Un representante incomparable de Mauricio Macri recorrió en los últimos días parte del famoso «círculo rojo» para explicarle la decisión inmodificable de su jefe: él irá a las elecciones sin Sergio Massa y sin Francisco de Narváez. Punto final para esa historia. La decisión no incluye a los massistas que quieran integrarse a las listas bona-erenses de Macri. «No hay límites para ellos», dijo un macrista, aunque cierto límite existe, sean massistas o no: el propio Macri le dijo que no a uno que le propuso acercarlo al patético cacique de José C. Paz, Mario Ishii. Aquel rechazo a un acercamiento con Massa es la decisión política más importante que ha tomado Macri en los últimos días, y que lo coloca, solo, frente a la historia.
El «círculo rojo», una metáfora para nombrar a los sectores empresarios más influyentes del país, rodeó a Macri en días recientes para empujarlo a un acuerdo opositor. Esos hombres importantes de la economía temen, más que nada, la continuidad del cristinismo con otro nombre. Al revés de Massa o de Daniel Scioli, a Macri no lo atemoriza el «círculo rojo»: nació dentro de él, los conoce desde adolescente a casi todos los grandes empresarios y es crítico de lo que éstos han hecho durante el kirchnerismo. Cuestiona, sobre todo, que hayan aceptado hasta lo inaceptable. «Buscan la protección de ustedes, no un país diferente», le dijo a uno de ellos en la cara.
Scioli y Massa creen, en cambio, en el poder infalible y eficiente del establishment. «Ustedes saben cómo vender un producto. Yo sé cómo juntar votos. Hagamos cada uno lo que sabe», le respondió Macri a otro empresario el miércoles pasado. Hasta le está sacando algún rédito electoral a esa confrontación de posiciones: a él no le viene mal, dicen, tomar distancia de los empresarios porque la gente común lo identifica demasiado con ellos. Ningún empresario en su sano juicio, por otro lado, desconfiaría de Macri.
El problema de Massa es que dejó pasar el tiempo o no supo medir el tamaño de su decadencia. Se negó a buscar un acercamiento con Macri cuando todavía ese acercamiento no era una rendición. Los últimos intendentes que le quedan lo empujaron en la semana que pasó a intentar un acuerdo. «Macri tiene problemas en la provincia y Massa tiene problemas en el país. ¿Por qué no hacer una virtud de esas dos necesidades?», incitaron los alcaldes.
Massa buscó el acuerdo con la desesperación de los que tienen las horas contadas. Pésima condición para negociar un pacto político. Llegó a anunciar reuniones con Macri que no se realizaron. Una de ellas debió hacerse, según Massa, en Córdoba, donde los dos estuvieron el jueves. Macri no lo incluyó en su agenda. Pero el propio Massa tenía en esa provincia otro obstáculo. Su aliado José Manuel de la Sota lo quiere como candidato a presidente para poder ser candidato él mismo. «Me presionaste para competir en una interna con vos y ahora te querés bajar. Yo no lo acepto», lo notificó De la Sota. Hay algo que De la Sota no ve o no quiere ver: Massa perdió el entusiasmo para ser candidato presidencial. Sólo necesita un argumento digno (patriótico, si es posible) para declinar esa aspiración.
La caída de Massa le permite a Macri programar una polarización distinta: entre lo que ha sido y lo que podría ser. Según ese pensamiento, lo que ha sido es el peronismo, el kirchnerismo y todo lo que lo entorna y lo entornó (incluido Massa), y lo que podría ser es el cambio de paradigmas institucionales, políticos y económicos que él dice encarnar con el radicalismo y los seguidores de Elisa Carrió. Esa eventual polarización entre él y Scioli será, si es, dura y ardua. A matar o morir, como le gusta a Cristina. Macri se prepara para ese duelo crucial.
Según las mediciones del macrismo, un 60 por ciento de la sociedad quiere ese cambio, aunque no todo ese bloque es extremadamente crítico de Cristina Kirchner o de su gobierno. Se inclina por un cambio de personas, de métodos y de políticas, pero no quiere vivir bajo un poder que disponga giros de vértigo. Por eso, Macri corrió su discurso hacia el centro: promete conservar los subsidios sociales, hacer eficiente a Aerolíneas Argentinas en manos del Estado o confirmar en su cargo al actual CEO de la estatal YPF, Miguel Galuccio.
