Por Ramiro Albrieu* y Pablo Gerchunoff**
En los países avanzados gana terreno la visión de que las cosas van mal y tienen que cambiar. Se argumenta que la clase trabajadora no ha sido beneficiada por el progreso económico registrado durante las últimas décadas. Para aquellos que se sienten perjudicados, la causa recae sobre dos factores: el avance de la globalización y el comportamiento “egoísta” de las elites nacionales. No les falta razón: Los datos de distribución global del ingreso compilados por Branko Milanovic habilitan esa conexión causal en Estados Unidos y Europa. En Estados Unidos, por ejemplo, los deciles uno y dos –los más pobres- mantuvieron constante su ingreso real entre 1998 y 2008; en ese mismo período, tanto los ingresos reales de los deciles nueve y diez de ese país como los correspondientes a las clases medias y altas de Asia emergente se expandieron por encima del 30%. La conclusión parece obvia: los frutos del progreso no se distribuyen, como en el pasado, dentro de las fronteras nacionales.
Frente a este nuevo escenario, las respuestas que se están ensayando en los países avanzados son tan variadas como experimentales y volátiles. Sin embargo, hay una regularidad: sobrevuela en Estados Unidos y en Europa un conjunto común de ideas que gana consenso: que la globalización fue más allá de lo deseado, que las elites –incluido el sistema político- no han cumplido debidamente su rol, y que es necesario reorientar el esquema de políticas para mejorar las condiciones de vida de esas castigadas clases trabajadoras.
Todo esto suena muy familiar visto desde Argentina. Las ideas contestatarias que se expanden en el norte avanzado comparten un aire de familia con el primer peronismo. Nacido al calor de los nacionalismos post-Gran Depresión, el movimiento peronista implementó una estrategia del crecimiento empujado por los salarios, con financiamiento monetario –sea directamente o con represión financiera-, en un contexto de creciente proteccionismo combinado con un fuerte sentimiento anti-elites. ¿Es ese primer peronismo un antecedente de lo que se está por vivir en el mundo avanzado o estamos exagerando?
Similitudes de diagnóstico
Sabemos que las palabras de los líderes políticos tienen frecuentemente un contenido táctico y que no siempre hay que tomarlas en serio. A conciencia de eso, permítanos el lector acudir al discurso de Perón como testimonio de un clima de época. Dijo Perón en 1952: “si creciese la renta nacional y no se incrementase la renta familiar deberíamos pensar que la economía no es social, o sea que la economía se ha constituido en un fin (…) y no en un medio que sirve para el bienestar común”. Ese mismo tono aparece hoy en la campaña norteamericana: Donald Trump ha centrado su campaña en el declive de la clase media y la necesidad de que resurja a través de mejores empleos: “every policy decision we make must pass a simple test: does it create more jobs and better wages for Americans?” (DJT, septiembre 2016). Pero no quememos un hombre de paja: Hillary Clinton, aunque con una retórica menos inflamada, también ha sesgado sus propuestas hacia la necesidad de que resurja la clase media trabajadora. Y, por fin, a nadie le llamaría la atención escuchar hoy aquellas palabras de Perón en boca de Barack Obama.
Dos sentimientos acompañan este diagnóstico en su versión extrema. Primero, la antiglobalización. “El capitalismo internacional es un instrumento de explotación (que) promueve la miseria” decía Perón ante la Cámara de Diputados en 1952. La postura antiglobalización domina hoy la escena política en buena parte de las economías avanzadas, desde Polonia o Hungría, pasando por Francia y el Reino Unido y desembocando del otro lado del océano en Estados Unidos con Trump y bernie Sanders.
