Antes de la primera vuelta electoral brasileña, una abnegada brigada argentina pro Dilma empapeló la esquina de Brasil y Defensa con carteles que decían: «Si pierde, perdemos». Todo el kirchnerismo abrazaba esa consigna. Dilma ganó. ¿Pueden, entonces, el Gobierno y su feligresía decir «ganamos»?
Dilma Rousseff, durante los festejos por su reelección en Brasil. Foto: EFE
Por supuesto, sí. El oficialismo argentino celebra en el resultado del PT el triunfo de una opción de izquierda populista que, en la escala local, él mismo encarna. En el alboroto del festejo, que sería más estruendoso si la relación entre Cristina Kirchner y su colega Rousseff no estuviera tan dañada, se filtra una traducción más ambiciosa: el éxito del PT presagia el del Frente para la Victoria en 2015. El desenlace brasileño coincidió en Buenos Aires con dos novedades simultáneas: una ola de encuestas en las que la Presidenta y su gestión aparecen vigorizadas, y un sinfín de especulaciones acerca de que la Casa Rosada ya se resignó a que Daniel Scioli será su candidato natural. Esta traslación, gracias a la cual Brasil se convierte en un espejo que adelanta, es muchísimo más problemática.
En la competencia brasileña se cumplió una regla general del populismo. Si se les preguntara a los ciudadanos cómo les fue durante la última década de la puerta de su casa hacia adentro, el Gobierno tendría todas las de ganar. Brasil, como el resto de América latina, fue beneficiario de una onda de bonanza que permitió a Lula da Silva y a Rousseff ejecutar políticas distributivas capaces de sacar a 35 millones de personas de la pobreza para formar una nueva clase media, la denominada clase C. Esa movilidad social se impulsó por un boom de consumo. En 2013 la venta de celulares creció un 118% respecto del año anterior. Las de autos pasaron, entre 2005 y 2013, de 1.300.000 a 2.400.000. El 48% fue adquirido por esa flamante clase media. Entre 2002 y 2012 ese grupo gastó 277% más en turismo y 150% más en ropa.
Querida compañera y amiga @dilmabr, felicitaciones por el triunfo! pic.twitter.com/nkrEFlRlCK&- Cristina Kirchner (@CFKArgentina) octubre 26, 2014
Sin embargo, si se consultara a los brasileños sobre cómo la pasaron de la puerta de su casa hacia afuera, la ventaja sería para la oposición. Salvo algunas mejoras en Río de Janeiro, las grandes ciudades se han vuelto cada vez menos seguras: en Brasil la tasa de homicidios es de 21 cada 100.000 habitantes. Es cierto que en Venezuela es de 37, pero en Chile es de 2. Sólo el 12% de las rutas están asfaltadas. Y de los 116 hospitales más requeridos, el 81% está en malas condiciones. A pesar de los avances educativos, hay dos millones de jóvenes de entre 15 y 17 años fuera del sistema y sólo el 12% de las escuelas están en buenas condiciones. Estas bajas prestaciones provocaron, a raíz de un aumento en el precio del transporte y de los gastos fabulosos por las obras del Mundial, las grandes protestas del año pasado.
Este contraste entre la expansión de los bienes privados y la insuficiencia de los públicos se proyectó sobre el debate electoral con una modulación que resulta familiar en la Argentina. Lula, con su prodigiosa capacidad para transmitir emociones, apareció en un aviso para recordar a los brasileños de la nueva clase C un país en el que ellos no conocían lo que es tener un auto, viajar en avión o ir a un restaurante. Neves, en cambio, hizo eje en la inflación, el gravoso gasto público, la deficiente infraestructura, la falta de inversión.
Daniel Scioli aspira a suceder a Cristina Kirchner en 2015. Foto: Télam
Se trata de una discusión entre los beneficios del consumo, que es tangible y está radicado en el presente, y las deformaciones macro, que casi siempre son abstractas y obligan a concebir una imagen del futuro. Casi siempre la disputa es desigual. Entre otras razones, porque sobre la adquisición de beneficios materiales se puede transmitir con mayor facilidad una sugerencia chantajista. En la misma publicidad, Lula atemorizaba a los televidentes con la posibilidad de que si cambiaban de administración, perderían todo lo conquistado. Una amenaza que fascina al kirchnerismo y que ahora tiene en Scioli a su principal vocero, cuando insinúa que la oposición derogará la Asignación Universal por Hijo o devolverá YPF a sus viejos amigos de Repsol.
Esta organización de la competencia beneficia a las administraciones de Brasil y la Argentina: hace falta una gran degradación para que las condiciones generales de la economía alteren la intimidad de los hogares. Cristina Kirchner experimentó ese problema: según las encuestas, su ocaso se inició cuatro meses después de su apoteosis electoral, en febrero de 2012, cuando un tren se estrelló en Once.
