La Patagonia, en poder de Chile, según cartografía de 1860. Foto: Archivo
Reiteradamente hemos señalado desde estas columnas que distintas figuras históricas han sido demonizadas, presas de la lamentable intolerancia reinante en los últimos tiempos. Entre ellas, la de Julio Argentino Roca, fundador del Estado argentino moderno y a quien le debemos que la Patagonia sea argentina.
El monumento en su honor, emplazado desde 1940 en el Centro Cívico municipal de la ciudad de San Carlos de Bariloche, constituye un ícono de la ciudad que agitó en los últimos años distintas posturas políticas y sentimientos encontrados. Militantes de la Cooperativa 1° de Mayo, en su mayoría mapuches, quisieron derribarlo en 2012 por considerarlo «el responsable del genocidio más grande de la historia». Este año, el artista Tomás Espina lo intervino cubriéndolo con un puente de madera y reactivó los enfrentamientos, dejando en evidencia la fractura de una sociedad en torno a esta señera figura que fue dos veces presidente de la República. En las últimas semanas, se levantó un árbol de Navidad gigante justo encima de la estatua ecuestre, aun cuando el espacio de la plaza es suficientemente amplio como para haber dado cabida a ambas expresiones, en claro símbolo de la paz que propone el espíritu navideño.
Retomando el hilo de la historia, una mirada a un mapa antiguo que reproducimos en esta página, confeccionado en 1860 por un conocido cartógrafo de Filadelfia, permite observar que, para los Estados Unidos de América, la Confederación Argentina no comprendía a la Patagonia, pues fijaba claramente el límite meridional de nuestro país en el Río Negro. Más al Sur, comprendido el territorio de la Tierra del Fuego, se lee «Patagonia» y, en tipografía menor, las palabras «New Chili», Nuevo Chile. Evidentemente, no consideraba que la extensa región en cuestión -que comprendería las actuales provincias de Neuquén, Río Negro, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego- fuera una superficie «sin dueño» en aquella época.
El histórico documento cartográfico al que hacemos referencia coexiste con otros de similar tenor. Pone de relieve, una vez más, que la Campaña del Desierto no fue una cruzada contra el indio, sino una maniobra militar tendiente a excluir a Chile de la Patagonia, barriendo cualquier aspiración de apropiación por parte del país hermano respecto de tan extenso como valioso territorio. De hecho, el ejército que comandara el general Roca tenía por objeto derrotar a las tribus de origen chileno, instrumento de empresarios trasandinos que compraban los productos de sus saqueos.
La etnografía da cuenta de diversas tribus originarias de la Patagonia argentina. Ninguna de ellas bajo el nombre de «mapuche». Los mapuches a los que derrotó Roca no eran «pueblos originarios» de la Patagonia, sino «invasores»: eran araucanos que provenían de Chile y que habían aniquilado a los verdaderos pueblos originarios, los tehuelches. Recordemos, además, que Roca negoció la paz con la mayoría de las tribus, lejos de exterminarlas y que, fruto de su astucia, logró posteriormente de manera incruenta el reconocimiento chileno de nuestra soberanía en el Sur.
Su acción permitió que nuestro país extendiera el territorio nacional, desplazando el límite que fijaba el Río Negro. De resultas de esta nueva ocupación, la Argentina también pudo reclamar territorio antártico e insular en el Atlántico Sur. La valiosa gesta geopolítica de Roca se completó con la visión del Perito Moreno, héroe civil y prohombre muchas veces olvidado, cuya argumentación a favor de tomar la «línea divisoria de aguas» en lugar de «las altas cumbres que dividen aguas» evitó que perdiéramos los lagos, la precordillera y la Cordillera al sur del lago Gutiérrez, hoy lindante con Bariloche.
La Campaña del Desierto se enmarca en el proceso de conformación del Estado nacional y de delimitación de nuestro territorio, que posibilitó el desarrollo de la región. La absurda e interesada militancia en contra de Roca no hace más que tergiversar los hechos para instalar un discurso fruto de la ignorancia y la intolerancia. El lago Nahuel Huapi, por caso, o los yacimientos de YPF en la Patagonia no serían hoy argentinos, incluidos el de Vaca Muerta. Y el general Enrique Mosconi no hubiera contado con los recursos naturales que potenciaron el progreso económico de la Nación. .
Reiteradamente hemos señalado desde estas columnas que distintas figuras históricas han sido demonizadas, presas de la lamentable intolerancia reinante en los últimos tiempos. Entre ellas, la de Julio Argentino Roca, fundador del Estado argentino moderno y a quien le debemos que la Patagonia sea argentina.
