La presencia de Cristina Fernández de Kirchner en la sesión del Comité de Descolonización de las Naciones Unidas del pasado 14 de junio es un hecho sumamente significativo, no solamente por tratarse de la presidenta de la República sino también por la resonancia internacional del ámbito. Lamentablemente, en este caso «significativo» no quiere decir «positivo»: la decisión presidencial de concurrir, así como las acciones y expresiones de la Presidenta y su comitiva, han sido, a nuestro entender, criticables.
En primer lugar, la comparecencia de un jefe de Estado en el Comité es un hecho inédito, ya que a los comités de la ONU sólo concurren, por lo general, autoridades nacionales de segundo o tercer nivel. Rodeada de una nutrida comitiva, la presencia de la Presidenta procuró señalizar la extraordinaria relevancia que para el gobierno nacional tiene la causa Malvinas. Con ello, no se hace más que confirmar el estrafalario orden de prioridades de política exterior que el kirchnerismo propone desde hace años, en el cual Malvinas permanece colocada en el tope de las preocupaciones nacionales en tanto se soslayan otros temas, como la integración global de nuestra economía, y se erosionan otros, como la integración regional.
En segundo lugar, las acciones y las palabras del 14 de junio expresan una voluntad de reivindicar y repetir las peores prácticas llevadas adelante respecto de la cuestión de las Malvinas. Entre ellas, no es banal que entre los integrantes de la comitiva argentina se encontraran varios ex combatientes; es evidente que el Gobierno no repara en el impacto de esta presencia en británicos y malvinenses o, mejor dicho, para el Gobierno ese impacto no es absolutamente una cuestión. En este mismo sentido fue lamentable presenciar la transformación de la política exterior en una guerra de chicanas: «¿Por qué no van a hacer un referéndum también a Afganistan o a Irak?», dijo la señora de Kirchner para descalificar el referéndum en Malvinas, como si la negación de los derechos de afganos e iraquíes aconsejara el desconocimiento de los de los isleños. De similar manera se expresó nuestra Presidenta respecto de los símbolos usados por éstos, al decir: «Sentí vergüenza ajena al ver ondear la bandera de las Falklands, como las denominan». Ejemplos todos ilustrativos de un discurso y unas actitudes que decididamente no tienen a los británicos y a los malvinenses por destinatarios, pero tampoco al concierto de naciones.
Para explicar estos rasgos de autorreferencialidad pueden conjeturarse dos hipótesis: o se trató de actuaciones orientadas a la opinión pública interna o la acción del Gobierno está enredada en creencias que le hacen perder el sentido de la realidad (por ejemplo, ideas y nociones extrañas sobre qué puede ser significativo para terceros países). Ambas posibilidades son muy negativas: configurar la política exterior de un país según la satisfacción de necesidades gubernamentales internas la desfigura y la somete al cortoplacismo y la ineficacia – circunstancia que compromete no sólo al oficialismo sino a la mayor parte de la oposición, que ha asistido a la ONU acompañando a la Presidenta y comparte la orientación internista de nuestra política exterior. Por otro lado, estas acciones y discursos endodirigidos son peligrosos por sus propios efectos internos, en los que se alzan las propuestas identitarias cargadas de nacionalismo que siempre han acompañado la exaltación de la causa Malvinas.
En esta ocasión, la autorreferencialidad del Ejecutivo incluyó una actitud insólita: el rechazo a la oferta de diálogo hecha por los isleños. La señora Kirchner y el canciller Timerman se negaron a recibir siquiera el sobre que quisieron entregarles como si les quemara las manos, sosteniendo implícitamente que, puesto que el gobierno británico se niega a negociar la soberanía, entonces el gobierno argentino tiene el deber de negarse a conversar con los isleños sobre cualquier tema y de proseguir su política de desconocerlos como sujeto de derechos.
