Adalberto Krieger Vasena no lograba explicarse lo que pasaba en Córdoba aquel junio de 1969 y pronunció palabras que aún figuran en los manuales de ciencia política: “Nos hicieron el Cordobazo los obreros industriales mejor pagos de la Argentina”.
Sucesor de Álvaro Alsogaray, pero antecesor de José Martínez de Hoz y Domingo Cavallo en la conducción económica, el ministro del dictador Juan Carlos Onganía expresaba, en la que sería su frase más célebre, el desconcierto de la entonces llamada Revolución Argentina.
Cuarenta y tres años después y luego de casi tres décadas de democracia, la ministra Débora Giorgi, como la presidenta Cristina Fernández, no atinan sino a dar indignados palazos de ciego contra la rechifla que la titular de Industria recibió el miércoles a la tarde en un lugar emblemático de la industria de Córdoba: la planta automotriz de Renault, en barrio Santa Isabel.
Flota en la superficie el encontronazo con el gobernador José Manuel de la Sota. Una historia chica de la infinita pelea por el poder.
Bajo esas aguas de circunstancia se sumerge la indignación que alcanzó al onganiato y que ahora regresa navegando en la incomprensión de la realidad que estalla en enojos kirchneristas.
El tiempo tiende a deformar aquellos días del ’69, una gesta que con justa razón ha sido incorporada al famoso relato K.
Si la izquierda en proceso de radicalización, así como la clase media estudiantil, formó parte del Cordobazo, las distorsiones nunca llegaron a ocultar que el choque y la derrota a la Policía provincial lo aplicó en su mayor parte la bravía columna del Smata que bajó, a balonazo limpio, al centro con el peronista ortodoxo Elpidio Torres a la cabeza. Los muchachos lucifuercistas de Agustín Tosco también fueron importantes aquel mediodía en el que la segunda ciudad del país quedó en manos de la protesta.
Aquella barra de la vieja IKA, obreros bien remunerados y con conciencia política y sindical, no son otra cosa que los abuelos de esta muchachada de Renault. Como aquellos, forman parte de los trabajadores con mejores sueldos y mayores derechos.
¿Han perdido la conciencia nacional y popular de sus abuelos? ¿Forman parte de una siniestra conspiración oligárquica? ¿Son tan ignorantes como para silbar a la Presidenta del régimen que los rescató? Hay preguntas que se responden solas.
Las cosas más complejas a veces son simples de explicar: como una cada vez más numerosa masa de trabajadores, los obreros de Renault quieren que el autodesignado gobierno más progresista de la historia no les rompa el bolsillo con el Impuesto a las Ganancias.
Algunos de esos nietos del Cordobazo saben que sufren un problema que padecieron sus pares británicos a fines de la década de 1970 durante el ultraconservador gobierno de Margaret Thatcher. La primera ministra era menos sutil para nombrar lo que Cristina llama Impuesto a las Ganancias. “El income tax , señores, es un impuesto al trabajo”, dijo alguna vez, y desató un levantamiento tan violento que su pellejo quedó a salvo sólo gracias a la genial idea argentina de invadir las Islas Malvinas.
Sucesor de Álvaro Alsogaray, pero antecesor de José Martínez de Hoz y Domingo Cavallo en la conducción económica, el ministro del dictador Juan Carlos Onganía expresaba, en la que sería su frase más célebre, el desconcierto de la entonces llamada Revolución Argentina.
Cuarenta y tres años después y luego de casi tres décadas de democracia, la ministra Débora Giorgi, como la presidenta Cristina Fernández, no atinan sino a dar indignados palazos de ciego contra la rechifla que la titular de Industria recibió el miércoles a la tarde en un lugar emblemático de la industria de Córdoba: la planta automotriz de Renault, en barrio Santa Isabel.
Flota en la superficie el encontronazo con el gobernador José Manuel de la Sota. Una historia chica de la infinita pelea por el poder.
Bajo esas aguas de circunstancia se sumerge la indignación que alcanzó al onganiato y que ahora regresa navegando en la incomprensión de la realidad que estalla en enojos kirchneristas.
El tiempo tiende a deformar aquellos días del ’69, una gesta que con justa razón ha sido incorporada al famoso relato K.
Si la izquierda en proceso de radicalización, así como la clase media estudiantil, formó parte del Cordobazo, las distorsiones nunca llegaron a ocultar que el choque y la derrota a la Policía provincial lo aplicó en su mayor parte la bravía columna del Smata que bajó, a balonazo limpio, al centro con el peronista ortodoxo Elpidio Torres a la cabeza. Los muchachos lucifuercistas de Agustín Tosco también fueron importantes aquel mediodía en el que la segunda ciudad del país quedó en manos de la protesta.
Aquella barra de la vieja IKA, obreros bien remunerados y con conciencia política y sindical, no son otra cosa que los abuelos de esta muchachada de Renault. Como aquellos, forman parte de los trabajadores con mejores sueldos y mayores derechos.
¿Han perdido la conciencia nacional y popular de sus abuelos? ¿Forman parte de una siniestra conspiración oligárquica? ¿Son tan ignorantes como para silbar a la Presidenta del régimen que los rescató? Hay preguntas que se responden solas.
Las cosas más complejas a veces son simples de explicar: como una cada vez más numerosa masa de trabajadores, los obreros de Renault quieren que el autodesignado gobierno más progresista de la historia no les rompa el bolsillo con el Impuesto a las Ganancias.
Algunos de esos nietos del Cordobazo saben que sufren un problema que padecieron sus pares británicos a fines de la década de 1970 durante el ultraconservador gobierno de Margaret Thatcher. La primera ministra era menos sutil para nombrar lo que Cristina llama Impuesto a las Ganancias. “El income tax , señores, es un impuesto al trabajo”, dijo alguna vez, y desató un levantamiento tan violento que su pellejo quedó a salvo sólo gracias a la genial idea argentina de invadir las Islas Malvinas.
Bueno, la «crispación» va perdiendo altura. Pasamos de las comparaciones con Hitler, Chauchescu y Pol Pot a una comparación con Margarita.
‘Sunescándalo.
Dicho sea de paso, unos cuantos de los que ‘no soportan a la soberbia y autoritaria Cristina’, si tienen la edad suficiente, se han derretido de emoción cuando la Thatcher tomaba sus medidas más antipopulares, llamándola ‘Dama de hierro’ y admirando su ‘temple’. Como ahora con Merkel.
Eso, eso, eso.