y la potencia de dos días de talleres desbordados, plazas repletas y una marcha que recorrió más de 40 cuadras creaban la ilusión de que el machismo era una pieza arqueológica, la policía santafesina apareció detrás de las vallas de madera negra que rodeaban a la Catedral de Rosario. Tenían un mensaje: recordar que la violencia institucional es también violencia machista. Juntas son la respuesta en tándem a una mayor organización del movimiento de mujeres. El cierre del XXXI Encuentro Nacional de Mujeres, por segundo año consecutivo, terminó en represión. Sólo así se convirtió en noticia para los medios nacionales que, hasta ese momento, no habían reparado sobre las casi 100 mil personas reunidas con varias consignas: reclamar por el derecho al aborto legal, el fin de las violencia machistas y el aumento del desempleo a raíz de la política económica del gobierno. El modo en el que hoy se agita “algo habrán hecho para que las repriman” se parece mucho al dedo que señala a los shorcitos de las pibas violadas y asesinadas. La forma en la que se cuestionan las pintadas feministas que quedaron en la ciudad ignora y oculta a las 1.200 mujeres que abortan en la clandestinidad por día y a las 43 muertas por abortos clandestinos en 2014. El cuestionamiento a la “suciedad” que deja una convocatoria masiva es insignificante frente a los 275 femicidios del año pasado y a las incontables víctimas que sufren acoso, violaciones y desigualdad por el sólo hecho de ser mujeres.
Así, la trampa de la represión, que es necesaria denunciar e investigar, oculta las demandas y exigencias reales que se desprenden del Encuentro: la legalización y despenalización del aborto, un presupuesto acorde a la problemática para prevenir violencias, el impacto de la desocupación en las mujeres y la complicidad de un Poder Judicial patriarcal, entre otras exigencias. En la misma ratonera queda entrampados los lazos del movimiento de mujeres que, después de Ni Una Menos, están cada vez están más fortalecidos.
Si reprimen a una, reprimen a todas. Hacía cinco horas que la marcha avanzaba con alegría contagiosa cuando, a las 22, el paso por la esquina de la Catedral, único momento en el que hubo policías, se frenó. La agresión inicial, al parecer, salió de un reducido grupo de ultra católicos que con rezos ininterrumpidos intentaba defender un edificio que ni siquiera sufrió una mínima pintada. Un grupo de varones derribó los fenólicos y las detonaciones ocuparon el lugar de los cánticos de las mujeres que pedían “Aborto legal en el Hospital” mientras marchaban. La escena montada por la policía santafesina ubicó a las agentes mujeres al frente de la formación policial, sin casco ni escudo: se protegían con sus propios brazos. Al lado de ellas, los agentes varones con chalecos y escudos. Eran muchos: un ejército apostado dentro del edificio que empezó a salir como hormigas con los primeros disturbios. Primero balas de goma, después gases lacrimógenos y más disparos durante alrededor de una hora. Corridas, avances, retrocesos y un grupo que seguía tirando piedras en una batalla siempre desigual. La estampa represiva quedó pincelada con una moto de delivery que estacionó al costado del edificio religioso: los policías, que estaban desde temprano, habían pedido pizza. Las detonaciones no paraban. Los cartuchos verdes de las balas de goma con la inscripción “antitumulto” se fueron acumulando en el suelo. Hubo una treintena de heridos. Las imágenes que circularon en las redes sociales denunciaron las heridas de Alberto Granata, reportero gráfico de Télam Rosario, Alberto Furfari, del Canal 5 local, Sebastián Pitavino, una fotógrafa de la Garganta Poderosa con un impacto en la frente y otra de Página 12 con tres balazos. La marcha que tenía que terminar en el Monumento Nacional de la Bandera se dispersó. De la presencia de las mujeres en ese edificio histórico queda la foto aérea que las muestra en la apertura el sábado a la mañana. “Mujeres del país: ¡Bienvenidas a Rosario, sede del 31º Encuentro Nacional de Mujeres!”, fue el grito que abrió a un aplauso multitudinario.