El segundo sentimiento que resurge se relaciona con la reacción frente a las elites. Decía Perón: “debemos enseñar a los magnates cuáles son sus deberes de solidaridad social, porque la cuna dorada ha dejado de ser un titulo de monopolio para los honores, las influencias y la participación del poder”. La crítica a las elites no se limitaba a la clase de ingresos altos, sino también al sistema político en su conjunto: “Cuando esa masa planta sus aspiraciones, los clásicos partidos turnantes averiguan que su dispositivo no estaba preparado para una demanda semejante”. La lista de adherentes actuales al antielitismo es larga: desde los alt-R norteamericanos hasta Podemos en España o la Syriza de hace dos años en Grecia, antes de que Bruselas y Alemania le impusieran su disciplina.
En suma: necesidad de recomponer los ingresos de la clase trabajadora, avances proteccionistas, rebeliones contra las élites; el diagnóstico de situación es parecido.
Similitudes de propuestas de política
A riesgo de ser en exceso simplistas podemos decir que la política económica del primer peronismo se definía en tres ejes.
El primero, la convicción de que la expansión salarial y del consumo (público y privado) deben ser los motores del crecimiento: “Cuando los economistas liberales se refieren a la relación entre lo que se produce y lo que se consume, entienden que el equilibrio está en la subordinación del consumo con respecto al producto (…) nosotros pensamos que la producción debe subordinarse al consumo“, dijo Perón en 1952. Así, se estimularon profundas políticas redistributivas asociadas a incrementos salariales, implementación de salario mínimo, impulso al sistema de seguridad social y creación del aguinaldo.
El segundo, que un Estado nacional fuerte debe ser parte constitutiva de la estrategia: “La economía nunca ha sido libre: o la controla el Estado en beneficio del Pueblo o lo hacen los grandes consorcios en perjuicio de éste” (Perón en 1973). La expansión del gasto público financiada con emisión monetaria, la estatización del comercio exterior a través del IAPI y la nacionalización de la banca y los servicios públicos se inscriben en esta línea.
La tercera, que eran necesarios cambios en las reglas de juego: la matriz de derechos y obligaciones debía ser reformada con el viraje de modelo. Se preguntaba Perón en momentos en que se aprobaba la constitución de 1949: “¿podían imaginarse los Convencionales del 53 que la igualdad garantizada por la Constitución llevaría a la creación de entes poderosos, con medios superiores a los propios del Estado?”
El interrogante que se formula en este artículo es: ¿hay algo de todo esto en el mundo avanzado de hoy?
La idea de dar un impulso a la economía sobre la base de mejorar los ingresos de los estratos medios-bajos se está generalizando en Estados Unidos y Europa. En Estados Unidos tanto Donald Trump como Hillary Clinton apoyan políticas de aumentos en el salario mínimo, mientras que en Europa el presidente de Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, propone un incremento salarial para cortar la espiral deflacionaria que sus propias políticas monetarias no pueden cortar. Sobre el financiamiento de ese impulso, hasta aquí la estrategia ha sido emitir deuda, pero cada vez de discute más seriamente si no se necesita que vuele el “helicóptero” de Friedman (1958). Si bien la apelación a la figura del helicóptero permite varias acepciones, se trata en este caso de emitir dinero para el financiamiento directo de la política fiscal[1]. Janet Yellen, jefa del Fed, avisó que podría ser utilizado en circunstancias extremas; Mario Draghi, del Banco Central Europeo (BCE), dijo este año que le parecía una idea interesante, y un conjunto de miembros del parlamento europeo le pidió su implementación; el Banco Central de Japón (BoJ), a través de Haruhiko Kuro, parece estar moviéndose en esa dirección. Lo que queremos enfatizar es que el financiamiento monetario se examina hoy como alternativa en los círculos responsables y moderados.
Con respecto al estatismo y el cambio en las reglas del juego, los cambios han sido mucho menores. Sin embargo es posible detectar en el avance del nacionalismo en Europa una rebeldía frente a las regulaciones y entidades supranacionales. El euroescepticismo, quizás forzando el argumento, puede entenderse en esta línea.