A la luz de esta disparidad, intrínseca a la experiencia populista, las elecciones brasileñas emiten un aviso que debería preocupar al kirchnerismo. Neves alcanzó el 48,36% de los votos contra el 51,64% de Rousseff. Una diferencia de 3,28 puntos porcentuales, que es razonable atribuir a errores tácticos más que a una falla estructural.
Neves inspiró muchas críticas por su proselitismo. Demetrio Magnoli formuló una central, que esconde una lección para los opositores argentinos. Le reprochó haber confiado demasiado en el marketing y en la reprobación de las posiciones oficiales, olvidando la formulación de un mensaje político propio. Es verdad. De tanto denunciar las falacias de la narrativa oficial, los rivales del PT y del kirchnerismo han olvidado la importancia de contar con un argumento gracias al cual la sociedad pueda explicarse de dónde viene y hacia dónde se dirige.
Más allá de esta objeción fundamental, la derrota de Aécio se entiende mejor por errores específicos. Por ejemplo, la desatención de su propio estado, Minas Gerais, o el débil aporte pernambucano del PSB del fallecido Eduardo Campos.
La economía kirchnerista debería experimentar una recuperación milagrosa para alcanzar el nivel de crisis en que está la de Rousseff
La paridad de fuerzas de Brasil debería desvelar al kirchnerismo a la luz de otro factor: la economía de ese país está mucho mejor que la local. Entre 2010 y 2014 Brasil creció 1,6% y la Argentina, 1,3%. La tasa de desempleo brasileña bajó de 6,7% en 2010 a 5,4% en 2013, mientras que la del Indec fue de 8,7% a 7,1%. En ese lapso, el empleo creció en Brasil un promedio de 2,1% anual. En la Argentina, 1,4%. Y lo más importante: los brasileños se quejan de una inflación del 6%, cuando los argentinos soportan una del 40%. Por lo tanto, la economía kirchnerista debería experimentar una recuperación milagrosa para alcanzar el nivel de crisis en que está la de Rousseff. Parece suceder lo contrario: ayer, por ejemplo, se supo que el fondo Owl Creek demandaría a la Argentina por el default de los bonos reestructurados. Una pesadilla ornitológica: búhos que se vuelven buitres.
Sobre este panorama se recorta otra ventaja del PT sobre el oficialismo argentino: a diferencia de la señora de Kirchner, Dilma reconoció que su estrategia económica está agotada y anunció, en plena campaña, el reemplazo de Guido Mantega por otro ministro de Hacienda. Hay por lo menos seis candidatos al relevo, casi todos salidos de los bancos.
Quiere decir que si una de las dificultades de las oposiciones a los proyectos populistas es que requieren distorsiones económicas muy mortificantes para que se advierta la virtud de la alternancia, la plataforma sobre la que estuvo parado Neves es mucho menos cómoda que aquella que se ofrece a los opositores argentinos. En ambos casos el oficialismo les ofreció un gran beneficio: la escandalosa corrupción del PT y del kirchnerismo. Con una distinción: hasta ahora Dilma no está bajo sospecha. Demás está decir que estas prerrogativas son abstractas, por aquello de Séneca: «No hay viento favorable para el barco que no sabe adónde va».
A diferencia de la señora de Kirchner, Dilma reconoció que su estrategia económica está agotada
El oficialismo argentino, sobre todo su variante naranja, está proponiendo desde anteayer otro malentendido: la fantasía de que una sucesión Cristina Kirchner – Daniel Scioli imite el pase Lula-Dilma. El cotejo sólo sirve para advertir mejor la diferencia. La Presidenta no dejará el poder con el 80% de imagen positiva, que es lo que le sucedió a Lula. Tampoco se dedicará a sostener el entramado oficialista dedicándose full time, como Lula, a atender demandas que, igual que la «gerentona» Rousseff, considera intolerables. En todo caso, el parecido con Lula correspondía, en este aspecto, a Néstor Kirchner . Además, Dilma nunca contó, como Scioli , con una ecuación electoral propia, que no se superpone del todo con la de la Presidenta. Criatura absoluta de Lula, llegó al poder por el impulso de un dedazo.
Estas peculiaridades de Rousseff plantean dos incógnitas sobre su segundo mandato. La primera: cómo administrará un oficialismo mucho más fragmentado. Ayer tuvo un adelanto del problema: con el aval de los aliados del PMDB, la Cámara de Diputados rechazó los Consejos Populares, una invención bolivariana que restaría poder al Parlamento en nombre de una democracia directa. Y la segunda pregunta: de qué manera lidiará la presidenta con un proceso sucesorio que tendrá a Lula, en calidad de candidato o de titiritero, como principal protagonista..
