Era previsible: el referéndum organizado por los malvinenses arrojó un resultado casi unánime. Muchos argentinos que han comenzado ya a dudar de la sensatez de la gárrula posición oficial en la cuestión Malvinas se preguntan por los motivos que han tenido los isleños para llevar adelante una consulta innecesaria.
A mi entender, esta iniciativa, en la que el gobierno británico no se empeñó especialmente, tuvo al menos tres motivos.
El primero es de índole ritual: votando, y haciéndolo por la continuidad, los isleños ponen en acto un sentimiento de pertenencia que forma parte a su vez de un linaje histórico –una identidad, un modo de ser- que conjuga la particularidad de ser malvinenses con la universalidad de ser británicos.
Puede que esta ritualidad se haya erigido no solamente frente a nosotros los argentinos, sino también delante de sí mismos como comunidad, en virtud del intenso proceso de cambio sufrido por las islas desde la posguerra (la calidad de vida mejoró a ojos vista) y también del crecimiento de la población no malvinense. Como sea, se trató indiscutiblemente de un acto cultural y también político. Y que implícitamente ratifica la Constitución de las Malvinas, promulgada en 1985 (piedra angular del desenvolvimiento malvinense).
Para comprender el segundo motivo consideremos la pregunta del referéndum: ¿Desea usted que las Islas Malvinas sigan siendo territorio de ultramar del Reino Unido?
El inveterado ombliguismo argentino lleva a creer que el sentido de esa pregunta se define exclusivamente por oposición a nuestra soberanía.
Y es cierto que el SÍ rechaza esta alternativa.
Pero hay otro sentido, que es el de rechazo a la opción por la independencia. Rechazar esta opción significa, en la práctica, que reside en los malvinenses la totalidad de las funciones de gobierno menos las de defensa y relaciones exteriores (y sus consiguientes presupuestos; los isleños están en el mejor de los mundos posibles, no es raro que hayan votado como lo hicieron).
Lo concreto es que los malvinenses se han cerrado el camino de la independencia por mucho tiempo.
El tercer motivo consiste en la explotación del acto en la escena internacional; también en arreglo a este paso estratégico se llevó a cabo el referéndum. La escena internacional es muy fluida (ha cambiado mucho en estas décadas: fin de la unipolaridad, emergencia de China y de los BRIC, etc.) y los malvinenses parecen ser conscientes de que el cuadro de relaciones con el que cuentan está obsoleto.
Además, están suficientemente autoconfiantes como para encarar por sí mismos la tarea (la época en la que eran apenas kelpers olvidados del mundo ya pasó).
Delante de este acontecimiento en nuestro país han surgido dos reacciones diferentes. La primera, a la que se acerca mucho la posición diplomática y política oficial, es el menosprecio.
Esta reacción alcanzó en ocasiones el extremo de la obsesión.
Obsesión grandilocuente por descalificar a los malvinenses como “población trasplantada”, negarles identidad como no sea la de intrusos y llamar al referéndum parodia.
La posición oficial es en verdad incongruente: reza el mantra del respeto al modo de vida de los isleños, pero los pisotea descalificándolos como rejuntado de okupas. La segunda reacción tiene el mérito de argumentar. En esencia, sostiene que los malvinenses han dado un paso trivial y han expresado apenas que quieren seguir siendo británicos, lo que demuestra que no gozan del derecho a la autodeterminación.
Y sin más se da por cerrado el problema: los malvinenses no son un interlocutor válido.
Así quedamos los argentinos encerrados en el círculo de nuestra propia obcecación: las islas nos pertenecen, quienes las habitan no tienen entidad y nuestro único interlocutor es Gran Bretaña.
¿Están los isleños inhabilitados como interlocutores por el hecho de ser británicos y querer seguir siéndolo?
Creo que la trampa argumental estriba en colocar el foco de la atención en la “autodeterminación de los pueblos”.
