En un mundo de mercados sobrevalorados y pobres rendimientos, una forma de ganar dinero es apostar al drama político.
El mercado aplaudió el pedido de juicio político y la probable destitución la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, incluso antes de la votación del domingo en la Cámara de Diputados que decidió procesarla. Al día siguiente, los inversionistas pujaban por una porción de la primera emisión de bonos de Argentina desde que el nuevo gobierno asumió el poder, a fines del año pasado.
A pesar de los profundos problemas económicos en ambos países, los inversionistas apuestan a que los nuevos líderes y sus políticas harán subir los mercados de acciones y bonos. «Los inversionistas están buscando esa rara historia que viene con un catalizador», dice Samy B. Muaddi, gestor de cartera de deuda de mercados emergentes en T. Rowe Price.
Esta apuesta ha sido durante mucho tiempo una obvia, aunque no siempre rentable, justificación para operar en mercados emergentes. La última ola de cambio tuvo lugar en 2014, cuando Narendra Modi asumió el poder en India y Joko Widodo se convirtió en presidente de Indonesia. Las acciones subieron aproximadamente 20% en ambos países en los meses previos a las elecciones y se mantuvieron hasta finales de ese año, incluso cuando otros mercados emergentes se desplomaron.
Los cambios de gobiernos son más importantes hoy en día, por dos razones: uno, hay pocas opciones de inversión atractivas, y dos, muchos mercados se mueven en sincronía, impulsados por factores como los precios de las materias primas y las tasas de interés de Estados Unidos.
Este año, una fuerte demanda hizo subir las acciones de los mercados emergentes 7,3% hasta el martes, frente a un alza de 2,8% en el S&P 500. Esto obligó a los inversionistas a asumir más riesgo para permanecer en el juego, lo que significa buscar historias de giros radicales, incluso si sus resultados son en gran medida inciertos.
La parte divertida es escoger quién será el siguiente gobernante que caerá en desgracia. A la cabeza de la lista están Jacob Zuma, de Sudáfrica, y Najib Razak, de Malasia. Ambos líderes enfrentan acusaciones de corrupción y están bajo presión para renunciar, pero son sobrevivientes políticos con un fuerte respaldo partidario.
Lo que entusiasma a los inversionistas es que Sudáfrica y Malasia tienen poblaciones jóvenes que rebosan de potencial. Lo que les preocupa es que ambos países dependen de que China compre sus materias primas y se enfrentan a una parálisis debido a la impopularidad de sus líderes y una clase política atrincherada.
Al igual que con todos los mercados emergentes, ambos países distan de ser los favoritos de los inversionistas y son baratos según muchas medidas. Hay muchas maneras de hacer dinero en ellos: monedas en apreciación, mayores ganancias empresariales y una mejor confianza.
El riesgo con las apuestas a un cambio en los países emergentes es que los problemas son tan profundos y la situación económica mundial tan débil que el optimismo puede disiparse rápidamente. Además, existe la posibilidad de que un mal gobierno empeore.
En Sudáfrica, Zuma desistió de reemplazar a un respetado ministro de Finanzas luego de una caída de los mercados. En Malasia, Najib designó como sucesor del presidente del banco central, una figura ampliamente respetada que se jubilará, a un aliado político que se desempeñó en el consejo asesor de un fondo de inversión del gobierno plagado de escándalos.
Después está la cuestión de arreglar el desastre dejado por el gobierno que se fue. Para muchos países emergentes, eso signifi-ca pagar de alguna manera una enorme deuda, normalmente derrochada en malas políticas o utilizada para pagar favores. La deuda de Brasil se triplicó a US$1 billón en los últimos nueve años y las tres principales firmas de calificación de crédito redujeron la nota del país a chatarra. La economía se contrajo 3,8% el año pasado y probablemente se contraerá de nuevo este año, por lo que la deuda será aún más gravosa.
Pero los inversionistas recuerdan 1992 y la última instancia de juicio político en Brasil, cuando el entonces presidente Fernan-do Collor de Melo, acusado de corrupción, renunció antes del comienzo del juicio del Senado. Luego llegó Fernando Henrique Cardoso, que supervisó la reactivación económica.
Tan insensible como pueda sonar, los inversionistas parecen muy indulgentes estos días. El caso testigo es Argentina, que ha estado en guerra con los fondos de cobertura durante 15 años y cuyo banco central dijo a principios de este año que comenzaría a imprimir billetes de mayor denominación para lidiar con una inflación estimada en torno a 40% anual.
El frenesí de compras de la oferta argentina (US$70.000 millones en pedidos sobre una emisión de bonos por US$16.500 millones) debería ser incentivo suficiente para que todos los países con un mal gobierno hagan un cambio. Es sorprendente que los inversionistas vuelvan a prestar dinero a 30 años a un país que acaba de salir de un default a cambio de un rendimiento de sólo 8%.
Pero con las monedas de mercados emergentes cotizándose alrededor de 10% por encima de sus mínimos y rendimientos de bonos de 4,6%, no hay muchas opciones para conseguir un retorno jugoso.
Hay frenesí y hay resaca. Dos años después de que Widodo y Modi asumieron sus cargos, los inversionistas comenzaron a perder la paciencia con el ritmo del cambio, pese a que los países estaban funcionando razonablemente bien.
El juego de quién es el siguiente en caer es difícil. Najib y Zuma podrían aguantar hasta el final de sus mandatos, en 2018 y 2019, respectivamente. El siguiente gran pez en la lista de los inversionistas es Vladimir Putin.soñar no cuesta nada.
