Por Vicente Palermo
14/09/12 – 11:56
En sus variadas formas, el impreciso sujeto político que ayer se hizo otra vez presente ha venido para quedarse. Esto, por dos razones. Primero, porque el Gobierno difícilmente podrá rehacer el clima de aprobación que disfrutó hasta hace poco tiempo y que lo benefició incluso en relación con muchos de los ahora participantes de la protesta. Y segundo, porque los partidos de la oposición no están en condiciones de absorber la multitud de malestantes y canalizar más institucionalmente sus inquietudes. El intenso malestar seguirá pues expresándose con fuerza propia y a su modo condicionará las acciones de los otros actores.
Pero en este nuevo escenario se plantean dos peligros, que pueden conjugarse negativamente. Uno de ellos es el seguidismo de la oposición: los partidos opositores, en lugar de recoger y reprocesar el malestar difuso, y algo vesánico, para traducirlo en términos de propuestas, podrían limitarse a dar voz partidaria a la vesania y amplificarla en su propia arena. El otro es la iracundia del Gobierno: visto que ya no puede conseguir neutralizar a esos sectores y menos que lo favorezcan, podría atacarlos con la mayor dureza, con el objetivo de galvanizar las fuerzas propias y aumentar la cohesión de las mismas y el dominio sobre ellas, trazando una divisoria de fuego con el campo “enemigo”.
Entre muchas cosas, ayer se percibieron dos que deseo destacar. Primero, en la protesta no faltaron, aunque, claramente no fueron mayoritarias, las expresiones de intolerancia. Segundo, tampoco faltaron voces opositoras que se limitaron a reproducir el malestar dominante, prácticamente sin ninguna distancia con la protesta y el desahogo de las multitudes. Al día siguiente, figuras del Gobierno recurrieron al simple expediente de atribuir al conjunto (“mucho insulto, odio y agresión”) aquello que fue privativo de una pequeña parte. Y asimismo al de descalificar a todos por las supuestas preferencias de algunos; cuando se dice que “a esa gente le importa lo que pasa en Miami”, es evidente que los destinatarios no son sino las propias bases políticas y electorales, frente a las cuales los malestantes deben ser execrados.
Como sea, las semillas de una peligrosa polarización están sembradas. Entre todos podemos evitar que germinen. Pero si la oposición se limita a reproducir la protesta y el Gobierno no hace sino identificarla en términos de enemistad, las acciones podrían conducirnos a un juego autodestructivo, juego trágicamente frecuente en la historia argentina y trampa que debemos eludir.
*Investigador principal del Conicet, miembro del Club Político Argentino.
14/09/12 – 11:56
En sus variadas formas, el impreciso sujeto político que ayer se hizo otra vez presente ha venido para quedarse. Esto, por dos razones. Primero, porque el Gobierno difícilmente podrá rehacer el clima de aprobación que disfrutó hasta hace poco tiempo y que lo benefició incluso en relación con muchos de los ahora participantes de la protesta. Y segundo, porque los partidos de la oposición no están en condiciones de absorber la multitud de malestantes y canalizar más institucionalmente sus inquietudes. El intenso malestar seguirá pues expresándose con fuerza propia y a su modo condicionará las acciones de los otros actores.
Pero en este nuevo escenario se plantean dos peligros, que pueden conjugarse negativamente. Uno de ellos es el seguidismo de la oposición: los partidos opositores, en lugar de recoger y reprocesar el malestar difuso, y algo vesánico, para traducirlo en términos de propuestas, podrían limitarse a dar voz partidaria a la vesania y amplificarla en su propia arena. El otro es la iracundia del Gobierno: visto que ya no puede conseguir neutralizar a esos sectores y menos que lo favorezcan, podría atacarlos con la mayor dureza, con el objetivo de galvanizar las fuerzas propias y aumentar la cohesión de las mismas y el dominio sobre ellas, trazando una divisoria de fuego con el campo “enemigo”.
Entre muchas cosas, ayer se percibieron dos que deseo destacar. Primero, en la protesta no faltaron, aunque, claramente no fueron mayoritarias, las expresiones de intolerancia. Segundo, tampoco faltaron voces opositoras que se limitaron a reproducir el malestar dominante, prácticamente sin ninguna distancia con la protesta y el desahogo de las multitudes. Al día siguiente, figuras del Gobierno recurrieron al simple expediente de atribuir al conjunto (“mucho insulto, odio y agresión”) aquello que fue privativo de una pequeña parte. Y asimismo al de descalificar a todos por las supuestas preferencias de algunos; cuando se dice que “a esa gente le importa lo que pasa en Miami”, es evidente que los destinatarios no son sino las propias bases políticas y electorales, frente a las cuales los malestantes deben ser execrados.
Como sea, las semillas de una peligrosa polarización están sembradas. Entre todos podemos evitar que germinen. Pero si la oposición se limita a reproducir la protesta y el Gobierno no hace sino identificarla en términos de enemistad, las acciones podrían conducirnos a un juego autodestructivo, juego trágicamente frecuente en la historia argentina y trampa que debemos eludir.
*Investigador principal del Conicet, miembro del Club Político Argentino.