Podrá ser la suya una política audaz, y hasta peligrosa, pero es injusto afirmar que Mauricio Macri no hace política. Hace otra política, sobre todo si se la compara con los dos presidentes no peronistas (Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa) en 32 años de democracia. Mientras éstos buscaron siempre los pactos de gobernabilidad con el peronismo, Macri se propone mantener fragmentado al peronismo. La solución consiste en elevar a Cristina Kirchner al rol protagónico de su única (o más importante) adversaria. Cristina produce un monumental rechazo en una mayoría social, pero es, a la vez, el liderazgo político con adhesiones más firmes, aunque minoritarias. Si bien ningún macrista lo dice, la cada vez más comprometida situación de la ex presidenta en la Justicia es un elemento importante para el proyecto estratégico de Macri.
Esa política explica muchas políticas. Explica, por ejemplo, por qué el Presidente no aceptó la propuesta de un acuerdo del bicentenario que le ofreció el jefe del decisivo bloque peronista del Senado, Miguel Pichetto. O por qué no exploró más (aunque hizo algunas gestiones) sobre un acuerdo económico y social con los gremios peronistas.
Esos pactos habrían unificado en un solo bloque a gran parte del peronismo (senadores, gobernadores, muchos diputados y gremialistas) y aislado a Cristina con su minoría fanática de camporistas. Justo el escenario que Macri no quiere.
Macri es un elemento disruptivo de la política tal como se la conoció hasta ahora. Se propuso ser presidente cuando sólo era el fundador de un partido provincial y se negó a aliarse con cualquier versión del peronismo contra la opinión de los sectores más influyentes de la sociedad. Logró ser presidente. Se resiste por lo tanto a entender los viejos moldes de la política. ¿Es presidente por el genio de su estrategia y de sus estrategas o lo es, en cambio, por la pésima conducción política de Cristina Kirchner? La pregunta es crucial para comprender muchas cosas. La respuesta es menos dramática. Ni lo uno ni lo otro. Macri confió en una oferta electoral sin conexiones con dirigentes peronistas importantes. Ése fue su acierto. Cristina lo ayudó luego, cuando condenó a Daniel Scioli a competir acompañado por Carlos Zannini y Aníbal Fernández. Macri y Cristina hicieron presidente a Macri. Ahora, el Presidente no quiere romper esa sociedad implícita, edificada de hecho, sin amor. ¿Por qué les haría caso, por otro lado, a los que le dieron consejos equivocados en el proceso de construcción de su poder?
Esa rebeldía de Macri ya le valió que el Senado sancione una ley que virtualmente prohíbe los despidos de trabajadores. La mayoría peronista arrasó la posición del Presidente, claramente opositora a una ley de esa naturaleza. Fue un mensaje claro del peronismo, que muy poco tiene que ver con la situación de los trabajadores. Una ley así significa un notable extravío en la inteligencia de senadores y gremialistas. Casi el 40% de los trabajadores argentinos son informales (están en negro). Un 30% de la sociedad está bajo la línea de la pobreza. El valor de un PBI anual argentino (unos 400.000 millones de dólares) está fuera del sistema financiero, según un estudio de Orlando Ferreres. Con una ley como la sancionada, los que trabajan en negro seguirán trabajando en negro, los pobres seguirán siendo pobres y los dólares seguirán en colchones o en bancos extranjeros.
Sin embargo, es probable que la ley sea sancionada, con modificaciones, por los diputados. Sergio Massa se queja: «Cada vez tengo menos espacio entre Macri y Cristina». Pichetto propuso un compromiso público de los empresarios de que no habría despidos para no votar la ley. Dos funcionarios importantes de Macri, Gustavo Lopetegui y Mario Quintana, llevaron hasta la poderosa AEA la idea embrionaria, y hasta dudosa para ellos, de un acuerdo económico y social sobre precios, salarios y estabilidad. Los empresarios de AEA le respondieron con la historia: esas cosas siempre fracasaron.