El monumento en su honor, emplazado desde 1940 en el Centro Cívico municipal de la ciudad de San Carlos de Bariloche, constituye un ícono de la ciudad que agitó en los últimos años distintas posturas políticas y sentimientos encontrados. Militantes de la Cooperativa 1° de Mayo, en su mayoría mapuches, quisieron derribarlo en 2012 por considerarlo «el responsable del genocidio más grande de la historia». Este año, el artista Tomás Espina lo intervino cubriéndolo con un puente de madera y reactivó los enfrentamientos, dejando en evidencia la fractura de una sociedad en torno a esta señera figura que fue dos veces presidente de la República. En las últimas semanas, se levantó un árbol de Navidad gigante justo encima de la estatua ecuestre, aun cuando el espacio de la plaza es suficientemente amplio como para haber dado cabida a ambas expresiones, en claro símbolo de la paz que propone el espíritu navideño.
Retomando el hilo de la historia, una mirada a un mapa antiguo que reproducimos en esta página, confeccionado en 1860 por un conocido cartógrafo de Filadelfia, permite observar que, para los Estados Unidos de América, la Confederación Argentina no comprendía a la Patagonia, pues fijaba claramente el límite meridional de nuestro país en el Río Negro. Más al Sur, comprendido el territorio de la Tierra del Fuego, se lee «Patagonia» y, en tipografía menor, las palabras «New Chili», Nuevo Chile. Evidentemente, no consideraba que la extensa región en cuestión -que comprendería las actuales provincias de Neuquén, Río Negro, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego- fuera una superficie «sin dueño» en aquella época.
El histórico documento cartográfico al que hacemos referencia coexiste con otros de similar tenor. Pone de relieve, una vez más, que la Campaña del Desierto no fue una cruzada contra el indio, sino una maniobra militar tendiente a excluir a Chile de la Patagonia, barriendo cualquier aspiración de apropiación por parte del país hermano respecto de tan extenso como valioso territorio. De hecho, el ejército que comandara el general Roca tenía por objeto derrotar a las tribus de origen chileno, instrumento de empresarios trasandinos que compraban los productos de sus saqueos.
La etnografía da cuenta de diversas tribus originarias de la Patagonia argentina. Ninguna de ellas bajo el nombre de «mapuche». Los mapuches a los que derrotó Roca no eran «pueblos originarios» de la Patagonia, sino «invasores»: eran araucanos que provenían de Chile y que habían aniquilado a los verdaderos pueblos originarios, los tehuelches. Recordemos, además, que Roca negoció la paz con la mayoría de las tribus, lejos de exterminarlas y que, fruto de su astucia, logró posteriormente de manera incruenta el reconocimiento chileno de nuestra soberanía en el Sur.
Su acción permitió que nuestro país extendiera el territorio nacional, desplazando el límite que fijaba el Río Negro. De resultas de esta nueva ocupación, la Argentina también pudo reclamar territorio antártico e insular en el Atlántico Sur. La valiosa gesta geopolítica de Roca se completó con la visión del Perito Moreno, héroe civil y prohombre muchas veces olvidado, cuya argumentación a favor de tomar la «línea divisoria de aguas» en lugar de «las altas cumbres que dividen aguas» evitó que perdiéramos los lagos, la precordillera y la Cordillera al sur del lago Gutiérrez, hoy lindante con Bariloche.
La Campaña del Desierto se enmarca en el proceso de conformación del Estado nacional y de delimitación de nuestro territorio, que posibilitó el desarrollo de la región. La absurda e interesada militancia en contra de Roca no hace más que tergiversar los hechos para instalar un discurso fruto de la ignorancia y la intolerancia. El lago Nahuel Huapi, por caso, o los yacimientos de YPF en la Patagonia no serían hoy argentinos, incluidos el de Vaca Muerta. Y el general Enrique Mosconi no hubiera contado con los recursos naturales que potenciaron el progreso económico de la Nación. .
Resulta notable como historiadores académicos respetados que han firmado notas de opinión y solicitadas en ese diario cuestionando el mandafrutismo de ese producto comercial poco serio que es el «neorevisionismo» hagan la vista gorda frente a editoriales como este (o para el caso las notas inefables de Hanglin) que cultivan una suerte de «neomitrismo» sin el más mínimo anclaje en la historiografía profesional de los últimos 40 años.
