Hay un fantasma que recorre el cuerpo de cada funcionario del gobierno de Mauricio Macri. La mayoría de ellos ya están convencidos de que el futuro inmediato los encontrará nadando en el éxito. Que la inflación seguirá bajando y que estará por debajo del 20% el año próximo. Que el blanqueo y los aumentos a jubilados mejorarán el ánimo de la sociedad.
Que la obra pública acelerará el regreso del consumo. Y que el salario real comenzará a recuperarse del mismo modo que volverá a haber más ofertas de empleo. Lo que ningún economista les puede asegurar es que la primavera económica que tanto auguran para 2017 se sienta lo suficiente en el bolsillo como para generar un clima positivo que les permita ganar las elecciones legislativas. Y allí está el quid de la cuestión. Que el derrame se produzca en serio.
Hay un ejemplo que al macrismo le quita el sueño. Y es el fracaso de continuidad que protagonizó en Chile el ex presidente Sebastián Piñera. En octubre de 2012, había tenido un primer aviso cuando la coalición que encabezaba el empresario fue derrotada en las elecciones municipales.
Quince meses después, Piñera debió contentarse con hacer un llamado telefónico de felicitación a la adversaria triunfante y ser retribuido con una invitación a desayunar de Michelle Bachelet, quien finalmente lo sucedió en la Casa de la Moneda.
El dato llamativo de la derrota de Piñera que preocupa a algunos macristas es que se produjo mientras Chile crecía al 4,5% anual, la inflación era inferior al 6% en el año y la desocupación del 7%. ¿Qué es lo que pasó en el país trasandino que el oficialismo no pudo vencer con semejantes números favorables en la economía? La respuesta lógica y previsible es que la bonanza estadística jamás se derramó sobre los sectores más vulnerables. Y el mensaje de los chilenos más pobres fue rechazar a ese empresario que les resultaba lejano y al que ni siquiera pudo salvar aquella sonrisa electoral que el resto del planeta conoció durante el salvataje de los 33 mineros atrapados a 700 metros bajo el desierto de Atacama.
El equipo de economistas de Piñera halló al culpable de su derrota tiempo después y lo bautizaron como “el IPC de los pobres”. Un índice de precios al consumidor que pagaban los segmentos más desfavorecidos cuyos integrantes, en lugar de soportar una inflación del 6% anual, terminaban costeando el doble de esa suba (un 12%) por el impacto que sobre sus economías personales tenían los alimentos, la energía y otros rubros de primera necesidad. La explicación es contra fáctica y pasible de error, pero el ex accionista de Lan Chile se quedó convencido de que si hubiera descubierto ese efecto antes podría haber mantenido en el poder a su sector político.
Los riesgos de una demora en la reactivación económica son motivo de estudio entre los economistas del macrismo, que tiene muchos y en lugares estratégicos. Desde Alfonso Prat Gay en Hacienda y Finanzas a Rogelio Frigerio en Interior. De Federico Sturzenegger en el Banco Central a Carlos Melconian en el Banco Nación. Por allí andan también Luciano Laspina en la Cámara de Diputados; Ricardo Delgado junto a Frigerio y Eduardo Levy Yeyati, asesor ad honorem de un gobierno que lo consulta permanentemente. Todos ellos, con algunos matices que a veces se transforman en tormentas públicas, coinciden en que la bonanza está al llegar. El problema es el cuándo. La agroindustria ha comenzado a emitir señales de vida y la obra pública parece haber terminado su etapa de evaluación de proyectos para transformarse en la base imprescindible de la recuperación. Pero hasta ahora sólo permiten hablar de “brotes verdes”, otro término que se repite en boca de los funcionarios más embanderados con el optimismo.
Al ejemplo del derrame tardío de Piñera, algunos le contraponen los shocks anti inflacionarios que sirvieron para ganar elecciones. Raúl Alfonsín triunfó en las legislativas de 1985 cuatro meses después de lanzar el Plan Austral y bajar sustancialmente la inflación. Y mucho más espectacular fue la victoria de Carlos Menem en 1991, después de cabalgar una híper, entregarle el mando de la economía a Domingo Cavallo y llevar a cero la inflación con el Plan de Convertibilidad. Algo parecido le sucedió a Fernando Henrique Cardoso a fines de los ‘90, cuando consolidó su primer mandato y luego logró la reelección en 1998 bajando la inflación brasileña en el contexto del Plan Real, con el que estabilizó la economía.
