Son señales dispersas. Balbuceos que todavía no configuran un mensaje. Pero antes de iniciar su segundo período, Cristina Kirchner está dando a entender que ha comprendido que su «modelo» ha tocado un límite. A la entrevista con Barack Obama concurrió con una agenda financiera. Anunció un recorte de subsidios para moderar el gasto público . Y la viceministra de Trabajo y candidata a conducir esa cartera declaró ayer a LA NACION que el Gobierno fijará un techo para los aumentos de salarios.
Como Juan Perón después de su reelección, en 1952, la Presidenta parece admitir que la expansión de la economía ha llegado a su última frontera. Para evitar una crisis mayor haría falta reordenar las principales variables. Gasto público, salarios, quizá tarifas. Hay una disfunción que subyace a todas las demás: la inflación. Pero de eso todavía no se habla.
La nueva etapa aún carece de una narración. Acuerdo Económico y Social, Programa de Convergencia Nominal (el repliegue de la inflación, gasto, emisión y paritarias, a un nivel homogéneo del 18%). El kirchnerismo anda en busca de una nomenclatura. De cualquier modo, se trata de una racionalización.
En Cannes la Presidenta se aisló en su cuarto. Por momentos sólo Isidro Bounine, el secretario privado, estuvo al tanto de su agenda. Quienes debían acompañarla a algún encuentro eran convocados 10 minutos antes. Y algunos ministros que, como Débora Giorgi, pretendieron una audiencia, tuvieron que volver sin el regalo. Ese estilo algo despótico, consustancial con el peronismo, garantiza el hermetismo de ambos lados: los integrantes de la corte, atemorizados, tienen poquísimos estímulos para decir lo que piensan. Ella, por supuesto, esconde las cartas.
Sin embargo, la reunión con Obama fue un indicio de cierta propensión a normalizar el frente externo. Cuando la planificaron, las autoridades de los Estados Unidos se fijaron dos objetivos, que se podían detectar por las especialidades de quienes ingresaron al salón.
Primero, la señora de Kirchner debería comprender que el conflicto con Irán es central en la estrategia internacional norteamericana y que Washington espera tener a la Argentina de su lado. Por algo Tom Donoly y Dan Restrepo, del Consejo Nacional de Seguridad, estaban en el salón.
Obama y sus colaboradores salieron complacidos: según fuentes de su administración, la Presidenta garantizó a Obama que mantendrá las acusaciones contra el régimen de Teherán por el atentado contra la AMIA. Es difícil comprender cómo convivirá esa promesa con la negociación con Mahmud Ahmadinejad que anunció la señora de Kirchner en la última asamblea general de la ONU.
El otro propósito de la cita era ofrecer a la Argentina la ayuda necesaria para la normalización de sus relaciones financieras internacionales. En Washington quieren evitar que se repita lo ocurrido en 2007, cuando el escándalo judicial de la valija de Guido Antonini Wilson echó a perder el que, se suponía, sería un reacercamiento de la flamante presidenta Cristina Kirchner a los Estados Unidos. En los próximos días podría haber una señal de esa buena voluntad: la silla norteamericana en el BID volvería a votar a favor de un crédito para la Argentina. Aunque, en realidad, la decisión de no bloquear un préstamo destinado a la ayuda social fue anterior a la cumbre de Cannes.
El secretario de Finanzas, Hernán Lorenzino, y la procuradora del Tesoro, Angelina Abbona, quedaron en analizar el pago de sentencias internacionales. Los funcionarios estadounidenses pusieron más interés en los fallos del Ciadi, que el Gobierno quiere hacer revisar por tribunales locales, que en los que benefician a tenedores de bonos en default que se resistieron a entrar en el canje.
El frente externo
¿La entrevista con Obama significa que la señora de Kirchner normalizará su frente externo para buscar los dólares que le faltan en el mercado internacional? Desde que llegó al Palacio de Hacienda, Amado Boudou no ha podido convencerla de emprender ese camino, que supone el sinceramiento de las estadísticas, una mínima auditoría del Fondo y el pago al Club de París. Ella sigue hablando de las virtudes del desendeudamiento, mientras algunos de sus asesores le aconsejan financiarse nacionalizando los dividendos que las multinacionales radicadas en la Argentina giran a sus casas matrices. Curioso cambio de criterio: gracias a ese flujo fue posible la «argentinización» del 25% de YPF en manos de la familia Eskenazi, tan cercana al Gobierno.
