Tal vez se trate de un hecho finalmente nimio, que además no tiene nada de sorpresivo. Que encima podría jugarle en contra a su protagonista entre sectores medios, disconformes con el gobierno nacional pero refractarios a aceptar el cruce de ciertos límites. La propia prensa opositora invisibilizó la medida, en un reflejo de vergüenza ajena.
Mauricio Macri habilitó un 0800 para denunciar intromisión política en las escuelas. Para ir en orden cronológico de repugnancias, no debe obviarse que la disposición obedece a unas denuncias mediáticas truchas sobre talleres o actividades dados por La Cámpora en algunos colegios. En Córdoba, uno de los epicentros de las terribles revelaciones, fue cosa de que se acompañó a los pobladores del barrio Müller en la inauguración de un jardín de infantes, erigido por el trabajo de los vecinos y de una asociación civil. Monigotes de Colores se llama el antro infantil donde el grupo subversivo consumó su adoctrinamiento. En Tandil, hubo una denuncia por el estilo publicada como carta de lectores en un diario local. El firmante y su documento de identidad eran falsos. Los hechos no sucedieron, pero el Concejo municipal llegó a convocar a las autoridades educativas distritales, con media ciudad hablando del comando camporista reclutador de púberes. Del resto, claro está, todo se asienta en fragmentar y extraer conclusiones absolutas. Un deporte periodístico ancestral, que en los últimos tiempos adquirió una relevancia impactante. El gobierno porteño, el del espionaje telefónico, el que aspiró a enviar a las comisarías las listas de estudiantes que pidieran mejoras en las escuelas, el que destinó una unidad especial para desalojar indigentes de los espacios públicos, suscita ahora la denuncia de intrusión política escolar. Jamás llegó a ser tan expresa la línea de pensamiento de la fachovagancia. La frontera de mimetizarse hasta este punto con el período más atroz del país nunca había sido atravesada, desde un puesto principal de gobierno. Macri lo hizo. Pero asimismo debe anotarse que lo hace en un contexto de combustión vigilante, delatora, parido en una táctica mediática que tiene voceros insólitos.
La semana pasada registró también el terrorífico encuentro de Rosario. Lo convocó la Federación Agraria nada menos que para evocar el centenario del Grito de Alcorta, cuando una rebelión de pequeños y medianos campesinos surgida en el sur de Santa Fe se extendió por toda la región pampeana, marcando la irrupción chacarera en la gran escena nacional. El suceso no modificó en profundidad la estructura agraria del país, que cien años después conserva su feroz injusticia distributiva. Pero la brutal represión terrateniente generó un efecto contrario y los huelguistas acumularon adhesiones de curas, pequeños comerciantes, anarquistas, socialistas, profesionales. Se enarbolaron los postulados de la Revolución Mexicana liderada por Emiliano Zapata y Pancho Villa, y el principio de que la tierra debe permanecer en propiedad de quien la trabaja. Significativas organizaciones campesinas germinaron en zonas alejadas de los acontecimientos. El miércoles pasado, no precisamente para rescatar el espíritu y las consignas de aquellas jornadas, se juntaron Hugo Biolcati, Eduardo Buzzi, Hugo Moyano, Julio Cobos, Francisco de Narváez, Ernesto Sanz, el explotador serial Gerónimo Venegas, la salutación de Eduardo Duhalde y ya créase o no Pablo Micheli, el jefe de la CTA opositora. Interpelado a la mañana siguiente por la periodista Vicky Torres (Uno nunca sabe, AM 750), acerca de qué hacía en ese lugar y fotografiándose con esa gente, Micheli en primer lugar negó la foto que pululaba en los diarios y después intentó argumentar que, con el criterio de no rodearse de indeseables o enemigos explícitos, tampoco podría asistirse al Congreso de la Nación. Frente al retruco de si acaso un dirigente como él podía ignorar el peso enorme del simbolismo gestual, virtualmente no tuvo respuesta. Y no la hubo porque sencillamente no la hay, ni por parte de él ni de ninguno de esos asistentes, como no sea admitir que sus contrapuestos ideológicos se rinden ante la necesidad de amontonar, por lo menos, algún mamarracho unificado. De lo contrario, ¿cómo interpretar una partusa de oligarquía agropecuaria, representantes de fuerzas que todavía se pretenden socialdemócratas (Ricardo Alfonsín y Hermes Binner dieron el presente), el líder de una franja sindical neocon y el de otra que corre al Gobierno por izquierda bajo aspiraciones de encarnar al verdadero proyecto nacional y popular? ¿Qué puede articular un polo como ése o, mejor, en qué podría redundar que no fuere un nuevo acabose para las necesidades de las mayorías? Cómo habrá sido lo revulsivo de verlos a todos juntos que Clarín y La Nación coincidieron en no animarse a publicar la foto en sus portadas del jueves. Al primero le agarró el elogiable ataque de privilegiar que crece el drama de la violencia de género, continuado ayer con que, por falta de insumos, ya es todo un problema ir al dentista. El segundo destacó que Caló condiciona al Gobierno al aceptar ser candidato de la CGT, y la foto fue de Messi festejando. Buzzi se preocupó por decir que estaba cerrada la puerta a conformar una Unión Democrática, pero Moyano se la abrió con picardía y sólo advirtió que no debía comerse la cena en el almuerzo. Impagable.
