Monitor de tiempo libre en un colegio público. Trece horas y media por semana. Sueldo neto: 287 euros al mes. Sergio Manzano terminó la carrera de Administración de Empresas en 2009. Hasta ese momento pensó que tener un trabajo de pocas horas le permitiría acabar sus estudios sin ser una carga para su familia. Había hecho un curso de monitor y empezó con contratos en colegios públicos de Fuenlabrada (Madrid). Tres años después, lo que comenzó como un plus es su única fuente de ingresos. Si se divide el total por las horas trabajadas en un mes el resultado da 5,31 euros netos por hora. La suya es la historia de muchos jóvenes atrapados en un círculo vicioso de contratos temporales, por horas y discontinuos. Muchos viven inmersos en la rueda de la “doble B”: el becariado y los pagos en dinero B (en negro y sin cotizar).
Manzano forma parte del 67% de jóvenes de entre 25 y 29 años que, según la última Encuesta de Población Activa (cuarto trimestre de 2011), tienen un contrato a jornada parcial no como resultado de una decisión personal sino por “no haber podido encontrar trabajo de jornada completa”. El porcentaje era del 37% en el año 2007 y desde entonces ha ido aumentando de manera constante, al ritmo de casi un 10% por año. Y mientras la elección de un trabajo a tiempo parcial se hacía cada vez menos voluntaria, crecía el número de jóvenes empleados bajo este patrón. En 2011, entre los jóvenes en las franjas de edad entre 25 y 29 años y entre 30 y 34, el porcentaje de contratos con jornada a tiempo parcial era, respectivamente, del 16,1% y del 13,6%. En el año 2007 era de 11,3% y 9,9%.
El contrato de Manzano es completamente legal, pero se ha ido reduciendo en horas y remuneración debido a los recortes. “Como es un contrato discontinuo, el 31 de mayo te echan y te vuelven a contratar el 1 de octubre. Y estás tres o cuatro meses como si estuvieras en paro… Un paro que no pides, porque si ganas 300 euros ¿vas a pedirlo?”. La pregunta es retórica. “Me licencié en la Universidad Carlos III y te lo vendían como que no sé qué tanto por ciento tenía trabajo al poco de terminar la carrera. No esperaba estar tanto tiempo sin encontrar absolutamente nada. Nada más que esto”.
El porcentaje de empleo parcial crece a un ritmo de 10 puntos al año
“Los jóvenes que tienen estos tipos de trabajos se enfrentan a una doble desprotección: salarial y en la Seguridad Social”, señala Antonio Baylos, catedrático de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social en la Universidad de Castilla-La Mancha. Si la desventaja salarial es inmediata, el efecto de la segunda es a largo plazo: “Los cálculos de la pensión se hacen por días. Y estos trabajadores nunca tienen el mismo tiempo cotizado que un empleado a tiempo completo”. Para Baylos, “en los últimos años ha habido una perversión en el uso de estos contratos que han sustituido en muchos casos a los contratos temporales de jornada completa. Para las empresas es más barato y flexible”.
Eva Gutiérrez es algo más joven que Manzano (24 años) y lleva un año buscando trabajo “de lo mío”, como dice. Mientras posa para las fotos refleja la frescura de una chica de su edad. Pero esta frescura desaparece cuando se pone a hablar de su búsqueda diaria de empleo, de la lucha por no abandonar el sueño cultivado desde el instituto, cuando una profesora le abrió el mundo del trabajo social, involucrándola —a ella y a sus compañeros— en un proyecto de cooperación internacional. Desde entonces ha tenido muy clara la idea de lo que quería hacer en el futuro. Sin embargo, abrirse camino en el área del trabajo social le está costando más de lo que pensaba. Gutiérrez trabaja en una tienda de un centro comercial de las afueras de Madrid. Gana apenas 500 euros por un empleo de 18 horas. “Si la empresa me necesita, hago más horas. Las de días normales me las pagan igual. Los festivos un poco más”. Por una hora normal cobra unos 5,60 euros netos. Y los cambios de turno a menudo son comunicados el día antes.
El contrato de Gutiérrez es de tres meses, renovado por otros tres. “Se aprovechan de gente que trabaja duro y bien… Los contratan seis meses, los echan, esperan seis meses y los vuelven a contratar, porque es gente que ya conoce la tienda y el producto”. Empleados de quita y pon que están dispuestos a aceptar prácticamente cualquier tipo de condiciones con tal de conseguir algunos ingresos.
A Eva Gutiérrez se le ve decidida. Vive con su novio—animador en un centro de día para mayores, con un sueldo de 1.000 euros y un contrato que acaba en agosto— en la vivienda de protección oficial que el Ayuntamiento de Alcobendas le asignó cuando tenía 18 años. Ella quiso apuntarse a la oferta y hasta que terminó los estudios sus padres la ayudaron económicamente, mientras ella trabajaba para pagarse la carrera en una universidad privada. Muestra una gran fortaleza de ánimo cuando defiende una y otra vez que si está haciendo sacrificios es porque lo ha querido. Pero igualmente la entrevista se llena de muchos “no lo sé”. No sabe, por ejemplo, si seguir estudiando, si hacer un máster. Tampoco sabe si eso la ayudará realmente a encontrar un mejor empleo. “Conozco gente que está ocultando los títulos que tiene”. Encontrar tiempo para volver a estudiar es un problema añadido. “Te sientes atrapada: mientras más trabajas, más ganas, pero tienes menos tiempo para buscar otro empleo, el empleo para el que me he estado formando durante años”.