La ambivalencia de la Presidenta es llamativa. Mientras en Cannes se ve con Obama y hace un guiño a los inversores internacionales, en Buenos Aires bloquea el mercado del dólar con excusas fiscales. Boudou debería explicarle que su estrategia de endeudamiento no va a funcionar si quien es invitado a traer dólares no tiene la certeza de que podrá, después, sacarlos. Nadie quiere entrar a una fiesta de la que teme no poder salir.
Para la guerra de los funcionarios para ascender o mantenerse en el futuro gabinete, el encuentro en Francia dio una pequeña pista. Restrepo había evitado a Héctor Timerman como gestor de la reunión. Pero Obama debió tolerar que el canciller del alicate se sentara enfrente de él. Timerman tiene derecho a fantasear con una renovación de su contrato. Aunque en la galaxia Kirchner uno nunca sabe: la Presidenta ya realizó su alarde de autonomía y, ahora, nadie podrá decir que si reemplaza a su ministro lo hace para halagar al «imperio».
Mientras en la Costa Azul se realineaba la política exterior, en Buenos Aires se abrió el frente sindical. Noemí Rial, aspirante a suceder a Carlos Tomada en el Ministerio de Trabajo, reveló que el Gobierno aspira a poner un límite a las negociaciones paritarias.
Por distintos canales, los sindicalistas ya habían sido notificados de que la Presidenta pretende que los aumentos salariales no excedan el 18%. El objetivo debe superar varios obstáculos. En principio, supone que el Gobierno reducirá la inflación por debajo del 18%. Si no, debería apagar uno de los motores de la fiesta de consumo que alentó la reelección: los aumentos salariales empezarían a correr por detrás de los precios. En ese caso la paz social sería un sueño esquivo.
Ventaja
La Presidenta juega con una paradójica ventaja. Es posible que la inflación ceda un poco. Con las manipulaciones en el mercado del dólar el Gobierno consiguió hacer subir la tasa de interés y restringir el crédito en una medida que promete enfriar la economía. Habrá que ver si el balance final de las medidas favorece los propósitos de Mercedes Marcó del Pont y Ricardo Etchegaray. La presidenta del Central pretende asegurarse su butaca, amenazada por Juan Carlos Fábrega. Etchegaray aspira a reemplazar a Boudou.
En la CGT existe poca predisposición a acompañar a Cristina Kirchner en una racionalización. Los gremialistas no han conseguido que les entreguen los fondos de las obras sociales que el Tesoro acumula por errores de imputación. La cifra es imprecisa. Algunos la llevan a $ 8000 millones. El acuerdo con Julio De Vido había sido que este año se repartirían 1000. Pero sólo llegaron 250. Es difícil que los sindicatos argentinos acepten un ajuste de salarios sin sacar un beneficio para la caja de la corporación. «Pero la señora no quiere a las corporaciones. ¿No vio que habla de los «trabajadores» y no del «movimiento obrero»?», comentó un dirigente perspicaz.
El conflicto con Hugo Moyano tampoco ayuda al objetivo confesado por Rial. La Presidenta dio la orden de que el camionero sea respetado en su cargo de secretario general de la CGT hasta que finalice su mandato. Pero los desaires a Moyano han sido suficientes como para animar a los gremialistas que no lo quieren, que son casi todos. La central obrera está hoy demasiado anarquizada como para someterse, unánime, a un acuerdo que limite la suba del salario.
El camionero ya no se inhibe para reclamar ante el Gobierno. Días atrás sus hijos emplazaron a la Presidenta para que eleve el mínimo no imponible de Ganancias antes del 15 de diciembre. Les hicieron saber que esa forma de pedir es la peor. El debate toca el corazón de otro problema oficial: Moyano quiere un aumento de salarios financiado con recursos del Tesoro.
Es el peor momento para esa exigencia. La Presidenta ordenó revisar la totalidad de los subsidios. En las distribuidoras de gas y electricidad festejan porque suponen que la contrapartida será un aumento de tarifas. Pero nadie aseguró nada. Al contrario, algunas operaciones relevantes, como la venta del paquete de British Gas en Metrogas a YPF y tres fondos de inversión (Fintech, Pampa y Marathon), no ha podido todavía realizarse porque nadie conoce cuál será el precio del servicio.
