“Ahora, está la muletilla de que para resolver la inflación hay que aumentar la inversión. Eso es cierto en el largo plazo pero es falso en el corto plazo, donde se da el efecto contrario, porque para aumentar la inversión tenemos que comprar ladrillos, máquinas, emplear a más gente, lo que crea más demanda a corto plazo que después se transforma en oferta, pero luego”.
(Alfonso Prat-Gay, del reportaje largo de PERFIL en septiembre de 2007)
***
“Luego” es una palabra clave para el gobierno de Macri. Luego de acordar con los holdouts vendrá el crédito. Luego de regresado el crédito vendrán las inversiones. Luego la economía volverá a crecer y luego el bienestar comenzará a sentirse.
La duración de ese “luego” será fundamental para que el Gobierno logre ganar las elecciones parlamentarias del año próximo. Aunque es probable que el macrismo no crea que su suerte se juegue en las elecciones de medio turno de 2017, y eso haya determinado la elección del camino gradualista para corregir la economía y no un plan económico integral lanzado el primer día.
Es cierto que Cristina Kirchner perdió las elecciones de 2009 y eso no le impidió en 2011 sacar el 54% de los votos para ganar rotundamente su reelección, pero en el medio falleció su marido y difícilmente Macri atraviese un evento personal que irradie tanto apoyo como una viudez femenina.
Más allá de la duración de ese “luego”: ¿en el primer semestre se profundiza la recesión pero en el segundo semestre acaba y se comienza a crecer? ¿O recién la economía comenzará a crecer en 2017? Lo importante será que cuando llegue ese “luego” el crecimiento sea en forma de verdadero desarrollo: autosustentable y “derramando” hacia toda la población. Y no como sucedió en Perú cuando asumió la presidencia Alejandro Toledo, quien encontró el país estancado y lo llevó a tasas de crecimiento del PBI del 6% anual, pero la bonanza no se sentía en la población.
La Argentina ya tuvo un ciclo de alta inversión en la década del 90 y quedó demostrado que la inversión es condición necesaria pero no suficiente para el desarrollo. Macri y mucho menos Prat-Gay, cuya visión de la economía está muy lejos de la de un neoliberal que se sienta a esperar que el derrame produzca sus frutos, tiene claro que un crecimiento basado en la exportación de materias primas que no demande intensivamente mano de obra (como fue el caso de la minería en Perú) no “derrama”.
Pero el peligro es que se confíe en exceso en el ánimo del sector privado por competir después de décadas de haberse acostumbrado a la cartelización y la aversión al riesgo.
Es lógico esperar que el acuerdo con los holdouts y su consiguiente llegada del crédito no sólo generen un posterior boom de inversiones sino que permitan reducir la inflación porque parte del déficit fiscal actual no se siga financiando con emisión monetaria (sino con deuda). Pero si la economía no creciera sostenidamente, el déficit fiscal financiado con deuda se tornaría crónico y el nuevo modelo económico, inviable. Por uno u otro camino la Argentina precisa que el sector privado se torne competitivo tanto en el mercado interno como para exportar algunas formas de valor agregado.
Y ése fue uno (entre muchos otros) de los problemas de los 90: Cavallo creyó que la cartelización era una enfermedad cultural del empresario argentino porque era subdesarrollado y que lo corregiría llamando a empresas internacionales que no tenían esas prácticas en sus países. Pero al llegar a la Argentina, en lugar de competir, se cartelizaron con las empresas locales y todas apelaron al camino del menor esfuerzo y riesgo.
En los países desarrollados, las grandes empresas no se cartelizan (tanto) porque son obligadas a competir con leyes antitrust y de defensa de la competencia. La cartelización tampoco es una práctica empresaria característica de la Argentina sino de todos los países no desarrollados (es una de las principales causas de su no desarrollo). Los casos de corrupción que investiga la Justicia de Brasil también ponen en evidencia la cartelización de la empresas de obra pública en ese país.
Si Brasil quería ser un jugador del comercio internacional en la escala de su tamaño, no podía continuar con un empresariado no competitivo que basara su éxito capturando renta no por innovación, mejores productos y servicios, o menores precios, sino por la cartelización. Argentina tiene el mismo desafío.
Néstor Kirchner creyó que podría disciplinar a los empresarios con palos y que los únicos oligopolios aceptados serían aquellos donde participaba con su capitalismo de amigos. Y empeoró aún más la situación cartelizando en muchos casos a los sindicatos para profundizar la continua pérdida de competitividad de nuestra economía. No hace falta ser un experto para darse cuenta de que, aun con el dólar a 14 pesos, muchos productos y servicios en la Argentina siguen siendo muy caros a nivel internacional y/o su relación calidad/precio hace que los consumidores argentinos sean rehenes de la falta de competitividad del propio sistema económico en el que producen.
El optimismo y las expectativas positivas son una gran herramienta económica del Gobierno. Pero “luego” le costará mantener ese humor social si no logra construir un capitalismo verdaderamente competitivo. En Estados Unidos alguien que nació rico y no podía ser corrido por derecha, como Teddy Roosevelt, creó hace cien años las bases de un capitalismo competitivo con su famosa campaña antimonopolios, que comenzó con un discurso de más de treinta páginas en el Congreso. Macri, que también nació rico como Roosevelt y a quien no se podrá acusar de estatista o antimercado, podría cambiar la historia del capitalismo en la Argentina y ponerlo al servicio de todos los ciudadanos si fomenta la competencia tanto o más que la inversión.
