Es posible que Macri, al mentar en Nueva York quiméricas negociaciones sobre soberanía, haya metido la pata. Tratándose de Malvinas, eso está en nuestro historial: la temeridad, y no la prudencia, guian mal a los políticos cuando están delante de un premio al que atribuyen un valor (político y electoral) incalculable. Creen que es como jugarse unos pesos en la adquisición de un billete de lotería. Con todo, este faux pas del Presidente es un asunto muy menor en el marco de la gran iniciativa política en la cuestión, disparada por el comunicado conjunto de los vicecancilleres. Y es un asunto muy menor porque aquella declaración iba en una dirección claramente opuesta a la planteada por el comunicado. Siendo así propongo al lector discutir las perspectivas que abre este comunicado: a mi juicio son excelentes, pero políticamente inciertas.
¿Por qué son excelentes? Por tres razones. La primera es que la recomposición de los vínculos con los británicos es un paso importante en la estrategia de reformulación de la política exterior que viene ensayando de modos muy prometedores el gobierno de Macri. En este terreno, sí, la política oficial ha supuesto un cambio de rumbo de 180 grados en relación al gobierno anterior. Personalmente encuentro este cambio (sobreactuaciones de más, vacilaciones de menos) muy correcto. El mundo de hoy es riesgoso, pero más riesgoso aún es no salir a él, o hacerlo de la mano de socios como el chavismo o el régimen iraní. La Argentina necesita imperiosamente reintegrarse al mundo, redefinir sus vínculos de todo tipo con él, si quiere – ¡por fin! – ingresar en un sendero de prosperidad (no es una panacea, es apenas una condición necesaria). Los nexos con Gran Bretaña han sido de mediocres a malos y enfriar un área caliente de nuestra relación con el mundo, reencauzando los vínculos Argentina – Gran Bretaña es un paso de gran relevancia. Aprovechando, además, la oportunidad marcada por el Brexit.
La segunda razón hace directamente a la cuestión Malvinas. El comunicado bilateral es claro: propone un diálogo para mejorar la cooperación en todos los asuntos del Atlántico Sur de interés recíproco. Al mismo tiempo, coloca el conflicto de soberanía bajo la fórmula de la declaración conjunta de 1989, la conocida fórmula del “paraguas”. Agenda abierta, las posiciones de las partes protegidas y no hay un compromiso de discutir la soberanía. Hay, en cambio, un acuerdo expreso de remover los obstáculos que limitan el desarrollo sustentable de las Malvinas, incluyendo comercio, pesca, hidrocarburos, navegación y comunicaciones aéreas. Así, la Argentina declara su intención de colocar en un margen la cuestión soberanía, para avanzar en vínculos múltiples de su propio interés, pero también del interés de los isleños. Esto está muy bien; de hecho, desde hace años un reducido grupo de publicistas lo propone por distintos medios. En lugar de obcecarnos en que cualquier entendimiento deba estar supeditado a la cuestión de la soberanía, abrir el ancho abanico de materias de interés común desenvolviendo el área del Atlántico Sur en su conjunto. En lugar de tratar de crear la mayor cantidad de perturbaciones y obstáculos a los isleños, sustituir esta politica destructiva por una política amigable, dejando abierta para un futuro indeterminado la cuestión de soberanía.
La tercera razón se relaciona con lo ya dicho, aunque se coloca en una dimensión diferente: la cultura política. Si hay un cliché malvinero por excelencia es el de que los “kelpers” (calificación inapropiada) tienen intereses pero no deseos. Este artificio absurdo despoja a los malvinenses de una potestad que la Argentina no debería desconocer, en beneficio de sí misma: sacarse de encima el nacionalismo territorialista, según el cual en las Malvinas hay, en el fondo, invasores que no deberían estar. Contemplar el problema, en cambio, en la clave del patriotismo republicano, según la cual nuestra patria es la casa común en la que somos libres porque tenemos y compartimos derechos y deberes, nos compromete a reconocer derechos aun a quienes, como los isleños, no comparten nuestro punto de vista en lo que se refiere a la casa común en que viven.
