Viernes 5 de Abril de 2013
Por Ignacio Zuleta.-CLAVES Y SEÑALES (PARA ENTENDER) • Hoy se cumple un mes de la muerte de Hugo Chávez. • En ese tiempo fue elegido papa Jorge Bergoglio. • También sobrevino la tragedia con muertos por la inundación. • Son tres hechos que en poco tiempo obligaron a cambiar estrategias, marketing y conductas en políticos. • Cristina-Scioli, juntos en la foto, anuncian el previsible acuerdo electoral en 2013. El efecto papa en la ola de solidaridad. • Nadie podía prever en marzo que todo cambiaría tanto.
Por: Ignacio Zuleta
Hugo Chávez, Cristina de Kirchner, Daniel Scioli, Mauricio Macri, Papa Francisco, William Shakespeare
Imposible imaginar que en apenas un mes se abalanzasen sobre la agenda política criolla tres hechos que han forzado a cambiar cualquier previsión estratégica y de marketing que se hubiera hecho antes del 5 de marzo. Ese día murió Hugo Chávez; una semana más tarde, Jorge Bergoglio fue elegido Papa, y el lunes pasado se precipitó la tragedia en Capital, el conurbano y La Plata que terminó de cambiar todas las conductas al uso hasta el momento. En la superficie golpeó más la tragedia climática, que hace pensar si hacía falta tamaña desgracia como la que cuesta ya más de 50 muertos para promover tal giro en las conductas, con una aparición presidencial junto a una mala noticia como no lo había hecho antes y además pacificando el trato con quien el kirchnerismo cree es su principal adversario, Daniel Scioli. El tránsito de la inquina al diálogo, para algunos, parece impuesto por la agenda electoral que obliga a los que compiten a tirar al centro, es decir, buscar el acercamiento a la opinión moderada, que es la mayoritaria. Se los vio a los dos por primera vez en una foto que no fuera de oportunidad, por primera vez en el show de los abrazos. Desde esta mirada de superficie, ¿tanto tiene que pagar la sociedad civil para que los dirigentes se suban a la cubierta de sus desgracias? Sería deseable que lo hicieran frente a otras calamidades, tan tercermundistas como las muertes por imprevisión en una inundación evitable en un país con defensa civil, como la inflación, la pobreza, la inseguridad o el desempleo. ¿Acaso este giro hubiera sido posible sin un compromiso electoral en el que todos se juegan todo como el 27 de octubre? Este giro, por conspicuo, alimentó a opinólogos y locutores de un lado y del otro que, por improvisación, no han aportado ningún criterio de fondo para explicar lo que han hecho y qué efectos tiene esta mutación hacia el futuro inmediato.
El kirchnerismo y el sciolismo ponderan positivamente esta evolución hacia delante, que va al pelo para la carrera electoral. Del lado de la Nación, el efecto de la visita al barrio de Tolosa exhibió lo que muchos esperan de un mandatario, acompañar a los desgraciados en la mala hora. Para los sciolistas, con más cálculo, muestra una aceptación por parte de la Presidente al método del gobernador, que se ha dejado ver siempre junto a las malas noticias usando el otro capítulo del manual. Contra la indicación, que muchos remiten a dictámenes del asesor americano Dick Morris (lo fue de Bill Clinton y también de Fernando de la Rúa), de que hay que despegarse de las malas noticias, Scioli se ufanó siempre de hacer lo contrario y de que aparecer en accidentes, temporales y casos criminales le reportó siempre una buena identificación con el público, algo que lo sostiene siempre arriba en cualquier encuesta. Pero esta vez resaltaron la visita de Cristina de Kirchner por el hecho mismo: que fuera ella a la gobernación y que se sacase fotos con el gobernador vale para ellos por el hecho mismo. Los dos están enredados en una puja sorda por la ayuda financiera que le demora la Nación a la provincia cuando en años anteriores siempre le dio esos fondos, seguramente como prenda de un futuro acuerdo electoral en Buenos Aires en el cual Scioli ponga los votos y el kirchnerismo la mayoría de nombres en las listas de candidatos. Ocurrió antes y se repetirá en 2013. Lo que se está discutiendo es el precio de ese pacto. En la visita de la Presidente a la gobernación no hubo ningún aparte entre los dos para hablar de otros temas que los charlaron en público o en mesa con ministros y funcionarios. «Nada, nada de nada que no