Podrías ser un poco más explicito guido? No conozco nada de la «historiografía profesional de los últimos 40 años» que contradiga en lo substancial algo de lo dicho en esta editorial. Alguna cita? Gracias
a menos, claro, que te estés refiriendo a los escritos de Osvaldo Bayer, pero supongo que a él no lo incluirás entre los «historiógrafos profesionales».
Martha Bechis, Silvia Ratto, Raúl Mandrini, Palermo, Lidia Nacuzzi, Ingrid de Jong, Diego Escolar, Walter del Río. Entre otros, claro.
También se puede mencionar a Julio Vezub, Salomón Tarquini, Tamagnini y Perez Zabala… Si googleas Mandrini (los más recientes) podés encontrar algunos estados de la cuestión (aunque algunas de sus tesis son bastante discutidas). La historiografía chilena tiene un nivel más bajo, pero hay algunas cosas valiosas (Pavez Ojeda, algo de León Solís, Foerster).
Del artículo de La Nación:
-La «araucanización de las pampas» (que en la historiografía contemporánea se entrecomilla) no fue una «invasión» sino un proceso de largo plazo de migración, difusión cultural y mestizaje. Para principios del siglo XIX el espacio formado por las pampas, el norte de la Patagonia y la araucanía era una unidad social, aunque no política.
-De hecho, nunca hubo nada parecido a una unidad política (otro motivo para que no tenga sentido hablar de invasión). Era una sociedad segmentaria (segmentos equivalentes y competitivos que se fusionaban y fisionaban, articulados en torno al parentesco). Los «tehuelches», sencillamente fueron incorporados a los linajes y redes de parentesco.
-Por otro lado, aún si alguien (que no existe en el ámbito académico) continuara defendiendo la tesis de araucanización como una acción discreta de invasión extranjera, ello sería cierto (y no lo es) para la pampa. Pero el territorio argentino no culmina allí donde los Saguier tienen campo. La presencia de pueblos emparentados linguística, cultural y socialmente en los valles cordilleranos (actual Neuquén, Sur de Mendoza, parte de Río Negro) es muy antigua, eventualmente previa a la llegada de los españoles. De manera tal que la afirmación de que no se trataría de «pueblos originarios» (expresión por cierto horrenda) es sencillamente falsa. No serán originarios de Palermo, pero si del actual territorio argentino (aunque, por mi parte, no creo que eso sea muy relevante).
-No es que «Roca negoció» sino que los vínculos interétnicos incluyeron relaciones diplomáticas durante siglos, con los avatares propios de la inestabilidad política de todo el siglo XIX. La diplomacia estuvo presente siempre. El caso es que la conquista implicó el desplazamiento, reparto servil o muerte aún de muchas parcialidades que formaban parte de la estructura defensiva de la frontera. Tierras que llevaban décadas de reconocimiento, fueron expropiadas y sus dueños expulsados más al sur.
Yo no soy «antiroquista», algo que sería bastante tonto. Lo lamentable aquí es la ceguera ideológica de los editorialistas de La Nación (mucho más pronunciada que la de los militantes que cuestiona, que también tendrán lo suyo) y, por sobre todo, el oooooso que la historiografía académica liberal hace frente a semejante ejercicio de palurdismo precámbrico, cuando suelen ser muy puntillosos frente a la (más bien berreta) nueva versión de la divulgación histórica populista.
Los mapuches no fueron pampeanos hasta el siglo 19, cuando los españoles tenían 10 generaciones aca. Son tan originarios como los criollos.
De hecho sin caballos nunca se habría producido esa fusión.
En el siglo XVIII y quizás XVII ya había grupos reche-mapuche en las Pampas. El más conocido, del siglo XVIII es Yanquetruz el viejo, que controló Salinas Grandes y los montes de «Mamuil Mapu» (actual sur de Santa Fe, San Luis y Córdoba + La Pampa) a fines de ese siglo y comienzos del XIX.
Los españoles ocupaban un territorio que llegaba al río Salado hasta entrado el siglo XIX, con algunos estableccimientos aislados más allá.
La estatua sobre la que se indigna La Nación está en Bariloche, donde la presencia europea llegó a fines del siglo XIX.
Ese es el yanquetruz que arrasó Salto, mató la población y se llevó todas las mujeres y niños junto con uno de los Carrera?
No, ese es el hijo.
fijemonos en el titulo y en el contenido.Precisamente la»astucia» de Roca fue aprovechar la ignorancia de los aborigenes para correrlos de la gran extension patagonica que tambien Sarmiento queria dejar de lado.Es la generacion de la organizacion del pais en el siglo XIX.El habitante medio de EEUU cree que la patagonia esta en España:lo comprobe personalmente en mi viaje a ese pais.