El mercado aplaudió el pedido de juicio político y la probable destitución la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, incluso antes de la votación del domingo en la Cámara de Diputados que decidió procesarla. Al día siguiente, los inversionistas pujaban por una porción de la primera emisión de bonos de Argentina desde que el nuevo gobierno asumió el poder, a fines del año pasado.
A pesar de los profundos problemas económicos en ambos países, los inversionistas apuestan a que los nuevos líderes y sus políticas harán subir los mercados de acciones y bonos. «Los inversionistas están buscando esa rara historia que viene con un catalizador», dice Samy B. Muaddi, gestor de cartera de deuda de mercados emergentes en T. Rowe Price.
Esta apuesta ha sido durante mucho tiempo una obvia, aunque no siempre rentable, justificación para operar en mercados emergentes. La última ola de cambio tuvo lugar en 2014, cuando Narendra Modi asumió el poder en India y Joko Widodo se convirtió en presidente de Indonesia. Las acciones subieron aproximadamente 20% en ambos países en los meses previos a las elecciones y se mantuvieron hasta finales de ese año, incluso cuando otros mercados emergentes se desplomaron.
Los cambios de gobiernos son más importantes hoy en día, por dos razones: uno, hay pocas opciones de inversión atractivas, y dos, muchos mercados se mueven en sincronía, impulsados por factores como los precios de las materias primas y las tasas de interés de Estados Unidos.
Este año, una fuerte demanda hizo subir las acciones de los mercados emergentes 7,3% hasta el martes, frente a un alza de 2,8% en el S&P 500. Esto obligó a los inversionistas a asumir más riesgo para permanecer en el juego, lo que significa buscar historias de giros radicales, incluso si sus resultados son en gran medida inciertos.
La parte divertida es escoger quién será el siguiente gobernante que caerá en desgracia. A la cabeza de la lista están Jacob Zuma, de Sudáfrica, y Najib Razak, de Malasia. Ambos líderes enfrentan acusaciones de corrupción y están bajo presión para renunciar, pero son sobrevivientes políticos con un fuerte respaldo partidario.
Lo que entusiasma a los inversionistas es que Sudáfrica y Malasia tienen poblaciones jóvenes que rebosan de potencial. Lo que les preocupa es que ambos países dependen de que China compre sus materias primas y se enfrentan a una parálisis debido a la impopularidad de sus líderes y una clase política atrincherada.
Al igual que con todos los mercados emergentes, ambos países distan de ser los favoritos de los inversionistas y son baratos según muchas medidas. Hay muchas maneras de hacer dinero en ellos: monedas en apreciación, mayores ganancias empresariales y una mejor confianza.
El riesgo con las apuestas a un cambio en los países emergentes es que los problemas son tan profundos y la situación económica mundial tan débil que el optimismo puede disiparse rápidamente. Además, existe la posibilidad de que un mal gobierno empeore.
En Sudáfrica, Zuma desistió de reemplazar a un respetado ministro de Finanzas luego de una caída de los mercados. En Malasia, Najib designó como sucesor del presidente del banco central, una figura ampliamente respetada que se jubilará, a un aliado político que se desempeñó en el consejo asesor de un fondo de inversión del gobierno plagado de escándalos.
Después está la cuestión de arreglar el desastre dejado por el gobierno que se fue. Para muchos países emergentes, eso signifi-ca pagar de alguna manera una enorme deuda, normalmente derrochada en malas políticas o utilizada para pagar favores. La deuda de Brasil se triplicó a US$1 billón en los últimos nueve años y las tres principales firmas de calificación de crédito redujeron la nota del país a chatarra. La economía se contrajo 3,8% el año pasado y probablemente se contraerá de nuevo este año, por lo que la deuda será aún más gravosa.
Pero los inversionistas recuerdan 1992 y la última instancia de juicio político en Brasil, cuando el entonces presidente Fernan-do Collor de Melo, acusado de corrupción, renunció antes del comienzo del juicio del Senado. Luego llegó Fernando Henrique Cardoso, que supervisó la reactivación económica.
Tan insensible como pueda sonar, los inversionistas parecen muy indulgentes estos días. El caso testigo es Argentina, que ha estado en guerra con los fondos de cobertura durante 15 años y cuyo banco central dijo a principios de este año que comenzaría a imprimir billetes de mayor denominación para lidiar con una inflación estimada en torno a 40% anual.
El frenesí de compras de la oferta argentina (US$70.000 millones en pedidos sobre una emisión de bonos por US$16.500 millones) debería ser incentivo suficiente para que todos los países con un mal gobierno hagan un cambio. Es sorprendente que los inversionistas vuelvan a prestar dinero a 30 años a un país que acaba de salir de un default a cambio de un rendimiento de sólo 8%.
Pero con las monedas de mercados emergentes cotizándose alrededor de 10% por encima de sus mínimos y rendimientos de bonos de 4,6%, no hay muchas opciones para conseguir un retorno jugoso.
Hay frenesí y hay resaca. Dos años después de que Widodo y Modi asumieron sus cargos, los inversionistas comenzaron a perder la paciencia con el ritmo del cambio, pese a que los países estaban funcionando razonablemente bien.
El juego de quién es el siguiente en caer es difícil. Najib y Zuma podrían aguantar hasta el final de sus mandatos, en 2018 y 2019, respectivamente. El siguiente gran pez en la lista de los inversionistas es Vladimir Putin.soñar no cuesta nada.