Las posibilidades reales de un peronismo en el Norte
¿Puede haber un shock redistributivo sesgado hacia los salarios y financiado con emisión monetaria? ;¿podrán los estratos medios-bajos recuperar el dinamismo que tenían, digamos, hasta la década el 1970? ;¿qué ocurriría con la globalización en ese caso? No estamos pensando en la magnitud cuantitativa de las políticas. Es casi seguro de que en ese aspecto el peronismo de fines de los 40 sea inigualable. Quizás sea prudente no intentar igualarlo; quizás con el veinte por ciento de lo que hizo el peronismo en su época alcanzaría para revertir el cuadro de situación actual. De modo que al referirnos al peronismo estamos más bien pensando en un diseño de política económica que permita la evocación.
Para entender las probabilidades de una versión de política económica peronista ajustada a los tiempos presentes en las economías avanzadas podemos pensar en lo ocurrido durante la Gran Depresión. Por entonces, se estaban fortaleciendo los sindicatos y aparecía una fuerza progresista, la de los trabajadores organizados, que contribuyó a matar al patrón oro oponiéndole una barrera a la deflación, y a sustituir al régimen monetario agónico por el nacionalismo proteccionista redistributivo financiado con emisión de moneda fiduciaria. En el camino, naturalmente, desapareció la primera globalización.
¿Qué es distinto hoy? Que el motor del crecimiento ya no está en el interior de Occidente sino que se está moviendo al Sudeste, a Asia Emergente. A los fines de lo que estamos discutiendo, esto genera dos efectos. Por un lado, aumenta la demanda global de activos seguros, lo cual explica que en el mundo avanzado las tasas de interés estén en valores cercanos a cero o incluso negativas en un contexto de perfecta movilidad de capitales y niveles de endeudamiento en máximos históricos. Esto alejaría el riesgo de un debt overhang y por lo tanto de la generalización del financiamiento monetario (al menos en esos países que emiten activos seguros). Por otro lado, la fenomenal ampliación de la clase trabajadora mundial originada en la expansión del Asia Industrial ha generado efectos adversos tanto en salarios como en puestos de trabajo para los estratos medios-bajos de Occidente (la automatización también opera en este sentido, pero ese es otro cantar).
En este contexto, ¿es posible el shock redistributivo de sabor peronista, con todas las herramientas de política económica que lo hagan posible? Probablemente sea sólo una nostalgia o una utopía. La defensa de las instituciones sindicales y el nivel salarial ganado durante la Edad de Oro del capitalismo con rostro social solo puede tener éxito si aquella clase trabajadora progresista de los años treinta se erige hoy en una fuerza conservadora y defensiva que bloquee los efectos de la aparición de Asia emergente. En otras palabras, pareciera que mantener o recobrar el bienestar popular en los países avanzados solo se logra con proteccionismo, esto es, matando a la segunda globalización.
Es una conclusión escéptica; quizás sea una conclusión extrema; quizás, para terminar con una nota de esperanza, esté equivocada. La sociedad financiera entre el Asia Industrial superavitaria y el Occidente deficitario abre el camino para pensar que no todos los puentes están rotos. Pero para transitar esos puentes sin que se vengan abajo habrá que aguzar el ingenio.
[1] En el primer peronismo el financiamiento monetario permitió solventar parte de la suba de los costos salariales, pero la política de direccionamiento del crédito tuvo un rol fundamental al respecto. La nacionalización del sistema financiero en un contexto internacional donde reinaba la represión financiera difícilmente sea replicable en la actualidad.
* Licenciado en Economía, Facultad de Ciencias Económicas, Universidad de Buenos Aires. Investigador asociado del Área Economía, Centro de Estudios de Estado y Sociedad (CEDES). Docente en la Universidad de Buenos Aires en las Areas de Economía y finanzas. Actividades de asesoramiento a diversos organismos internacionales, como la Comisión Económica Para América Latina y el Caribe (CEPAL) o el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
** Historiador económico, profesor plenario e investigador de la Universidad Torcuato Di Tella. Investigador principal del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), Profesor Honorario de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires, becario de la Fundación Simón Guggenheim y miembro de número de la Academia Nacional de Ciencias Económicas.