El Gobierno no explica estas cosas. O las explica a su modo. También en la comunicación el macrismo es disruptivo. Lo hace a propósito, sólo para marcar la diferencia con la catarata discursiva de Cristina Kirchner. Así como no acepta una política de operadores todoterreno, que hicieron política y negocios desde la década del 80 hasta diciembre pasado, tampoco quiere tener comunicadores al estilo de los predicadores mormones de Cristina. ¿Cómo comunica? La única respuesta que se encuentra es que la página de Facebook del Gobierno tiene 10 millones de seguidores y que se abrieron 6000 oficinas en el área metropolitana para explicar las políticas del Gobierno. Punto. El resto es tarea del periodismo. Que cada periodista lo haga a su aire. La diferencia con Cristina no puede ser mayor. Siempre el propósito es el mismo.
Macri no se mueve de esas certezas mientras el resto de la política lo interpela. Es una batalla entre la razón y la fe. El combate corre paralelo al momento más difícil del Presidente, cuando Gobierno y sociedad están en el lugar más oscuro del túnel que creó el sinceramiento de la economía. Todas las malas noticias deben suceder en el primer semestre del año. El reciente aumento del 10% en las naftas, que provocó que muchos argentinos se hartaran de la sinceridad económica, no lo decidió el ministro Aranguren. Lo decidió el propio Macri. Prepara la industria petrolera para sacarle los subsidios que tiene desde los tiempos de Cristina. El Estado le asegura a las petroleras 65 dólares por barril (cuesta 45 dólares en el mercado internacional). «El riesgo de no aumentar era que despidieran trabajadores petroleros y quemaran Comodoro Rivadavia», dramatiza el macrismo.
El lugar más oscuro del túnel está afectando sobre todo a los más carenciados. Intendentes y obispos reconocen que volvió el reclamo de comida a municipios y parroquias como no se veía desde 2002. Éste es el aspecto más frágil de la política de Macri, más aún que el supuesto desempleo. No hay despidos masivos por ahora. Pero sí hay, según lo reconocen Hugo Moyano y Antonio Caló, un enorme y extendido temor de los trabajadores a perder el empleo. Éstos tocan la recesión y sacan conclusiones.
Macri ve una luz; cree que el túnel terminará en el segundo semestre. Es también una cuestión de fe. En junio o julio, aseguran, la inflación bajará a menos del 2% mensual; las paritarias habrán terminado asignando nuevos salarios y, en julio, además, los que trabajan tendrán el medio aguinaldo. La inversión es fundamental para terminar el cuadro. El Presidente confía más en la inversión extranjera que en la interna. Hay algo que no se termina de acomodar entre él y los empresarios locales. Otra disrupción.
Cristina entretiene al público mientras tanto. El desfile de riquezas en Santa Cruz dejó a los argentinos estupefactos, con los ojos abiertos. Una mayoría, arbitraria si se quiere, reclama que devuelvan la plata robada ya mismo. La Justicia es más lenta que la ansiedad colectiva. Cristina no caerá rápidamente por los derroches de Lázaro Báez, sino por dos causas que llegan a ella directamente, sin escalas. Son las de Hotesur y Los Sauces (el lavado de dinero habría sido hecho por empresas de su familia sin la intermediación de funcionarios), la primera en manos del juez Julián Ercolini y la segunda, en las del juez Claudio Bonadio. Bonadio no pierde el tiempo cuando se trata de hurgar en los recovecos de Cristina. El viernes ordenó tirar abajo las puertas de los consorcios que administran los departamentos de la ex presidenta en Puerto Madero. Quiere sabe quién paga las expensas. Cristina volverá pronto a visitar a Bonadio. ¿Qué duda cabe?
Macri no suelta a su adversaria predilecta. ¿Y si terminara construyendo una candidata a senadora por la provincia de Buenos Aires el año próximo? No importa. Para el oficialismo depende de cuántos candidatos peronistas provocará, en ese caso, una candidatura de Cristina. La fragmentación podría darle el triunfo al macrismo, argumentan. El oficialismo tiene por ahora sólo a Elisa Carrió para enfrentar a Cristina y a Sergio Massa. Sería un espectáculo imperdible.