Roca le puso la frutilla al postre. Su expedición tuvo mucho más de ocupación efectiva del territorio que de «combate al indio». La expedición de Rosas, o los 4 años de Alsina, fueron mucho más cruentos.
La situación en 1878 era incomparable con la vigente 10 años antes. Calfucurá derrotado y muerto en 1870, Namuncurá, Pincen y Catriel derrotados y en fuga antes de que Roca asumiera como Ministro de Guerra. De las 20.000 lanzas imaginadas o descriptas 10 años antes, solo se hablaba, como máximo, de 8000.
Lo de Chile no es verdura. No es correcto, y el artículo no lo dice, que los saqueos (modus vivendi del mapuche mudado a la pampa) eran «ordenados» por el gobierno de Chile, y mucho menos la captura de esclavas, pero en esa época todo estaba bajo discusión, y ni hablar lo que estaba al sur del río Santa Cruz.
De tal manera que el quasi paseo de Roca fue ir a plantar bandera contra los Andes, y en los 2 años posteriores, contra el Canal de Magallanes.
Lo cruento fue menos la campaña en si misma que el destino de los derrotados, que por su magnitud implicó un cambio cualitativo. Desde largo tiempo atrás, la cautividad era parte de la violencia interétnica, de uno y otro lado. Las cautivas indias en tierra criolla y las cautivas criollas en tierras indígenas, los niños en uno y otro caso (a los hombres prisioneros en general pumba, en ambos casos) eran incorporados en las unidades domésticas en condiciones bastante serviles, pero no demasiado diferentes a las que, sobre todo las mujeres, conocían en su sociedad de origen (notesé que rara vez las cautivas pertencían a las élites, eran pobladoras criollas humildes).
Con la campaña el reparto de personas toma magnitudes desconocidas que permiten hablar de una verdadera distribución de esclavos. E incorpora un elemento nuevo que es la separación sistemática de niños pequeños de sus madres y su educación como NNs (cosa que no sucedía previamente, ni con cautivos entre los indios ni con indios cautivos entre los criollos). La magnitud es tan grande que entre los repartidos se incluyen a las cautivas, a pobladores criollos de tierra adentro y, en Mendoza, a arrieros chilenos que arrendaban tierras para invernadas en el sur de Mendoza. Una cosa muy clara es como se desnaturaliza el padrinazgo. Desde siempre, existió el bautismo de indígenas con padrinos criollos, en general comandantes, jueces o estancieros importantes. Muchas veces los bautismos eran buscados por los indios, como forma de extender sus redes políticas en tierra criolla y educar algunos de sus hijos en los modos cristianos (aprender a leer, por ejemplo). Durante la campaña, y después, los bautismos son masivos. Si se tiene en cuenta que legalmente el padrinazgo aún funcionaba en los usos y costumbre como una extensión de la patria potestad, y se observa el destino de los bautizados (a las zafras tucumanas, a servicios domésticos, incluso a cuidado de ancianos pobres, a las guardias nacionales en los territorios del norte como Misione o Chaco, a la marina) uno cae en la cuenta de que el acta de bautismo devino en una suerte de documento de apropiación de personas.
No creo que se trate de derrumbar monumentos (una pavada) o de negar la importancia que para nosotros (incluyendo los indios) tiene que nuestro país tiene los límites que tiene. Pero el discurso negacionista tiene una impronta patológica. Se puede ser un gobernante progresista (como Roca) y un tremendo asesino hijo de puta (como Roca). No es un caso único en la historia. La historia no la hace buena gente, la hace el que el tiempo tiene a mano.
Bastante menos asesino que muchos de sus derrotados. Basicamente porque hubo pocas muertes, las tribus se quedaron sin sustento y se entregaban.
Las dispersiones abarcaron al grupo de tribus de vanguardia, las que habian sido diezmadas pocos años antes y las que habian sostenido la guerra durante las decadas anteriores . Las tribus cordilleranas fueron injustamente tratadas, pero solo fueron reubicadas, no desguazadas.
No se puede separar las cosas de la historia previa. Fue una guerra a muerte de 4 siglos, y entre 1852 y 1870, parecían estar ganando, los caminos reales a Cordoba o Mendoza casi estaban en sus manos.
