Matar la inflación requiere más Menger y menos Keynes
En su reciente Medición del Humor Social llevada a cabo por la consultora Grupo de Opinión Pública, el 69,3% de los encuestados manifiestan que (por lejos) la inflación representa el mayor problema que enfrenta el país. Al mismo tiempo, lo cual es más grave aún, manifiestan mayoritariamente que la causa de la inflación es resultado de la codicia de los empresarios. Si bien el punto es preocupante porque implica desconocer las verdaderas causas de la inflación, lo es más frustrante para quien quiera realizar un ataque serio contra la inflación.
En este sentido, desde la visión del público, la política correcta que consta en detener la emisión monetaria no califica entre las respuestas, mientras que aquellas medidas que han fracasado sistemáticamente a lo largo de la historia de la humanidad (sin ser Argentina una excepción) desde el año 2.800 AC durante la quinta dinastía egipcia en adelante estarían al tope de sus preferencias.
El origen de tamaña confusión, sin lugar a dudas, son los propios economistas, quienes viviendo de espalda a los datos han optado por abrazarse a los postulados de John M. Keynes. Así, las teorías sobre la determinación del nivel general de precios de raíz keynesianas se inspiran en el libro V (Salarios nominales y precios), capítulo 21 (La teoría de los precios) de la teoría general. En este sentido, en la sección segunda del capitulo mencionado el inglés sostenía: «El nivel de precios en una rama industrial concreta depende, en parte, de la tasa de remuneración de los factores productivos que entran en el costo marginal y, en parte, de la escala de producción. No hay motivo para pasar a modificar esta conclusión cuando pasamos a la industria en conjunto».
Por lo tanto, bajo este formato, cuando los salarios de los trabajadores y/o el retorno de los empresarios suben, habrá una suba en el nivel de precios. Al mismo tiempo, dicha formulación también permite comprender el motivo por el cual, ante una suba en la tasa de inflación, se acusa a trabajadores (apuntando contra los sindicatos) y a la codicia de los empresarios.
Sin embargo, dicha idea de querer determinar los precios en función de los costos en los que se ha incurrido en cada uno de los pasos del proceso productivo (aplicando un margen de ganancia sobre el costo salarial neto de productividad) no sólo es reflejo de una profunda ignorancia sobre la teoría del valor sino también de una obtusa percepción acerca de cómo funciona la economía. Es más, tal como fuera demostrado por Carl Menger en sus Principios de Economía Política mediante la Ley de Imputación, son los precios los que determinan los costos y no al revés. Los consumidores (a partir de sus preferencias) fijan no sólo los precios de los bienes de consumo, sino también de todos los factores de producción.
De este modo establecen los ingresos de cuantos operan en el ámbito de la economía de mercado y son ellos, los consumidores, y no los empresarios ni los sindicalistas (y mucho menos un político), quienes, en definitiva, pagan por cada insumo y a cada trabajador su salario. Por lo tanto, si uno quisiera determinar las causas de por qué suben todos los precios monetarios de la economía, las causas no están en los costos, sino en el aumento de la emisión monetaria.
De hecho, la simple observación de que los precios que ingresan en el índice de precios están denominados en unidades monetarias, debería ser una muestra más que suficiente para que los economistas keynesianos-estructuralistas-marxistas locales pudieran comprender la naturaleza monetaria del proceso. Esto es, así como cuando aumenta la oferta de cualquier bien por encima de su demanda (dado todo lo demás como constante), su precio respecto al resto de los bienes cae, con el dinero pasa exactamente lo mismo. De este modo, cuando sube la cantidad de dinero por encima de su demanda, el poder de compra de la unidad monetaria se reduce, y con ello, la cantidad de dinero que se necesita para comprar la misma cantidad de bienes sube.
Así, cuando esta suba en los precios monetarios (pérdida del valor del dinero) es persistente en el tiempo, se define como inflación. En este sentido, tal como afirmara Milton Friedman «la inflación es siempre y en todo lugar un fenómeno monetario y esta se contuvo solamente cuando se impidió que la cantidad de dinero continuara creciendo demasiado rápidamente (proceso que tiene un rezago de 18 meses en Argentina); y este remedio resultó eficaz, se hubieran adoptado o no otro tipo de medidas».