Dilma Rousseff, durante los festejos por su reelección en Brasil. Foto: EFE
Por supuesto, sí. El oficialismo argentino celebra en el resultado del PT el triunfo de una opción de izquierda populista que, en la escala local, él mismo encarna. En el alboroto del festejo, que sería más estruendoso si la relación entre Cristina Kirchner y su colega Rousseff no estuviera tan dañada, se filtra una traducción más ambiciosa: el éxito del PT presagia el del Frente para la Victoria en 2015. El desenlace brasileño coincidió en Buenos Aires con dos novedades simultáneas: una ola de encuestas en las que la Presidenta y su gestión aparecen vigorizadas, y un sinfín de especulaciones acerca de que la Casa Rosada ya se resignó a que Daniel Scioli será su candidato natural. Esta traslación, gracias a la cual Brasil se convierte en un espejo que adelanta, es muchísimo más problemática.
En la competencia brasileña se cumplió una regla general del populismo. Si se les preguntara a los ciudadanos cómo les fue durante la última década de la puerta de su casa hacia adentro, el Gobierno tendría todas las de ganar. Brasil, como el resto de América latina, fue beneficiario de una onda de bonanza que permitió a Lula da Silva y a Rousseff ejecutar políticas distributivas capaces de sacar a 35 millones de personas de la pobreza para formar una nueva clase media, la denominada clase C. Esa movilidad social se impulsó por un boom de consumo. En 2013 la venta de celulares creció un 118% respecto del año anterior. Las de autos pasaron, entre 2005 y 2013, de 1.300.000 a 2.400.000. El 48% fue adquirido por esa flamante clase media. Entre 2002 y 2012 ese grupo gastó 277% más en turismo y 150% más en ropa.
Querida compañera y amiga @dilmabr, felicitaciones por el triunfo! pic.twitter.com/nkrEFlRlCK&- Cristina Kirchner (@CFKArgentina) octubre 26, 2014
Sin embargo, si se consultara a los brasileños sobre cómo la pasaron de la puerta de su casa hacia afuera, la ventaja sería para la oposición. Salvo algunas mejoras en Río de Janeiro, las grandes ciudades se han vuelto cada vez menos seguras: en Brasil la tasa de homicidios es de 21 cada 100.000 habitantes. Es cierto que en Venezuela es de 37, pero en Chile es de 2. Sólo el 12% de las rutas están asfaltadas. Y de los 116 hospitales más requeridos, el 81% está en malas condiciones. A pesar de los avances educativos, hay dos millones de jóvenes de entre 15 y 17 años fuera del sistema y sólo el 12% de las escuelas están en buenas condiciones. Estas bajas prestaciones provocaron, a raíz de un aumento en el precio del transporte y de los gastos fabulosos por las obras del Mundial, las grandes protestas del año pasado.
Este contraste entre la expansión de los bienes privados y la insuficiencia de los públicos se proyectó sobre el debate electoral con una modulación que resulta familiar en la Argentina. Lula, con su prodigiosa capacidad para transmitir emociones, apareció en un aviso para recordar a los brasileños de la nueva clase C un país en el que ellos no conocían lo que es tener un auto, viajar en avión o ir a un restaurante. Neves, en cambio, hizo eje en la inflación, el gravoso gasto público, la deficiente infraestructura, la falta de inversión.
Daniel Scioli aspira a suceder a Cristina Kirchner en 2015. Foto: Télam
Se trata de una discusión entre los beneficios del consumo, que es tangible y está radicado en el presente, y las deformaciones macro, que casi siempre son abstractas y obligan a concebir una imagen del futuro. Casi siempre la disputa es desigual. Entre otras razones, porque sobre la adquisición de beneficios materiales se puede transmitir con mayor facilidad una sugerencia chantajista. En la misma publicidad, Lula atemorizaba a los televidentes con la posibilidad de que si cambiaban de administración, perderían todo lo conquistado. Una amenaza que fascina al kirchnerismo y que ahora tiene en Scioli a su principal vocero, cuando insinúa que la oposición derogará la Asignación Universal por Hijo o devolverá YPF a sus viejos amigos de Repsol.
Esta organización de la competencia beneficia a las administraciones de Brasil y la Argentina: hace falta una gran degradación para que las condiciones generales de la economía alteren la intimidad de los hogares. Cristina Kirchner experimentó ese problema: según las encuestas, su ocaso se inició cuatro meses después de su apoteosis electoral, en febrero de 2012, cuando un tren se estrelló en Once.
