El empleo, la educación y la integración social de las comunidades musulmanas –antes que la persecución policial y la justicia contra los criminales– son las bazas que tiene que jugar Europa para prevenir el yihadismo. La opción del aislamiento basada en la xenofobia no sólo no sirve, sino que constituye el mejor aliado de los terrorista. Así lo defiende el politólogo francés y veterano estudioso del islamismo Gilles Kepel, que acaba de publicar en España El terror entre nosotros (Península). A su juicio, la extrema derecha es la favorita de la yihad.
¿Estamos en guerra?
En Siria, Irak, Libia y en Malí, sí, por supuesto. Porque allí se emplean medios militares. Pero en territorio europeo no estamos en guerra. Los yihadistas quieren estarlo, pero no tenemos por qué darles la razón. Lo que está aquí en juego son temas de seguridad y policía. No se trata de luchar contra un ejército ni contra una comunidad, sino contra unos individuos con un comportamiento criminal que se añade a unos problemas sociales –lo cual ocurre con el crimen en general– y también a una ideología. Si pensamos que estamos en una guerra civil, los yihadistas habrán ganado la partida.
La UE indica que 1.750 yihadistas europeos han vuelto a casa tras luchar en Siria e Irak con el Estado Islámico (EI). ¿Hemos de asumir que perpetrarán nuevos atentados?
Si efectivamente son 1.750, es una situación de máximo peligro. Habría que ver si eso incluye a las familias. Porque ¿qué va a ocurrir con esos niños? ¿Serán esas mujeres encarceladas? Es complicado. En Francia, la regla es que todos los hombres que han ido o quieran ir a combatir en Siria van a la cárcel, pues la sociedad no toleraría verlos libres. Pero las pruebas y las condenas pueden ser difíciles. Además, se está creando un foco de radicalización en las cárceles. Los dos atentados de 2016 contra un cura en Normandía y contra un policía y su pareja en Magnanville fueron perpetrados por personas que habían estado en la cárcel por querer ir a Siria, sin haberlo hecho. Se habían radicalizado en la cárcel. Y hay otros casos en que el paso por la cárcel ha actuado como un acelerador extraordinario en la radicalización. Las autoridades querrían aumentar las penas de prisión para que los presos no salgan demasiado pronto. Pero ¿se puede condenar a alguien a 20 años por querer ir a Siria?
¿Y estamos nosotros condenados a sufrir atentados?
Depende. El yihadismo, como todo extremismo, tiene su particular economía política; como ETA en España. Si los atentados no tienen una traducción política al cabo de un tiempo y sobre todo si la sociedad resiste los atentados, el terrorismo se va apagando porque nadie lo apoya. El objetivo del yihadismo es doble: aterrorizar a la sociedad y, en consecuencia, movilizar a las masas musulmanas. En Francia, por ejemplo, tenemos el yihadismo de tercera generación basado en atentados de provocación que buscan matar a cuantas más personas mejor –no importa de qué nacionalidad– para que la sociedad quiera vengarse y linche al pueblo musulmán. Así, la comunidad musulmana se reagruparía al amparo de los yihadistas. Pero es más fácil decirlo que hacerlo. Porque esos terroristas no son grandes estrategas. Los atentados del 13 de noviembre de 2015 (el de Bataclan entre ellos) suscitaron unas reacciones muy hostiles en la población musulmana francesa, entre otras cosas porque el primer objetivo era el estadio de fútbol de Saint-Denis, donde había decenas de miles de musulmanes y que está en un barrio donde viven muchísimos inmigrantes.
Cometen errores. Pero nosotros también, según dice en su libro. Sobre todo en las políticas de integración, que encima con la crisis son más difíciles. Pero que siguen siendo esenciales, ¿no?
Las causas de esta crisis ya existían antes de la cuestión de la yihad. Hoy, en los barrios periféricos de Francia, podemos tener un 40% de jóvenes sin empleo, gran parte de ellos musulmanes. Y sin embargo han ido al colegio y al instituto. Son lugares donde ya no es posible obtener un título que garantice un trabajo. Estas personas pueden apelar al racismo como causa de su desempleo. Y este es un gran desafío. El yihadismo también es un síntoma de problemas propios de las sociedades actuales, como la falta de trabajo y el fracaso del modelo educativo. Por eso, la transformación del mercado de trabajo y la refundación de nuestro sistema educativo son un verdadero reto para los candidatos a las presidenciales. Es prioritario.
