Exit from comment view mode. Click to hide this space
MOSCÚ – En 1970, el disidente soviético, Andrei Amalrik, señaló en su libro, Will the Soviet Union Survive until 1984?, que “todos los regímenes totalitarios se deterioran sin que se den cuenta.” Amalrik tenía razón, y es probable que se derrumbe –tal vez este año– el régimen establecido en 2000 por el presidente ruso, Vladimir Putin, por la misma razón por la que la Unión Soviética se colapsó en 1991.
Cabe señalar que el colapso de la Unión Soviética no fue el resultado de la “traición” reformista del presidente soviético, Mikhail Gorbachev. Tampoco tuvo que ver con los precios decrecientes del petróleo o la intensificación militar del presidente estadounidense, Ronald Reagan. El comunismo soviético estaba condenado mucho antes que eso; cuando el mito comunista finalmente desapareció de las mentes y corazones del público y funcionarios por igual, como lo había pronosticado Amalrik.
En tan solo trece años el régimen de Putin, con su gran estilo ideológico, ha pasado por todas las etapas de la historia soviética y se ha convertido en una vulgar parodia de cada una de ellas.
En la primera etapa, en la que se crea el mito legitimador del régimen, se crea un demiurgo heroico, el padre de la nación. Mientras que los bolcheviques tuvieron la Revolución de 1917, los partidarios de Putin tuvieron la segunda guerra chechena de 1999 y los bombardeos de los edificios habitacionales en Buynaksk, Moscú y Volgodonsk ese año. De esta manera, nació el mito del funcionario de inteligencia heroico que protege los hogares de los rusos mientras que aterroriza a los enemigos de la nación.
La segunda etapa podría denominarse el periodo de tormentas y tensiones. Stalin logró realizar la salvaje industrialización forzada que creó las bases de la destrucción del sistema comunista. Putin, por su parte, “creó” una gran potencia energética, lo que convirtió al país en una república bananera con hidrocarburos.
La tercera etapa amplía el mito mediante el triunfo heroico. Los soviéticos tuvieron su victoria en la Segunda Guerra Mundial, seguida de la creación de una superpotencia global. La era de Putin clamó victoria después de invadir la diminuta Georgia en 2008.
Finalmente, el régimen sufre un agotamiento ideológico y muere. Esta etapa de comunismo soviético tomó cuarenta años para desarrollarse. Sin embargo, un simulacro se derrumba mucho más rápido. La conferencia de prensa de Putin de diciembre de cuatro horas recordó más que nada la caída del dictador rumano, Nicolae Ceausescu, en un mitin masivo montado en 1989, cuando se enfrentó a reclamos e interrupciones.
En efecto, Rusia ya está viviendo en la era posterior a Putin, porque Putin ya no puede cumplir su misión –ofrecer seguridad a la plutocracia. Como en 1999, cuando Boris Yeltsin dejó de ser útil a las élites, las luchas internas actuales entre facciones de la élite solo significan una cosa: se está llevando a cabo la búsqueda de un sucesor. La pregunta ya no es si el régimen de Putin sobrevivirá, sino que vendrá después de él.
La próxima transición será notoriamente diferente a la transferencia de poder de 1999. No será un asunto palaciego, con una movilización “patriótica” de las masas impulsada por la televisión contra los terroristas y el némesis occidental. El proceso actual es más parecido a lo que pasó en Europa central y oriental en 1989 y la URSS en 1991, en el que el entusiasmo de los manifestantes se convirtió en decepción a medida que miembros individuales del viejo régimen mantenían el poder económico y cuasi político.
En efecto, ahora un heredero potencial necesita legitimidad, no solo de los poderosos oligarcas sino también de las calles. Es por ello que los llamados “liberales del sistema” o fieles que apoyan un cambio respaldado por el Kremlin, quieren controlar el movimiento de protesta y usarlo como palanca en la batalla final con los “siloviks” (el aparato militar y de seguridad de Putin).