En el fondo, o en el frente, la decisión de Macri desafía también a la sociedad argentina. ¿Es cierto que son los argentinos (o una decisiva mayoría de ellos) los que necesitan y quieren al peronismo? ¿O todo consiste, acaso, en que la política no pudo elaborar una alternativa sólida y diferente frente a un electorado condenado a votar lo que hay, al peronismo o a las mezclas del peronismo? ¿Por qué no dejar que sea la propia sociedad la que decida si quiere algo distinto de cualquier versión del peronismo? Frente a esa decisión, podrán objetarle a Macri la eventual eficacia de su teoría, pero nadie podrá negarle audacia política y personal.
Macri debió convencer a sus aliados. Carrió terminó acordando con él la política general, pero aspira todavía a una competencia en la provincia entre María Eugenia Vidal y De Narváez. Crítica feroz de Massa, ella cree que una interna entre Vidal y De Narváez (sin Massa) haría más seductor a ese acuerdo. Macri da por terminado cualquier acuerdo con De Narváez. La relación personal entre ellos es pésima, sobre todo desde que en 2009 De Narváez se dedicó a captarle dirigentes a Macri luego de aliarse con Macri. «No agrega nada», acota el macrismo.
Digan lo que digan Carrió o Macri, De Narváez está formalmente fuera de las elecciones. Massa podría anunciar el martes que se bajará de la candidatura presidencial para competir por la gobernación bonaerense, aunque esta última parte no está cerrada. Intentará, de un modo u otro, dejarlo a Macri solo frente a la decisión histórica de haber impedido la unidad de los opositores. La culpa, si ésta existiera y si se mira bien lo que pasó, será también de Massa.
El jefe radical, Ernesto Sanz, estaba más seducido por esos potenciales acuerdos electorales. Su formación política y partidaria le impide a veces entender el idioma de Macri. Por ejemplo, cuando éste dice que los acuerdos los debe hacer la sociedad y no los dirigentes. «La política se construye ahora desde abajo hacia arriba y no desde arriba hacia abajo», repite mientras golpea las puertas de argentinos humildes, que ni siquiera saben qué es el «círculo rojo». El establishment lo mira asombrado: no puede entender cómo salió así un hijo dilecto del empresariado. Macri les responde que las comunicaciones han cambiado tanto como la manera de la sociedad de relacionarse con la política. Ésos son los parámetros del macrismo, que prefiere una división clara entre lo nuevo y lo viejo.
Por eso, sueña con un enfrentamiento directo en la provincia entre Vidal y Aníbal Fernández. Lo nuevo y lo conocido en sus mejores expresiones. Pero ¿qué hará Cristina? Podría bajarlo a la provincia a Florencio Randazzo, teme el macrismo. Difícil, porque le allanaría el camino definitivamente a Scioli, que es a quien la Presidenta quiere condicionar. Randazzo aspira, además, a ser candidato a presidente, no a gobernador. Pero Cristina es un animal político, que en última instancia decidirá de acuerdo con sus intereses electorales. La capacidad presidencial para innovar y sorprender también mantiene en vilo a sus opositores. Cristina sabe hacer esas cosas, aunque siempre se equivocó, debe reconocerse, en la elección de candidatos.
El vertiginoso derrumbe de Massa trabó cualquier posibilidad de acuerdo. ¿Qué efecto hubiera tenido, por ejemplo, una candidatura a gobernador de Massa aliado con Macri? ¿No hubiera llegado Massa a esa instancia como un candidato devaluado después de explorar empecinadamente una candidatura propia a presidente? ¿Cómo explicarles ahora a los bonaerenses que puede ser un buen gobernador cuando no pudo ser presidente?
En la desesperación de los últimos días, sólo reclamaba un papel como actor de reparto. La última carrera electoral de Massa no deja de ser una tragedia política y personal. Hace apenas ocho meses era el candidato presidencial con más intención de votos. Cometió errores, hizo promesas políticas que no cumplió, confundió a sus aliados o los agravió (como el caso Reutemann), anunció cosas que nunca sucedieron.
