Producción: Tomas Lukin
El plan bomba
Por Emmanuel Alvarez Agis *
A un año del cambio de gobierno quedó claro que su modelo económico consiste en menos Estado y más mercado. Si se retira el Estado, el mercado se encargará de impulsar la economía. Esta máxima se pudo observar en varios ámbitos. En los precios, la devaluación no tendría ningún efecto porque los precios ya estaban a 16 pesos. En la producción, la eliminación de las retenciones y el tarifazo darían lugar a una lluvia de inversiones. En el mercado cambiario, la eliminación de los controles permitiría una lluvia de dólares, tanto financieros como productivos.
Evidentemente, los precios no estaban a 16 pesos, aunque se pusieron a tono en nada más que un año con 41 por ciento de inflación, más que el doble de 2015. En materia de inversiones, el gobierno manifestó que el “cambio” consistía en pasar de un modelo de consumo a uno de inversión. Paradójicamente, en los primeros 9 meses del año la participación del consumo privado en el PBI subió de 86 por ciento en 2015 a 88 por ciento en 2016. Y esto no es el resultado de un consumo que crece, sino de una inversión que cae al doble de lo que cae el consumo. La respuesta racional a una caída en la demanda, al contrario de lo que pensaba el gobierno, es la desinversión.
¿Fue exitosa la salida del cepo? Incluso si se ignora que la devaluación de más del 65 por ciento con la que se va a terminar el año es el principal factor que explica la actual recesión, un “éxito” consistiría en la reversión del déficit de dólares que afecta al país desde 2013, año en el que la cuenta corriente del balance cambiario se tornó negativa. Los primeros 11 meses de 2016 perfilan un año que terminará con un déficit de cuenta corriente de 14.000 millones de dólares, equivalentes al 3,2 por ciento del PIB, mientras que en 2015 había sido del 1,9 por ciento. Este déficit pudo ser financiado con un ingreso de capitales de 26.000 millones de dólares (6 por ciento del PIB). El diagnóstico original del gobierno era que el retiro del Estado dejaría lugar para que el mercado volviera a generar dólares. El mercado puede generar dólares por dos vías: la comercial o la financiera. La vía comercial no funcionó. El superávit comercial se incrementó como resultado de un leve incremento en los ingresos por exportaciones y de una reducción de los pagos de importaciones. Así, la mejora en el superávit comercial es el resultado de la recesión, que deprimió las importaciones. Con este tipo de cambio, ni las economías regionales ni el campo están dando lugar a un boom exportador.
La vía financiera tampoco funcionó porque el 94 por ciento de los 26. 000 millones de dólares que ingresaron a nuestro país fueron endeudamiento del Gobierno. El retiro del Estado no permitió que el déficit de cuenta corriente que genera el sector privado se autofinancie: es la Nación la que debe tomar prestados los dólares que el sector privado demanda. Y tampoco ocurrió la lluvia de inversión extranjera. La inversión extranjera alcanzó los 2000 millones, el mismo nivel que en 2013, en plena vigencia del llamado “cepo”, e incluso por debajo de los 3200 millones de 2012.