Esas elecciones puede ganarlas Marine Le Pen. ¿El crecimiento de la extrema derecha en Francia y Europa puede empeorar el panorama y dificultar la lucha contra el yihadismo, al alimentar sus argumentos?
Por supuesto. Marine Le Pen es la opción preferida de los yihadistas porque para ellos refuerza la visión de una Europa xenófoba y racista. Fortalece su mensaje a los correligionarios en el sentido de que no hay ninguna posibilidad de integración y la única posibilidad es formar una comunidad musulmana cerrada dentro de Europa; el resto sería la extrema derecha, contra la cual la yihad construiría enclaves que acabarían por destruirla.
¿Cómo ve la lucha contra el yihadismo en España, país víctima y de tránsito donde Barcelona es un centro de reclutamiento?
No conozco bien la situación en España. Francia, con la mayor población musulmana de Europa, es el país más afectado en esta tercera fase, en que se quiere convertir Europa en el vientre de un yihadismo desde abajo que tiene que ganar a aquel yihadismo anterior desde arriba que era el de Bin Laden. Francia, además, vive lo que llamo resaca retrocolonial. Eso sí: España, con los atentados de 2004, sirvió como prefiguración de este terrorismo de tercera generación. Hoy es refugio, un poco como Bélgica, y lugar de paso. El problema es que, como Bélgica y antes Londres, un refugio puede convertirse en escenario de enfrentamiento.
Los últimos atentados recuerdan que también Egipto o Turquía, así como Afganistán, Pakistán y tantos otros países, sufren al EI: que este no es un problema sólo de Occidente.
Claro. Pero para los medios internacionales, los atentados en Turquía o Egipto tienen menos impacto. Los autores lo saben bien. El desafío mediático es crucial con los yihadistas. El 11-S se concibió ante todo con un objetivo propagandístico. Ése lo lograron, pero no pudieron movilizar a las masas. Por eso hablo de economía política.
Lograron eso y que Hollande dijera que estamos en guerra.
A Hollande ya le critiqué. No tenía razón. Insisto: la guerra se libra en Siria e Irak. En Europa no; aquí son operaciones policiales. Es el empleo, la educación. No la guerra.
¿Estamos en guerra?
En Siria, Irak, Libia y en Malí, sí, por supuesto. Porque allí se emplean medios militares. Pero en territorio europeo no estamos en guerra. Los yihadistas quieren estarlo, pero no tenemos por qué darles la razón. Lo que está aquí en juego son temas de seguridad y policía. No se trata de luchar contra un ejército ni contra una comunidad, sino contra unos individuos con un comportamiento criminal que se añade a unos problemas sociales –lo cual ocurre con el crimen en general– y también a una ideología. Si pensamos que estamos en una guerra civil, los yihadistas habrán ganado la partida.
La UE indica que 1.750 yihadistas europeos han vuelto a casa tras luchar en Siria e Irak con el Estado Islámico (EI). ¿Hemos de asumir que perpetrarán nuevos atentados?
Si efectivamente son 1.750, es una situación de máximo peligro. Habría que ver si eso incluye a las familias. Porque ¿qué va a ocurrir con esos niños? ¿Serán esas mujeres encarceladas? Es complicado. En Francia, la regla es que todos los hombres que han ido o quieran ir a combatir en Siria van a la cárcel, pues la sociedad no toleraría verlos libres. Pero las pruebas y las condenas pueden ser difíciles. Además, se está creando un foco de radicalización en las cárceles. Los dos atentados de 2016 contra un cura en Normandía y contra un policía y su pareja en Magnanville fueron perpetrados por personas que habían estado en la cárcel por querer ir a Siria, sin haberlo hecho. Se habían radicalizado en la cárcel. Y hay otros casos en que el paso por la cárcel ha actuado como un acelerador extraordinario en la radicalización. Las autoridades querrían aumentar las penas de prisión para que los presos no salgan demasiado pronto. Pero ¿se puede condenar a alguien a 20 años por querer ir a Siria?
¿Y estamos nosotros condenados a sufrir atentados?