Cansado y debilitado, casi con la lengua afuera, lo buscó a Macri. Macri lo esperaba, pero para decirle que no, cobrando el desplante que él sufrió de parte de Massa en las elecciones de 2013. Ninguna política nueva le quita a la política su eterna dosis (¿necesaria, tal vez?) de dureza y frialdad. La mejor síntesis la hizo un viejo massista: «Ya es tarde para todo»..
El «círculo rojo», una metáfora para nombrar a los sectores empresarios más influyentes del país, rodeó a Macri en días recientes para empujarlo a un acuerdo opositor. Esos hombres importantes de la economía temen, más que nada, la continuidad del cristinismo con otro nombre. Al revés de Massa o de Daniel Scioli, a Macri no lo atemoriza el «círculo rojo»: nació dentro de él, los conoce desde adolescente a casi todos los grandes empresarios y es crítico de lo que éstos han hecho durante el kirchnerismo. Cuestiona, sobre todo, que hayan aceptado hasta lo inaceptable. «Buscan la protección de ustedes, no un país diferente», le dijo a uno de ellos en la cara.
Scioli y Massa creen, en cambio, en el poder infalible y eficiente del establishment. «Ustedes saben cómo vender un producto. Yo sé cómo juntar votos. Hagamos cada uno lo que sabe», le respondió Macri a otro empresario el miércoles pasado. Hasta le está sacando algún rédito electoral a esa confrontación de posiciones: a él no le viene mal, dicen, tomar distancia de los empresarios porque la gente común lo identifica demasiado con ellos. Ningún empresario en su sano juicio, por otro lado, desconfiaría de Macri.
El problema de Massa es que dejó pasar el tiempo o no supo medir el tamaño de su decadencia. Se negó a buscar un acercamiento con Macri cuando todavía ese acercamiento no era una rendición. Los últimos intendentes que le quedan lo empujaron en la semana que pasó a intentar un acuerdo. «Macri tiene problemas en la provincia y Massa tiene problemas en el país. ¿Por qué no hacer una virtud de esas dos necesidades?», incitaron los alcaldes.
Massa buscó el acuerdo con la desesperación de los que tienen las horas contadas. Pésima condición para negociar un pacto político. Llegó a anunciar reuniones con Macri que no se realizaron. Una de ellas debió hacerse, según Massa, en Córdoba, donde los dos estuvieron el jueves. Macri no lo incluyó en su agenda. Pero el propio Massa tenía en esa provincia otro obstáculo. Su aliado José Manuel de la Sota lo quiere como candidato a presidente para poder ser candidato él mismo. «Me presionaste para competir en una interna con vos y ahora te querés bajar. Yo no lo acepto», lo notificó De la Sota. Hay algo que De la Sota no ve o no quiere ver: Massa perdió el entusiasmo para ser candidato presidencial. Sólo necesita un argumento digno (patriótico, si es posible) para declinar esa aspiración.
La caída de Massa le permite a Macri programar una polarización distinta: entre lo que ha sido y lo que podría ser. Según ese pensamiento, lo que ha sido es el peronismo, el kirchnerismo y todo lo que lo entorna y lo entornó (incluido Massa), y lo que podría ser es el cambio de paradigmas institucionales, políticos y económicos que él dice encarnar con el radicalismo y los seguidores de Elisa Carrió. Esa eventual polarización entre él y Scioli será, si es, dura y ardua. A matar o morir, como le gusta a Cristina. Macri se prepara para ese duelo crucial.
Según las mediciones del macrismo, un 60 por ciento de la sociedad quiere ese cambio, aunque no todo ese bloque es extremadamente crítico de Cristina Kirchner o de su gobierno. Se inclina por un cambio de personas, de métodos y de políticas, pero no quiere vivir bajo un poder que disponga giros de vértigo. Por eso, Macri corrió su discurso hacia el centro: promete conservar los subsidios sociales, hacer eficiente a Aerolíneas Argentinas en manos del Estado o confirmar en su cargo al actual CEO de la estatal YPF, Miguel Galuccio.
