Mario Diament Periodista
Según Joseph Smith Jr., creador y profeta de la la Iglesia de los Santos de los Ultimos Días, más conocida como la iglesia mormona, un ángel llamado Moroni se le apareció el 21 de septiembre de 1823, cuando Smith tenía 17 años, diciéndole que una colección de antiguas escrituras grabadas en unas planchas de oro, se encontraban enterradas en una colina en el condado de Wayne, estado de Nueva York.
El ángel le ordenó a Smith retirar las planchas, que según la leyenda, estaban escritas en el idioma egipcio reformado y traducirlas al inglés.
Este es el origen del Libro de Mormón, un documento que, para los adeptos de esta religión constituye la palabra de Dios y tiene la misma relevancia que la Biblia.
La paridad entre estos dos libros sagrados constituye la principal objeción que los conservadores cristianos tienen respecto de los mormones y por añadidura, por su figura más prominente, el candidato a la nominación por el partido republicano, Mitt Romney. Y si este cuestionamiento persiste y se intensifica, puede terminar produciendo un candidato disidente, lo cual sería fatal para las ambiciones republicanas de recuperar la Presidencia.
Las últimas semanas registraron una intensa movilidad entre los aspirantes a competir por el sillón que ahora ocupa Barack Obama. Como cañitas voladoras, levantaron vuelo velozmente, resplandecieron por unos instantes y se consumieron con la misma rapidez. El último en desistir fue el gobernador de Texas, Rick Perry, quien durante su breve campaña pasó más tiempo corrigiendo sus disparates que exponiendo su plataforma.
Con el campo considerablemente despejado, la carrera por la candidatura republicana se disputa ahora entre Romney, el ex senador de Pennsylvania Rick Santorum, el ex presidente de la Cámara de Representantes Newt Gingrich y el favorito del movimiento Tea Party, Ron Paul.
Ninguno despierta particular entusiasmo, ninguno ha tenido empacho en acomodar sus opiniones a las necesidades del momento y todos están siendo juzgados por la misma única vara, esto es, su capacidad de derrotar a Obama.
Romney viene de ganar en New Hampshire y de empatar con Santorum en Iowa. Si mañana triunfa en Carolina del Sur, como las encuestas parecen sugerir (Gingrich ha estado recuperando terreno en los últimos días, pero el efecto de las explosivas declaraciones de su ex esposa, Marianne, anoche, por la cadena ABC puede pulverizar lo ganado) y mantiene la ventaja que los sondeos le asignan en la Florida, que realiza sus primarias el 31, es probable que su superioridad se vuelva indisputable.
Porque detrás de la Florida vienen las primarias en Nevada, Maine, Colorado y Michigan, todos estados donde Romney ganó durante su infructuosa carrera por la nominación en 2008.
Paradójicamente, uno de los principales obstáculos que Romney enfrenta a la par de su religión y la percepción de que se conduce como un muñeco de plástico, es su fortuna. Por una vez, los súper-ricos no están de moda en los Estados Unidos y la fortuna de Romney se calcula en unos 250 millones de dólares, lo que lo convierte en uno de los candidatos más opulentos de la historia presidencial norteamericana.
Para complicar más las cosas, Romney se ha mostrado reticente a dar cuenta de sus ingresos y evasivo en relación a sus impuestos. Todo cuanto se permitió revelar es que pagaba alrededor del 15%, una cifra considerablemente inferior a la que debe erogar la mayoría de los norteamericanos.
Romney ha prometido un tanto vagamente exponer su situación impositiva en abril, pero lo cierto es que en ninguna de sus campañas anteriores, fueran estas por el Senado, la Gobernación o la Presidencia, presentó jamás una declaración de impuestos.
Aquí radican, precisamente, las posibilidades de Santorum, un abogado, consultor político y comentarista, proveniente de un hogar católico de clase media. Algunos analistas consideran que, del paquete de candidatos remanente, Santorum es quien más se aproxima al norteamericano medio.
Pero Romney no solo lleva, por el momento, la delantera, sino que también comanda la percepción de ser el único capaz de derrotar a Obama, cuyas cifras de apoyo entre los votantes independientes se desplomaron en las últimas semanas.
Su consagración dará como resultado un candidato enigmático, quien tendrá que trabajar duramente para superar la desconfianza dentro de su propio partido, explicar sus bruscos cambios de posición, blanquear sus finanzas e introducir a los votantes a su credo religioso, sobre el cual existe considerable misterio, prejuicio e ignorancia.
