Y estaba emocionado, feliz Rioseco, que ya no quema gomas sino que ahora es el intendente de Cutral-Có, porque las cosas que gritaba en las rutas, en medio de las volutas de humo, honda en mano y con la Gendarmería de entonces avanzando para desalojarlos con gases y balas de goma, hoy son políticas de Estado.
El cambio de paradigma del que habló Agustín Rossi, al filo de la histórica votación, se resume en las vivencias antagónicas de Rioseco y de varios millones de argentinos más que recuperaron el sentido de Nación que se extravió en los ’90. Son los mismos que resistieron cuando había que resistir y se pusieron a construir cuando alguien los convocó a soñar con una Nueva Argentina. Del 22% de 2003 con el que Néstor Kirchner llegó a la Casa Rosada a las mayorías legislativas que permitieron recuperar YPF, pasaron nueve años, donde ocurrió de todo. En serio, de todo. Mucho de lo que ya sabemos, claro. Pero, en esencia, la experiencia política inédita del kirchnerismo, cuyo mérito como sepulturero del neoliberalismo es, a esta altura de los hechos, indiscutible. “A la historia lo que es de la historia, a la presidenta lo que es de la presidenta”, sentenció Rossi, harto de la mezquindad opositora, a quienes les agradeció el apoyo pero además les recordó que cuando tuvieron supremacía parlamentaria dejaron sin presupuesto al Ejecutivo durante 2011, y tampoco nacionalizaron YPF. A las cosas hay que ponerlas en su lugar: fue Cristina la que dio el gran paso. La que tuvo el coraje que no tuvieron otros. La que puso al Estado, finalmente, a la izquierda del mercado.
Anoche, a las 21:40, la Argentina recuperó su soberanía petrolera. Como si esta vez se hubiera ganado la batalla de la Vuelta de Obligado, pero energética. El Estado democrático vuelve a manejar un recurso estratégico, indispensable. Retorna así el control público sobre la principal empresa nacional, que influye de manera determinante sobre los costos de la economía de 40 millones de argentinos. Por delante queda el desafío de transformar YPF en una empresa ágil y profesionalizada, que demuestre lo que somos capaces de hacer, cuando las cosas se hacen bien. Y es, además, otra pulseada que la política ganó desafiando las amenazas de las corporaciones. Por eso Rioseco festeja, allá en Cutral-Có. Porque ya no lloran sus viejos compañeros de ruta.
Esta vez, la que llora es la derecha y sus voceros mediáticos.
El cambio de paradigma del que habló Agustín Rossi, al filo de la histórica votación, se resume en las vivencias antagónicas de Rioseco y de varios millones de argentinos más que recuperaron el sentido de Nación que se extravió en los ’90. Son los mismos que resistieron cuando había que resistir y se pusieron a construir cuando alguien los convocó a soñar con una Nueva Argentina. Del 22% de 2003 con el que Néstor Kirchner llegó a la Casa Rosada a las mayorías legislativas que permitieron recuperar YPF, pasaron nueve años, donde ocurrió de todo. En serio, de todo. Mucho de lo que ya sabemos, claro. Pero, en esencia, la experiencia política inédita del kirchnerismo, cuyo mérito como sepulturero del neoliberalismo es, a esta altura de los hechos, indiscutible. “A la historia lo que es de la historia, a la presidenta lo que es de la presidenta”, sentenció Rossi, harto de la mezquindad opositora, a quienes les agradeció el apoyo pero además les recordó que cuando tuvieron supremacía parlamentaria dejaron sin presupuesto al Ejecutivo durante 2011, y tampoco nacionalizaron YPF. A las cosas hay que ponerlas en su lugar: fue Cristina la que dio el gran paso. La que tuvo el coraje que no tuvieron otros. La que puso al Estado, finalmente, a la izquierda del mercado.
Anoche, a las 21:40, la Argentina recuperó su soberanía petrolera. Como si esta vez se hubiera ganado la batalla de la Vuelta de Obligado, pero energética. El Estado democrático vuelve a manejar un recurso estratégico, indispensable. Retorna así el control público sobre la principal empresa nacional, que influye de manera determinante sobre los costos de la economía de 40 millones de argentinos. Por delante queda el desafío de transformar YPF en una empresa ágil y profesionalizada, que demuestre lo que somos capaces de hacer, cuando las cosas se hacen bien. Y es, además, otra pulseada que la política ganó desafiando las amenazas de las corporaciones. Por eso Rioseco festeja, allá en Cutral-Có. Porque ya no lloran sus viejos compañeros de ruta.
Esta vez, la que llora es la derecha y sus voceros mediáticos.