El gobierno actual es el resultado de la coincidencia de tres partidos: el PRO, la UCR y la Coalición Cívica. Hay otros componentes, pero allí están los actores principales. Macri dijo que no se trata de una coalición, sino de un acuerdo electoral. La distinción parece sutil, pero tiene una intencionalidad clara: el que ganó las PASO y luego la general, tiene el derecho de gobernar. Los demás –que perdieron- deben acompañar lealmente sin pretender una influencia determinante en las decisiones, ni demasiada presencia en los cargos. Además, el que ganó elije a quiénes ocuparán las funciones de gobierno cualquiera sea el partido al que pertenezcan, porque no se trata de una decisión partidaria, sino presidencial.
Esta forma de concebir la cuestión es superficial e insuficiente. Seguramente -los números lo prueban- sirvió para derrotar al kirchnerismo. Pero -aún cuando fue la razón del voto de mucha gente- se convierte en un criterio menguado y circunstancial: ahora hay que gobernar tomando decisiones que afectarán intereses concretos dispuestos a defenderse con el eventual apoyo de un sector de la oposición preparado para la resistencia, entrenado para presionar sin límites, manipular la verdad y fanatizar la propia tropa alrededor de la consigna del regreso, que se convertirá en intensa acción concreta a partir de marzo.
La experiencia internacional, bastante nutrida en materia de gobiernos compartidos, enseña que la fortaleza y la extensión del frente, coalición o como quieran llamarlo, depende de la consistencia y penetración social de cada uno de los sectores que lo conforman. La coalición se potencia cuando lo hacen todos sus integrantes, que agregan los valores, conceptos e ideas que definen su esencia, sin diluirse en el conjunto ni perder identidad. La pertenencia a la coalición y su continuidad deben ser consecuencia de una decisión voluntaria y racional y no de un proceso de subordinación.
Desde una concepción mezquina y especulativa es posible que algunos dirigentes del PRO aspiren a absorber a sus socios, especialmente a la UCR por su dimensión territorial, su todavía vigente representatividad social y su instalación en la memoria colectiva. Pero la pretensión de cooptar otras estructuras partidarias de ninguna manera garantiza la fidelidad de quienes las integraban, sino tal vez su resentimiento, salvo en el caso de los buscadores de ventajas personales, que nunca tienen pertenencia definitiva.
Por otra parte, se trata de una cuestión de funcionalidad y equilibrio. Alguien describió al PRO como poseedor de una “cultura corporativa empresarial” cuyo rasgo distintivo es la eficacia en la gestión a partir de una concepción pro-mercado, y la composición del gabinete parece confirmar esa descripción. Macri procuró ubicarse en otro plano cuando prometió –con acierto- que la pobreza cero constituiría el eje central de su gobierno. Para aproximarse a ese objetivo hacen falta políticas públicas activas que requieren convicción, ideas claras, responsabilidades definidas y un amplio y variado apoyo social y parlamentario, provisto por actores políticos consolidados y dinámicos, no por simples segundones pasivos y sometidos.
Macri también pidió que criticaran sus errores, para ayudarlo a corregirlos. Es lo que sucedió con el insensato intento de promover la designación de jueces por decreto y en comisión: desde adentro del acuerdo surgió la crítica que impidió el error, presentada sin plantear ni temer rupturas ni alejamientos pero respondiendo a la necesidad de reequilibrar situaciones traumáticas que contradirían la vocación de fortalecer los valores de la República.
Desde otro ángulo: si realmente queremos vivir una democracia abierta, moderna y estable, hay que reconstruir el sistema político, depredado por la dispersión, el individualismo y el relativismo moral. El primer paso consiste en revalorizar las ideas, que han perdido importancia en el debate actual, saturado de encuestas, sondeos de opinión y cálculos de puro contenido pragmático o han sido reemplazadas por un relato falso que busca sustituirlas por una visión excluyente, promotora de la contradicción amigo-enemigo. Con la gestión no alcanza. La modernidad no puede estar vacía de contenidos. Por el contrario, sus contenidos definirán la dirección general de los cambios que se buscan. Si el propósito es eliminar la pobreza, las ideas que impulsen el crecimiento y la distribución del ingreso deberán actuar como palancas de igualación social en libertad. Respetar los ideales, la tradición y la identidad de cada uno de los partidos que integran el acuerdo de gobierno y ponerlos al servicio activo de los objetivos comunes, es la forma más honesta, directa y segura de alcanzar el pleno desarrollo democrático.