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Según Joseph Smith Jr., creador y profeta de la la Iglesia de los Santos de los Ultimos Días, más conocida como la iglesia mormona, un ángel llamado Moroni se le apareció el 21 de septiembre de 1823, cuando Smith tenía 17 años, diciéndole que una colección de antiguas escrituras grabadas en unas planchas de oro, se encontraban enterradas en una colina en el condado de Wayne, estado de Nueva York.
El ángel le ordenó a Smith retirar las planchas, que según la leyenda, estaban escritas en el idioma egipcio reformado y traducirlas al inglés.
Este es el origen del Libro de Mormón, un documento que, para los adeptos de esta religión constituye la palabra de Dios y tiene la misma relevancia que la Biblia.
La paridad entre estos dos libros sagrados constituye la principal objeción que los conservadores cristianos tienen respecto de los mormones y por añadidura, por su figura más prominente, el candidato a la nominación por el partido republicano, Mitt Romney. Y si este cuestionamiento persiste y se intensifica, puede terminar produciendo un candidato disidente, lo cual sería fatal para las ambiciones republicanas de recuperar la Presidencia.
Las últimas semanas registraron una intensa movilidad entre los aspirantes a competir por el sillón que ahora ocupa Barack Obama. Como cañitas voladoras, levantaron vuelo velozmente, resplandecieron por unos instantes y se consumieron con la misma rapidez. El último en desistir fue el gobernador de Texas, Rick Perry, quien durante su breve campaña pasó más tiempo corrigiendo sus disparates que exponiendo su plataforma.
Con el campo considerablemente despejado, la carrera por la candidatura republicana se disputa ahora entre Romney, el ex senador de Pennsylvania Rick Santorum, el ex presidente de la Cámara de Representantes Newt Gingrich y el favorito del movimiento Tea Party, Ron Paul.
Ninguno despierta particular entusiasmo, ninguno ha tenido empacho en acomodar sus opiniones a las necesidades del momento y todos están siendo juzgados por la misma única vara, esto es, su capacidad de derrotar a Obama.
Romney viene de ganar en New Hampshire y de empatar con Santorum en Iowa. Si mañana triunfa en Carolina del Sur, como las encuestas parecen sugerir (Gingrich ha estado recuperando terreno en los últimos días, pero el efecto de las explosivas declaraciones de su ex esposa, Marianne, anoche, por la cadena ABC puede pulverizar lo ganado) y mantiene la ventaja que los sondeos le asignan en la Florida, que realiza sus primarias el 31, es probable que su superioridad se vuelva indisputable.
Porque detrás de la Florida vienen las primarias en Nevada, Maine, Colorado y Michigan, todos estados donde Romney ganó durante su infructuosa carrera por la nominación en 2008.
Paradójicamente, uno de los principales obstáculos que Romney enfrenta a la par de su religión y la percepción de que se conduce como un muñeco de plástico, es su fortuna. Por una vez, los súper-ricos no están de moda en los Estados Unidos y la fortuna de Romney se calcula en unos 250 millones de dólares, lo que lo convierte en uno de los candidatos más opulentos de la historia presidencial norteamericana.
Para complicar más las cosas, Romney se ha mostrado reticente a dar cuenta de sus ingresos y evasivo en relación a sus impuestos. Todo cuanto se permitió revelar es que pagaba alrededor del 15%, una cifra considerablemente inferior a la que debe erogar la mayoría de los norteamericanos.
Romney ha prometido un tanto vagamente exponer su situación impositiva en abril, pero lo cierto es que en ninguna de sus campañas anteriores, fueran estas por el Senado, la Gobernación o la Presidencia, presentó jamás una declaración de impuestos.
Aquí radican, precisamente, las posibilidades de Santorum, un abogado, consultor político y comentarista, proveniente de un hogar católico de clase media. Algunos analistas consideran que, del paquete de candidatos remanente, Santorum es quien más se aproxima al norteamericano medio.
Pero Romney no solo lleva, por el momento, la delantera, sino que también comanda la percepción de ser el único capaz de derrotar a Obama, cuyas cifras de apoyo entre los votantes independientes se desplomaron en las últimas semanas.
Su consagración dará como resultado un candidato enigmático, quien tendrá que trabajar duramente para superar la desconfianza dentro de su propio partido, explicar sus bruscos cambios de posición, blanquear sus finanzas e introducir a los votantes a su credo religioso, sobre el cual existe considerable misterio, prejuicio e ignorancia.
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