Si no lo hace, su “luego” nunca llegará. O no llegará completamente.
(Alfonso Prat-Gay, del reportaje largo de PERFIL en septiembre de 2007)
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“Luego” es una palabra clave para el gobierno de Macri. Luego de acordar con los holdouts vendrá el crédito. Luego de regresado el crédito vendrán las inversiones. Luego la economía volverá a crecer y luego el bienestar comenzará a sentirse.
La duración de ese “luego” será fundamental para que el Gobierno logre ganar las elecciones parlamentarias del año próximo. Aunque es probable que el macrismo no crea que su suerte se juegue en las elecciones de medio turno de 2017, y eso haya determinado la elección del camino gradualista para corregir la economía y no un plan económico integral lanzado el primer día.
Es cierto que Cristina Kirchner perdió las elecciones de 2009 y eso no le impidió en 2011 sacar el 54% de los votos para ganar rotundamente su reelección, pero en el medio falleció su marido y difícilmente Macri atraviese un evento personal que irradie tanto apoyo como una viudez femenina.
Más allá de la duración de ese “luego”: ¿en el primer semestre se profundiza la recesión pero en el segundo semestre acaba y se comienza a crecer? ¿O recién la economía comenzará a crecer en 2017? Lo importante será que cuando llegue ese “luego” el crecimiento sea en forma de verdadero desarrollo: autosustentable y “derramando” hacia toda la población. Y no como sucedió en Perú cuando asumió la presidencia Alejandro Toledo, quien encontró el país estancado y lo llevó a tasas de crecimiento del PBI del 6% anual, pero la bonanza no se sentía en la población.
La Argentina ya tuvo un ciclo de alta inversión en la década del 90 y quedó demostrado que la inversión es condición necesaria pero no suficiente para el desarrollo. Macri y mucho menos Prat-Gay, cuya visión de la economía está muy lejos de la de un neoliberal que se sienta a esperar que el derrame produzca sus frutos, tiene claro que un crecimiento basado en la exportación de materias primas que no demande intensivamente mano de obra (como fue el caso de la minería en Perú) no “derrama”.
Pero el peligro es que se confíe en exceso en el ánimo del sector privado por competir después de décadas de haberse acostumbrado a la cartelización y la aversión al riesgo.
Es lógico esperar que el acuerdo con los holdouts y su consiguiente llegada del crédito no sólo generen un posterior boom de inversiones sino que permitan reducir la inflación porque parte del déficit fiscal actual no se siga financiando con emisión monetaria (sino con deuda). Pero si la economía no creciera sostenidamente, el déficit fiscal financiado con deuda se tornaría crónico y el nuevo modelo económico, inviable. Por uno u otro camino la Argentina precisa que el sector privado se torne competitivo tanto en el mercado interno como para exportar algunas formas de valor agregado.
Y ése fue uno (entre muchos otros) de los problemas de los 90: Cavallo creyó que la cartelización era una enfermedad cultural del empresario argentino porque era subdesarrollado y que lo corregiría llamando a empresas internacionales que no tenían esas prácticas en sus países. Pero al llegar a la Argentina, en lugar de competir, se cartelizaron con las empresas locales y todas apelaron al camino del menor esfuerzo y riesgo.
En los países desarrollados, las grandes empresas no se cartelizan (tanto) porque son obligadas a competir con leyes antitrust y de defensa de la competencia. La cartelización tampoco es una práctica empresaria característica de la Argentina sino de todos los países no desarrollados (es una de las principales causas de su no desarrollo). Los casos de corrupción que investiga la Justicia de Brasil también ponen en evidencia la cartelización de la empresas de obra pública en ese país.
Si Brasil quería ser un jugador del comercio internacional en la escala de su tamaño, no podía continuar con un empresariado no competitivo que basara su éxito capturando renta no por innovación, mejores productos y servicios, o menores precios, sino por la cartelización. Argentina tiene el mismo desafío.
Néstor Kirchner creyó que podría disciplinar a los empresarios con palos y que los únicos oligopolios aceptados serían aquellos donde participaba con su capitalismo de amigos. Y empeoró aún más la situación cartelizando en muchos casos a los sindicatos para profundizar la continua pérdida de competitividad de nuestra economía. No hace falta ser un experto para darse cuenta de que, aun con el dólar a 14 pesos, muchos productos y servicios en la Argentina siguen siendo muy caros a nivel internacional y/o su relación calidad/precio hace que los consumidores argentinos sean rehenes de la falta de competitividad del propio sistema económico en el que producen.
El optimismo y las expectativas positivas son una gran herramienta económica del Gobierno. Pero “luego” le costará mantener ese humor social si no logra construir un capitalismo verdaderamente competitivo. En Estados Unidos alguien que nació rico y no podía ser corrido por derecha, como Teddy Roosevelt, creó hace cien años las bases de un capitalismo competitivo con su famosa campaña antimonopolios, que comenzó con un discurso de más de treinta páginas en el Congreso. Macri, que también nació rico como Roosevelt y a quien no se podrá acusar de estatista o antimercado, podría cambiar la historia del capitalismo en la Argentina y ponerlo al servicio de todos los ciudadanos si fomenta la competencia tanto o más que la inversión.
Si no lo hace, su “luego” nunca llegará. O no llegará completamente.