En el fondo, o en el frente, la decisión de Macri desafía también a la sociedad argentina. ¿Es cierto que son los argentinos (o una decisiva mayoría de ellos) los que necesitan y quieren al peronismo? ¿O todo consiste, acaso, en que la política no pudo elaborar una alternativa sólida y diferente frente a un electorado condenado a votar lo que hay, al peronismo o a las mezclas del peronismo? ¿Por qué no dejar que sea la propia sociedad la que decida si quiere algo distinto de cualquier versión del peronismo? Frente a esa decisión, podrán objetarle a Macri la eventual eficacia de su teoría, pero nadie podrá negarle audacia política y personal.
Macri debió convencer a sus aliados. Carrió terminó acordando con él la política general, pero aspira todavía a una competencia en la provincia entre María Eugenia Vidal y De Narváez. Crítica feroz de Massa, ella cree que una interna entre Vidal y De Narváez (sin Massa) haría más seductor a ese acuerdo. Macri da por terminado cualquier acuerdo con De Narváez. La relación personal entre ellos es pésima, sobre todo desde que en 2009 De Narváez se dedicó a captarle dirigentes a Macri luego de aliarse con Macri. «No agrega nada», acota el macrismo.
Digan lo que digan Carrió o Macri, De Narváez está formalmente fuera de las elecciones. Massa podría anunciar el martes que se bajará de la candidatura presidencial para competir por la gobernación bonaerense, aunque esta última parte no está cerrada. Intentará, de un modo u otro, dejarlo a Macri solo frente a la decisión histórica de haber impedido la unidad de los opositores. La culpa, si ésta existiera y si se mira bien lo que pasó, será también de Massa.
El jefe radical, Ernesto Sanz, estaba más seducido por esos potenciales acuerdos electorales. Su formación política y partidaria le impide a veces entender el idioma de Macri. Por ejemplo, cuando éste dice que los acuerdos los debe hacer la sociedad y no los dirigentes. «La política se construye ahora desde abajo hacia arriba y no desde arriba hacia abajo», repite mientras golpea las puertas de argentinos humildes, que ni siquiera saben qué es el «círculo rojo». El establishment lo mira asombrado: no puede entender cómo salió así un hijo dilecto del empresariado. Macri les responde que las comunicaciones han cambiado tanto como la manera de la sociedad de relacionarse con la política. Ésos son los parámetros del macrismo, que prefiere una división clara entre lo nuevo y lo viejo.
Por eso, sueña con un enfrentamiento directo en la provincia entre Vidal y Aníbal Fernández. Lo nuevo y lo conocido en sus mejores expresiones. Pero ¿qué hará Cristina? Podría bajarlo a la provincia a Florencio Randazzo, teme el macrismo. Difícil, porque le allanaría el camino definitivamente a Scioli, que es a quien la Presidenta quiere condicionar. Randazzo aspira, además, a ser candidato a presidente, no a gobernador. Pero Cristina es un animal político, que en última instancia decidirá de acuerdo con sus intereses electorales. La capacidad presidencial para innovar y sorprender también mantiene en vilo a sus opositores. Cristina sabe hacer esas cosas, aunque siempre se equivocó, debe reconocerse, en la elección de candidatos.
El vertiginoso derrumbe de Massa trabó cualquier posibilidad de acuerdo. ¿Qué efecto hubiera tenido, por ejemplo, una candidatura a gobernador de Massa aliado con Macri? ¿No hubiera llegado Massa a esa instancia como un candidato devaluado después de explorar empecinadamente una candidatura propia a presidente? ¿Cómo explicarles ahora a los bonaerenses que puede ser un buen gobernador cuando no pudo ser presidente?
En la desesperación de los últimos días, sólo reclamaba un papel como actor de reparto. La última carrera electoral de Massa no deja de ser una tragedia política y personal. Hace apenas ocho meses era el candidato presidencial con más intención de votos. Cometió errores, hizo promesas políticas que no cumplió, confundió a sus aliados o los agravió (como el caso Reutemann), anunció cosas que nunca sucedieron.
Cansado y debilitado, casi con la lengua afuera, lo buscó a Macri. Macri lo esperaba, pero para decirle que no, cobrando el desplante que él sufrió de parte de Massa en las elecciones de 2013. Ninguna política nueva le quita a la política su eterna dosis (¿necesaria, tal vez?) de dureza y frialdad. La mejor síntesis la hizo un viejo massista: «Ya es tarde para todo»..