Finalmente, en el discurso de Cristina estuvo presente del modo más explícito la des-responsabilización característica del pensamiento oficial sobre Malvinas: «¿Qué culpa tenemos los argentinos de lo que nos pasó en marzo de 1976? Nosotros no tuvimos nada que ver con esa dictadura; fuimos férreos opositores», sostuvo la Presidenta. Como demuestran las fotos de las plazas llenas de abril de 1982 y la propia foto del ex presidente Kirchner participando de un acto reivindicativo junto a militares posteriormente acusados de genocidio, se trata de una patente inexactitud histórica. Es ésta, además, una extravagante pretensión ante el mundo: dado que -supuestamente- los argentinos no tuvimos nada que ver con la guerra, entonces sus consecuencias (el profundo rechazo de los isleños, su acceso a la ciudadanía británica, en 1983, la pérdida de la oportunidad de negociación que se había abierto antes de abril de 1982, la consolidación política e institucional, etcétera) no deben ser consideradas como hechos válidos. Pocos días después, es ineludible decirlo, Cameron siguió el ejemplo de la Presidenta al negarse a aceptar un sobre que contenía las declaraciones del Comité de Descolonización que instan a las partes a negociar.
También el cuestionamiento de la práctica democrática del referéndum entre los isleños sobre el futuro de las islas hace manifiesta la misma voluntad de ignorar su existencia expresada tanto por las declaraciones de nuestras autoridades («Es como si fueran piedras») como por los spots publicitarios del Gobierno, en los cuales los isleños brillan por su invisibilidad. Y bien, ¿es posible poner en duda, sin violentar la idea misma de democracia, el derecho de los isleños de expresar su preferencia mediante un referéndum? ¿Qué otra cosa que la guerra del pasado y el hostigamiento del presente ha llevado a los habitantes de Malvinas al rechazo de la Argentina y al Gobierno a temer la simple expresión de esta voluntad política? Dicho esto, creemos necesario también señalar que las preguntas del referéndum no deberían ser restringidas a la opción binaria entre «soberanía argentina vs. soberanía británica», sino que deberían incluir otras posibilidades, como la creación de un estado independiente en Malvinas y diferentes combinaciones binacionales de soberanía. Asimismo, creemos que los isleños no pueden ser desconocidos como sujeto de derecho y de deseos, pero tampoco deberían pensarse a sí mismos como el único factor a ser tenido en cuenta, argumento de especial relevancia cuando se considera la presencia de la base militar de Mount Pleasant, que militariza un Atlántico Sur de inevitable incumbencia argentina.
© La Nacion .
En primer lugar, la comparecencia de un jefe de Estado en el Comité es un hecho inédito, ya que a los comités de la ONU sólo concurren, por lo general, autoridades nacionales de segundo o tercer nivel. Rodeada de una nutrida comitiva, la presencia de la Presidenta procuró señalizar la extraordinaria relevancia que para el gobierno nacional tiene la causa Malvinas. Con ello, no se hace más que confirmar el estrafalario orden de prioridades de política exterior que el kirchnerismo propone desde hace años, en el cual Malvinas permanece colocada en el tope de las preocupaciones nacionales en tanto se soslayan otros temas, como la integración global de nuestra economía, y se erosionan otros, como la integración regional.
En segundo lugar, las acciones y las palabras del 14 de junio expresan una voluntad de reivindicar y repetir las peores prácticas llevadas adelante respecto de la cuestión de las Malvinas. Entre ellas, no es banal que entre los integrantes de la comitiva argentina se encontraran varios ex combatientes; es evidente que el Gobierno no repara en el impacto de esta presencia en británicos y malvinenses o, mejor dicho, para el Gobierno ese impacto no es absolutamente una cuestión. En este mismo sentido fue lamentable presenciar la transformación de la política exterior en una guerra de chicanas: «¿Por qué no van a hacer un referéndum también a Afganistan o a Irak?», dijo la señora de Kirchner para descalificar el referéndum en Malvinas, como si la negación de los derechos de afganos e iraquíes aconsejara el desconocimiento de los de los isleños. De similar manera se expresó nuestra Presidenta respecto de los símbolos usados por éstos, al decir: «Sentí vergüenza ajena al ver ondear la bandera de las Falklands, como las denominan». Ejemplos todos ilustrativos de un discurso y unas actitudes que decididamente no tienen a los británicos y a los malvinenses por destinatarios, pero tampoco al concierto de naciones.
