Este viernes el mundo tendrá los ojos puestos en Brasil por el sorteo de los grupos para el Mundial de Fútbol de 2014. Los funcionarios hace tiempo que esperan que el campeonato marque la mayoría de edad de Brasil como superpotencia económica mundial. Sin embargo, mientras enfrentan una desaceleración económica, hasta a los siempre tan alegres brasileños les cuesta mantenerse optimistas.
Durante gran parte de la década pasada, Brasil hizo un pique tan veloz como el que suelen hacer sus excepcionales futbolistas. En 2010, el crecimiento saltó a 7,5%, gracias al insaciable apetito de China por sus commodities y al consumo interno impulsado por el crédito. El fin del ciclo de los commodities puso en evidencia los límites de ese modelo económico. En los tres meses hasta septiembre, la producción registró la mayor caída desde principios de 2009. Este año la economía crecerá un decepcionante 2%.
El problema con la economía brasileña está en su crónica falta de infraestructura. A 19% del ingreso nacional, la inversión se ubica muy por debajo del nivel usual en un mercado emergente. Como el ahorro interno es bajo, Brasil depende del capital externo para financiar los caminos y puentes que necesita. Pero los inversores extranjeros están cada vez más preocupados por los elevados impuestos y la excesiva burocracia que se observa en el país.
Desde su elección en 2010, la presidente Dilma Rousseff hizo poco por elevar la competitividad de la economía. En cambio, optó por una serie de programas de infraestructura al estilo China, financiados por el BNDES, el banco de desarrollo de Brasil. Esta ola de inversión no logró darle impulso al crecimiento, sino que arrojó sombra sobre la sustentabilidad de las finanzas públicas. En 2014 podría sufrir una baja en su calificación crediticia.
La presidente quizás crea que no hay razón para cambiar el modelo económico que tan bien ha recibido el electorado. Su popularidad se había derrumbado tras los disturbios de junio pero desde entonces se ha recuperado. Para las elecciones presidenciales del año próximo, Rousseff sigue siendo una clara favorita.
Sin embargo, si las condiciones económicas empeoran en 2014, los votantes podrían buscar alternativas al gobernante partido de los Trabajadores. Una es la alianza entre Eduardo Campos, gobernador de Pernambuco, y la activista ambiental Marina Silva. Esa unión tiene sus propios problemas, como decidir quién presidirá la boleta, pero si el proceso avanza sin sobresaltos, podría ser un desafío creíble para la presidenta. Rousseff debería cambiar de rumbo ahora, o después podría lamentarlo.
Durante gran parte de la década pasada, Brasil hizo un pique tan veloz como el que suelen hacer sus excepcionales futbolistas. En 2010, el crecimiento saltó a 7,5%, gracias al insaciable apetito de China por sus commodities y al consumo interno impulsado por el crédito. El fin del ciclo de los commodities puso en evidencia los límites de ese modelo económico. En los tres meses hasta septiembre, la producción registró la mayor caída desde principios de 2009. Este año la economía crecerá un decepcionante 2%.
El problema con la economía brasileña está en su crónica falta de infraestructura. A 19% del ingreso nacional, la inversión se ubica muy por debajo del nivel usual en un mercado emergente. Como el ahorro interno es bajo, Brasil depende del capital externo para financiar los caminos y puentes que necesita. Pero los inversores extranjeros están cada vez más preocupados por los elevados impuestos y la excesiva burocracia que se observa en el país.
Desde su elección en 2010, la presidente Dilma Rousseff hizo poco por elevar la competitividad de la economía. En cambio, optó por una serie de programas de infraestructura al estilo China, financiados por el BNDES, el banco de desarrollo de Brasil. Esta ola de inversión no logró darle impulso al crecimiento, sino que arrojó sombra sobre la sustentabilidad de las finanzas públicas. En 2014 podría sufrir una baja en su calificación crediticia.
La presidente quizás crea que no hay razón para cambiar el modelo económico que tan bien ha recibido el electorado. Su popularidad se había derrumbado tras los disturbios de junio pero desde entonces se ha recuperado. Para las elecciones presidenciales del año próximo, Rousseff sigue siendo una clara favorita.
Sin embargo, si las condiciones económicas empeoran en 2014, los votantes podrían buscar alternativas al gobernante partido de los Trabajadores. Una es la alianza entre Eduardo Campos, gobernador de Pernambuco, y la activista ambiental Marina Silva. Esa unión tiene sus propios problemas, como decidir quién presidirá la boleta, pero si el proceso avanza sin sobresaltos, podría ser un desafío creíble para la presidenta. Rousseff debería cambiar de rumbo ahora, o después podría lamentarlo.