En el sector de los servicios, como en el del mercado de cambios, no debería haber confusión. Cristina Kirchner puede estar pensando en racionalizar la economía. Pero eso no significa que vaya a regirse por las reglas del mercado..
Como Juan Perón después de su reelección, en 1952, la Presidenta parece admitir que la expansión de la economía ha llegado a su última frontera. Para evitar una crisis mayor haría falta reordenar las principales variables. Gasto público, salarios, quizá tarifas. Hay una disfunción que subyace a todas las demás: la inflación. Pero de eso todavía no se habla.
La nueva etapa aún carece de una narración. Acuerdo Económico y Social, Programa de Convergencia Nominal (el repliegue de la inflación, gasto, emisión y paritarias, a un nivel homogéneo del 18%). El kirchnerismo anda en busca de una nomenclatura. De cualquier modo, se trata de una racionalización.
En Cannes la Presidenta se aisló en su cuarto. Por momentos sólo Isidro Bounine, el secretario privado, estuvo al tanto de su agenda. Quienes debían acompañarla a algún encuentro eran convocados 10 minutos antes. Y algunos ministros que, como Débora Giorgi, pretendieron una audiencia, tuvieron que volver sin el regalo. Ese estilo algo despótico, consustancial con el peronismo, garantiza el hermetismo de ambos lados: los integrantes de la corte, atemorizados, tienen poquísimos estímulos para decir lo que piensan. Ella, por supuesto, esconde las cartas.
Sin embargo, la reunión con Obama fue un indicio de cierta propensión a normalizar el frente externo. Cuando la planificaron, las autoridades de los Estados Unidos se fijaron dos objetivos, que se podían detectar por las especialidades de quienes ingresaron al salón.
Primero, la señora de Kirchner debería comprender que el conflicto con Irán es central en la estrategia internacional norteamericana y que Washington espera tener a la Argentina de su lado. Por algo Tom Donoly y Dan Restrepo, del Consejo Nacional de Seguridad, estaban en el salón.
Obama y sus colaboradores salieron complacidos: según fuentes de su administración, la Presidenta garantizó a Obama que mantendrá las acusaciones contra el régimen de Teherán por el atentado contra la AMIA. Es difícil comprender cómo convivirá esa promesa con la negociación con Mahmud Ahmadinejad que anunció la señora de Kirchner en la última asamblea general de la ONU.
El otro propósito de la cita era ofrecer a la Argentina la ayuda necesaria para la normalización de sus relaciones financieras internacionales. En Washington quieren evitar que se repita lo ocurrido en 2007, cuando el escándalo judicial de la valija de Guido Antonini Wilson echó a perder el que, se suponía, sería un reacercamiento de la flamante presidenta Cristina Kirchner a los Estados Unidos. En los próximos días podría haber una señal de esa buena voluntad: la silla norteamericana en el BID volvería a votar a favor de un crédito para la Argentina. Aunque, en realidad, la decisión de no bloquear un préstamo destinado a la ayuda social fue anterior a la cumbre de Cannes.
El secretario de Finanzas, Hernán Lorenzino, y la procuradora del Tesoro, Angelina Abbona, quedaron en analizar el pago de sentencias internacionales. Los funcionarios estadounidenses pusieron más interés en los fallos del Ciadi, que el Gobierno quiere hacer revisar por tribunales locales, que en los que benefician a tenedores de bonos en default que se resistieron a entrar en el canje.
El frente externo
¿La entrevista con Obama significa que la señora de Kirchner normalizará su frente externo para buscar los dólares que le faltan en el mercado internacional? Desde que llegó al Palacio de Hacienda, Amado Boudou no ha podido convencerla de emprender ese camino, que supone el sinceramiento de las estadísticas, una mínima auditoría del Fondo y el pago al Club de París. Ella sigue hablando de las virtudes del desendeudamiento, mientras algunos de sus asesores le aconsejan financiarse nacionalizando los dividendos que las multinacionales radicadas en la Argentina giran a sus casas matrices. Curioso cambio de criterio: gracias a ese flujo fue posible la «argentinización» del 25% de YPF en manos de la familia Eskenazi, tan cercana al Gobierno.
