La voluntad de los kelpers

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Miércoles 13 de marzo de 2013 | Publicado en edición impresa
Malvinas
Tras el referéndum de esta semana quedan expuestos, dice el autor, los errores a los que llevó la obsesión nacionalista por recuperar las islas. Gracias a ella, paradójicamente, ese territorio austral está más lejos de la Argentina
Por Fernando Iglesias | Para LA NACION
Digan lo que digan los populistas , no existe un solo tipo de soberanía sino dos. La primera, heredera directa de la idea de «soberano» que caracterizó a reinos e imperios de la Antigüedad y el Medioevo, es la soberanía del monarca sobre un territorio y sus habitantes. Sobra decir que es ésta la acepción preferida por el gobierno nacional, que considera que la democracia es una suerte de monarquía plebiscitaria y no se priva de reducir a los ciudadanos a clientes, esa versión posmoderna del súbdito. ¿Y cómo no habría el kirchnerismo de intentar aplicar el mismo concepto de soberanía monárquica que usa contra la Justicia, el Congreso y los ciudadanos argentinos sobre los odiosos extranjeros que habitan las Malvinas , supuestos culpables de un crimen cometido cuando sus tatarabuelos aún no habían nacido?
Sin embargo, existe otro concepto de soberanía, siempre denigrado por los monarcas. Es la soberanía de los ciudadanos, que no va de arriba hacia abajo, sino de abajo hacia arriba, y de la que se derivan las ideas de democracia, que no es otra cosa que soberanía ciudadana sobre el poder político; la de derechos humanos, que establece los límites que ese poder político no puede violar, y la de autodeterminación de los pueblos, sobre la que un grupo de españoles y descendientes de españoles fundaron este país hace dos siglos. Democracia, derechos humanos y autodeterminación son nociones discutibles , ciertamente, pero implican indudablemente que a ningún grupo humano puede imponérsele un pasaporte, ni transformárselo en extranjero en la tierra que ocuparon sus ancestros hace siete generaciones, ni obligárselo a aceptar un soberano que rechaza.
¿Sostiene nuestro canciller que los isleños son una «población trasplantada con fines colonialistas por un imperio»? Desde luego. Se trata de un concepto notable, aunque recuerda bastante algunas parrafadas de «Los Protocolos de los Sabios de Sión». En todo caso, es aplicable sin restricciones a las familias Saavedra, Moreno y San Martín, así como a la totalidad de la población trasplantada a América del Sur con fines colonialistas por un imperio, el español, cuyos descendientes consideramos nuestros héroes nacionales por haber ejercido su derecho a la autodeterminación. Para no mencionar que en un país en el que las provincias preceden a la Nación es por lo menos curioso que se le niegue a nadie el derecho a decidir si quiere formar parte de él o mantenerse a prudencial distancia, por motivos que la historia nacional y la realidad kirchnerista hacen perfectamente comprensibles.
Entonces, ¿por qué las Malvinas? ¿De dónde nace la inacabable vocación por la «recuperación» de unas islas que nunca formaron parte de la República Argentina? ¿Será acaso un sentido de justicia reparatoria ante el atropello de los poderosos, según la interpretación del malvinerismo? Es posible. Sin embargo, se desconocen iniciativas similares del nacionalismo justiciero para devolver a Paraguay las partes del territorio hoy argentino que le fueron arrebatadas en una guerra que acabó con la vida del 80% de la población masculina paraguaya y le robó a ese país su destino cincuenta años después de que los ingleses tomaran las Malvinas. Mucho menos se conoce un entusiasmo igualmente extendido como para tratar con dignidad a los qom, habitantes originarios de territorios originalmente paraguayos en los que hoy reina el cacique Gildo Insfrán y una versión argentina del Ku Klux Klan hace de las suyas. ¿Se tratará de la necesidad de explotar los recursos que encierran las islas? Sería una explicación creíble si no fuera por la ausencia completa de toda política de exploración de los recursos del resto de la plataforma del Mar Argentino, a pesar del extraordinario éxito obtenido por Petrobras en una zona geológica no muy diferente. ¿Será quizás el romántico anhelo de ocupar enteramente el territorio nacional? Es una hipótesis concebible? si no fuera porque vivimos en un país que, a siglo y medio de su fundación, es todavía un inmenso desierto en el cual la mitad de los habitantes nos amontonamos en un rincón. Lo digo con las mejores intenciones. No vaya a ser que si se «recuperan» las Malvinas terminemos haciendo el papelón de dejarlas desiertas o, peor que peor, los avispados clientes del Estado kirchnerista reclamen el afluir caudaloso de subsidios como condición para no dejarlas tan vacías como a la pobre Patagonia.