En este contexto ¿cuáles son las perspectivas? A partir de la absoluta desregulación de la cuenta capital, hoy la deuda en pesos es tan riesgosa como la deuda en dólares, puesto que la posibilidad de dolarizar carteras por parte de los inversores es prácticamente ilimitada. Este año Argentina se endeudó en unos 50.000 millones a una tasa promedio de 7 por ciento y a un plazo promedio de 7 años. Esto quiere decir que si se computan nada más que los servicios, la deuda de 2016 demandará unos 3500 millones de pagos por año, cifra que equivale a las importaciones que requiere el país para sostener un crecimiento de 2 por ciento. El endeudamiento de este primer año le demandará al país un esfuerzo de 14 puntos de crecimiento en nada más que 7 años. Y esto suponiendo que el principal de la deuda se pueda refinanciar. El segundo aspecto para pensar en perspectiva es el exitoso blanqueo implementado por el gobierno. ¿Tendrá esta cifra algún impacto en la economía real? La podría haber tenido, pero la ley de blanqueo lo impide. Originalmente la ley eliminaba el impuesto a los bienes personales. El “aporte” del Frente Renovador consistió en reducir la alícuota de este gravamen a la mitad, con una escala descendente de 0,75 a 0,25 por ciento entre 2016-2018. Como resultado, los 90.000 millones de dólares dejarán de tributar unos 38.000 millones de pesos, cifra que equivale a dos años de recaudación del impuesto a los Bienes Personales, y que iguala el costo fiscal de, por ejemplo, la reforma del impuesto a las ganancias que impulsaba el propio Frente Renovador. Los motores privados del crecimiento económico están apagados y lo único que generan es una demanda de dólares creciente que el gobierno solo puede contener mediante el endeudamiento externo. A eso se le suma un ajuste del gasto público que este año perderá 15 por ciento frente a la inflación. Un esquema recesivo en lo interno y de endeudamiento en lo externo. Un esquema sostenible en el corto plazo, pero una bomba de tiempo y una muy pesada herencia en el mediano plazo.
* Ex viceministro de Economía de la Nación.
Rumbo equivocado
Por Matías Kulfas *
El primer año de gobierno de Mauricio Macri dejó planteadas las bases de un cambio de enfoque en la política económica que apunta a una mayor apertura financiera y la captación de inversiones externas. Puso la prioridad en la “normalización financiera”, a través de la remoción de las regulaciones cambiarias y la liberalización financiera en niveles ampliamente superiores a los previos al denominado “cepo cambiario”. El mercado único y libre de cambios pasó a ser una herramienta de uso crecientemente “optativo” y, más aún, se eliminaron los controles al ingreso de capitales especulativos a partir de la eliminación del encaje obligatorio del 30 por ciento que regía desde 2005. Para completar el círculo, se cerró rápidamente y sin negociación relevante el acuerdo con los fondos buitre. Buenos Aires ha vuelto a estar conectada al mundo a través de una ancha y bien asfaltada bicisenda financiera.
El Gobierno señaló que el objetivo consiste en transitar desde un modelo en el que el crecimiento económico fuera traccionado por el consumo, hacia otro impulsado por la inversión. Dado que quienes invierten son los ciudadanos de mayores recursos, una efectiva redistribución de recursos hacia estos sectores en un contexto macroeconómico e institucional más amigable, debería dar como resultado un renovado crecimiento económico a partir de mayores inversiones. La reducción del empleo y la caída del salario real de los primeros meses del año no serían entonces un efecto indeseado e inesperado, sino el reacomodamiento del costo salarial a una realidad un poco más acorde a los requerimientos de ese clima de negocios. Sin embargo, el argumento presenta notables falencias: los datos de la Argentina de los últimos 50 años muestran que una mayor concentración de la riqueza ha venido acompañada de menores niveles de inversión, y viceversa.
La inversión necesita un mercado de consumo en crecimiento, a menos que esté orientada exclusivamente al mercado externo. ¿Es posible hoy pensar en un boom de inversiones orientadas a la exportación? Difícil en un momento de menor demanda externa, signado por el contexto depresivo en la economía brasileña, el bajo crecimiento en los países desarrollados y la desaceleración en Asia, donde China concentra ahora su esfuerzo en su mercado interno y regional. El comercio mundial cierra un año de deflación de precios y crecimiento cero.
El gobierno inició este camino imaginándose en un mundo similar al de 1990 o al del auge del precio de las materias primas. Por ese motivo pensó que removiendo rápidamente los obstáculos para allanar el camino a un mayor vínculo con el sistema financiero internacional llegaría la lluvia de inversiones. No se trató, en este caso, de una expresión voluntarista enmarcada en la retórica de autoayuda pseudo budista que tiñe varios fragmentos de su discurso, sino de un error de diagnóstico. Para dar un ejemplo, la inversión minera viene cayendo, en la región y en el mundo, desde el año 2012.
