Los gerentes wannabe, entre la esquizofrenia y el temor al día después (de Macri)

Alejandro Bercovich
abercovich@diariobae.com
A menos que haya habido un error en el procesamiento de los datos, la encuesta que realiza la consultora D’Alessio IROL entre la multitud de gerentes y lobistas y el puñado de empresarios que reúne cada año el coloquio de IDEA advirtió en esta edición un brote generalizado de alguna psicopatología con síntomas de doble personalidad. Los mismos jerarcas entre los cuales un 65% respondió que la economía “superó las expectativas en el último semestre” se desvivían por aclarar ayer, desde bien temprano, que las penurias que atravesaron durante los 10 meses que lleva Mauricio Macri en la Casa Rosada les impiden pagar el bono de fin de año que empezará a discutirse en la mesa de diálogo social a la que convocó el Gobierno para el miércoles próximo. A la hora del llanto preventivo ante las cámaras de TV, cada quien esgrimía argumentos muy atendibles: el desplome del consumo local, la crisis exportadora por la contracción de Brasil, el derrumbe del petróleo o el frenazo de la obra pública. Pero al responder la compulsa anónima, el país que pintaban los ejecutivos era poco menos que el de las maravillas. El resultado: un optimismo inédito en los últimos 15 años y un balance más que favorable del año que termina.
El padre del mediático Nacho Viale, comunicador en jefe del coloquio y dueño de la misma consultora que acaba de ser contratada por un millón y medio de pesos para mejorar la imagen de Fabricaciones Militares, no reparó pese a su dilatada experiencia en lo inconveniente de parangonar la euforia actual del empresariado con la que se vivía en vísperas del colapso económico, político y social de 2001. Justamente por lo presente que tienen aquel descalabro, los ejecutivos dedicaron un segmento importante de las deliberaciones que cierran hoy al desafío de contener a los sectores sociales que vayan a quedar afuera del rebote de la actividad que proyectan para 2017. De eso hablará esta mañana la ministra de Desarrollo Social, Carolina Stanley, hija del banquero Willy Stanley, un habitué del coloquio durante los años 90.
El presidente del coloquio y CEO de Accenture, Sergio Kaufman, lo planteó con crudeza mientras se acomodaban en sus sillas los hombres de negocios que se habían agolpado en la misma sala del Sheraton la noche anterior para aplaudir a Macri. Lo hizo con la imagen que ilustra estas líneas, tomada por el brasileño Tuca Vieira en el límite entre la favela Paraisópolis y el opulento barrio paulista de Morumbí. “Como empresa tenemos que mirar la sustentabilidad económica y financiera, pero la pata que no nos podemos perder es la social”, advirtió. El muro que divide ambos mundos, agregó, es una buena metáfora de la línea de pobreza. Y concluyó que si las empresas se desentienden de los abismos sociales que se ensanchan en todo el mundo y especialmente en Latinoamérica, corren el riesgo de verse obligadas a destinar lo que ganen a fortificar todavía más esa pared.
La conciencia del problema por parte de Kaufman y ciertos organizadores también contrastó con los resultados de la encuesta que pulsó el ánimo de los asistentes. Mientras un 74% se mostró preocupado por la inseguridad, la desigualdad no figuró siquiera en la lista de asuntos acuciantes para los ejecutivos. Sí apareció la inflación, aunque con un modesto 18%. Muy por debajo de años previos en los que el costo de vida crecía bastante menos. Quizá tenga razón Máxima Zorreguieta y ser pobre sea más caro: a quienes ayer se estremecieron con la foto de Vieira no les molestó que el precio de la entrada para no socios se haya duplicado desde el año pasado, de $25.000 a $50.000 por cabeza.
El Estado del futuro
La sostenibilidad social futura del capitalismo es uno de los debates que desvela a Andrei Vazhnov, un físico siberiano que se doctoró en Novosibirsk en la época de la URSS, trabajó luego escribiendo algoritmos para Wall Street y se afi ncó más tarde en Buenos Aires para presidir el Instituto Baikal, un reducto de perfeccionamiento de científicos innovadores. Ayer deslumbró a los gerentes de IDEA cuando explicó por qué los saltos en la tecnología son cada vez más veloces y disruptivos (el adjetivo favorito de Marcos Peña), pero pocos repararon en algo que él mismo suele advertir: que si los avances técnicos harán necesario cada vez menos trabajo humano, el Estado del futuro deberá encarar una tarea distributiva inédita, casi de la envergadura de la que llevaba adelante en su Unión Soviética natal, para que los expulsados de la producción no lo sean también del consumo y de la propia supervivencia. Todo lo contrario a lo que se ufana de haber logrado Gustavo Lopetegui, el más ideologizado de los CEOs del gabinete.