En los países avanzados gana terreno la visión de que las cosas van mal y tienen que cambiar. Se argumenta que la clase trabajadora no ha sido beneficiada por el progreso económico registrado durante las últimas décadas. Para aquellos que se sienten perjudicados, la causa recae sobre dos factores: el avance de la globalización y el comportamiento “egoísta” de las elites nacionales. No les falta razón: Los datos de distribución global del ingreso compilados por Branko Milanovic habilitan esa conexión causal en Estados Unidos y Europa. En Estados Unidos, por ejemplo, los deciles uno y dos –los más pobres- mantuvieron constante su ingreso real entre 1998 y 2008; en ese mismo período, tanto los ingresos reales de los deciles nueve y diez de ese país como los correspondientes a las clases medias y altas de Asia emergente se expandieron por encima del 30%. La conclusión parece obvia: los frutos del progreso no se distribuyen, como en el pasado, dentro de las fronteras nacionales.
Frente a este nuevo escenario, las respuestas que se están ensayando en los países avanzados son tan variadas como experimentales y volátiles. Sin embargo, hay una regularidad: sobrevuela en Estados Unidos y en Europa un conjunto común de ideas que gana consenso: que la globalización fue más allá de lo deseado, que las elites –incluido el sistema político- no han cumplido debidamente su rol, y que es necesario reorientar el esquema de políticas para mejorar las condiciones de vida de esas castigadas clases trabajadoras.
Todo esto suena muy familiar visto desde Argentina. Las ideas contestatarias que se expanden en el norte avanzado comparten un aire de familia con el primer peronismo. Nacido al calor de los nacionalismos post-Gran Depresión, el movimiento peronista implementó una estrategia del crecimiento empujado por los salarios, con financiamiento monetario –sea directamente o con represión financiera-, en un contexto de creciente proteccionismo combinado con un fuerte sentimiento anti-elites. ¿Es ese primer peronismo un antecedente de lo que se está por vivir en el mundo avanzado o estamos exagerando?
Similitudes de diagnóstico
Sabemos que las palabras de los líderes políticos tienen frecuentemente un contenido táctico y que no siempre hay que tomarlas en serio. A conciencia de eso, permítanos el lector acudir al discurso de Perón como testimonio de un clima de época. Dijo Perón en 1952: “si creciese la renta nacional y no se incrementase la renta familiar deberíamos pensar que la economía no es social, o sea que la economía se ha constituido en un fin (…) y no en un medio que sirve para el bienestar común”. Ese mismo tono aparece hoy en la campaña norteamericana: Donald Trump ha centrado su campaña en el declive de la clase media y la necesidad de que resurja a través de mejores empleos: “every policy decision we make must pass a simple test: does it create more jobs and better wages for Americans?” (DJT, septiembre 2016). Pero no quememos un hombre de paja: Hillary Clinton, aunque con una retórica menos inflamada, también ha sesgado sus propuestas hacia la necesidad de que resurja la clase media trabajadora. Y, por fin, a nadie le llamaría la atención escuchar hoy aquellas palabras de Perón en boca de Barack Obama.
Dos sentimientos acompañan este diagnóstico en su versión extrema. Primero, la antiglobalización. “El capitalismo internacional es un instrumento de explotación (que) promueve la miseria” decía Perón ante la Cámara de Diputados en 1952. La postura antiglobalización domina hoy la escena política en buena parte de las economías avanzadas, desde Polonia o Hungría, pasando por Francia y el Reino Unido y desembocando del otro lado del océano en Estados Unidos con Trump y bernie Sanders.