fuera la inundación», jura la decena de testigos de ese diálogo. Para el sciolismo, sin embargo, ese retrato juntos y en un diálogo amable es el anuncio de nuevos tiempos que le pueden mejorar el futuro presupuestario a la provincia, que se beneficia por esta desgracia de una pausa en la agresividad de los gremios estatales y de docentes. No es impensable que, forzados por el infortunio ajeno, hayan puesto un peldaño nuevo en una relación que siempre fue firme más allá de las anécdotas y en la que se cumplieron mutuamente cada vez que lo exigió la necesidad. Dejarse llevar por las anécdotas de rispideces -algunas fomentadas por ellos o sus seguidores para ampliar el radio de atracción de voluntades en el público y el electorado y sumar sus perfiles- es no entender de quiénes se trata. Incurren en ese defecto quienes creen que la Presidente padece enfermedades del cuerpo o del alma, o que toma medidas contra su propio interés. También quienes confían en ese perfil que fomenta el gobernador de que es un ser simple y sin concepción política, cuando es uno de los dirigentes de los últimos años que mejor comprensión del poder tiene. Sabe cómo se logra, cómo se pierde, como se conserva, sabe que no se compra, no se presta ni se hereda; eso lo convierte en uno de los pocos dirigentes de ese nivel al que se le pueda atribuir algún error estratégico de importancia.
La naturaleza social de la tragedia que cayó sobre la región metropolitana, lo saben Cristina, Scioli y también Mauricio Macri, tendrá un efecto decisivo en el voto de sus electorados. En la Capital, la inundación se concentró en barrios de clase media en donde las familias vieron arruinadas sus viviendas, pero también perdieron objetos y enseres que les ha costado comprar. Esos efectos no los repone la ayuda convencional a los pobres que suele dar el Gobierno en barrios más necesitados y de clase baja. Reponer computadoras, ropa, televisores, muebles, automóviles no sólo costará mucho, sino que tiene un efecto demoledor en la psiquis del dañado. Esas carencias no se suplen con colchones de gomaespuma o con una bolsa de polenta. Los vecinos de Villa Ortúzar, Villa Pueyrredón, Agronomía, Parque Chas, Saavedra, Belgrano o Núñez, como los de La Plata y sus aledaños como Gonnet o City Bell -donde viven funcionarios provinciales cuyas casas fueron acariciadas por la inundación- son además la base electoral de los gobiernos locales, Macri y Cristina-Scioli. La profundidad de la herida motiva la bronca que sufrieron los funcionarios de todos los niveles que han intentado pasearse por ahí aun con férreas custodias personales. Parece encarnarse el dicho italiano «Piove, governo ladro», que proyecta cualquier desgracia en la administración de turno hasta la exageración. Por eso se prende un sector del público en la interneteada ociosa sobre la trivialidad de dónde estaban los funcionarios cuando caía el agua, como si ellos se fueran de vacaciones y mandasen que llueva para que muera la gente. Son inútiles los argumentos canallas, pero quienes gobiernan la Argentina han ganado experiencia en estos desastres cuando se concentran en sectores medios porque dejan heridas que tardan mucho en cerrar. La experiencia más cercana son las inundaciones de Santa Fe de abril de 2003, que causaron daños también en barrios de clase media como los de ahora en Capital y La Plata, que produjeron literatura sociológica sobre los efectos de desastres que esas franjas creen que les ocurren a otros, a sectores medios y bajos que suelen vivir en zonas degradadas e inundables. Profesionales, comerciantes y gente acomodada de la Capital provincial debieron enfrentar la herida psíquica, pero además deponer bienes logrados a lo largo de una vida que no remedian créditos blandos de emergencia que nunca pueden suplir los montos de lo perdido. La reacción de aquellos dañados santafesinos fue estudiada cuando se analizaron los efectos electorales de 2003 y de 2007. Es esperable que teman los candidatos del macrismo y del peronismo en Capital y provincia que esos sectores que los han soportado con el voto puedan mudar de intención. Eso explica el giro de conductas que remiten no sólo al marketing sino que van más hondo, a la estrategia electoral, cuyos cambios se están viendo en estas horas.