Entonces, ¿qué lleva al nacionalismo argentino a la obsesión por unas tierras que sumarían 1/245 partes al séptimo territorio nacional más grande del mundo? Y bien, las tres principales razones por las cuales las islas Malvinas permanecen bajo dominio inglés sugieren una respuesta: 1º) Una guerra perdida sin la cual, como demuestran documentos desclasificados, las islas serían argentinas hace tiempo. 2º) La política de ignorar la presencia de quienes las habitan, ninguneándolos con un estilo que recuerda al Videla del «No están vivos ni muertos»; lo que conduce a la opción forzosa entre la aceptación de la soberanía británica y la imposición de la soberanía argentina. 3º) Una cláusula de la Constitución que proclama que la soberanía argentina es innegociable, lo que brinda excelentes argumentos a quienes sostienen que nuestro país no plantea una negociación, sino una rendición incondicional a sus razones.
Y bien, ¿quién ha sido el autor de estas tres hazañas sin las cuales la posición británica sería insustentable, sino el propio nacionalismo argentino; ese patrioterismo encarnado en las dos fuerzas que gobiernan casi ininterrumpidamente este país desde el golpe de septiembre de 1930? ¿Quiénes, sino el Partido Militar y el Partido Populista, nos han metido en este callejón aparentemente sin salida que combina la decadencia interminable del país con la obsesión por un tema que todo análisis racional relega a una importancia secundaria, para decir lo menos?
Agreguemos un poco de Freud al análisis de las acciones probritánicas del nacionalismo argentino y obtendremos la respuesta a nuestro interrogante: ¿por qué las Malvinas? La más elemental es que el nacionalismo no busca la recuperación de las islas, sino mantenerlas como «territorio irredento» para seguir utilizándolas de justificador eterno de nuestro fracaso como sociedad, para seguir usándolas como gran cortina de humo que oculta los dramáticos problemas del país, para agitarlas con una mano, como hacen los magos, buscando atraer las miradas y los odios sobre el chivo expiatorio extranjero mientras con la otra mano toman lo que no es de ellos a costa del país. El nacionalismo argentino quiere a las Malvinas irredentas con el fin de ocultar que es aquí donde viven y gobiernan los responsables de ochenta años de decadencia, representados hoy por ese Partido Populista que entró a la Casa Rosada de la mano del Partido Militar. Y las quieren, además, como objeto de culto que permita sostener una concepción obsoleta del mundo según la cual la riqueza depende de los recursos naturales y no del desarrollo de las capacidades intelectuales de los ciudadanos. Las Malvinas como gigantesco diversivo nacional; arrinconadas en el rol de hermanitas perdidas con el fin de mantener a la Argentina aislada de la naciente sociedad global del conocimiento y la información, en tanto que se sigue transformando a la ínfima parte poblada de su territorio en una sucursal del conurbano. Así estamos, presos de un régimen que cree que las votaciones son excelentes para elegir jueces, pero malas para decidir a qué comunidad desea pertenecer un grupo de personas. Súbditos de un poder soberano especializado en decidir quiénes son pueblo y quiénes no. Sometidos a quienes creen que un 54% legitima cualquier atropello, pero el 99% no habilita ninguna legitimidad. A merced de propietarios de saberes y legados que establecen quiénes son gente que merece respeto y quiénes son simples enemigos sin entidad ni derecho.
Democracia, autodeterminación, derechos humanos. Si algún día la Argentina entra en la modernidad política, si alguna vez la soberanía de los ciudadanos sobre el poder estatal reemplaza a la soberanía de los monarcas sobre los clientes, si alguna vez dejamos de ser los verdaderos kelpers de la Argentina, acaso comprenderemos la enormidad que implica la idea de que las Malvinas sean argentinas independientemente de los deseos de sus habitantes. Hasta entonces seguiremos padeciendo la misma maldición que -según Marx- sufría el pueblo inglés que apoyaba los atropellos de la corona británica en Irlanda: la de experimentar en carne propia el tratamiento destinado al enemigo.
© LA NACION.
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