Sin datos oficiales que permitan definir categóricamente si mejoró o empeoró la distribución del ingreso desde que asumió Macri, la alternativa a mano es apelar a estudios privados como los que nutren a las multinacionales del consumo masivo. Uno de ellos, el de la consultora CCR Cuore, arroja resultados bastante ilustrativos. Mientras en agosto del año pasado la brecha entre los ingresos promedio de las familias de clase alta (ABC1) y de clase baja (D2E) era de 23,2 veces, la actual es de 24,2 veces. Mientras lo que embolsa en promedio cada hogar del sector más acaudalado aumentó 39,8% en el último año, apenas tres puntos porcentuales por debajo de la inflación interanual que midió el gobierno porteño esta semana, lo que llegó a los más pobres apenas se recompuso un 33,2%. El equivalente a haber rebanado una décima parte de sus ingresos.
Lo que la mayoría ve pero nadie dice en cenáculos VIP como el de IDEA es que las decisiones del Estado influyen y mucho en esa deriva distributiva. Nadie cuestionaba, por caso, que lo que se invertirá en el bono de fin de año para atender las urgencias de jubilados y beneficiarios de planes sociales no supere lo que se dejará de recaudar en 2017 por no cobrar el impuesto a las Ganancias a jueces, fiscales y al resto del Poder Judicial. Ni que la rebaja de las retenciones al agro, la primera medida de Macri, le haya hecho sacrifi car a la AFIP el equivalente a lo que recaudará en todo el año por Ganancias sobre los salarios alcanzados por el tributo. Ni siquiera la vehemencia de Vazhnov para defender la inversión pública en ciencias duras hizo que alguien pidiera la palabra para condenar el recorte presupuestario del CONICET que tiene a maltraer a Lino Barañao y que amenaza con discontinuar reputados (y a la larga muy rentables) proyectos de investigación.
Precipicios políticos
La preocupación más palpable de los gerentes con veleidades de empresario que reúne cada año IDEA es en realidad cómo saldrá parado el oficialismo de las elecciones del año próximo. Y concomitantemente, de las de 2019. Y si lo que lo sobrevendrá será una restauración de lo que definen como populismo o una versión más moderada de la política en marcha. Por eso muchos optaron por invertir el orden tradicional y dedicaron la tarde de ayer al golf para asistir esta tarde a los paneles donde hablarán Emilio Monzó, Miguel Pichetto, Sergio Massa, Margarita Stolbizer y el intendente radical de Santa Fe, José Manuel Corral. También esperan con ansias el cierre de María Eugenia Vidal, a quien el año pasado jamás habrían pensado que recibirían ahora como gobernadora.
Consciente de ese interés corporativo, aunque no le dieron lugar en el escenario, Diego Bossio se instaló el miércoles en el Hotel Provincial y ayer desde temprano bebía café tras café en el lobby del Sheraton con los ejecutivos que le acercaba un viejo ladero suyo de la ANSES, Germán Cervantes. Al diputado macrista Pablo Tonelli, en tanto, varios le preguntaron por el futuro de Monzó, enfrentado irreversiblemente con Marcos Peña y con Vidal.
Jorge Sarghini, el economista a quien el pacto temprano entre Sergio Massa y María Eugenia Vidal catapultó a presidir la Cámara de Diputados bonaerense, era ayer otro de los más requeridos por los ejecutivos. No porque quisieran pedirle que aprobara alguna ley, sino porque los mejor informados saben que allí está a punto de estallar un conflicto de consecuencias imprevisibles: el fin del velado cogobierno entre Cambiemos y el Frente Renovador, que contuvo hasta ahora la siempre latente tensión política bonaerense. “Si ellos nos quieren correr, no vamos a mover un dedo. Se sentirán cómodos con la gobernabilidad que les damos pero no con que busquemos crear una alternativa”, se encogía de hombros el Oveja. La movida en ciernes, temen los renovadores, es que Vidal quiera reemplazarlo por su pupilo Manuel Mosca, a la sazón un antiguo escudero de Monzó. Sería un golpe duro para las finanzas massistas de cara a las elecciones del año que viene, pero también una jugada arriesgada de Vidal, con el peronismo bonaerense partido en tres y dispuesto a reagruparse.
Son precipicios políticos a los que nadie quiere asomarse. Razones más que suficientes por las cuales todos se sentarán a la tardía mesa de diálogo social que debió convocar Macri, todavía escéptico respecto de su utilidad, para pagar el tiempo que le compró la intercesión celestial del Papa Francisco para que la CGT suspendiera el paro general que Pablo Moyano estuvo a punto de empujar.

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