El efecto tifón tapa hoy el cielo y es el tercer hecho en los 30 días que se abrieron con la muerte de Hugo Chávez, el único de los que podía ser previsto porque la salud del bolivariano estaba jugada desde meses antes. La desaparición del llamado líder de la región, un título con más prensa y propaganda que realidad política de fondo, sacó del escenario de la política local el tercerismo. La módica presencia de Cristina de Kirchner en los funerales de Chávez mostró ya un giro de marketing y de estrategia. «Vine a despedir a un amigo, no a un presidente», justificó cuando se vino antes del largo velorio y entierro. Desde entonces, salvo sectores marginales del kirchnerismo, nadie ha vuelto a hablar en el Gobierno del bolivariano, al que las administraciones Kirchner le deben más de un favor. Tampoco ha habido manifestaciones serias a favor del candidato a sucederlo, Nicolás Maduro, con excepción de un local porteño de Unidos y Organizados. Si Henrique Capriles viene la semana que viene a Buenos Aires para varearse junto a Mario Vargas Llosa y José María Aznar en un seminario de una fundación conservadora, la Argentina habrá aportado más escenario y oropel al opositor en las presidenciales de la herencia chavista.
Hay quienes buscan en la historia más que un golpe de dados («Un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, sin ningún significado», Macbeth, acto 5, escena 5); son mayoría y buscan en los hechos alguna lógica, alguna ética, alguna estética, o quizás un rumbo, desde lo religioso hasta lo dialéctico. Les cabe preguntarse si esta marea de novedades en la conducta de los dirigentes argentinos que transforma la agenda del año político más importante de la última década hubiera sido posible sin la avenida que abrió el acceso de Jorge Bergoglio al papado. Este factor, que resetea la vida pública del país y de la región, será negado por quienes creen que la realidad se agota en lo fenoménico (diría Moisés Ikonicoff), pero reconocido por quienes creen esa exaltación de quien en un instante pasó a ser el argentino más importante de la historia. Sentado en el Vaticano abrió una avenida de serenidad y llamó a la conciliación, arrastrando a todos. La Argentina fue siempre un país pacífico y solidario; lo demuestran los infinitos testimonios de estas horas de ayuda a los dañados por el temporal, que han pasado a ser la principal noticia de esta semana. Se vio en 2001 cuando la crisis dejó brotar comedores para pobres, mercados del trueque, ayuda a los cartoneros. Esas manifestaciones ocurrieron al mismo tiempo cuando en algunos barrios había saqueos y circulaban burgueses armados a quienes se les ofrecían bazucas descartables a u$s 300 para defenderse. Pudo terminar en una refriega civil, pero entonces, como ahora, se impuso el ánimo pacífico, poniendo por encima de todo la Utopía Argentina, esa que hace único al país por el proyecto de sus fuerzas políticas mayoritarias, el 80% del padrón de un lado al otro, de la reivindicación de los pobres. Ése, el cielo protector que reactivó, quién sabe hasta cuándo, la asunción de Bergoglio y que da aire sin límites a las manifestaciones solidarias, porque condena tácitamente a quien se resista a hacerlo, sea político o ciudadano de a pie. Hasta nuevo aviso, nadie puede hacerse el rata.