La ambivalencia de la Presidenta es llamativa. Mientras en Cannes se ve con Obama y hace un guiño a los inversores internacionales, en Buenos Aires bloquea el mercado del dólar con excusas fiscales. Boudou debería explicarle que su estrategia de endeudamiento no va a funcionar si quien es invitado a traer dólares no tiene la certeza de que podrá, después, sacarlos. Nadie quiere entrar a una fiesta de la que teme no poder salir.
Para la guerra de los funcionarios para ascender o mantenerse en el futuro gabinete, el encuentro en Francia dio una pequeña pista. Restrepo había evitado a Héctor Timerman como gestor de la reunión. Pero Obama debió tolerar que el canciller del alicate se sentara enfrente de él. Timerman tiene derecho a fantasear con una renovación de su contrato. Aunque en la galaxia Kirchner uno nunca sabe: la Presidenta ya realizó su alarde de autonomía y, ahora, nadie podrá decir que si reemplaza a su ministro lo hace para halagar al «imperio».
Mientras en la Costa Azul se realineaba la política exterior, en Buenos Aires se abrió el frente sindical. Noemí Rial, aspirante a suceder a Carlos Tomada en el Ministerio de Trabajo, reveló que el Gobierno aspira a poner un límite a las negociaciones paritarias.
Por distintos canales, los sindicalistas ya habían sido notificados de que la Presidenta pretende que los aumentos salariales no excedan el 18%. El objetivo debe superar varios obstáculos. En principio, supone que el Gobierno reducirá la inflación por debajo del 18%. Si no, debería apagar uno de los motores de la fiesta de consumo que alentó la reelección: los aumentos salariales empezarían a correr por detrás de los precios. En ese caso la paz social sería un sueño esquivo.
Ventaja
La Presidenta juega con una paradójica ventaja. Es posible que la inflación ceda un poco. Con las manipulaciones en el mercado del dólar el Gobierno consiguió hacer subir la tasa de interés y restringir el crédito en una medida que promete enfriar la economía. Habrá que ver si el balance final de las medidas favorece los propósitos de Mercedes Marcó del Pont y Ricardo Etchegaray. La presidenta del Central pretende asegurarse su butaca, amenazada por Juan Carlos Fábrega. Etchegaray aspira a reemplazar a Boudou.
En la CGT existe poca predisposición a acompañar a Cristina Kirchner en una racionalización. Los gremialistas no han conseguido que les entreguen los fondos de las obras sociales que el Tesoro acumula por errores de imputación. La cifra es imprecisa. Algunos la llevan a $ 8000 millones. El acuerdo con Julio De Vido había sido que este año se repartirían 1000. Pero sólo llegaron 250. Es difícil que los sindicatos argentinos acepten un ajuste de salarios sin sacar un beneficio para la caja de la corporación. «Pero la señora no quiere a las corporaciones. ¿No vio que habla de los «trabajadores» y no del «movimiento obrero»?», comentó un dirigente perspicaz.
El conflicto con Hugo Moyano tampoco ayuda al objetivo confesado por Rial. La Presidenta dio la orden de que el camionero sea respetado en su cargo de secretario general de la CGT hasta que finalice su mandato. Pero los desaires a Moyano han sido suficientes como para animar a los gremialistas que no lo quieren, que son casi todos. La central obrera está hoy demasiado anarquizada como para someterse, unánime, a un acuerdo que limite la suba del salario.
El camionero ya no se inhibe para reclamar ante el Gobierno. Días atrás sus hijos emplazaron a la Presidenta para que eleve el mínimo no imponible de Ganancias antes del 15 de diciembre. Les hicieron saber que esa forma de pedir es la peor. El debate toca el corazón de otro problema oficial: Moyano quiere un aumento de salarios financiado con recursos del Tesoro.
Es el peor momento para esa exigencia. La Presidenta ordenó revisar la totalidad de los subsidios. En las distribuidoras de gas y electricidad festejan porque suponen que la contrapartida será un aumento de tarifas. Pero nadie aseguró nada. Al contrario, algunas operaciones relevantes, como la venta del paquete de British Gas en Metrogas a YPF y tres fondos de inversión (Fintech, Pampa y Marathon), no ha podido todavía realizarse porque nadie conoce cuál será el precio del servicio.
En el sector de los servicios, como en el del mercado de cambios, no debería haber confusión. Cristina Kirchner puede estar pensando en racionalizar la economía. Pero eso no significa que vaya a regirse por las reglas del mercado..