Los liberales del sistema piensan que en general Rusia ha creado una economía de mercado aceptable. Su futuro desarrollo necesita solamente que se remueva a algunos compinches de Putin mediante una reforma política controlada. Hasta hace poco, los fieles argumentaban que la búsqueda del cambio excluye criticar al gobierno, que de algún modo se verá influenciado con sugerencias constructivas. Demandar la dimisión de Putin solo conduciría a la marginalización del movimiento de protesta.
Ahora, sin embargo, la retórica de los fieles es más agresiva. Actualmente afirman que Putin personalmente eligió la represión para responder al movimiento de protesta que llenó las calles de Moscú y otras ciudades importantes a finales de 2011 y principios de 2012. No se puede respetar a los políticos que no encuentran una alternativa a los tribunales y los juicios penales.
La evolución de la postura de los fieles no es una coincidencia. Deben tomar en cuenta el sentir actual del movimiento de protesta y también las encuestas de opinión, que indican que su apoyo popular es inferior al de los “republicanos” por un margen de 9 a 1. Los “republicanos” creen que extirpar todo el sistema político y económico que se estableció en los años de Yeltsin –y que se consolidó con Putin– es cuestión de salvación nacional.
Lo que es más importante aún, en los últimos meses la visión estratégica de los fieles ha cambiado. En octubre de 2012 planeaban negociar con Putin para sustituirlo en un plazo de un año aproximadamente. La idea era nombrar a un factótum más “liberal” como Alexei Kudrin, un ex ministro de Finanzas, o el oligarca Mikhail Prokhorov.
No obstante, algo salió mal: no pudieron convencer a Putin. Al mismo tiempo, él ha perdido la capacidad de controlar las luchas internas entre la élite. A medida que la postura de sus opositores se ha endurecido, las condiciones están dadas en Rusia para una revolución pacífica anticriminal. Aun, si Putin se fuera este año, eso no sería suficiente. Rusia y su pueblo únicamente pueden triunfar si los fieles del Kremlin que están buscando a su sucesor se van con él.
Traducción de Kena Nequiz
Reprinting material from this Web site without written consent from Project Syndicate is a violation of international copyright law. To secure permission, please contact us.
MOSCÚ – En 1970, el disidente soviético, Andrei Amalrik, señaló en su libro, Will the Soviet Union Survive until 1984?, que “todos los regímenes totalitarios se deterioran sin que se den cuenta.” Amalrik tenía razón, y es probable que se derrumbe –tal vez este año– el régimen establecido en 2000 por el presidente ruso, Vladimir Putin, por la misma razón por la que la Unión Soviética se colapsó en 1991.
Cabe señalar que el colapso de la Unión Soviética no fue el resultado de la “traición” reformista del presidente soviético, Mikhail Gorbachev. Tampoco tuvo que ver con los precios decrecientes del petróleo o la intensificación militar del presidente estadounidense, Ronald Reagan. El comunismo soviético estaba condenado mucho antes que eso; cuando el mito comunista finalmente desapareció de las mentes y corazones del público y funcionarios por igual, como lo había pronosticado Amalrik.
En tan solo trece años el régimen de Putin, con su gran estilo ideológico, ha pasado por todas las etapas de la historia soviética y se ha convertido en una vulgar parodia de cada una de ellas.
En la primera etapa, en la que se crea el mito legitimador del régimen, se crea un demiurgo heroico, el padre de la nación. Mientras que los bolcheviques tuvieron la Revolución de 1917, los partidarios de Putin tuvieron la segunda guerra chechena de 1999 y los bombardeos de los edificios habitacionales en Buynaksk, Moscú y Volgodonsk ese año. De esta manera, nació el mito del funcionario de inteligencia heroico que protege los hogares de los rusos mientras que aterroriza a los enemigos de la nación.
La segunda etapa podría denominarse el periodo de tormentas y tensiones. Stalin logró realizar la salvaje industrialización forzada que creó las bases de la destrucción del sistema comunista. Putin, por su parte, “creó” una gran potencia energética, lo que convirtió al país en una república bananera con hidrocarburos.