El segundo sentimiento que resurge se relaciona con la reacción frente a las elites. Decía Perón: “debemos enseñar a los magnates cuáles son sus deberes de solidaridad social, porque la cuna dorada ha dejado de ser un titulo de monopolio para los honores, las influencias y la participación del poder”. La crítica a las elites no se limitaba a la clase de ingresos altos, sino también al sistema político en su conjunto: “Cuando esa masa planta sus aspiraciones, los clásicos partidos turnantes averiguan que su dispositivo no estaba preparado para una demanda semejante”. La lista de adherentes actuales al antielitismo es larga: desde los alt-R norteamericanos hasta Podemos en España o la Syriza de hace dos años en Grecia, antes de que Bruselas y Alemania le impusieran su disciplina.
En suma: necesidad de recomponer los ingresos de la clase trabajadora, avances proteccionistas, rebeliones contra las élites; el diagnóstico de situación es parecido.
Similitudes de propuestas de política
A riesgo de ser en exceso simplistas podemos decir que la política económica del primer peronismo se definía en tres ejes.
El primero, la convicción de que la expansión salarial y del consumo (público y privado) deben ser los motores del crecimiento: “Cuando los economistas liberales se refieren a la relación entre lo que se produce y lo que se consume, entienden que el equilibrio está en la subordinación del consumo con respecto al producto (…) nosotros pensamos que la producción debe subordinarse al consumo“, dijo Perón en 1952. Así, se estimularon profundas políticas redistributivas asociadas a incrementos salariales, implementación de salario mínimo, impulso al sistema de seguridad social y creación del aguinaldo.
El segundo, que un Estado nacional fuerte debe ser parte constitutiva de la estrategia: “La economía nunca ha sido libre: o la controla el Estado en beneficio del Pueblo o lo hacen los grandes consorcios en perjuicio de éste” (Perón en 1973). La expansión del gasto público financiada con emisión monetaria, la estatización del comercio exterior a través del IAPI y la nacionalización de la banca y los servicios públicos se inscriben en esta línea.
La tercera, que eran necesarios cambios en las reglas de juego: la matriz de derechos y obligaciones debía ser reformada con el viraje de modelo. Se preguntaba Perón en momentos en que se aprobaba la constitución de 1949: “¿podían imaginarse los Convencionales del 53 que la igualdad garantizada por la Constitución llevaría a la creación de entes poderosos, con medios superiores a los propios del Estado?”
El interrogante que se formula en este artículo es: ¿hay algo de todo esto en el mundo avanzado de hoy?
La idea de dar un impulso a la economía sobre la base de mejorar los ingresos de los estratos medios-bajos se está generalizando en Estados Unidos y Europa. En Estados Unidos tanto Donald Trump como Hillary Clinton apoyan políticas de aumentos en el salario mínimo, mientras que en Europa el presidente de Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, propone un incremento salarial para cortar la espiral deflacionaria que sus propias políticas monetarias no pueden cortar. Sobre el financiamiento de ese impulso, hasta aquí la estrategia ha sido emitir deuda, pero cada vez de discute más seriamente si no se necesita que vuele el “helicóptero” de Friedman (1958). Si bien la apelación a la figura del helicóptero permite varias acepciones, se trata en este caso de emitir dinero para el financiamiento directo de la política fiscal[1]. Janet Yellen, jefa del Fed, avisó que podría ser utilizado en circunstancias extremas; Mario Draghi, del Banco Central Europeo (BCE), dijo este año que le parecía una idea interesante, y un conjunto de miembros del parlamento europeo le pidió su implementación; el Banco Central de Japón (BoJ), a través de Haruhiko Kuro, parece estar moviéndose en esa dirección. Lo que queremos enfatizar es que el financiamiento monetario se examina hoy como alternativa en los círculos responsables y moderados.
Con respecto al estatismo y el cambio en las reglas del juego, los cambios han sido mucho menores. Sin embargo es posible detectar en el avance del nacionalismo en Europa una rebeldía frente a las regulaciones y entidades supranacionales. El euroescepticismo, quizás forzando el argumento, puede entenderse en esta línea.