La apuesta queda entonces sesgada hacia el terreno de las infraestructuras, donde el país presenta déficits de relevancia, pero choca ante los límites que impone su visión de las finanzas públicas. El programa fiscal presentó varias inconsistencias y contradicciones. Por una parte, se redujeron impuestos sobre sectores exportadores. Por otra, inició un programa de reducción de subsidios a la electricidad y el gas. Finalmente, se anunciaron recortes de gastos, donde lo único realmente sustancial fue la caída de la obra pública, cuyos desembolsos se redujeron nada menos que un 36 por ciento interanual en términos reales. El resultado es que el déficit fiscal no solo no se redujo, sino que ha tendido a ampliarse. Y este resultado no debería sorprendernos: reducir gastos tiene como consecuencia la caída de la recaudación, más aún si el recorte es en obra pública, que tiene efectos multiplicadores en la actividad de la construcción y las industrias proveedoras. Un escenario donde un ajuste fiscal no tiene consecuencias recesivas tiene lugar cuando, en forma concomitante, crecen significativamente la inversión privada o las exportaciones. Poco y nada de ello ocurrió y la situación fiscal de 2016 es claramente peor a la de 2015 en los términos en que fuera diagnosticada por el gobierno de Macri. Hacia adelante debemos esperar un crecimiento significativo del endeudamiento externo para sostener esta situación.
Estamos transitando desde un enfoque de política económica que tenía un rumbo correcto, pero que mostraba fallas de implementación y la necesidad de repensar instrumentos macroeconómicos y de política industrial y sectorial (especialmente, aunque no de manera excluyente, durante el tercer kirchnerismo), a otro donde el rumbo elegido nos aleja del desarrollo económico y social y choca recurrentemente contra diagnósticos equivocados e inconsistencias en la implementación.
* Economista – Director de Idear Desarrollo.
El plan bomba
Por Emmanuel Alvarez Agis *
A un año del cambio de gobierno quedó claro que su modelo económico consiste en menos Estado y más mercado. Si se retira el Estado, el mercado se encargará de impulsar la economía. Esta máxima se pudo observar en varios ámbitos. En los precios, la devaluación no tendría ningún efecto porque los precios ya estaban a 16 pesos. En la producción, la eliminación de las retenciones y el tarifazo darían lugar a una lluvia de inversiones. En el mercado cambiario, la eliminación de los controles permitiría una lluvia de dólares, tanto financieros como productivos.
Evidentemente, los precios no estaban a 16 pesos, aunque se pusieron a tono en nada más que un año con 41 por ciento de inflación, más que el doble de 2015. En materia de inversiones, el gobierno manifestó que el “cambio” consistía en pasar de un modelo de consumo a uno de inversión. Paradójicamente, en los primeros 9 meses del año la participación del consumo privado en el PBI subió de 86 por ciento en 2015 a 88 por ciento en 2016. Y esto no es el resultado de un consumo que crece, sino de una inversión que cae al doble de lo que cae el consumo. La respuesta racional a una caída en la demanda, al contrario de lo que pensaba el gobierno, es la desinversión.
¿Fue exitosa la salida del cepo? Incluso si se ignora que la devaluación de más del 65 por ciento con la que se va a terminar el año es el principal factor que explica la actual recesión, un “éxito” consistiría en la reversión del déficit de dólares que afecta al país desde 2013, año en el que la cuenta corriente del balance cambiario se tornó negativa. Los primeros 11 meses de 2016 perfilan un año que terminará con un déficit de cuenta corriente de 14.000 millones de dólares, equivalentes al 3,2 por ciento del PIB, mientras que en 2015 había sido del 1,9 por ciento. Este déficit pudo ser financiado con un ingreso de capitales de 26.000 millones de dólares (6 por ciento del PIB). El diagnóstico original del gobierno era que el retiro del Estado dejaría lugar para que el mercado volviera a generar dólares. El mercado puede generar dólares por dos vías: la comercial o la financiera. La vía comercial no funcionó. El superávit comercial se incrementó como resultado de un leve incremento en los ingresos por exportaciones y de una reducción de los pagos de importaciones. Así, la mejora en el superávit comercial es el resultado de la recesión, que deprimió las importaciones. Con este tipo de cambio, ni las economías regionales ni el campo están dando lugar a un boom exportador.
