Ya nada será igual. En la noche del martes, cuando los diputados opositores sumaron los 140 votos necesarios para darle media sanción a su proyecto de rebaja de Ganancias, quedó claro que la campaña electoral para las legislativas del 2017 había comenzado. Mauricio Macri y Sergio Massa son los dos protagonistas de esa disputa. Sólo se interpone entre ellos una persona: Cristina Kirchner. Y cada uno de ellos tiene una estrategia definida para que el factor Cristina los beneficie al mismo tiempo que perjudique las chances del rival. El que triunfe, será el próximo depositario del poder en el 2019. Si es Massa, llegará a la Casa Rosada que le quedó lejos el año pasado. Y si es Macri, tendrá el camino allanado para obtener su reelección y quedarse cuatro años más.
El problema es Cristina. La ex presidenta conserva una porción de votos que ninguna encuesta sabe exactamente cuántos pueden ser. Pero esa misma imprecisión le ayuda a aprovecharlos al máximo. Y cuenta también con otro capital inestimable. El temor reverencial que le tiene el peronismo, incapaz en un año de encontrar un dirigente que le haga frente. Por eso Massa, quien desafió y venció al kirchnerismo en 2013, ensayó su jugada más arriesgada. Atacar a Macri con una de sus banderas de campaña (el impuesto a las Ganancias) con la ayuda de los diputados cuya jefa política es Cristina. Buscó el resguardo de no aparecer en la foto inconveniente junto a Axel Kicillof pero era evidente que la respuesta del Presidente iba a ser furibunda. Ayer hubo poco del karma budista que suele auxiliar a Macri en los momentos de tensión extrema. “A la larga, cuando uno es un impostor, sale a la luz”, dijo de su adversario en un diálogo por radio Mitre. El vínculo entre ambos, siempre débil, ahora está definitivamente roto.
Macri y Massa pudieron ser socios electorales. El miércoles 3 de junio de 2015 se evaluó esa alternativa en la casa de Francisco de Narváez. Estaban el anfitrión, Massa y Jaime Durán Barba, el estratega ecuatoriano al que Macri se ha confiado con resultados a la vista. El fue quien, en nombre de Macri, rechazó ese día la posibilidad de una alianza para enfrentar a Daniel Scioli y a Cristina. Su argumento siempre fue el mismo. “La gente asocia a Massa con el kirchnerismo y eso perjudica a Macri”. Sostuvo la misma idea durante todo este año y su hipótesis volvió a fortalecerse con las durísimas críticas que el Presidente y el jefe de Gabinete, Marcos Peña, le dedicaron a Massa en las últimas cuarenta y ocho horas.
Massa fue, en estos meses, un adversario colaborativo del Gobierno más allá de algunas rispideces. Y se cuidó siempre, sobre todo con el escudo de su alianza con Margarita Stolbizer, de aparecer como una opción renovadora y alejada del kirchnerismo. ¿Qué es lo que pasó el martes entonces? El dirigente de Tigre comenzó a mostrar los hilos de su proyecto: quedarse con los votos de Cristina. Objetivo inestimable para poder vencer al macrismo en la provincia de Buenos Aires y proyectarse. El dilema es apoderarse de ese electorado sin quedar pegado a un proyecto del que fue funcionario y que terminó en una crisis con dosis parecidas de decadencia y de desprestigio. En estas horas, el massismo evalúa la repercusión de su apuesta y el resultado imprevisible de la ecuación KIicillof + Recalde + Máximo + De Vido + Cristina.
Lo que queda claro es que el año próximo la palabra consenso ya no será la reina en el Congreso. Para Macri será mucho más difícil aprobar leyes con la ayuda de la oposición peronista y Massa deberá hacer un complejo equilibrio entre la sociedad austera con Margarita y los acuerdos con cara de hereje que representa el kirchnerismo. En medio de los aciertos, los errores y las necesidades políticas de ambos, la castigada sociedad argentina asiste con inquietud a la alternativa de un futuro institucional complicado. Ya se ha dado demasiadas veces, en los últimos años, la cabeza contra ese muro maldito que pone a las batallas del poder por delante del demorado bienestar de los argentinos.