El macrismo suma las imágenes buenas, muy buenas o regulares de Cristina para concluir que ella tiene un 45% de imagen positiva, un número que no le reconoce ningún encuestador. Pero ese porcentaje relega a Massa y al peronismo racional. La insistencia es evidente: el discurso del Gobierno se refiere sólo a Cristina. A nadie más. «Con perdón del peronismo, pero los únicos líderes que cuentan son Macri y Cristina», dicen al lado del Presidente. Es la confesión de Macri que faltaba. Eligió a sus amigos y, por ahora, también a sus enemigos.
Esa política explica muchas políticas. Explica, por ejemplo, por qué el Presidente no aceptó la propuesta de un acuerdo del bicentenario que le ofreció el jefe del decisivo bloque peronista del Senado, Miguel Pichetto. O por qué no exploró más (aunque hizo algunas gestiones) sobre un acuerdo económico y social con los gremios peronistas.
Esos pactos habrían unificado en un solo bloque a gran parte del peronismo (senadores, gobernadores, muchos diputados y gremialistas) y aislado a Cristina con su minoría fanática de camporistas. Justo el escenario que Macri no quiere.
Macri es un elemento disruptivo de la política tal como se la conoció hasta ahora. Se propuso ser presidente cuando sólo era el fundador de un partido provincial y se negó a aliarse con cualquier versión del peronismo contra la opinión de los sectores más influyentes de la sociedad. Logró ser presidente. Se resiste por lo tanto a entender los viejos moldes de la política. ¿Es presidente por el genio de su estrategia y de sus estrategas o lo es, en cambio, por la pésima conducción política de Cristina Kirchner? La pregunta es crucial para comprender muchas cosas. La respuesta es menos dramática. Ni lo uno ni lo otro. Macri confió en una oferta electoral sin conexiones con dirigentes peronistas importantes. Ése fue su acierto. Cristina lo ayudó luego, cuando condenó a Daniel Scioli a competir acompañado por Carlos Zannini y Aníbal Fernández. Macri y Cristina hicieron presidente a Macri. Ahora, el Presidente no quiere romper esa sociedad implícita, edificada de hecho, sin amor. ¿Por qué les haría caso, por otro lado, a los que le dieron consejos equivocados en el proceso de construcción de su poder?
Esa rebeldía de Macri ya le valió que el Senado sancione una ley que virtualmente prohíbe los despidos de trabajadores. La mayoría peronista arrasó la posición del Presidente, claramente opositora a una ley de esa naturaleza. Fue un mensaje claro del peronismo, que muy poco tiene que ver con la situación de los trabajadores. Una ley así significa un notable extravío en la inteligencia de senadores y gremialistas. Casi el 40% de los trabajadores argentinos son informales (están en negro). Un 30% de la sociedad está bajo la línea de la pobreza. El valor de un PBI anual argentino (unos 400.000 millones de dólares) está fuera del sistema financiero, según un estudio de Orlando Ferreres. Con una ley como la sancionada, los que trabajan en negro seguirán trabajando en negro, los pobres seguirán siendo pobres y los dólares seguirán en colchones o en bancos extranjeros.
Sin embargo, es probable que la ley sea sancionada, con modificaciones, por los diputados. Sergio Massa se queja: «Cada vez tengo menos espacio entre Macri y Cristina». Pichetto propuso un compromiso público de los empresarios de que no habría despidos para no votar la ley. Dos funcionarios importantes de Macri, Gustavo Lopetegui y Mario Quintana, llevaron hasta la poderosa AEA la idea embrionaria, y hasta dudosa para ellos, de un acuerdo económico y social sobre precios, salarios y estabilidad. Los empresarios de AEA le respondieron con la historia: esas cosas siempre fracasaron.
El Gobierno no explica estas cosas. O las explica a su modo. También en la comunicación el macrismo es disruptivo. Lo hace a propósito, sólo para marcar la diferencia con la catarata discursiva de Cristina Kirchner. Así como no acepta una política de operadores todoterreno, que hicieron política y negocios desde la década del 80 hasta diciembre pasado, tampoco quiere tener comunicadores al estilo de los predicadores mormones de Cristina. ¿Cómo comunica? La única respuesta que se encuentra es que la página de Facebook del Gobierno tiene 10 millones de seguidores y que se abrieron 6000 oficinas en el área metropolitana para explicar las políticas del Gobierno. Punto. El resto es tarea del periodismo. Que cada periodista lo haga a su aire. La diferencia con Cristina no puede ser mayor. Siempre el propósito es el mismo.