La vía financiera tampoco funcionó porque el 94 por ciento de los 26. 000 millones de dólares que ingresaron a nuestro país fueron endeudamiento del Gobierno. El retiro del Estado no permitió que el déficit de cuenta corriente que genera el sector privado se autofinancie: es la Nación la que debe tomar prestados los dólares que el sector privado demanda. Y tampoco ocurrió la lluvia de inversión extranjera. La inversión extranjera alcanzó los 2000 millones, el mismo nivel que en 2013, en plena vigencia del llamado “cepo”, e incluso por debajo de los 3200 millones de 2012.
En este contexto ¿cuáles son las perspectivas? A partir de la absoluta desregulación de la cuenta capital, hoy la deuda en pesos es tan riesgosa como la deuda en dólares, puesto que la posibilidad de dolarizar carteras por parte de los inversores es prácticamente ilimitada. Este año Argentina se endeudó en unos 50.000 millones a una tasa promedio de 7 por ciento y a un plazo promedio de 7 años. Esto quiere decir que si se computan nada más que los servicios, la deuda de 2016 demandará unos 3500 millones de pagos por año, cifra que equivale a las importaciones que requiere el país para sostener un crecimiento de 2 por ciento. El endeudamiento de este primer año le demandará al país un esfuerzo de 14 puntos de crecimiento en nada más que 7 años. Y esto suponiendo que el principal de la deuda se pueda refinanciar. El segundo aspecto para pensar en perspectiva es el exitoso blanqueo implementado por el gobierno. ¿Tendrá esta cifra algún impacto en la economía real? La podría haber tenido, pero la ley de blanqueo lo impide. Originalmente la ley eliminaba el impuesto a los bienes personales. El “aporte” del Frente Renovador consistió en reducir la alícuota de este gravamen a la mitad, con una escala descendente de 0,75 a 0,25 por ciento entre 2016-2018. Como resultado, los 90.000 millones de dólares dejarán de tributar unos 38.000 millones de pesos, cifra que equivale a dos años de recaudación del impuesto a los Bienes Personales, y que iguala el costo fiscal de, por ejemplo, la reforma del impuesto a las ganancias que impulsaba el propio Frente Renovador. Los motores privados del crecimiento económico están apagados y lo único que generan es una demanda de dólares creciente que el gobierno solo puede contener mediante el endeudamiento externo. A eso se le suma un ajuste del gasto público que este año perderá 15 por ciento frente a la inflación. Un esquema recesivo en lo interno y de endeudamiento en lo externo. Un esquema sostenible en el corto plazo, pero una bomba de tiempo y una muy pesada herencia en el mediano plazo.
* Ex viceministro de Economía de la Nación.
Rumbo equivocado
Por Matías Kulfas *
El primer año de gobierno de Mauricio Macri dejó planteadas las bases de un cambio de enfoque en la política económica que apunta a una mayor apertura financiera y la captación de inversiones externas. Puso la prioridad en la “normalización financiera”, a través de la remoción de las regulaciones cambiarias y la liberalización financiera en niveles ampliamente superiores a los previos al denominado “cepo cambiario”. El mercado único y libre de cambios pasó a ser una herramienta de uso crecientemente “optativo” y, más aún, se eliminaron los controles al ingreso de capitales especulativos a partir de la eliminación del encaje obligatorio del 30 por ciento que regía desde 2005. Para completar el círculo, se cerró rápidamente y sin negociación relevante el acuerdo con los fondos buitre. Buenos Aires ha vuelto a estar conectada al mundo a través de una ancha y bien asfaltada bicisenda financiera.