Hasta ahora, las opciones de cada presidente en su primer desafío electoral legislativo han sido la reelección con la suma total del poder o el final triste a bordo de un helicóptero. La Argentina es el país de los extremos que desprecia los caminos intermedios y así nos ha ido. A veces mal. Otra veces horrible. Macri, Massa y quienes deseen competir por el sendero que conduce a la Casa Rosada dentro de tres largos años deberán sortear la trampa de repetir patéticamente el pasado para intentar llegar más rápido al futuro.
El problema es Cristina. La ex presidenta conserva una porción de votos que ninguna encuesta sabe exactamente cuántos pueden ser. Pero esa misma imprecisión le ayuda a aprovecharlos al máximo. Y cuenta también con otro capital inestimable. El temor reverencial que le tiene el peronismo, incapaz en un año de encontrar un dirigente que le haga frente. Por eso Massa, quien desafió y venció al kirchnerismo en 2013, ensayó su jugada más arriesgada. Atacar a Macri con una de sus banderas de campaña (el impuesto a las Ganancias) con la ayuda de los diputados cuya jefa política es Cristina. Buscó el resguardo de no aparecer en la foto inconveniente junto a Axel Kicillof pero era evidente que la respuesta del Presidente iba a ser furibunda. Ayer hubo poco del karma budista que suele auxiliar a Macri en los momentos de tensión extrema. “A la larga, cuando uno es un impostor, sale a la luz”, dijo de su adversario en un diálogo por radio Mitre. El vínculo entre ambos, siempre débil, ahora está definitivamente roto.
Macri y Massa pudieron ser socios electorales. El miércoles 3 de junio de 2015 se evaluó esa alternativa en la casa de Francisco de Narváez. Estaban el anfitrión, Massa y Jaime Durán Barba, el estratega ecuatoriano al que Macri se ha confiado con resultados a la vista. El fue quien, en nombre de Macri, rechazó ese día la posibilidad de una alianza para enfrentar a Daniel Scioli y a Cristina. Su argumento siempre fue el mismo. “La gente asocia a Massa con el kirchnerismo y eso perjudica a Macri”. Sostuvo la misma idea durante todo este año y su hipótesis volvió a fortalecerse con las durísimas críticas que el Presidente y el jefe de Gabinete, Marcos Peña, le dedicaron a Massa en las últimas cuarenta y ocho horas.
Massa fue, en estos meses, un adversario colaborativo del Gobierno más allá de algunas rispideces. Y se cuidó siempre, sobre todo con el escudo de su alianza con Margarita Stolbizer, de aparecer como una opción renovadora y alejada del kirchnerismo. ¿Qué es lo que pasó el martes entonces? El dirigente de Tigre comenzó a mostrar los hilos de su proyecto: quedarse con los votos de Cristina. Objetivo inestimable para poder vencer al macrismo en la provincia de Buenos Aires y proyectarse. El dilema es apoderarse de ese electorado sin quedar pegado a un proyecto del que fue funcionario y que terminó en una crisis con dosis parecidas de decadencia y de desprestigio. En estas horas, el massismo evalúa la repercusión de su apuesta y el resultado imprevisible de la ecuación KIicillof + Recalde + Máximo + De Vido + Cristina.
Lo que queda claro es que el año próximo la palabra consenso ya no será la reina en el Congreso. Para Macri será mucho más difícil aprobar leyes con la ayuda de la oposición peronista y Massa deberá hacer un complejo equilibrio entre la sociedad austera con Margarita y los acuerdos con cara de hereje que representa el kirchnerismo. En medio de los aciertos, los errores y las necesidades políticas de ambos, la castigada sociedad argentina asiste con inquietud a la alternativa de un futuro institucional complicado. Ya se ha dado demasiadas veces, en los últimos años, la cabeza contra ese muro maldito que pone a las batallas del poder por delante del demorado bienestar de los argentinos.
Hasta ahora, las opciones de cada presidente en su primer desafío electoral legislativo han sido la reelección con la suma total del poder o el final triste a bordo de un helicóptero. La Argentina es el país de los extremos que desprecia los caminos intermedios y así nos ha ido. A veces mal. Otra veces horrible. Macri, Massa y quienes deseen competir por el sendero que conduce a la Casa Rosada dentro de tres largos años deberán sortear la trampa de repetir patéticamente el pasado para intentar llegar más rápido al futuro.