Las posibilidades reales de un peronismo en el Norte
¿Puede haber un shock redistributivo sesgado hacia los salarios y financiado con emisión monetaria? ;¿podrán los estratos medios-bajos recuperar el dinamismo que tenían, digamos, hasta la década el 1970? ;¿qué ocurriría con la globalización en ese caso? No estamos pensando en la magnitud cuantitativa de las políticas. Es casi seguro de que en ese aspecto el peronismo de fines de los 40 sea inigualable. Quizás sea prudente no intentar igualarlo; quizás con el veinte por ciento de lo que hizo el peronismo en su época alcanzaría para revertir el cuadro de situación actual. De modo que al referirnos al peronismo estamos más bien pensando en un diseño de política económica que permita la evocación.
Para entender las probabilidades de una versión de política económica peronista ajustada a los tiempos presentes en las economías avanzadas podemos pensar en lo ocurrido durante la Gran Depresión. Por entonces, se estaban fortaleciendo los sindicatos y aparecía una fuerza progresista, la de los trabajadores organizados, que contribuyó a matar al patrón oro oponiéndole una barrera a la deflación, y a sustituir al régimen monetario agónico por el nacionalismo proteccionista redistributivo financiado con emisión de moneda fiduciaria. En el camino, naturalmente, desapareció la primera globalización.
¿Qué es distinto hoy? Que el motor del crecimiento ya no está en el interior de Occidente sino que se está moviendo al Sudeste, a Asia Emergente. A los fines de lo que estamos discutiendo, esto genera dos efectos. Por un lado, aumenta la demanda global de activos seguros, lo cual explica que en el mundo avanzado las tasas de interés estén en valores cercanos a cero o incluso negativas en un contexto de perfecta movilidad de capitales y niveles de endeudamiento en máximos históricos. Esto alejaría el riesgo de un debt overhang y por lo tanto de la generalización del financiamiento monetario (al menos en esos países que emiten activos seguros). Por otro lado, la fenomenal ampliación de la clase trabajadora mundial originada en la expansión del Asia Industrial ha generado efectos adversos tanto en salarios como en puestos de trabajo para los estratos medios-bajos de Occidente (la automatización también opera en este sentido, pero ese es otro cantar).
En este contexto, ¿es posible el shock redistributivo de sabor peronista, con todas las herramientas de política económica que lo hagan posible? Probablemente sea sólo una nostalgia o una utopía. La defensa de las instituciones sindicales y el nivel salarial ganado durante la Edad de Oro del capitalismo con rostro social solo puede tener éxito si aquella clase trabajadora progresista de los años treinta se erige hoy en una fuerza conservadora y defensiva que bloquee los efectos de la aparición de Asia emergente. En otras palabras, pareciera que mantener o recobrar el bienestar popular en los países avanzados solo se logra con proteccionismo, esto es, matando a la segunda globalización.
Es una conclusión escéptica; quizás sea una conclusión extrema; quizás, para terminar con una nota de esperanza, esté equivocada. La sociedad financiera entre el Asia Industrial superavitaria y el Occidente deficitario abre el camino para pensar que no todos los puentes están rotos. Pero para transitar esos puentes sin que se vengan abajo habrá que aguzar el ingenio.
[1] En el primer peronismo el financiamiento monetario permitió solventar parte de la suba de los costos salariales, pero la política de direccionamiento del crédito tuvo un rol fundamental al respecto. La nacionalización del sistema financiero en un contexto internacional donde reinaba la represión financiera difícilmente sea replicable en la actualidad.
* Licenciado en Economía, Facultad de Ciencias Económicas, Universidad de Buenos Aires. Investigador asociado del Área Economía, Centro de Estudios de Estado y Sociedad (CEDES). Docente en la Universidad de Buenos Aires en las Areas de Economía y finanzas. Actividades de asesoramiento a diversos organismos internacionales, como la Comisión Económica Para América Latina y el Caribe (CEPAL) o el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
** Historiador económico, profesor plenario e investigador de la Universidad Torcuato Di Tella. Investigador principal del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), Profesor Honorario de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires, becario de la Fundación Simón Guggenheim y miembro de número de la Academia Nacional de Ciencias Económicas.