La tercera etapa amplía el mito mediante el triunfo heroico. Los soviéticos tuvieron su victoria en la Segunda Guerra Mundial, seguida de la creación de una superpotencia global. La era de Putin clamó victoria después de invadir la diminuta Georgia en 2008.
Finalmente, el régimen sufre un agotamiento ideológico y muere. Esta etapa de comunismo soviético tomó cuarenta años para desarrollarse. Sin embargo, un simulacro se derrumba mucho más rápido. La conferencia de prensa de Putin de diciembre de cuatro horas recordó más que nada la caída del dictador rumano, Nicolae Ceausescu, en un mitin masivo montado en 1989, cuando se enfrentó a reclamos e interrupciones.
En efecto, Rusia ya está viviendo en la era posterior a Putin, porque Putin ya no puede cumplir su misión –ofrecer seguridad a la plutocracia. Como en 1999, cuando Boris Yeltsin dejó de ser útil a las élites, las luchas internas actuales entre facciones de la élite solo significan una cosa: se está llevando a cabo la búsqueda de un sucesor. La pregunta ya no es si el régimen de Putin sobrevivirá, sino que vendrá después de él.
La próxima transición será notoriamente diferente a la transferencia de poder de 1999. No será un asunto palaciego, con una movilización “patriótica” de las masas impulsada por la televisión contra los terroristas y el némesis occidental. El proceso actual es más parecido a lo que pasó en Europa central y oriental en 1989 y la URSS en 1991, en el que el entusiasmo de los manifestantes se convirtió en decepción a medida que miembros individuales del viejo régimen mantenían el poder económico y cuasi político.
En efecto, ahora un heredero potencial necesita legitimidad, no solo de los poderosos oligarcas sino también de las calles. Es por ello que los llamados “liberales del sistema” o fieles que apoyan un cambio respaldado por el Kremlin, quieren controlar el movimiento de protesta y usarlo como palanca en la batalla final con los “siloviks” (el aparato militar y de seguridad de Putin).
Los liberales del sistema piensan que en general Rusia ha creado una economía de mercado aceptable. Su futuro desarrollo necesita solamente que se remueva a algunos compinches de Putin mediante una reforma política controlada. Hasta hace poco, los fieles argumentaban que la búsqueda del cambio excluye criticar al gobierno, que de algún modo se verá influenciado con sugerencias constructivas. Demandar la dimisión de Putin solo conduciría a la marginalización del movimiento de protesta.
Ahora, sin embargo, la retórica de los fieles es más agresiva. Actualmente afirman que Putin personalmente eligió la represión para responder al movimiento de protesta que llenó las calles de Moscú y otras ciudades importantes a finales de 2011 y principios de 2012. No se puede respetar a los políticos que no encuentran una alternativa a los tribunales y los juicios penales.
La evolución de la postura de los fieles no es una coincidencia. Deben tomar en cuenta el sentir actual del movimiento de protesta y también las encuestas de opinión, que indican que su apoyo popular es inferior al de los “republicanos” por un margen de 9 a 1. Los “republicanos” creen que extirpar todo el sistema político y económico que se estableció en los años de Yeltsin –y que se consolidó con Putin– es cuestión de salvación nacional.
Lo que es más importante aún, en los últimos meses la visión estratégica de los fieles ha cambiado. En octubre de 2012 planeaban negociar con Putin para sustituirlo en un plazo de un año aproximadamente. La idea era nombrar a un factótum más “liberal” como Alexei Kudrin, un ex ministro de Finanzas, o el oligarca Mikhail Prokhorov.
No obstante, algo salió mal: no pudieron convencer a Putin. Al mismo tiempo, él ha perdido la capacidad de controlar las luchas internas entre la élite. A medida que la postura de sus opositores se ha endurecido, las condiciones están dadas en Rusia para una revolución pacífica anticriminal. Aun, si Putin se fuera este año, eso no sería suficiente. Rusia y su pueblo únicamente pueden triunfar si los fieles del Kremlin que están buscando a su sucesor se van con él.
Traducción de Kena Nequiz
Reprinting material from this Web site without written consent from Project Syndicate is a violation of international copyright law. To secure permission, please contact us.