Por Ignacio Zuleta.-CLAVES Y SEÑALES (PARA ENTENDER) • Hoy se cumple un mes de la muerte de Hugo Chávez. • En ese tiempo fue elegido papa Jorge Bergoglio. • También sobrevino la tragedia con muertos por la inundación. • Son tres hechos que en poco tiempo obligaron a cambiar estrategias, marketing y conductas en políticos. • Cristina-Scioli, juntos en la foto, anuncian el previsible acuerdo electoral en 2013. El efecto papa en la ola de solidaridad. • Nadie podía prever en marzo que todo cambiaría tanto.
Por: Ignacio Zuleta
Hugo Chávez, Cristina de Kirchner, Daniel Scioli, Mauricio Macri, Papa Francisco, William Shakespeare
Imposible imaginar que en apenas un mes se abalanzasen sobre la agenda política criolla tres hechos que han forzado a cambiar cualquier previsión estratégica y de marketing que se hubiera hecho antes del 5 de marzo. Ese día murió Hugo Chávez; una semana más tarde, Jorge Bergoglio fue elegido Papa, y el lunes pasado se precipitó la tragedia en Capital, el conurbano y La Plata que terminó de cambiar todas las conductas al uso hasta el momento. En la superficie golpeó más la tragedia climática, que hace pensar si hacía falta tamaña desgracia como la que cuesta ya más de 50 muertos para promover tal giro en las conductas, con una aparición presidencial junto a una mala noticia como no lo había hecho antes y además pacificando el trato con quien el kirchnerismo cree es su principal adversario, Daniel Scioli. El tránsito de la inquina al diálogo, para algunos, parece impuesto por la agenda electoral que obliga a los que compiten a tirar al centro, es decir, buscar el acercamiento a la opinión moderada, que es la mayoritaria. Se los vio a los dos por primera vez en una foto que no fuera de oportunidad, por primera vez en el show de los abrazos. Desde esta mirada de superficie, ¿tanto tiene que pagar la sociedad civil para que los dirigentes se suban a la cubierta de sus desgracias? Sería deseable que lo hicieran frente a otras calamidades, tan tercermundistas como las muertes por imprevisión en una inundación evitable en un país con defensa civil, como la inflación, la pobreza, la inseguridad o el desempleo. ¿Acaso este giro hubiera sido posible sin un compromiso electoral en el que todos se juegan todo como el 27 de octubre? Este giro, por conspicuo, alimentó a opinólogos y locutores de un lado y del otro que, por improvisación, no han aportado ningún criterio de fondo para explicar lo que han hecho y qué efectos tiene esta mutación hacia el futuro inmediato.
El kirchnerismo y el sciolismo ponderan positivamente esta evolución hacia delante, que va al pelo para la carrera electoral. Del lado de la Nación, el efecto de la visita al barrio de Tolosa exhibió lo que muchos esperan de un mandatario, acompañar a los desgraciados en la mala hora. Para los sciolistas, con más cálculo, muestra una aceptación por parte de la Presidente al método del gobernador, que se ha dejado ver siempre junto a las malas noticias usando el otro capítulo del manual. Contra la indicación, que muchos remiten a dictámenes del asesor americano Dick Morris (lo fue de Bill Clinton y también de Fernando de la Rúa), de que hay que despegarse de las malas noticias, Scioli se ufanó siempre de hacer lo contrario y de que aparecer en accidentes, temporales y casos criminales le reportó siempre una buena identificación con el público, algo que lo sostiene siempre arriba en cualquier encuesta. Pero esta vez resaltaron la visita de Cristina de Kirchner por el hecho mismo: que fuera ella a la gobernación y que se sacase fotos con el gobernador vale para ellos por el hecho mismo. Los dos están enredados en una puja sorda por la ayuda financiera que le demora la Nación a la provincia cuando en años anteriores siempre le dio esos fondos, seguramente como prenda de un futuro acuerdo electoral en Buenos Aires en el cual Scioli ponga los votos y el kirchnerismo la mayoría de nombres en las listas de candidatos. Ocurrió antes y se repetirá en 2013. Lo que se está discutiendo es el precio de ese pacto. En la visita de la Presidente a la gobernación no hubo ningún aparte entre los dos para hablar de otros temas que los charlaron en público o en mesa con ministros y funcionarios. «Nada, nada de nada que no fuera la