El Gobierno señaló que el objetivo consiste en transitar desde un modelo en el que el crecimiento económico fuera traccionado por el consumo, hacia otro impulsado por la inversión. Dado que quienes invierten son los ciudadanos de mayores recursos, una efectiva redistribución de recursos hacia estos sectores en un contexto macroeconómico e institucional más amigable, debería dar como resultado un renovado crecimiento económico a partir de mayores inversiones. La reducción del empleo y la caída del salario real de los primeros meses del año no serían entonces un efecto indeseado e inesperado, sino el reacomodamiento del costo salarial a una realidad un poco más acorde a los requerimientos de ese clima de negocios. Sin embargo, el argumento presenta notables falencias: los datos de la Argentina de los últimos 50 años muestran que una mayor concentración de la riqueza ha venido acompañada de menores niveles de inversión, y viceversa.
La inversión necesita un mercado de consumo en crecimiento, a menos que esté orientada exclusivamente al mercado externo. ¿Es posible hoy pensar en un boom de inversiones orientadas a la exportación? Difícil en un momento de menor demanda externa, signado por el contexto depresivo en la economía brasileña, el bajo crecimiento en los países desarrollados y la desaceleración en Asia, donde China concentra ahora su esfuerzo en su mercado interno y regional. El comercio mundial cierra un año de deflación de precios y crecimiento cero.
El gobierno inició este camino imaginándose en un mundo similar al de 1990 o al del auge del precio de las materias primas. Por ese motivo pensó que removiendo rápidamente los obstáculos para allanar el camino a un mayor vínculo con el sistema financiero internacional llegaría la lluvia de inversiones. No se trató, en este caso, de una expresión voluntarista enmarcada en la retórica de autoayuda pseudo budista que tiñe varios fragmentos de su discurso, sino de un error de diagnóstico. Para dar un ejemplo, la inversión minera viene cayendo, en la región y en el mundo, desde el año 2012.
La apuesta queda entonces sesgada hacia el terreno de las infraestructuras, donde el país presenta déficits de relevancia, pero choca ante los límites que impone su visión de las finanzas públicas. El programa fiscal presentó varias inconsistencias y contradicciones. Por una parte, se redujeron impuestos sobre sectores exportadores. Por otra, inició un programa de reducción de subsidios a la electricidad y el gas. Finalmente, se anunciaron recortes de gastos, donde lo único realmente sustancial fue la caída de la obra pública, cuyos desembolsos se redujeron nada menos que un 36 por ciento interanual en términos reales. El resultado es que el déficit fiscal no solo no se redujo, sino que ha tendido a ampliarse. Y este resultado no debería sorprendernos: reducir gastos tiene como consecuencia la caída de la recaudación, más aún si el recorte es en obra pública, que tiene efectos multiplicadores en la actividad de la construcción y las industrias proveedoras. Un escenario donde un ajuste fiscal no tiene consecuencias recesivas tiene lugar cuando, en forma concomitante, crecen significativamente la inversión privada o las exportaciones. Poco y nada de ello ocurrió y la situación fiscal de 2016 es claramente peor a la de 2015 en los términos en que fuera diagnosticada por el gobierno de Macri. Hacia adelante debemos esperar un crecimiento significativo del endeudamiento externo para sostener esta situación.
Estamos transitando desde un enfoque de política económica que tenía un rumbo correcto, pero que mostraba fallas de implementación y la necesidad de repensar instrumentos macroeconómicos y de política industrial y sectorial (especialmente, aunque no de manera excluyente, durante el tercer kirchnerismo), a otro donde el rumbo elegido nos aleja del desarrollo económico y social y choca recurrentemente contra diagnósticos equivocados e inconsistencias en la implementación.
* Economista – Director de Idear Desarrollo.