Puta feminista y cannábica. Antes de que las balas de goma lo opacaran todo sucedieron dos días de 69 talleres, encuentros, reuniones, 120 actividades culturales, festivales de música de las que participaron mujeres de todo el país. Trabajadoras, desocupadas, docentes, amas de casa, campesinas, de pueblos originarios, activistas, travestis, lesbianas, migrantes, profesionales, estudiantes, familiares de víctimas de femicidios, afrodescendientes y también las putas tuvieron lugar para el debate, la reflexión, la charla compartida y el encuentro.
“Me hicieron una causa como facilitadora porque yo era la que llevaba los preservativos al prostíbulo para que las compañeras se cuidaran”, contó una santiagueña que se reivindicaba trabajadora sexual. Frente a ella un aula llena en la Facultad de Humanidades. Este año se incorporó un taller sobre “Mujeres y trabajo sexual” que se multiplicó por cinco comisiones por la convocatoria masiva y terminó en abrazos. Otro de los talleres nuevos fue el de Mujeres y cannabis, también multitudinario. Las aulas pensadas para recibir a las talleristas se desbordaron de gente: los patios y los pasillos se convirtieron en espacios improvisados para debatir desde educación y salud, pasando por el tiempo libre de las mujeres y la crisis económica.
Flashes. El Encuentro Nacional es para cada una que participa una foto distinta. En el patio de la Facultad de Medicina un grupo de profesoras y docentes sentadas en el pasto se reunían para pensar estrategias para que se cumpla la Ley de Educación Sexual Integral sancionada en 2006. Mucho más allá, frente al río, el grupo de Fútbol Militante convocaba a jugar a la pelota para pedir la libertad de Milagro Sala. En la asamblea de Ni Una Menos que reúne a las que organizan el 3 de junio en sus ciudades, provincias y pueblos mujeres de todo el país propusieron crear una red federal y marchar en 2017 en simultáneo en toda Latinoamérica. En un hotel del centro un grupo de mujeres de Florencio Varela preparaban sus trajes de brujas para salir a marchar por la tarde. En la Plaza San Martín, las Socorristas en Red repartían información sobre aborto seguro y la Campaña Nacional por el Aborto, Legal, Seguro y Gratuito entregaban pañuelos verdes a las mujeres que se acercaban. Pañuelos que recorrían las calles rosarinas a pie, en bicicleta, sueltos o con otras.
Las paredes son del pueblo. Antes de la represión la marcha recorrió la ciudad con la largada en la plaza San Martín hasta que la intervención policial puso toda la creatividad en pausa. “Que chingue a su madre, el acuerdo de Macri contra todos los migrantes”, cantaban las mujeres migrantes en la caravana. “Qué pena qué pena qué pena me da. La madre de Macri no pudo abortar”, gritaban las aborteras. Las clínicas privadas que abundan sobre Boulevard Oroño quedaron escrachadas: “acá abortan las ricas”. “Esta belleza miente”, escribieron con aerosol en los locales de ropa. Diana Sacayán, Lohana Berkins, Berta Cáceres son los nombres de algunas de las mujeres que quedaron plasmadas en pintadas y murales. “Ni una menos, vivas nos queremos”, también se escuchó a coro.
¿A qué se parece un Encuentro Nacional de Mujeres? A nada. Tiene lo ritual de un recital del Indio y el pogo de Jijiji pero en clave feminista. La tradición marchante heredada de los 24 de marzos y el movimiento de derechos humanos. La lógica de la educación popular latinoamericana. Con soberbia feminista es imposible no llenarlo de adjetivos: es el evento más importante, creativo, diverso, histórico, inédito, trasversal y poderoso de la Argentina. El año que viene será en Chaco. Porque pesar de las sombras con que se intenta opacar un movimiento de mujeres cada vez más vital y activo, cada día somos más.