A la luz de esta disparidad, intrínseca a la experiencia populista, las elecciones brasileñas emiten un aviso que debería preocupar al kirchnerismo. Neves alcanzó el 48,36% de los votos contra el 51,64% de Rousseff. Una diferencia de 3,28 puntos porcentuales, que es razonable atribuir a errores tácticos más que a una falla estructural.
Neves inspiró muchas críticas por su proselitismo. Demetrio Magnoli formuló una central, que esconde una lección para los opositores argentinos. Le reprochó haber confiado demasiado en el marketing y en la reprobación de las posiciones oficiales, olvidando la formulación de un mensaje político propio. Es verdad. De tanto denunciar las falacias de la narrativa oficial, los rivales del PT y del kirchnerismo han olvidado la importancia de contar con un argumento gracias al cual la sociedad pueda explicarse de dónde viene y hacia dónde se dirige.
Más allá de esta objeción fundamental, la derrota de Aécio se entiende mejor por errores específicos. Por ejemplo, la desatención de su propio estado, Minas Gerais, o el débil aporte pernambucano del PSB del fallecido Eduardo Campos.
La economía kirchnerista debería experimentar una recuperación milagrosa para alcanzar el nivel de crisis en que está la de Rousseff
La paridad de fuerzas de Brasil debería desvelar al kirchnerismo a la luz de otro factor: la economía de ese país está mucho mejor que la local. Entre 2010 y 2014 Brasil creció 1,6% y la Argentina, 1,3%. La tasa de desempleo brasileña bajó de 6,7% en 2010 a 5,4% en 2013, mientras que la del Indec fue de 8,7% a 7,1%. En ese lapso, el empleo creció en Brasil un promedio de 2,1% anual. En la Argentina, 1,4%. Y lo más importante: los brasileños se quejan de una inflación del 6%, cuando los argentinos soportan una del 40%. Por lo tanto, la economía kirchnerista debería experimentar una recuperación milagrosa para alcanzar el nivel de crisis en que está la de Rousseff. Parece suceder lo contrario: ayer, por ejemplo, se supo que el fondo Owl Creek demandaría a la Argentina por el default de los bonos reestructurados. Una pesadilla ornitológica: búhos que se vuelven buitres.
Sobre este panorama se recorta otra ventaja del PT sobre el oficialismo argentino: a diferencia de la señora de Kirchner, Dilma reconoció que su estrategia económica está agotada y anunció, en plena campaña, el reemplazo de Guido Mantega por otro ministro de Hacienda. Hay por lo menos seis candidatos al relevo, casi todos salidos de los bancos.
Quiere decir que si una de las dificultades de las oposiciones a los proyectos populistas es que requieren distorsiones económicas muy mortificantes para que se advierta la virtud de la alternancia, la plataforma sobre la que estuvo parado Neves es mucho menos cómoda que aquella que se ofrece a los opositores argentinos. En ambos casos el oficialismo les ofreció un gran beneficio: la escandalosa corrupción del PT y del kirchnerismo. Con una distinción: hasta ahora Dilma no está bajo sospecha. Demás está decir que estas prerrogativas son abstractas, por aquello de Séneca: «No hay viento favorable para el barco que no sabe adónde va».
A diferencia de la señora de Kirchner, Dilma reconoció que su estrategia económica está agotada
El oficialismo argentino, sobre todo su variante naranja, está proponiendo desde anteayer otro malentendido: la fantasía de que una sucesión Cristina Kirchner – Daniel Scioli imite el pase Lula-Dilma. El cotejo sólo sirve para advertir mejor la diferencia. La Presidenta no dejará el poder con el 80% de imagen positiva, que es lo que le sucedió a Lula. Tampoco se dedicará a sostener el entramado oficialista dedicándose full time, como Lula, a atender demandas que, igual que la «gerentona» Rousseff, considera intolerables. En todo caso, el parecido con Lula correspondía, en este aspecto, a Néstor Kirchner . Además, Dilma nunca contó, como Scioli , con una ecuación electoral propia, que no se superpone del todo con la de la Presidenta. Criatura absoluta de Lula, llegó al poder por el impulso de un dedazo.
Estas peculiaridades de Rousseff plantean dos incógnitas sobre su segundo mandato. La primera: cómo administrará un oficialismo mucho más fragmentado. Ayer tuvo un adelanto del problema: con el aval de los aliados del PMDB, la Cámara de Diputados rechazó los Consejos Populares, una invención bolivariana que restaría poder al Parlamento en nombre de una democracia directa. Y la segunda pregunta: de qué manera lidiará la presidenta con un proceso sucesorio que tendrá a Lula, en calidad de candidato o de titiritero, como principal protagonista..
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