Otro aspecto es que el modo de vida era el pillaje. Cuando se corto despues del malon de 1875 y de la excavacion de la zanja de Alsina se morían de hambre. Una convivencia imposible porque siempre habia una frontera con una permeabilidad de 200 km por lo menos, hacia adentro. Es cierto que nunca hubo alguien con la muñeca de Rosas, que mato mucho mas que Roca, pero no veia materialmente posible ganar la guerra.
No Mariano, no se utilizaron esos criterios. También fueron desestructuradas parcialidadas aliadas, inclusive algunas que participaron en la conquista. En otros casos fueron concentradas y dejadas morir de hambre. Para que te des una idea en los malones más violentos de la segunda mitad del siglo XIX (como el de 1870 en Tres Arroyos y Bahía, que respondió a la masacre incomprensible de los indios amigos de Cañumil, alrededor de 40 mujeres, niños y guerreros, sin una baja criolla y con el secuestro de los sobrevivientes; el de 1872, respuesta de Calfucurá a la intervención de la comandancia de frontera en un problema político interno indígena, que también terminó con decenas de muertos; o el de 1875, el levantamiento de los Catriel ante el intento de correrlos de sus tierras en Azul, reconocidas por una ley del congreso nunca promulgada) se cuentan por algunas decenas. Los de la campaña se cuentan por miles, y hay que adicionarles los resultantes del hambre en los sitios de concentración (Valcheta, Martín García y otros).
No es correcto que el modo de vida fuera el «pillaje». Si las tierras más valiosas una vez completada la conquista coincidió con los asentamientos principales se debe esencialmente a que era tierra «antropizada» (vos sabés bien que la tierra, aún la mejor, no es «naturalmente» óptima para el cultivo, la cría de ganado durante varios años la modifica y la hace más apta). Los indios cultivaban sandías, melones, lino (se lo comían, gente rara), trigo, cebada y maíz. En pequeña escala, por supuesto, porque no tenían mercado ni facilidades de transporte que justifiquen un cultivo comercial. Tenían una economía pastoril de ganado caballar, ovino y vacuno (en ese orden). Y su principal ingreso de bienes que no producían provenía del comercio. Fundamentalmente cueros, pero también tejidos y plumas. Sin despreciar la importancia del robo de ganado, que la tenía (y no solo los indios robaban ganado), es arbitrario considerarlo como una especie de modo de producción. Además están las raciones. El hambre que encontraron las columnas expedicionarias es resultado de una guerra de tierra arrasada (que comenzó con Alsina), no de la imposibilidad de malonear.
Tampoco es una guerra de 4 siglos. El ciclo de violencia del siglo XVIII, una de cuyas causas fue la prohibición borbónica del comercio, culminó con tratados que mantuvieron cuatro décadas de vigencia y culminaron con las guerras de independencia, donde los indios se vieron arrastrados por la misma dinámica de los criollos. Los malones de la década del 20 son esencialmente capítulos de las guerras de emancipación: los boroganos y otros que llegan aliados a los pincheira, los huiliches «patriotas» que se instalan en la pampa persiguiendo a los realistas y acompañados de fusileros criollos. Luego sigue un período de paz relativa (excepto con los ranqueles, asociados a los unitarios) hasta el 52, cuando los levantamientos indígenas no son independientes de la guerra civil entre la confederación y Buenos Aires. Los últimos años (60 y 70) son un período ambiguo de diplomacia y violencia, con largas etapas (depende la zona, sobre todo) de tranquilidad. La imagen de una guerra de 4 siglos no es realista.
La tranquilidad pre 1820 fue mientras se realizaba la asimilación por los chilenos. Es verdad que se los utilizó en las guerras civiles, de ambos lados, pero era la propensión al saqueo lo que los motivaba a intervenir.
La paz previa a 1852 fue causada porque Rosas realizó su cruenta campaña y obligó de alguna manera a los indios a cumplir los tratados. El reconocimiento a esa campaña le dio el prestigio como para llegar al poder )como Roca 50 años después).
Post 1852, y hasta 1870 fue el período de oro del pillaje indígena, las invasiones, el retroceso de la frontera, y el convencimiento por parte de la opinión pública de que la paz era imposible sin una contundente victoria previa.
El resto era inevitable ni bien el país tuviera la posibilidad militar de pacificar la frontera (al final haciéndola desaparecer) y ocupar toda la superficie de la nación. Mientras los rusos ocupaban Siberia, los yankis su zona central, y los ingleses el resto. Un territorio sin «civilizar», en 1900 hubiese sido un territorio «vacío» a ocupar por cualquiera.
comparto el concepto de la ambivalencia de nuestros proceres…