Macri no se mueve de esas certezas mientras el resto de la política lo interpela. Es una batalla entre la razón y la fe. El combate corre paralelo al momento más difícil del Presidente, cuando Gobierno y sociedad están en el lugar más oscuro del túnel que creó el sinceramiento de la economía. Todas las malas noticias deben suceder en el primer semestre del año. El reciente aumento del 10% en las naftas, que provocó que muchos argentinos se hartaran de la sinceridad económica, no lo decidió el ministro Aranguren. Lo decidió el propio Macri. Prepara la industria petrolera para sacarle los subsidios que tiene desde los tiempos de Cristina. El Estado le asegura a las petroleras 65 dólares por barril (cuesta 45 dólares en el mercado internacional). «El riesgo de no aumentar era que despidieran trabajadores petroleros y quemaran Comodoro Rivadavia», dramatiza el macrismo.
El lugar más oscuro del túnel está afectando sobre todo a los más carenciados. Intendentes y obispos reconocen que volvió el reclamo de comida a municipios y parroquias como no se veía desde 2002. Éste es el aspecto más frágil de la política de Macri, más aún que el supuesto desempleo. No hay despidos masivos por ahora. Pero sí hay, según lo reconocen Hugo Moyano y Antonio Caló, un enorme y extendido temor de los trabajadores a perder el empleo. Éstos tocan la recesión y sacan conclusiones.
Macri ve una luz; cree que el túnel terminará en el segundo semestre. Es también una cuestión de fe. En junio o julio, aseguran, la inflación bajará a menos del 2% mensual; las paritarias habrán terminado asignando nuevos salarios y, en julio, además, los que trabajan tendrán el medio aguinaldo. La inversión es fundamental para terminar el cuadro. El Presidente confía más en la inversión extranjera que en la interna. Hay algo que no se termina de acomodar entre él y los empresarios locales. Otra disrupción.
Cristina entretiene al público mientras tanto. El desfile de riquezas en Santa Cruz dejó a los argentinos estupefactos, con los ojos abiertos. Una mayoría, arbitraria si se quiere, reclama que devuelvan la plata robada ya mismo. La Justicia es más lenta que la ansiedad colectiva. Cristina no caerá rápidamente por los derroches de Lázaro Báez, sino por dos causas que llegan a ella directamente, sin escalas. Son las de Hotesur y Los Sauces (el lavado de dinero habría sido hecho por empresas de su familia sin la intermediación de funcionarios), la primera en manos del juez Julián Ercolini y la segunda, en las del juez Claudio Bonadio. Bonadio no pierde el tiempo cuando se trata de hurgar en los recovecos de Cristina. El viernes ordenó tirar abajo las puertas de los consorcios que administran los departamentos de la ex presidenta en Puerto Madero. Quiere sabe quién paga las expensas. Cristina volverá pronto a visitar a Bonadio. ¿Qué duda cabe?
Macri no suelta a su adversaria predilecta. ¿Y si terminara construyendo una candidata a senadora por la provincia de Buenos Aires el año próximo? No importa. Para el oficialismo depende de cuántos candidatos peronistas provocará, en ese caso, una candidatura de Cristina. La fragmentación podría darle el triunfo al macrismo, argumentan. El oficialismo tiene por ahora sólo a Elisa Carrió para enfrentar a Cristina y a Sergio Massa. Sería un espectáculo imperdible.
El macrismo suma las imágenes buenas, muy buenas o regulares de Cristina para concluir que ella tiene un 45% de imagen positiva, un número que no le reconoce ningún encuestador. Pero ese porcentaje relega a Massa y al peronismo racional. La insistencia es evidente: el discurso del Gobierno se refiere sólo a Cristina. A nadie más. «Con perdón del peronismo, pero los únicos líderes que cuentan son Macri y Cristina», dicen al lado del Presidente. Es la confesión de Macri que faltaba. Eligió a sus amigos y, por ahora, también a sus enemigos.