Juan Manuel Casella es presidente de la Fundación Ricardo Rojas. Fue ministro de Trabajo y diputado nacional.
Esta forma de concebir la cuestión es superficial e insuficiente. Seguramente -los números lo prueban- sirvió para derrotar al kirchnerismo. Pero -aún cuando fue la razón del voto de mucha gente- se convierte en un criterio menguado y circunstancial: ahora hay que gobernar tomando decisiones que afectarán intereses concretos dispuestos a defenderse con el eventual apoyo de un sector de la oposición preparado para la resistencia, entrenado para presionar sin límites, manipular la verdad y fanatizar la propia tropa alrededor de la consigna del regreso, que se convertirá en intensa acción concreta a partir de marzo.
La experiencia internacional, bastante nutrida en materia de gobiernos compartidos, enseña que la fortaleza y la extensión del frente, coalición o como quieran llamarlo, depende de la consistencia y penetración social de cada uno de los sectores que lo conforman. La coalición se potencia cuando lo hacen todos sus integrantes, que agregan los valores, conceptos e ideas que definen su esencia, sin diluirse en el conjunto ni perder identidad. La pertenencia a la coalición y su continuidad deben ser consecuencia de una decisión voluntaria y racional y no de un proceso de subordinación.
Desde una concepción mezquina y especulativa es posible que algunos dirigentes del PRO aspiren a absorber a sus socios, especialmente a la UCR por su dimensión territorial, su todavía vigente representatividad social y su instalación en la memoria colectiva. Pero la pretensión de cooptar otras estructuras partidarias de ninguna manera garantiza la fidelidad de quienes las integraban, sino tal vez su resentimiento, salvo en el caso de los buscadores de ventajas personales, que nunca tienen pertenencia definitiva.
Por otra parte, se trata de una cuestión de funcionalidad y equilibrio. Alguien describió al PRO como poseedor de una “cultura corporativa empresarial” cuyo rasgo distintivo es la eficacia en la gestión a partir de una concepción pro-mercado, y la composición del gabinete parece confirmar esa descripción. Macri procuró ubicarse en otro plano cuando prometió –con acierto- que la pobreza cero constituiría el eje central de su gobierno. Para aproximarse a ese objetivo hacen falta políticas públicas activas que requieren convicción, ideas claras, responsabilidades definidas y un amplio y variado apoyo social y parlamentario, provisto por actores políticos consolidados y dinámicos, no por simples segundones pasivos y sometidos.
Macri también pidió que criticaran sus errores, para ayudarlo a corregirlos. Es lo que sucedió con el insensato intento de promover la designación de jueces por decreto y en comisión: desde adentro del acuerdo surgió la crítica que impidió el error, presentada sin plantear ni temer rupturas ni alejamientos pero respondiendo a la necesidad de reequilibrar situaciones traumáticas que contradirían la vocación de fortalecer los valores de la República.
Desde otro ángulo: si realmente queremos vivir una democracia abierta, moderna y estable, hay que reconstruir el sistema político, depredado por la dispersión, el individualismo y el relativismo moral. El primer paso consiste en revalorizar las ideas, que han perdido importancia en el debate actual, saturado de encuestas, sondeos de opinión y cálculos de puro contenido pragmático o han sido reemplazadas por un relato falso que busca sustituirlas por una visión excluyente, promotora de la contradicción amigo-enemigo. Con la gestión no alcanza. La modernidad no puede estar vacía de contenidos. Por el contrario, sus contenidos definirán la dirección general de los cambios que se buscan. Si el propósito es eliminar la pobreza, las ideas que impulsen el crecimiento y la distribución del ingreso deberán actuar como palancas de igualación social en libertad. Respetar los ideales, la tradición y la identidad de cada uno de los partidos que integran el acuerdo de gobierno y ponerlos al servicio activo de los objetivos comunes, es la forma más honesta, directa y segura de alcanzar el pleno desarrollo democrático.
Juan Manuel Casella es presidente de la Fundación Ricardo Rojas. Fue ministro de Trabajo y diputado nacional.