Depende. El yihadismo, como todo extremismo, tiene su particular economía política; como ETA en España. Si los atentados no tienen una traducción política al cabo de un tiempo y sobre todo si la sociedad resiste los atentados, el terrorismo se va apagando porque nadie lo apoya. El objetivo del yihadismo es doble: aterrorizar a la sociedad y, en consecuencia, movilizar a las masas musulmanas. En Francia, por ejemplo, tenemos el yihadismo de tercera generación basado en atentados de provocación que buscan matar a cuantas más personas mejor –no importa de qué nacionalidad– para que la sociedad quiera vengarse y linche al pueblo musulmán. Así, la comunidad musulmana se reagruparía al amparo de los yihadistas. Pero es más fácil decirlo que hacerlo. Porque esos terroristas no son grandes estrategas. Los atentados del 13 de noviembre de 2015 (el de Bataclan entre ellos) suscitaron unas reacciones muy hostiles en la población musulmana francesa, entre otras cosas porque el primer objetivo era el estadio de fútbol de Saint-Denis, donde había decenas de miles de musulmanes y que está en un barrio donde viven muchísimos inmigrantes.
Cometen errores. Pero nosotros también, según dice en su libro. Sobre todo en las políticas de integración, que encima con la crisis son más difíciles. Pero que siguen siendo esenciales, ¿no?
Las causas de esta crisis ya existían antes de la cuestión de la yihad. Hoy, en los barrios periféricos de Francia, podemos tener un 40% de jóvenes sin empleo, gran parte de ellos musulmanes. Y sin embargo han ido al colegio y al instituto. Son lugares donde ya no es posible obtener un título que garantice un trabajo. Estas personas pueden apelar al racismo como causa de su desempleo. Y este es un gran desafío. El yihadismo también es un síntoma de problemas propios de las sociedades actuales, como la falta de trabajo y el fracaso del modelo educativo. Por eso, la transformación del mercado de trabajo y la refundación de nuestro sistema educativo son un verdadero reto para los candidatos a las presidenciales. Es prioritario.
Esas elecciones puede ganarlas Marine Le Pen. ¿El crecimiento de la extrema derecha en Francia y Europa puede empeorar el panorama y dificultar la lucha contra el yihadismo, al alimentar sus argumentos?
Por supuesto. Marine Le Pen es la opción preferida de los yihadistas porque para ellos refuerza la visión de una Europa xenófoba y racista. Fortalece su mensaje a los correligionarios en el sentido de que no hay ninguna posibilidad de integración y la única posibilidad es formar una comunidad musulmana cerrada dentro de Europa; el resto sería la extrema derecha, contra la cual la yihad construiría enclaves que acabarían por destruirla.
¿Cómo ve la lucha contra el yihadismo en España, país víctima y de tránsito donde Barcelona es un centro de reclutamiento?
No conozco bien la situación en España. Francia, con la mayor población musulmana de Europa, es el país más afectado en esta tercera fase, en que se quiere convertir Europa en el vientre de un yihadismo desde abajo que tiene que ganar a aquel yihadismo anterior desde arriba que era el de Bin Laden. Francia, además, vive lo que llamo resaca retrocolonial. Eso sí: España, con los atentados de 2004, sirvió como prefiguración de este terrorismo de tercera generación. Hoy es refugio, un poco como Bélgica, y lugar de paso. El problema es que, como Bélgica y antes Londres, un refugio puede convertirse en escenario de enfrentamiento.
Los últimos atentados recuerdan que también Egipto o Turquía, así como Afganistán, Pakistán y tantos otros países, sufren al EI: que este no es un problema sólo de Occidente.
Claro. Pero para los medios internacionales, los atentados en Turquía o Egipto tienen menos impacto. Los autores lo saben bien. El desafío mediático es crucial con los yihadistas. El 11-S se concibió ante todo con un objetivo propagandístico. Ése lo lograron, pero no pudieron movilizar a las masas. Por eso hablo de economía política.
Lograron eso y que Hollande dijera que estamos en guerra.
A Hollande ya le critiqué. No tenía razón. Insisto: la guerra se libra en Siria e Irak. En Europa no; aquí son operaciones policiales. Es el empleo, la educación. No la guerra.