Para explicar estos rasgos de autorreferencialidad pueden conjeturarse dos hipótesis: o se trató de actuaciones orientadas a la opinión pública interna o la acción del Gobierno está enredada en creencias que le hacen perder el sentido de la realidad (por ejemplo, ideas y nociones extrañas sobre qué puede ser significativo para terceros países). Ambas posibilidades son muy negativas: configurar la política exterior de un país según la satisfacción de necesidades gubernamentales internas la desfigura y la somete al cortoplacismo y la ineficacia – circunstancia que compromete no sólo al oficialismo sino a la mayor parte de la oposición, que ha asistido a la ONU acompañando a la Presidenta y comparte la orientación internista de nuestra política exterior. Por otro lado, estas acciones y discursos endodirigidos son peligrosos por sus propios efectos internos, en los que se alzan las propuestas identitarias cargadas de nacionalismo que siempre han acompañado la exaltación de la causa Malvinas.
En esta ocasión, la autorreferencialidad del Ejecutivo incluyó una actitud insólita: el rechazo a la oferta de diálogo hecha por los isleños. La señora Kirchner y el canciller Timerman se negaron a recibir siquiera el sobre que quisieron entregarles como si les quemara las manos, sosteniendo implícitamente que, puesto que el gobierno británico se niega a negociar la soberanía, entonces el gobierno argentino tiene el deber de negarse a conversar con los isleños sobre cualquier tema y de proseguir su política de desconocerlos como sujeto de derechos.
Finalmente, en el discurso de Cristina estuvo presente del modo más explícito la des-responsabilización característica del pensamiento oficial sobre Malvinas: «¿Qué culpa tenemos los argentinos de lo que nos pasó en marzo de 1976? Nosotros no tuvimos nada que ver con esa dictadura; fuimos férreos opositores», sostuvo la Presidenta. Como demuestran las fotos de las plazas llenas de abril de 1982 y la propia foto del ex presidente Kirchner participando de un acto reivindicativo junto a militares posteriormente acusados de genocidio, se trata de una patente inexactitud histórica. Es ésta, además, una extravagante pretensión ante el mundo: dado que -supuestamente- los argentinos no tuvimos nada que ver con la guerra, entonces sus consecuencias (el profundo rechazo de los isleños, su acceso a la ciudadanía británica, en 1983, la pérdida de la oportunidad de negociación que se había abierto antes de abril de 1982, la consolidación política e institucional, etcétera) no deben ser consideradas como hechos válidos. Pocos días después, es ineludible decirlo, Cameron siguió el ejemplo de la Presidenta al negarse a aceptar un sobre que contenía las declaraciones del Comité de Descolonización que instan a las partes a negociar.
También el cuestionamiento de la práctica democrática del referéndum entre los isleños sobre el futuro de las islas hace manifiesta la misma voluntad de ignorar su existencia expresada tanto por las declaraciones de nuestras autoridades («Es como si fueran piedras») como por los spots publicitarios del Gobierno, en los cuales los isleños brillan por su invisibilidad. Y bien, ¿es posible poner en duda, sin violentar la idea misma de democracia, el derecho de los isleños de expresar su preferencia mediante un referéndum? ¿Qué otra cosa que la guerra del pasado y el hostigamiento del presente ha llevado a los habitantes de Malvinas al rechazo de la Argentina y al Gobierno a temer la simple expresión de esta voluntad política? Dicho esto, creemos necesario también señalar que las preguntas del referéndum no deberían ser restringidas a la opción binaria entre «soberanía argentina vs. soberanía británica», sino que deberían incluir otras posibilidades, como la creación de un estado independiente en Malvinas y diferentes combinaciones binacionales de soberanía. Asimismo, creemos que los isleños no pueden ser desconocidos como sujeto de derecho y de deseos, pero tampoco deberían pensarse a sí mismos como el único factor a ser tenido en cuenta, argumento de especial relevancia cuando se considera la presencia de la base militar de Mount Pleasant, que militariza un Atlántico Sur de inevitable incumbencia argentina.
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