Siempre hay maneras de encontrar evidencia a favor cuando la adhesión a una ideología se asume incuestionable. Por Marcos Novaro.
Más avanza la Justicia, más llaman los K al estallido
De lo mucho que dijo Cristina Kirchner en su regreso a la escena lo más llamativo no fueron las palabras pronunciadas frente a Comodoro Py, finalmente no más que un acto callejero, de esos donde siempre se dicen cosas sin pensarlas demasiado, ni las descalificaciones hacia los jueces y fiscales que la investigan, lo que era bastante esperable, sino las que desgranó con más calma sobre todo en los sucesivos encuentros que realizó con seguidores y dirigentes peronistas en su nueva fundación, en las que conectó su situación judicial con una supuesta crisis de legitimidad que estaría por enfrentar o ya enfrentando el Gobierno Nacional.
El argumento fue ratificado y profundizado por Máximo Kirchner cuando se enteró de que una diputada kirchnerista arrepentida lo había implicado en la apropiación de fondos para viviendas que pasaron por manos de Milagro Sala y luego desaparecieron.
El argumento de madre e hijo es sencillo: como todo lo que hace el gobierno de Mauricio Macri está mal y lo condena a una carencia cada vez más indisimulable de «legitimidad de ejercicio» en sus funciones, inventa causas judiciales para distraer y confundir a la audiencia, y para acallar a quienes podrían liderar una resistencia contra el ajuste y la entrega, es decir, contra ellos dos.
Para que esta afirmación se demuestre no hace falta que se prueben falsas las acusaciones en su contra. Al contrario: como la Justicia independiente no existe, y el Gobierno y los medios manipulan toda la información pública, todos los testimonios y pruebas, mientras más avanzan los procesos más se confirma lo que los acusados dicen, que sus enemigos son superpoderosos e implacablemente falsos.
Tampoco hace falta que la situación económica y social empeore realmente en la medida que han pronosticado desde el kirchnerismo, y ello afecte en particular a los más pobres. Que Macri es antinacional y antipopular es una premisa indiscutible, obvia, no algo que haya que demostrar.
Por caso, ¿cambiaría en algo el juicio sobre la supuesta ilegitimidad de ejercicio que lo aqueja si no se llegara a producir la suba de la desocupación que se dice es «la consecuencia deseada de las políticas neoliberales” que aplica? Seguramente no: se dirá que también en eso miente, que tapa la exclusión endeudando al país, o lo que sea; siempre hay maneras de encontrar evidencia a favor cuando la adhesión a una ideología se asume incuestionable.
Siempre hay maneras de encontrar evidencia a favor cuando la adhesión a una ideología se asume incuestionable.
Y por último, la frutilla del postre: si la protesta no llegara a escalar y terminar en estallido no se probaría un error de juicio o estrategia del kirchnerismo, sino que la represión y la manipulación mediática hicieron bien su trabajo, que el pueblo una vez más ha sido maniatado y amordazado por quienes no son más que la versión electoral y sólo formalmente legítima del «mismo proyecto que en el ’55».
La pretendida distinción entre legitimidad «electoral» y «de ejercicio» en que se basan los Kirchner tiene larga tradición entre nosotros. Fue con esta misma idea que a partir de 1983 una porción del peronismo, en particular la que rodeaba a los sindicatos de Saúl Ubaldini, asumió una oposición implacable frente a Alfonsín. Entonces el argumento rezaba de que el primer presidente electo en mucho tiempo encarnaba la “democracia formal” pero impedía con sus políticas y decisiones una «democracia real», que no era ni más ni menos que «que el pueblo sea feliz», algo que según Ubaldini sólo había logrado Perón y sólo podría volver a conseguir otro peronista.
Cristina y Máximo creen haber sido esos peronistas, y que la historia y el pueblo se lo van a reconocer. Creen en serio en lo que dicen. Y por eso, no sólo por la corrupción y el cinismo, es que son tan dañinos para la vida democrática, aunque ya no ejerzan el poder.
Pero lo serían mucho más si lograran, como sucedió en los ochenta, que sectores importantes del peronismo pensaran y actuaran en estos mismos términos. Cosa que por suerte al menos hasta aquí no ha sucedido.
Y también lo serían si en el propio gobierno se hicieran cargo de este argumento, mala conciencia que aquejó en su momento a Alfonsín, y flaqueara su convicción respecto a que las decisiones que toman no son menos legítimas ni menos «nacionales y populares» que las de la administración anterior.