inundación», jura la decena de testigos de ese diálogo. Para el sciolismo, sin embargo, ese retrato juntos y en un diálogo amable es el anuncio de nuevos tiempos que le pueden mejorar el futuro presupuestario a la provincia, que se beneficia por esta desgracia de una pausa en la agresividad de los gremios estatales y de docentes. No es impensable que, forzados por el infortunio ajeno, hayan puesto un peldaño nuevo en una relación que siempre fue firme más allá de las anécdotas y en la que se cumplieron mutuamente cada vez que lo exigió la necesidad. Dejarse llevar por las anécdotas de rispideces -algunas fomentadas por ellos o sus seguidores para ampliar el radio de atracción de voluntades en el público y el electorado y sumar sus perfiles- es no entender de quiénes se trata. Incurren en ese defecto quienes creen que la Presidente padece enfermedades del cuerpo o del alma, o que toma medidas contra su propio interés. También quienes confían en ese perfil que fomenta el gobernador de que es un ser simple y sin concepción política, cuando es uno de los dirigentes de los últimos años que mejor comprensión del poder tiene. Sabe cómo se logra, cómo se pierde, como se conserva, sabe que no se compra, no se presta ni se hereda; eso lo convierte en uno de los pocos dirigentes de ese nivel al que se le pueda atribuir algún error estratégico de importancia.
La naturaleza social de la tragedia que cayó sobre la región metropolitana, lo saben Cristina, Scioli y también Mauricio Macri, tendrá un efecto decisivo en el voto de sus electorados. En la Capital, la inundación se concentró en barrios de clase media en donde las familias vieron arruinadas sus viviendas, pero también perdieron objetos y enseres que les ha costado comprar. Esos efectos no los repone la ayuda convencional a los pobres que suele dar el Gobierno en barrios más necesitados y de clase baja. Reponer computadoras, ropa, televisores, muebles, automóviles no sólo costará mucho, sino que tiene un efecto demoledor en la psiquis del dañado. Esas carencias no se suplen con colchones de gomaespuma o con una bolsa de polenta. Los vecinos de Villa Ortúzar, Villa Pueyrredón, Agronomía, Parque Chas, Saavedra, Belgrano o Núñez, como los de La Plata y sus aledaños como Gonnet o City Bell -donde viven funcionarios provinciales cuyas casas fueron acariciadas por la inundación- son además la base electoral de los gobiernos locales, Macri y Cristina-Scioli. La profundidad de la herida motiva la bronca que sufrieron los funcionarios de todos los niveles que han intentado pasearse por ahí aun con férreas custodias personales. Parece encarnarse el dicho italiano «Piove, governo ladro», que proyecta cualquier desgracia en la administración de turno hasta la exageración. Por eso se prende un sector del público en la interneteada ociosa sobre la trivialidad de dónde estaban los funcionarios cuando caía el agua, como si ellos se fueran de vacaciones y mandasen que llueva para que muera la gente. Son inútiles los argumentos canallas, pero quienes gobiernan la Argentina han ganado experiencia en estos desastres cuando se concentran en sectores medios porque dejan heridas que tardan mucho en cerrar. La experiencia más cercana son las inundaciones de Santa Fe de abril de 2003, que causaron daños también en barrios de clase media como los de ahora en Capital y La Plata, que produjeron literatura sociológica sobre los efectos de desastres que esas franjas creen que les ocurren a otros, a sectores medios y bajos que suelen vivir en zonas degradadas e inundables. Profesionales, comerciantes y gente acomodada de la Capital provincial debieron enfrentar la herida psíquica, pero además deponer bienes logrados a lo largo de una vida que no remedian créditos blandos de emergencia que nunca pueden suplir los montos de lo perdido. La reacción de aquellos dañados santafesinos fue estudiada cuando se analizaron los efectos electorales de 2003 y de 2007. Es esperable que teman los candidatos del macrismo y del peronismo en Capital y provincia que esos sectores que los han soportado con el voto puedan mudar de intención. Eso explica el giro de conductas que remiten no sólo al marketing sino que van más hondo, a la estrategia electoral, cuyos cambios se están viendo en estas horas.