El comunicado abre perspectivas excelentes pero políticamente inciertas. La tormenta de reacciones de indignación que ha desatado no tiene nada de asombroso. Es muy fácil criticar por derecha y por izquierda una buena iniciativa en la cuestión Malvinas. No sería extraño que el gobierno se sintiera en la necesidad de dejar todo en agua de borrajas. Esperemos que no.
Vicente Palermo. Politólogo (UBA, Conicet)
¿Por qué son excelentes? Por tres razones. La primera es que la recomposición de los vínculos con los británicos es un paso importante en la estrategia de reformulación de la política exterior que viene ensayando de modos muy prometedores el gobierno de Macri. En este terreno, sí, la política oficial ha supuesto un cambio de rumbo de 180 grados en relación al gobierno anterior. Personalmente encuentro este cambio (sobreactuaciones de más, vacilaciones de menos) muy correcto. El mundo de hoy es riesgoso, pero más riesgoso aún es no salir a él, o hacerlo de la mano de socios como el chavismo o el régimen iraní. La Argentina necesita imperiosamente reintegrarse al mundo, redefinir sus vínculos de todo tipo con él, si quiere – ¡por fin! – ingresar en un sendero de prosperidad (no es una panacea, es apenas una condición necesaria). Los nexos con Gran Bretaña han sido de mediocres a malos y enfriar un área caliente de nuestra relación con el mundo, reencauzando los vínculos Argentina – Gran Bretaña es un paso de gran relevancia. Aprovechando, además, la oportunidad marcada por el Brexit.
La segunda razón hace directamente a la cuestión Malvinas. El comunicado bilateral es claro: propone un diálogo para mejorar la cooperación en todos los asuntos del Atlántico Sur de interés recíproco. Al mismo tiempo, coloca el conflicto de soberanía bajo la fórmula de la declaración conjunta de 1989, la conocida fórmula del “paraguas”. Agenda abierta, las posiciones de las partes protegidas y no hay un compromiso de discutir la soberanía. Hay, en cambio, un acuerdo expreso de remover los obstáculos que limitan el desarrollo sustentable de las Malvinas, incluyendo comercio, pesca, hidrocarburos, navegación y comunicaciones aéreas. Así, la Argentina declara su intención de colocar en un margen la cuestión soberanía, para avanzar en vínculos múltiples de su propio interés, pero también del interés de los isleños. Esto está muy bien; de hecho, desde hace años un reducido grupo de publicistas lo propone por distintos medios. En lugar de obcecarnos en que cualquier entendimiento deba estar supeditado a la cuestión de la soberanía, abrir el ancho abanico de materias de interés común desenvolviendo el área del Atlántico Sur en su conjunto. En lugar de tratar de crear la mayor cantidad de perturbaciones y obstáculos a los isleños, sustituir esta politica destructiva por una política amigable, dejando abierta para un futuro indeterminado la cuestión de soberanía.
La tercera razón se relaciona con lo ya dicho, aunque se coloca en una dimensión diferente: la cultura política. Si hay un cliché malvinero por excelencia es el de que los “kelpers” (calificación inapropiada) tienen intereses pero no deseos. Este artificio absurdo despoja a los malvinenses de una potestad que la Argentina no debería desconocer, en beneficio de sí misma: sacarse de encima el nacionalismo territorialista, según el cual en las Malvinas hay, en el fondo, invasores que no deberían estar. Contemplar el problema, en cambio, en la clave del patriotismo republicano, según la cual nuestra patria es la casa común en la que somos libres porque tenemos y compartimos derechos y deberes, nos compromete a reconocer derechos aun a quienes, como los isleños, no comparten nuestro punto de vista en lo que se refiere a la casa común en que viven.
El comunicado abre perspectivas excelentes pero políticamente inciertas. La tormenta de reacciones de indignación que ha desatado no tiene nada de asombroso. Es muy fácil criticar por derecha y por izquierda una buena iniciativa en la cuestión Malvinas. No sería extraño que el gobierno se sintiera en la necesidad de dejar todo en agua de borrajas. Esperemos que no.
Vicente Palermo. Politólogo (UBA, Conicet)