La discusión sobre si corresponde o no este concepto a mi entender es inútil. Se aplique o no, nada prohíbe que reconozcamos la legitimidad política de los malvinenses y nada impide (como no sea nuestra tozudez) que sus deseos (y no apenas sus intereses definidos por terceros) sean un componente de la difícil ecuación Malvinas.
Y el reconocimiento de los isleños como sujetos de derecho será positivo también para nosotros, puesto que nos permitirá conjugar intereses nacionales legítimos con los valores de la libertad.
A mi entender, esta iniciativa, en la que el gobierno británico no se empeñó especialmente, tuvo al menos tres motivos.
El primero es de índole ritual: votando, y haciéndolo por la continuidad, los isleños ponen en acto un sentimiento de pertenencia que forma parte a su vez de un linaje histórico –una identidad, un modo de ser- que conjuga la particularidad de ser malvinenses con la universalidad de ser británicos.
Puede que esta ritualidad se haya erigido no solamente frente a nosotros los argentinos, sino también delante de sí mismos como comunidad, en virtud del intenso proceso de cambio sufrido por las islas desde la posguerra (la calidad de vida mejoró a ojos vista) y también del crecimiento de la población no malvinense. Como sea, se trató indiscutiblemente de un acto cultural y también político. Y que implícitamente ratifica la Constitución de las Malvinas, promulgada en 1985 (piedra angular del desenvolvimiento malvinense).
Para comprender el segundo motivo consideremos la pregunta del referéndum: ¿Desea usted que las Islas Malvinas sigan siendo territorio de ultramar del Reino Unido?
El inveterado ombliguismo argentino lleva a creer que el sentido de esa pregunta se define exclusivamente por oposición a nuestra soberanía.
Y es cierto que el SÍ rechaza esta alternativa.
Pero hay otro sentido, que es el de rechazo a la opción por la independencia. Rechazar esta opción significa, en la práctica, que reside en los malvinenses la totalidad de las funciones de gobierno menos las de defensa y relaciones exteriores (y sus consiguientes presupuestos; los isleños están en el mejor de los mundos posibles, no es raro que hayan votado como lo hicieron).
Lo concreto es que los malvinenses se han cerrado el camino de la independencia por mucho tiempo.
El tercer motivo consiste en la explotación del acto en la escena internacional; también en arreglo a este paso estratégico se llevó a cabo el referéndum. La escena internacional es muy fluida (ha cambiado mucho en estas décadas: fin de la unipolaridad, emergencia de China y de los BRIC, etc.) y los malvinenses parecen ser conscientes de que el cuadro de relaciones con el que cuentan está obsoleto.
Además, están suficientemente autoconfiantes como para encarar por sí mismos la tarea (la época en la que eran apenas kelpers olvidados del mundo ya pasó).
Delante de este acontecimiento en nuestro país han surgido dos reacciones diferentes. La primera, a la que se acerca mucho la posición diplomática y política oficial, es el menosprecio.
Esta reacción alcanzó en ocasiones el extremo de la obsesión.
Obsesión grandilocuente por descalificar a los malvinenses como “población trasplantada”, negarles identidad como no sea la de intrusos y llamar al referéndum parodia.
La posición oficial es en verdad incongruente: reza el mantra del respeto al modo de vida de los isleños, pero los pisotea descalificándolos como rejuntado de okupas. La segunda reacción tiene el mérito de argumentar. En esencia, sostiene que los malvinenses han dado un paso trivial y han expresado apenas que quieren seguir siendo británicos, lo que demuestra que no gozan del derecho a la autodeterminación.
Y sin más se da por cerrado el problema: los malvinenses no son un interlocutor válido.
Así quedamos los argentinos encerrados en el círculo de nuestra propia obcecación: las islas nos pertenecen, quienes las habitan no tienen entidad y nuestro único interlocutor es Gran Bretaña.
¿Están los isleños inhabilitados como interlocutores por el hecho de ser británicos y querer seguir siéndolo?
Creo que la trampa argumental estriba en colocar el foco de la atención en la “autodeterminación de los pueblos”.
