Las razones del voto

Es sorprendente tipear “Donald Trump es el futuro presidente de EE. UU.”. Y sin embargo, desde el momento en que Hillary Clinton no pudo ganar Florida y Trump ganó en los supuestos bastiones demócratas de Pennsylvania y de Michigan, esa oración es verdadera.
Trump, hijo de un millonario, cuyos abuelos y madre eran inmigrantes alemanes, personalidad televisiva, constructor exitoso que sin embargo perdió un billón en un año, cuya campaña se construyó sobre un discurso que sembró dudas sobre la nacionalidad del presidente Obama, en frases misóginas y en proclamar la deportación de inmigrantes, ganó las elecciones. ¿Cómo podemos entender este fenómeno?
El diseño institucional de la democracia norteamericana es, a estas alturas, problemático. Si los resultados se confirman, Clinton habrá perdido la presidencia habiendo ganado, sin embargo, el voto popular. Esto es posible porque el presidente no se elige en un distrito único, sino que las votaciones son por estado. Cada estado obtiene una cierta cantidad de electores, y estos electores luego votan por el presidente. Como el sistema sobrerrepresenta (es decir, da más electores de lo que corresponde aritméticamente) a los estados rurales con menos población, es posible sacar más votos y que eso no impacte en la elección. No sólo eso, es la segunda vez en menos de 20 años que esto sucede, ya que lo mismo le pasó a Al Gore contra George W. Bush en el 2000.
La victoria de Trump puso en primer plano, como también lo había hecho el Brexit, la intersección de insatisfacciones de clase con resentimientos raciales. El mapa muestra que gran parte de la victoria de Trump se gestó en los llamados estados del Rust Belt, la gran zona de producción fabril de la época de oro (Michigan, Pennsylvania, Wisconsin), que luego fue destruida cuando esas mismas fábricas cerraron en la década del ochenta. Estos patrones refuerzan la idea de que el voto para Trump está basado en la insatisfacción de la antigua clase trabajadora que pide más distribución económica. Esto no es falso, pero es sólo la mitad de la cuestión. Porque Trump, en todos los estados en los que ganó, ganó sobre todo con el apoyo de los votantes blancos. Los más pobres lo votaron, sí, pero también lo hizo la mayoría de los blancos con un título universitario. Trump arrasó en áreas rurales del país y perdió en las ciudades. Los blancos más pobres lo votaron, los afroamericanos o latinos más pobres no. Lo votaron más los de más edad que los jóvenes. Su eslogan de campaña era “Volvamos a hacer grande América.” Este eslogan representa claramente una apelación al resentimiento racial de una población blanca (sobre todo varones) que ve su posición de dominancia social amenazada por la presencia y el activismo político de las minorías raciales (sobre todo la afroamericana), de las mujeres feministas, de los grupos LGBT, de los inmigrantes latinos y de países con mayoría musulmana. En todo el mundo, pero más aún en EE. UU., país construido y casi destruido por su herencia esclavista, clase y raza no son entidades separadas. La presidencia de Obama volvió suyos elementos de todas estas identidades. Ahora, como durante toda su historia, la clase trabajadora blanca optó por su identidad racial por sobre sus intereses de clase.
El partido demócrata está en una profunda crisis. Pareció que no, porque Obama era un político excepcional. Pero no sólo los demócratas perdieron esta elección. Trump asume con una cuota de poder tremenda: mayoría en ambas cámaras del Congreso, una Corte Suprema que simpatiza abiertamente con los republicanos (y a la cual le podría sumar hasta tres jueces), la mayoría de los gobernadores son republicanos y también lo son la mayoría de las legislaturas. El partido demócrata quedó identificado con la élite (a pesar de contar con el apoyo de la mayoría de los más pobres, que no son blancos) y no pudo tampoco movilizar a sus votantes como se suponía. Hillary no era una candidata apreciada, y la apuesta a ser el partido de la diversidad no resultó.
¿Qué esperar ahora? No lo sabemos, pero, casi sin dudas, nada bueno. Trump asume en la posición de poder aprobar leyes por el Congreso automáticamente, las cuales serían apoyadas por la Corte Suprema. Prohibir nuevamente el aborto, ordenar una política migratoria más dura, eliminar las regulaciones contra el calentamiento global … todo eso está sobre la mesa. El tiempo dirá qué sucede.
*Politóloga de la UNRN. Desde Richmond, Virginia, EE. UU.

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