Mientras tanto, dio comienzo el juicio oral por el caso de las coimas en el Senado, a doce años de ese principio de fin para la gestión aliancista que había llegado con el objeto de liquidar la corrupción menemista, pero sin tocar al modelo. Hubo y seguirá habiendo los chascarrillos en torno de que el tiempo transcurrido es lo que le llevó despertarse a De la Rúa, y sus símiles más o menos ocurrentes. Hubo y habrá el olvido, generalizado, respecto de que la Banelco tuvo el sentido de aligerar la sanción de un régimen de trabajo a piacere del FMI, que avanzaba en sepultar conquistas históricas. Fue aquello que la derecha, ya durante el menemato, había impuesto culturalmente bajo el simpático rótulo de flexibilización laboral. Al margen o muy a propósito de esos pequeños detalles, estar contemplando al ex presidente, junto a las figuras de Flamarique, De Santibañes, Alasino, Tell, Costanzo, Branda, en un tribunal y gracias a una causa que estuvo a punto de evaporarse, trae por un lado el alivio institucional de que no todo queda impune así nomás. Pero, por otro, es imposible y antes que eso, nauseabundo ignorar o empequeñecer la certeza de que esos tipos significaron todo un momento de época catastrófico, estacionado acá nomás, a la vuelta de la esquina. Y cuyo rango de corrupción no debe permitir que se pierda de vista el aspecto central. Fue brillante la inserción de Mario Wainfeld, el miércoles pasado, al citar en cabeza de su columna una frase del historiador francés Jean Bouvier: No hay que dejarse atrapar por el prestigio de los escándalos (…). No son ellos los que dan cuenta del desarrollo histórico. Los regímenes y los sistemas económicos y políticos no mueren jamás por los escándalos. Mueren por sus contradicciones. Es absolutamente otra cosa. El prestigio de los escándalos. Ajá. Qué buena trompada retórica para ilustrar a quienes andan viviendo de eso.
La semana del Gobierno fue relativamente calma. Entre los avatares judiciales de diversa índole, la expropiación de Ciccone (con apoyo opositor aunque presentada como protección a Boudou) y la aprobación de Gils Carbó en forma prácticamente unánime, sólo ganaron espacio la canasta básica del Indek y la operación de prensa contra el lavaje cerebral perpetrado por La Cámpora en colegios y jardines de infantes. Tuvo a favor, además, el renovado apoyo que le brindó el Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, para desasosiego del coro ortodoxo. Sin embargo, se profundizaron las señales de detención y hasta de retroceso en la marcha de la economía y la creación de empleo. El estabilizado precio record de la soja y otros indicadores propicios no deberían disimular que el modelo de desarrollo, con amenazas como la inflacionaria, atada al proceso de concentración e integración productiva multinacional, abren grandes interrogantes de largo plazo.
Pero ocurre, nuevamente y como cada vez que hasta uno mismo se impone clavar frenos en su apoyo genérico al proceso en danza, que aparece esa dimensión tan insuficiente como inevitable: mirar lo que se le opone, disponer de memoria y no tener otra salida que huir espantado.