Los que no dicen nada

Hubo de todo como en botica. Hasta circuló una encuesta sobre la ropa de los candidatos. Salió primero Macri, el más elegante según los encuestados, y segundo Filmus. La polera de Pino Solanas apareció mal posicionada. También hubo ganchos para todos los gustos, desde los programáticos, hasta los que dicen que van a votar al cancherito que baila cumbia y juega con los globos en el escenario. En esa franja de emisión hubo mensajes de baja frecuencia con imágenes guionadas donde el contenido entra en silencio como el silbato para perros.
El nuevo votante solamente sabe que el candidato a la reelección, el actual jefe de Gobierno, baila cumbia con la esposa embarazada, que también es famosa porque los dos fueron al programa de Susana Giménez. En general, la campaña fue de poca intensidad pero, en el caso de Macri, fue una campaña esencialmente blanca y jugada en forma virtual, sin siquiera demasiadas apariciones con contacto espontáneo con público o con el periodismo.
Ha sido una campaña estrictamente guionada por asesores. Casi sin contenidos, como en una criptografía, se trata de leer las imágenes que se construyeron con el jefe de Gobierno lanzado a su reelección. Lo lógico en una reelección hubiera sido una campaña de contenidos, de defensa, promoción y exaltación de su gestión. Pero no hubo un solo cartel de campaña que enumerase esos supuestos galardones. Incluso los carteles que aparecieron son imágenes con consignas de tipo publicitario como “Sos bienvenido” o “Juntos vamos bien”.
De izquierda o de derecha —ya forma parte del oficio—, el político escucha los consejos de sus asesores, tiene que abrir su propia persona, sus marcas culturales, a grupos sociales con marcas diferentes. Tiene que escuchar esos consejos para saltear barreras que obstaculizan la llegada de sus mensajes, incluso mensajes que están destinados a esos grupos sociales que pueden ser tan diferentes al candidato. El candidato escucha esos consejos y ajusta sus propios instintos, orienta sus ademanes públicos y trata de emitir en una onda más ecuménica, más proletaria o más clase media, o más ilustrada, según hacia dónde ponga el foco. Adapta su mensaje pero no lo elimina. El político que se resiste a esa práctica es como el veterano que rechaza la computadora.
En el caso de Macri fue el otro extremo, una campaña hecha por asesores, sin políticos, una campaña técnica que comunicó emociones o sentimientos y trató de buscar identificaciones a partir de gestos y de imágenes. Ha sido llamativa la ausencia de contenidos. Ha sido sobre todo así en el caso de Macri. Sus compañeros en las listas debieron hacer más precisiones, pero el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires ha sido tan genérico que hasta llegó a decir que podría pensar en apoyar la reelección de la Presidenta porque su partido no tiene candidato para esa función.
Hay una relación entre el candidato y los electores que interpela. Es una relación que contribuye a definir la calidad democrática, por lo que su desarrollo implica construcción de ciudadanía. Pero esa relación entre el político y el ciudadano está bastante abollada en la Argentina, y la crisis del 19 y 20 diciembre del 2001, que también fue una crisis de esa relación, abonó el surgimiento de discursos críticos a la “vieja política”.
Salieron fórmulas para todos los gustos, desde el autonomismo y el basismo hasta la decisión más práctica pero menos ostentosa de hacer la prueba de escuchar los reclamos económicos, sociales, de derechos humanos y demás, que provenían de la sociedad, para incorporarlos a la agenda política. El neoliberalismo había planteado esa circulación en sentido inverso, es decir el político imponía a la sociedad una agenda diseñada desde arriba por factores de poder económico.