Mario Quintana, uno de los dos coordinadores de gabinete junto a Gustavo Lopetegui, suele decir que la baja de la inflación le permitirá a Macri lograr que el salario real vuelva a aumentar en forma genuina. Y que ese efecto será la base de la reactivación tan ansiada. Los funcionarios políticos se aferran a esa expectativa para encarar el año electoral con una confianza que todavía no tiene bases sólidas. Es muy posible que la crisis del peronismo y una eventual división en dos o tres sectores para las elecciones del crucial 2017 le presten al macrismo el auxilio que en la economía aún no se avizora.
Las encuestas van y vienen entre la Casa Rosada y la Quinta de Olivos, pero todavía no dejan un margen de tranquilidad suficiente. Hay datos interesantes en un informe de Medición del Humor Social que mide, desde hace tres años, el Grupo de Opinión Pública. Ese trabajo, que consultan Macri y varios de sus ministros, fue el primero que había indicado el crecimiento de las señales pesimistas y la caída de la imagen del Presidente a partir de febrero pasado. Pero los números de septiembre muestran un cambio de tendencia que ha generado cierto entusiasmo en el Gobierno. Después de 10 meses, bajan los indicadores de riesgo económico (inflación, devaluación, desocupación y suba de tarifas), mientras suben por primera vez las decisiones de consumo (de quienes compran electrodomésticos, autos, refaccionan sus viviendas e incluso planean irse de vacaciones). Todavía es un escenario gaseoso y en gestación porque los mismos que se pronuncian sobre esos cambios en la percepción de sus economías también son contundentes al señalar que el poder adquisitivo aún no empezó a mejorar (66%) y que la crisis está lejos de terminar (49%).
Pero la única verdad es la realidad, decía Perón, y la verdad es que la economía real todavía no muestra las señales que permitan hablar de reactivación. Macri está más cerca hoy del Piñera que esperaba inútilmente el derrame que del Cardoso triunfante que le ganó la guerra a la inflación. Tendrá que acertar con las decisiones que tome este verano para lograr que la sociedad le renueve la confianza exactamente dentro de un año.
Que la obra pública acelerará el regreso del consumo. Y que el salario real comenzará a recuperarse del mismo modo que volverá a haber más ofertas de empleo. Lo que ningún economista les puede asegurar es que la primavera económica que tanto auguran para 2017 se sienta lo suficiente en el bolsillo como para generar un clima positivo que les permita ganar las elecciones legislativas. Y allí está el quid de la cuestión. Que el derrame se produzca en serio.
Hay un ejemplo que al macrismo le quita el sueño. Y es el fracaso de continuidad que protagonizó en Chile el ex presidente Sebastián Piñera. En octubre de 2012, había tenido un primer aviso cuando la coalición que encabezaba el empresario fue derrotada en las elecciones municipales.
Quince meses después, Piñera debió contentarse con hacer un llamado telefónico de felicitación a la adversaria triunfante y ser retribuido con una invitación a desayunar de Michelle Bachelet, quien finalmente lo sucedió en la Casa de la Moneda.
El dato llamativo de la derrota de Piñera que preocupa a algunos macristas es que se produjo mientras Chile crecía al 4,5% anual, la inflación era inferior al 6% en el año y la desocupación del 7%. ¿Qué es lo que pasó en el país trasandino que el oficialismo no pudo vencer con semejantes números favorables en la economía? La respuesta lógica y previsible es que la bonanza estadística jamás se derramó sobre los sectores más vulnerables. Y el mensaje de los chilenos más pobres fue rechazar a ese empresario que les resultaba lejano y al que ni siquiera pudo salvar aquella sonrisa electoral que el resto del planeta conoció durante el salvataje de los 33 mineros atrapados a 700 metros bajo el desierto de Atacama.