Más avanza la Justicia, más llaman los K al estallido
De lo mucho que dijo Cristina Kirchner en su regreso a la escena lo más llamativo no fueron las palabras pronunciadas frente a Comodoro Py, finalmente no más que un acto callejero, de esos donde siempre se dicen cosas sin pensarlas demasiado, ni las descalificaciones hacia los jueces y fiscales que la investigan, lo que era bastante esperable, sino las que desgranó con más calma sobre todo en los sucesivos encuentros que realizó con seguidores y dirigentes peronistas en su nueva fundación, en las que conectó su situación judicial con una supuesta crisis de legitimidad que estaría por enfrentar o ya enfrentando el Gobierno Nacional.
El argumento fue ratificado y profundizado por Máximo Kirchner cuando se enteró de que una diputada kirchnerista arrepentida lo había implicado en la apropiación de fondos para viviendas que pasaron por manos de Milagro Sala y luego desaparecieron.
El argumento de madre e hijo es sencillo: como todo lo que hace el gobierno de Mauricio Macri está mal y lo condena a una carencia cada vez más indisimulable de «legitimidad de ejercicio» en sus funciones, inventa causas judiciales para distraer y confundir a la audiencia, y para acallar a quienes podrían liderar una resistencia contra el ajuste y la entrega, es decir, contra ellos dos.
Para que esta afirmación se demuestre no hace falta que se prueben falsas las acusaciones en su contra. Al contrario: como la Justicia independiente no existe, y el Gobierno y los medios manipulan toda la información pública, todos los testimonios y pruebas, mientras más avanzan los procesos más se confirma lo que los acusados dicen, que sus enemigos son superpoderosos e implacablemente falsos.
Tampoco hace falta que la situación económica y social empeore realmente en la medida que han pronosticado desde el kirchnerismo, y ello afecte en particular a los más pobres. Que Macri es antinacional y antipopular es una premisa indiscutible, obvia, no algo que haya que demostrar.
Por caso, ¿cambiaría en algo el juicio sobre la supuesta ilegitimidad de ejercicio que lo aqueja si no se llegara a producir la suba de la desocupación que se dice es «la consecuencia deseada de las políticas neoliberales” que aplica? Seguramente no: se dirá que también en eso miente, que tapa la exclusión endeudando al país, o lo que sea; siempre hay maneras de encontrar evidencia a favor cuando la adhesión a una ideología se asume incuestionable.
Siempre hay maneras de encontrar evidencia a favor cuando la adhesión a una ideología se asume incuestionable.
Y por último, la frutilla del postre: si la protesta no llegara a escalar y terminar en estallido no se probaría un error de juicio o estrategia del kirchnerismo, sino que la represión y la manipulación mediática hicieron bien su trabajo, que el pueblo una vez más ha sido maniatado y amordazado por quienes no son más que la versión electoral y sólo formalmente legítima del «mismo proyecto que en el ’55».
La pretendida distinción entre legitimidad «electoral» y «de ejercicio» en que se basan los Kirchner tiene larga tradición entre nosotros. Fue con esta misma idea que a partir de 1983 una porción del peronismo, en particular la que rodeaba a los sindicatos de Saúl Ubaldini, asumió una oposición implacable frente a Alfonsín. Entonces el argumento rezaba de que el primer presidente electo en mucho tiempo encarnaba la “democracia formal” pero impedía con sus políticas y decisiones una «democracia real», que no era ni más ni menos que «que el pueblo sea feliz», algo que según Ubaldini sólo había logrado Perón y sólo podría volver a conseguir otro peronista.
Cristina y Máximo creen haber sido esos peronistas, y que la historia y el pueblo se lo van a reconocer. Creen en serio en lo que dicen. Y por eso, no sólo por la corrupción y el cinismo, es que son tan dañinos para la vida democrática, aunque ya no ejerzan el poder.
Pero lo serían mucho más si lograran, como sucedió en los ochenta, que sectores importantes del peronismo pensaran y actuaran en estos mismos términos. Cosa que por suerte al menos hasta aquí no ha sucedido.
Y también lo serían si en el propio gobierno se hicieran cargo de este argumento, mala conciencia que aquejó en su momento a Alfonsín, y flaqueara su convicción respecto a que las decisiones que toman no son menos legítimas ni menos «nacionales y populares» que las de la administración anterior.