Las PASO y Suecia

En estos últimos días de campañas y spots repiquetearon algunas palabras y frases: “inseguridad”, “pobreza”, “desigualdad”, “los problemas de la gente”… Absorto estaba en ello cuando se me ocurrió indagar por Internet para ver cómo andamos sobre estas cuestiones en el mundo entero. Consulté diversos rankings de países: por menor índice de criminalidad, por menor percepción de corrupción, por menor desigualdad de género, por índice de desempeño ambiental, por patentes per cápita, por habitualidad de lectura, por igualdad de ingresos (GINI), por índice de desarrollo humano ajustado por desigualdad (salud, educación y calidad de vida general en términos reales) del PNUD. Para mi sorpresa, un solo país en el mundo aparece rankeado siempre en las primeras cinco posiciones: Suecia. ¡Epa! Y eso que allí no todo está tan bien, como conozco por mis placenteras lecturas de Henning Mankell y su Kurt Wallander, o Stieg Larsson y su Millenium o Asa Larsson y su Rebecka Martinsson. Inmediatamente se me ocurrió un atajo para ahorrarme horas de fatigosa investigación sobre las razones del “éxito sueco”. Lo consultaría directamente con el politólogo sueco amigo de Mario Wainfeld, que de paso y cañazo, como lleva años aquí con su tesis de doctorado, ya maneja nuestros códigos y peculiaridades. Así lo hice. Lo que sigue es la síntesis de tan fecundo diálogo: –Imagino que siendo Suecia un país democrático y desarrollado del Primer Mundo, tan fantástico progreso se debe haber correspondido con una diversa, abundante y saludable alternancia en el poder –comencé preguntando. –Mirá –contestó–, de los 70 años anteriores al 2003 (de ahí en adelante toda mi libido, intelectual y de la otra, agregó mientras me guiñaba un ojo, se concentró en Argentina) los socialdemócratas gobernaron durante 61. –¡61 sobre 70! –exclamé–: ¿Quiénes, unos socialdemócratas tipo Hermes Binner o Margarita Stolbizer? –No, pará, a ver cómo te explico. Mirá: en 1921 consiguieron el sufragio universal con el voto de las mujeres incluido. Como son amplia mayoría en la poderosa Confederación Sueca de Trabajadores, a partir de los años ’30 le hicieron, diríamos acá, un 2 a 1 con el Estado a la Confederación Sueca de Empresarios, que tomó forma con el Acuerdo de Saltsjöbaden. Y fueron llegando los subsidios de desempleo, las vacaciones pagas, la atención médica y odontológica, más y más puestos de trabajo y distribución de ingresos, mejor reparto de la torta. En los años ’50 invirtieron en educación e investigación y concretaron un sistema jubilatorio universal. En los ’60 lanzaron un programa para construir un millón de viviendas, y más escuelas y hospitales. Para cuando nací, en los ’70, toda la población estaba incluida, con sistemas de asistencia social del primer al último día de la vida, con educación gratuita y subsidiada en todos los niveles y seguro de desempleo. En fin (y puso cara de politólogo en vías de doctorado), el Estado de Bienestar sueco se ha caracterizado por un alto nivel de protección social basado en los principios de cobertura universal y solidaridad, en un amplio sector público, en una reglamentación del mercado de trabajo sobre la base de convenios colectivos… –¡Ya está, ya entendí! –dije, respiré hondo y fui por más–. Entonces fueron ciclos largos, con continuidad en las políticas. ¿Pero en los mandatos qué? Vos me entendés. ¿Cuánto duraba el number one? –La escuela primaria la terminé hace mucho, dijo. Googleó la cronología de gobiernos suecos y empezó a enumerar: –en 1932 asume Per Albin Hanson hasta que se murió, en 1946. Es elegido como primer ministro y líder del partido Tage Erlander, que gobierna durante 23 años. En 1969 ambos cargos son para Olof Palme. Siete años después pierde las elecciones. Pero las vuelve a ganar en 1982 y ejerce el poder hasta 1986, en que es asesinado. Lo reemplaza Ingvar Carlsson que gobierna hasta 1996, con un interregno de 3 años con los socialdemócratas en la oposición. El recambio es Goran Persson por otros 10 años hasta 2006. –En fin –le dije a modo de despedida–, Suecia es Suecia, está tan lejos, bien al norte, hace frío… –Y la pelirroja progre y kirchnerista allá no se consigue –agregó saludándome, cómplice. La morocha presidenta, tampoco, me quedé pensando.
* Dirigente del Movimiento Evita Capital.

Acerca de Napule

es Antonio Cicioni, politólogo y agnotólogo, hincha de Platense y adicto en recuperación a la pizza porteña.

Ver todas las entradas de Napule →

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *