CAMBRIDGE – Hoy casi todos denuncian que la democracia liberal está en crisis. La elección de Donald Trump, la votación a favor del Brexit en el Reino Unido y el ascenso electoral de otros populistas en Europa han puesto de manifiesto la amenaza de la “democracia iliberal”: una forma de política autoritaria que tiene elecciones populares pero poco respeto al imperio de la ley y a los derechos de las minorías.
Son menos los analistas que advirtieron que la democracia iliberal o el populismo no son las únicas amenazas políticas. La democracia liberal también está siendo debilitada por una tendencia a poner el acento en “liberal” en detrimento de “democracia”. En esta forma de política, los gobernantes están aislados de su responsabilidad democrática por una multiplicidad de restricciones que limitan la variedad de políticas que pueden implementar; estas son establecidas por organismos burocráticos, reguladores autónomos y tribunales independientes o impuestas externamente por las reglas de la economía global.
En su nuevo y valioso libro The People vs. Democracy [El pueblo contra la democracia], el politólogo Yascha Mounk denomina a este tipo de régimen (estableciendo una oportuna simetría con la democracia iliberal) “liberalismo indemocrático”. Señala que nuestros regímenes políticos han dejado hace mucho de funcionar como democracias liberales, y se muestran cada vez más como liberalismo indemocrático.
Es posible que la Unión Europea sea la máxima expresión de esta tendencia. La institución de un mercado común y de una unificación monetaria en ausencia de integración política obligó a delegar la formulación de políticas a organismos tecnocráticos como la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Tribunal Europeo de Justicia. La toma de decisiones está cada vez más alejada de la gente. Y aunque Gran Bretaña no pertenece a la eurozona, en el llamado de los partidarios del Brexit a “recuperar el control” se reflejó la frustración que sienten muchos votantes europeos.
En Estados Unidos no se llegó a tanto, pero hay tendencias similares que llevaron a muchos a sentirse marginados. Como señala Mounk, la formulación de políticas es ámbito de una sopa de letras llena de organismos regulatorios como la Agencia de Protección Ambiental (EPA), la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA), etcétera. El uso que han hecho diversos tribunales independientes de la prerrogativa de revisión judicial para promover los derechos civiles, extender la libertad reproductiva e introducir muchas otras reformas sociales generó hostilidad en importantes segmentos de la población. Y hay una difundida percepción de que las reglas de la economía global, administradas por medio de acuerdos internacionales como la Organización Mundial del Comercio (OMC) o el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), están arregladas en contra del trabajador de a pie.
El valor del libro de Mounk está en resaltar la importancia de las dos condiciones constitutivas de la democracia liberal. Es necesario que haya restricciones al ejercicio del poder político, para evitar que las mayorías (o quienes están en el poder) pisoteen los derechos de las minorías (o de quienes no están en el poder). Pero también es necesario que la política pública responda a las preferencias del electorado.
La democracia liberal es inherentemente frágil, porque la armonización de estas condiciones no lleva a un equilibrio político natural. Las élites provistas de poder suficiente tienen poco interés en reflejar las preferencias del conjunto de la población. Y cuando las masas se movilizan y reclaman poder, no es común que el acuerdo al que llegan con las élites incluya medidas de protección sostenibles para los derechos de quienes no estuvieron representados en la mesa de negociación. De modo que la democracia liberal tiene una tendencia a decaer hacia una u otra de sus perversiones: la democracia iliberal o el liberalismo indemocrático.
En nuestro artículo “The Political Economy of Liberal Democracy” [La economía política de la democracia liberal], Sharun Mukand y yo examinamos los fundamentos de la democracia liberal en términos similares a los que usa Mounk y destacamos las dos líneas de división que pueden atravesar una sociedad: la identitaria, que separa a una minoría de la mayoría étnica, religiosa o ideológica, y la económica, que enfrenta a los ricos con el resto de la sociedad.
De la profundidad y orientación de estas divisiones depende que sea más probable el surgimiento de uno u otro régimen político. La posibilidad de la democracia liberal se enfrenta siempre a los extremos opuestos de la democracia iliberal y de lo que denominamos “autocracia liberal”, según resulte vencedora la mayoría o la élite.
Nuestro esquema ayuda a destacar las fortuitas circunstancias en las que surge la democracia liberal. En Occidente, el liberalismo fue anterior a la democracia: la separación de poderes, la libertad de expresión y el imperio de la ley ya existían antes de que las élites aceptaran ampliar el derecho de voto y someterse al mandato popular. Pero subsistió en las élites el temor a la “tiranía de la mayoría”, que en Estados Unidos, por ejemplo, se contrarrestó mediante un elaborado sistema de controles y contrapesos que en la práctica paralizó al poder ejecutivo por mucho tiempo.
En otros lugares, en el mundo en desarrollo, la movilización popular se dio sin que hubiera una tradición liberal o prácticas liberales, y pocas veces surgió una democracia liberal sostenible. Las únicas excepciones parecen ser estados‑nación relativamente igualitarios y muy homogéneos como Corea del Sur, donde no hay divisiones sociales, ideológicas, étnicas o lingüísticas obvias que autócratas de una u otra clase (iliberales o indemocráticos) puedan explotar.
Lo que está ocurriendo en Europa y Estados Unidos hace pensar en la inquietante posibilidad de que allí también la democracia liberal haya sido una fase transitoria. Al deplorar la crisis de la democracia liberal, no olvidemos que el iliberalismo no es la única amenaza que enfrenta. También debemos hallar el modo de no caer en la trampa de la democracia insuficiente.