El equipo de economistas de Piñera halló al culpable de su derrota tiempo después y lo bautizaron como “el IPC de los pobres”. Un índice de precios al consumidor que pagaban los segmentos más desfavorecidos cuyos integrantes, en lugar de soportar una inflación del 6% anual, terminaban costeando el doble de esa suba (un 12%) por el impacto que sobre sus economías personales tenían los alimentos, la energía y otros rubros de primera necesidad. La explicación es contra fáctica y pasible de error, pero el ex accionista de Lan Chile se quedó convencido de que si hubiera descubierto ese efecto antes podría haber mantenido en el poder a su sector político.
Los riesgos de una demora en la reactivación económica son motivo de estudio entre los economistas del macrismo, que tiene muchos y en lugares estratégicos. Desde Alfonso Prat Gay en Hacienda y Finanzas a Rogelio Frigerio en Interior. De Federico Sturzenegger en el Banco Central a Carlos Melconian en el Banco Nación. Por allí andan también Luciano Laspina en la Cámara de Diputados; Ricardo Delgado junto a Frigerio y Eduardo Levy Yeyati, asesor ad honorem de un gobierno que lo consulta permanentemente. Todos ellos, con algunos matices que a veces se transforman en tormentas públicas, coinciden en que la bonanza está al llegar. El problema es el cuándo. La agroindustria ha comenzado a emitir señales de vida y la obra pública parece haber terminado su etapa de evaluación de proyectos para transformarse en la base imprescindible de la recuperación. Pero hasta ahora sólo permiten hablar de “brotes verdes”, otro término que se repite en boca de los funcionarios más embanderados con el optimismo.
Al ejemplo del derrame tardío de Piñera, algunos le contraponen los shocks anti inflacionarios que sirvieron para ganar elecciones. Raúl Alfonsín triunfó en las legislativas de 1985 cuatro meses después de lanzar el Plan Austral y bajar sustancialmente la inflación. Y mucho más espectacular fue la victoria de Carlos Menem en 1991, después de cabalgar una híper, entregarle el mando de la economía a Domingo Cavallo y llevar a cero la inflación con el Plan de Convertibilidad. Algo parecido le sucedió a Fernando Henrique Cardoso a fines de los ‘90, cuando consolidó su primer mandato y luego logró la reelección en 1998 bajando la inflación brasileña en el contexto del Plan Real, con el que estabilizó la economía.
Mario Quintana, uno de los dos coordinadores de gabinete junto a Gustavo Lopetegui, suele decir que la baja de la inflación le permitirá a Macri lograr que el salario real vuelva a aumentar en forma genuina. Y que ese efecto será la base de la reactivación tan ansiada. Los funcionarios políticos se aferran a esa expectativa para encarar el año electoral con una confianza que todavía no tiene bases sólidas. Es muy posible que la crisis del peronismo y una eventual división en dos o tres sectores para las elecciones del crucial 2017 le presten al macrismo el auxilio que en la economía aún no se avizora.
Las encuestas van y vienen entre la Casa Rosada y la Quinta de Olivos, pero todavía no dejan un margen de tranquilidad suficiente. Hay datos interesantes en un informe de Medición del Humor Social que mide, desde hace tres años, el Grupo de Opinión Pública. Ese trabajo, que consultan Macri y varios de sus ministros, fue el primero que había indicado el crecimiento de las señales pesimistas y la caída de la imagen del Presidente a partir de febrero pasado. Pero los números de septiembre muestran un cambio de tendencia que ha generado cierto entusiasmo en el Gobierno. Después de 10 meses, bajan los indicadores de riesgo económico (inflación, devaluación, desocupación y suba de tarifas), mientras suben por primera vez las decisiones de consumo (de quienes compran electrodomésticos, autos, refaccionan sus viviendas e incluso planean irse de vacaciones). Todavía es un escenario gaseoso y en gestación porque los mismos que se pronuncian sobre esos cambios en la percepción de sus economías también son contundentes al señalar que el poder adquisitivo aún no empezó a mejorar (66%) y que la crisis está lejos de terminar (49%).
Pero la única verdad es la realidad, decía Perón, y la verdad es que la economía real todavía no muestra las señales que permitan hablar de reactivación. Macri está más cerca hoy del Piñera que esperaba inútilmente el derrame que del Cardoso triunfante que le ganó la guerra a la inflación. Tendrá que acertar con las decisiones que tome este verano para lograr que la sociedad le renueve la confianza exactamente dentro de un año.