Hubo otra vertiente, que no por casualidad tuvo su origen en políticos de fuente neoliberal, que se montaron en la crítica a la vieja política para desprestigiar cualquier tipo de política. Si antes se despojaba al ciudadano de la posibilidad de decidir, imponiéndole un discurso ajeno, ahora se invisibiliza ese mismo discurso que sigue siendo ajeno y se lo esconde en imágenes y actitudes de la gente “no política”. Mientras esconden sus propuestas, por el otro lado, buscan convertir la política (la que no se oculta y que se expone con honestidad en propuestas y proyectos) en mala palabra. Otra vez el intento es despojar a los ciudadanos de la política, ahora anatemizándola, despreciándola, poniéndola bajo sospecha permanente de corrupción, mesianismo o de ignorancia.
En esa concepción, “neo-neo liberal”, la propuesta, el modelo de país al que se aspira tiene un lugar principal en las acciones, pero muy secundario en el discurso, digamos que allí está oculto, tapado por las otras representaciones. El principal objetivo del candidato es así demostrar que no es político; ésa es su principal preocupación y el gancho más fuerte de su oferta. Esconde las propuestas para construir una imagen y sólo se refiere a ellas como algo secundario, algo que no sería tan difícil de realizar siempre que el encargado de hacerlo no fuera un político. El “no político”, con empatía, no aburre con su discurso, que en definitiva resulta menos importante que bailar cumbia y tener una hermosa mujer embarazada, frente al “político” que presenta un discurso, habla de política y por lo tanto es sospechado de corrupto y es menos profesional en la búsqueda de identificaciones secundarias en los gestos o en la ropa.
El escenario se completó con una fuerte campaña anónima contra Daniel Filmus, el principal competidor de Macri. La campaña, sorprendente por su virulencia, estuvo compuesta por los mismos condimentos que tiene el nuevo discurso de la vieja política neo-neo liberal. El principal elemento es que la política está bajo sospecha. Que se da por descontado que si alguien hace política, es porque está corrupto. Resulta paradójica esta idea porque el senador Filmus hace muchos años que ocupó distintas funciones, como ministro de Educación en la ciudad de Buenos Aires y en la Nación y como senador. Y en la vida académica fue directivo de Flacso.
No le pudieron encontrar una sola mancha de corrupción en todos esos años, como seguramente sucede con muchos políticos. Entonces recurrieron al padre del ministro. Dijeron que era arquitecto y que era socio de Schoklender en la estafa a la Asociación Madres de Plaza de Mayo. Pero no lo hicieron como una acusación sino como una falsa encuesta telefónica que daba por sabida –y por lo tanto sin necesidad de ser probada– toda esa historia. Llamaron a centenares de miles de personas para realizar esa encuesta y promovieron que la mentira se convirtiera en versión y corriera de boca en boca.
Pero el padre de Filmus es un humilde inmigrante judío, que a los cuatro años quedó huérfano y fue criado en un orfanato, no sólo no es arquitecto, sino que no terminó la primaria, fue un trabajador esforzado toda su vida y actualmente tiene 88 años.
La Justicia decidirá si estas infamias formaron parte de la campaña del PRO o si simplemente coincidieron. Pero lo real es que la “no política” tiene esas dos vertientes, la “no política” en cuanto a la acción de sustraer a los ciudadanos de la escena de las decisiones sobre la comunidad, que es esencialmente política. Inducir masivamente la idea de rechazar cualquier forma de política implica que el que quiere hacer política tiene que ocultarlo, hacerla como si no la estuviera haciendo. Y, al mismo tiempo, desde ese lugar queda en mejor posición para denunciar a los que hacen política en forma abierta.
Como la cancha está embarrada por viejas y actuales experiencias de corrupción y politiquerías y por un discurso que generaliza esas experiencias en forma interesada e indiscriminada, solamente hay que acusarlos de hacer política y lo demás se deduce. Es una evaluación falsa que apunta a arrebatarles a los ciudadanos la única herramienta con la que pueden intervenir en las decisiones sobre la sociedad que integran. Sin política no hay participación. No hay que buscar “no políticos”, sino saber diferenciar entre los buenos y los malos políticos. Hay que escuchar claramente lo que dicen y desconfiar de los que no dicen nada.

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