La discusión sobre si corresponde o no este concepto a mi entender es inútil. Se aplique o no, nada prohíbe que reconozcamos la legitimidad política de los malvinenses y nada impide (como no sea nuestra tozudez) que sus deseos (y no apenas sus intereses definidos por terceros) sean un componente de la difícil ecuación Malvinas.
Y el reconocimiento de los isleños como sujetos de derecho será positivo también para nosotros, puesto que nos permitirá conjugar intereses nacionales legítimos con los valores de la libertad.
Hay una frase que delata el ánimo colonial del artículo y su autor:»…la particularidad de ser malvinenses la universalidad de ser británicos». Así que la condición británica es universal?. !Que berreta por Dios!
A lo que se refiere Palermo no tiene nada que ver con colonialismo. » Britanico» es un termino colectivo (universal en ese sentido) que cubre 4 nacionalidades.
«colectivo» no significa universal-Pero de todos modos esa no es nuestra cuestión. Si los kelpers quieren ser británicos es asunto suyo. Pero no en nuestro territorio
Del Diccionario de la Real Academia:
Universal:
1. adj. Perteneciente o relativo al universo.
2. adj. Que comprende o es común a todos en su especie, sin excepción de ninguno.
3. adj. Que lo comprende todo en la especie de que se habla.
Palermo lo usa en acepción 2/3, que es similar a ‘colectivo’. No habla del universo. No dice que 1500 millones de chinos sean británicos. Habla de britanicos como un grupo especifico, con una supra-nacionalidad que incluye otras.
En el utópico caso que Argentina recuperase las Islas Malvinas por la vía diplomática, y eventualmente como precedente surja el reclamo de Paraguay pot los territorios perdidos en la Guerra de la Triple Alianza, ¿no deberiamos atender los mismos y predicar con el ejemplo?
Si claro, o que Bolivia le reclame al Brasil por lo de Acre an sou on… forever an ever an evryuer
Entons analizando el caso, ¿por que no ponemos la atencion en otras cosas? Digo, porque el tiro nos puede salir por la culata..
Analizando entre otras cosas la magnitud de los territorios en cuestión, de manera comparativa.
Te olvidas que estamos recuperando territorio de la Patria grande en manos de una potencia extraterritorial. Después vamos por la Guayana francesa, por Puerto Rico y por Texas, California, Arizona, Nevada, Nuevo México, Utah y hasta la Florida, que tanto!
Todo muy lindo el razonamiento, ahora, Paraguay tiene derecho a reclamo? Y en caso afirmativo, como nos comportariamos?
Claramente hacemos un referéndum en Formosa
Entonces las Malvinas no las recuperamos mas. Todo dicho Popu con su razonamiento y escapandole al bulto.
No creo que el significado del término «universal»lo defina el diccionario del rey de España. Es una voz con prosapia filosófica, una cuestión que atraviesa a la filosofía a lo largo de su historia, usada por los imperialismos para argumentar en favor de su superioridad.También integra el elenco de propuestas ideológicas de los heraldos internos del colonialismo. Baste recordar el famoso párrafo del vicepresidente de la nación argentina cuando sostuvo en Londres, en un encuentro con el príncipe de gales, que desde el punto de vista económico la Argentina era parte integrante de la corona británica
Ya entiendo, Juan, lo que las palabras quieren decir lo definis vos. ‘Los heraldos internos del colonialismo’… Disculpame por haberte tomado en serio y tratar de intercambiar. No se repite.
Me parece que las palabras del dr. Julio Roca (h)deben ser tomadas en serio, así como la mentalidad colonial, aunque el diccionario RAE no la explique
El Dr Julio Roca(h) se murio en 1942 segun Wikipedia. Lo que haya dicho o hecho en 1933 tiene tanta relevancia a lo que pasa en Argentina hoy como lo que Carlos IV le puede haber dicho al Virrey Cisneros antes de que zarpara. Si queres ser historiador dale, si queres hablar de politica atenete a lo que las cosas son hoy.