El efecto tifón tapa hoy el cielo y es el tercer hecho en los 30 días que se abrieron con la muerte de Hugo Chávez, el único de los que podía ser previsto porque la salud del bolivariano estaba jugada desde meses antes. La desaparición del llamado líder de la región, un título con más prensa y propaganda que realidad política de fondo, sacó del escenario de la política local el tercerismo. La módica presencia de Cristina de Kirchner en los funerales de Chávez mostró ya un giro de marketing y de estrategia. «Vine a despedir a un amigo, no a un presidente», justificó cuando se vino antes del largo velorio y entierro. Desde entonces, salvo sectores marginales del kirchnerismo, nadie ha vuelto a hablar en el Gobierno del bolivariano, al que las administraciones Kirchner le deben más de un favor. Tampoco ha habido manifestaciones serias a favor del candidato a sucederlo, Nicolás Maduro, con excepción de un local porteño de Unidos y Organizados. Si Henrique Capriles viene la semana que viene a Buenos Aires para varearse junto a Mario Vargas Llosa y José María Aznar en un seminario de una fundación conservadora, la Argentina habrá aportado más escenario y oropel al opositor en las presidenciales de la herencia chavista.
Hay quienes buscan en la historia más que un golpe de dados («Un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, sin ningún significado», Macbeth, acto 5, escena 5); son mayoría y buscan en los hechos alguna lógica, alguna ética, alguna estética, o quizás un rumbo, desde lo religioso hasta lo dialéctico. Les cabe preguntarse si esta marea de novedades en la conducta de los dirigentes argentinos que transforma la agenda del año político más importante de la última década hubiera sido posible sin la avenida que abrió el acceso de Jorge Bergoglio al papado. Este factor, que resetea la vida pública del país y de la región, será negado por quienes creen que la realidad se agota en lo fenoménico (diría Moisés Ikonicoff), pero reconocido por quienes creen esa exaltación de quien en un instante pasó a ser el argentino más importante de la historia. Sentado en el Vaticano abrió una avenida de serenidad y llamó a la conciliación, arrastrando a todos. La Argentina fue siempre un país pacífico y solidario; lo demuestran los infinitos testimonios de estas horas de ayuda a los dañados por el temporal, que han pasado a ser la principal noticia de esta semana. Se vio en 2001 cuando la crisis dejó brotar comedores para pobres, mercados del trueque, ayuda a los cartoneros. Esas manifestaciones ocurrieron al mismo tiempo cuando en algunos barrios había saqueos y circulaban burgueses armados a quienes se les ofrecían bazucas descartables a u$s 300 para defenderse. Pudo terminar en una refriega civil, pero entonces, como ahora, se impuso el ánimo pacífico, poniendo por encima de todo la Utopía Argentina, esa que hace único al país por el proyecto de sus fuerzas políticas mayoritarias, el 80% del padrón de un lado al otro, de la reivindicación de los pobres. Ése, el cielo protector que reactivó, quién sabe hasta cuándo, la asunción de Bergoglio y que da aire sin límites a las manifestaciones solidarias, porque condena tácitamente a quien se resista a hacerlo, sea político o ciudadano de a pie. Hasta nuevo aviso, nadie puede hacerse el rata.
Con mas intuicion que informacion,observo que Zulueta(colocandose en el grupo conserva)le da sobre todo importancia a Bergoglio,como si la emotividad del nuestro pueblo,tan sufrido,hubiera aparecudo con esye Papado y no fuera propia.Por otro lado exagera el acercamiento de Cris y Scioli,minimiza la ineficacia de Macri yolvida comparar la actitud de los docentes con los camioneros en la destileria.