Traducción: Esteban Flamini
Son menos los analistas que advirtieron que la democracia iliberal o el populismo no son las únicas amenazas políticas. La democracia liberal también está siendo debilitada por una tendencia a poner el acento en “liberal” en detrimento de “democracia”. En esta forma de política, los gobernantes están aislados de su responsabilidad democrática por una multiplicidad de restricciones que limitan la variedad de políticas que pueden implementar; estas son establecidas por organismos burocráticos, reguladores autónomos y tribunales independientes o impuestas externamente por las reglas de la economía global.
En su nuevo y valioso libro The People vs. Democracy [El pueblo contra la democracia], el politólogo Yascha Mounk denomina a este tipo de régimen (estableciendo una oportuna simetría con la democracia iliberal) “liberalismo indemocrático”. Señala que nuestros regímenes políticos han dejado hace mucho de funcionar como democracias liberales, y se muestran cada vez más como liberalismo indemocrático.
Es posible que la Unión Europea sea la máxima expresión de esta tendencia. La institución de un mercado común y de una unificación monetaria en ausencia de integración política obligó a delegar la formulación de políticas a organismos tecnocráticos como la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Tribunal Europeo de Justicia. La toma de decisiones está cada vez más alejada de la gente. Y aunque Gran Bretaña no pertenece a la eurozona, en el llamado de los partidarios del Brexit a “recuperar el control” se reflejó la frustración que sienten muchos votantes europeos.
En Estados Unidos no se llegó a tanto, pero hay tendencias similares que llevaron a muchos a sentirse marginados. Como señala Mounk, la formulación de políticas es ámbito de una sopa de letras llena de organismos regulatorios como la Agencia de Protección Ambiental (EPA), la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA), etcétera. El uso que han hecho diversos tribunales independientes de la prerrogativa de revisión judicial para promover los derechos civiles, extender la libertad reproductiva e introducir muchas otras reformas sociales generó hostilidad en importantes segmentos de la población. Y hay una difundida percepción de que las reglas de la economía global, administradas por medio de acuerdos internacionales como la Organización Mundial del Comercio (OMC) o el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), están arregladas en contra del trabajador de a pie.
El valor del libro de Mounk está en resaltar la importancia de las dos condiciones constitutivas de la democracia liberal. Es necesario que haya restricciones al ejercicio del poder político, para evitar que las mayorías (o quienes están en el poder) pisoteen los derechos de las minorías (o de quienes no están en el poder). Pero también es necesario que la política pública responda a las preferencias del electorado.
La democracia liberal es inherentemente frágil, porque la armonización de estas condiciones no lleva a un equilibrio político natural. Las élites provistas de poder suficiente tienen poco interés en reflejar las preferencias del conjunto de la población. Y cuando las masas se movilizan y reclaman poder, no es común que el acuerdo al que llegan con las élites incluya medidas de protección sostenibles para los derechos de quienes no estuvieron representados en la mesa de negociación. De modo que la democracia liberal tiene una tendencia a decaer hacia una u otra de sus perversiones: la democracia iliberal o el liberalismo indemocrático.
En nuestro artículo “The Political Economy of Liberal Democracy” [La economía política de la democracia liberal], Sharun Mukand y yo examinamos los fundamentos de la democracia liberal en términos similares a los que usa Mounk y destacamos las dos líneas de división que pueden atravesar una sociedad: la identitaria, que separa a una minoría de la mayoría étnica, religiosa o ideológica, y la económica, que enfrenta a los ricos con el resto de la sociedad.
De la profundidad y orientación de estas divisiones depende que sea más probable el surgimiento de uno u otro régimen político. La posibilidad de la democracia liberal se enfrenta siempre a los extremos opuestos de la democracia iliberal y de lo que denominamos “autocracia liberal”, según resulte vencedora la mayoría o la élite.
Nuestro esquema ayuda a destacar las fortuitas circunstancias en las que surge la democracia liberal. En Occidente, el liberalismo fue anterior a la democracia: la separación de poderes, la libertad de expresión y el imperio de la ley ya existían antes de que las élites aceptaran ampliar el derecho de voto y someterse al mandato popular. Pero subsistió en las élites el temor a la “tiranía de la mayoría”, que en Estados Unidos, por ejemplo, se contrarrestó mediante un elaborado sistema de controles y contrapesos que en la práctica paralizó al poder ejecutivo por mucho tiempo.
En otros lugares, en el mundo en desarrollo, la movilización popular se dio sin que hubiera una tradición liberal o prácticas liberales, y pocas veces surgió una democracia liberal sostenible. Las únicas excepciones parecen ser estados‑nación relativamente igualitarios y muy homogéneos como Corea del Sur, donde no hay divisiones sociales, ideológicas, étnicas o lingüísticas obvias que autócratas de una u otra clase (iliberales o indemocráticos) puedan explotar.
Lo que está ocurriendo en Europa y Estados Unidos hace pensar en la inquietante posibilidad de que allí también la democracia liberal haya sido una fase transitoria. Al deplorar la crisis de la democracia liberal, no olvidemos que el iliberalismo no es la única amenaza que enfrenta. También debemos hallar el modo de no caer en la trampa de la democracia insuficiente.
Traducción: Esteban Flamini