En su reciente Medición del Humor Social llevada a cabo por la consultora Grupo de Opinión Pública, el 69,3% de los encuestados manifiestan que (por lejos) la inflación representa el mayor problema que enfrenta el país. Al mismo tiempo, lo cual es más grave aún, manifiestan mayoritariamente que la causa de la inflación es resultado de la codicia de los empresarios. Si bien el punto es preocupante porque implica desconocer las verdaderas causas de la inflación, lo es más frustrante para quien quiera realizar un ataque serio contra la inflación.
En este sentido, desde la visión del público, la política correcta que consta en detener la emisión monetaria no califica entre las respuestas, mientras que aquellas medidas que han fracasado sistemáticamente a lo largo de la historia de la humanidad (sin ser Argentina una excepción) desde el año 2.800 AC durante la quinta dinastía egipcia en adelante estarían al tope de sus preferencias.
El origen de tamaña confusión, sin lugar a dudas, son los propios economistas, quienes viviendo de espalda a los datos han optado por abrazarse a los postulados de John M. Keynes. Así, las teorías sobre la determinación del nivel general de precios de raíz keynesianas se inspiran en el libro V (Salarios nominales y precios), capítulo 21 (La teoría de los precios) de la teoría general. En este sentido, en la sección segunda del capitulo mencionado el inglés sostenía: «El nivel de precios en una rama industrial concreta depende, en parte, de la tasa de remuneración de los factores productivos que entran en el costo marginal y, en parte, de la escala de producción. No hay motivo para pasar a modificar esta conclusión cuando pasamos a la industria en conjunto».
Por lo tanto, bajo este formato, cuando los salarios de los trabajadores y/o el retorno de los empresarios suben, habrá una suba en el nivel de precios. Al mismo tiempo, dicha formulación también permite comprender el motivo por el cual, ante una suba en la tasa de inflación, se acusa a trabajadores (apuntando contra los sindicatos) y a la codicia de los empresarios.
Sin embargo, dicha idea de querer determinar los precios en función de los costos en los que se ha incurrido en cada uno de los pasos del proceso productivo (aplicando un margen de ganancia sobre el costo salarial neto de productividad) no sólo es reflejo de una profunda ignorancia sobre la teoría del valor sino también de una obtusa percepción acerca de cómo funciona la economía. Es más, tal como fuera demostrado por Carl Menger en sus Principios de Economía Política mediante la Ley de Imputación, son los precios los que determinan los costos y no al revés. Los consumidores (a partir de sus preferencias) fijan no sólo los precios de los bienes de consumo, sino también de todos los factores de producción.
De este modo establecen los ingresos de cuantos operan en el ámbito de la economía de mercado y son ellos, los consumidores, y no los empresarios ni los sindicalistas (y mucho menos un político), quienes, en definitiva, pagan por cada insumo y a cada trabajador su salario. Por lo tanto, si uno quisiera determinar las causas de por qué suben todos los precios monetarios de la economía, las causas no están en los costos, sino en el aumento de la emisión monetaria.
De hecho, la simple observación de que los precios que ingresan en el índice de precios están denominados en unidades monetarias, debería ser una muestra más que suficiente para que los economistas keynesianos-estructuralistas-marxistas locales pudieran comprender la naturaleza monetaria del proceso. Esto es, así como cuando aumenta la oferta de cualquier bien por encima de su demanda (dado todo lo demás como constante), su precio respecto al resto de los bienes cae, con el dinero pasa exactamente lo mismo. De este modo, cuando sube la cantidad de dinero por encima de su demanda, el poder de compra de la unidad monetaria se reduce, y con ello, la cantidad de dinero que se necesita para comprar la misma cantidad de bienes sube.
Así, cuando esta suba en los precios monetarios (pérdida del valor del dinero) es persistente en el tiempo, se define como inflación. En este sentido, tal como afirmara Milton Friedman «la inflación es siempre y en todo lugar un fenómeno monetario y esta se contuvo solamente cuando se impidió que la cantidad de dinero continuara creciendo demasiado rápidamente (proceso que tiene un rezago de 18 meses en Argentina); y este remedio resultó eficaz, se hubieran adoptado o no otro tipo de medidas».