Es un círculo vicioso común entre los jóvenes que tienen empleo a tiempo parcial. Puestos que deberían ser “un puente” hacia una situación mejor pero que muchas veces acaban siendo la única opción. “No tenemos minijobs como en Alemania, y finalmente quedaron fuera de la nueva reforma laboral, pero es verdad que tenemos contratación de bajas horas y bajos salarios y la cotización es proporcional a las horas”, comenta Jesús Lahera, titular de Derecho Laboral en la Universidad Complutense de Madrid.
La penalización en estos empleos es doble: sueldo bajo y baja cotización
Durante las semanas previas a la presentación del texto de la nueva reforma aprobada por el Gobierno de Mariano Rajoy, el debate se incendió cuando se habló de la introducción, recomendada por el Banco Central Europeo y defendida por la CEOE, de los miniempleos a la alemana: contratos por 400 euros al mes, con un régimen definido de cotización. El trabajador no tiene la obligación de pagar ni impuestos ni cuotas a la Seguridad Social, pero puede añadir voluntariamente una cuota para adquirir los derechos completos del seguro de pensiones. Una de las diferencias con los contratos a tiempo parcial españoles es que aquí el trabajador “genera desempleo”, explica Lahera, pero “al cotizar por hora también se ve penalizado”. Y, aun teniendo en cuenta las diferencias con los minijobs alemanes, “los contratos a tiempo parcial están ahí, y puede haberlos con salarios muy bajos en proporción a las horas trabajadas conforme al convenio colectivo o salario mínimo”.
Según Baylos, “la actual utilización de los contratos a tiempo parcial entre los jóvenes tiene más que ver con los contratos-basura de EE UU que con los minijobs alemanes, que a veces están ligados a servicios sociales y además nacen en un contexto de fuerte protección social en términos de ayudas que aquí no tenemos”.
Para Cristina Bermejo, sindicalista de la Secretaría de Juventud de CC OO, la contratación a tiempo parcial no es una forma más para las empresas de evitar contratar a gente en plantilla a jornada completa. Bermejo cree que la posibilidad introducida por la reforma laboral de poder hacer horas extra en los contratos a tiempo parcial favorecerá el recurso a este tipo de contratación. “Se supone que estos contratos sirven para que la empresa adapte el número de trabajadores a los picos de producción. Pero si me sumas horas extra y más horas extras es que ya quiere decir que no sirve para esto. Se abre el camino a fraudes”, añade.
“Frustra no poder optar a ofertas por no estar en paro”, dice un licenciado
Si la precariedad ya se insinúa en los pliegues de la legislación, más honda es la de quien ni siquiera encuentra el amparo de una norma jurídica. Y no por su voluntad.
Es el caso de Teresa, asturiana de 32 años, que desde los 17 años empezó a trabajar en todo lo que encontraba: en una peluquería, supuestamente de prácticas pero haciendo “lo que tocaba”, por 100 euros al mes; en un hipermercado con un contrato parcial de cuatro meses y por horas; y luego en la hostelería, la mayoría de las veces en negro. “Cuando te hacían un contrato trabajabas ocho horas pero te daban de alta para dos o cuatro”, cuenta. El último empleo que tuvo como camarera tenía una paga de 10 euros la hora en B (es decir, en dinero negro). “Y era mucho. En otros sitios si llegaba a los cinco euros la hora daba las gracias”. Han pasado 15 años desde que Teresa empezó a trabajar y “como mucho”, asegura, tendrá cotizados dos. “Lo de trabajar en negro se convirtió en algo normal. No porque lo sea, sino porque era o esto o nada”.
A Laura le pasa algo parecido. Tiene 25 años, es licenciada en Ciencias del Deporte y trabaja como entrenadora en tres clubs de baloncesto en colegios privados. Cobra 400 euros al mes en total y todo en negro. No encuentra otra opción.
Si cobras 300, te conformas con cualquier cosa que sea poco más”
El anonimato que piden muchas de las personas contactadas es, en la mayoría de los casos, un modo para proteger su trabajo más que su imagen. “Es lo poco que tengo y no quiero perderlo”, es la respuesta. Cuando se les pregunta con qué sueldo se conformarían, la respuesta casi siempre no supera los 1.000 euros.
“Si cobras 300 euros al mes, casi te conformas con cualquier cosa que sea más que eso”, dice Sergio. “Lo más frustrante es cuando salen ofertas de empresas, también públicas, y te piden que estés en el paro. En mi caso, vale, no estoy en el paro, pero tengo un contrato de 13 horas y media. Hay parados que cobran prestación y cobran más que yo. No lo veo mal. Pero a un trabajador con 13 horas y media de contrato, no le consideraría una persona empleada”.
Manzano forma parte del 67% de jóvenes de entre 25 y 29 años que, según la última Encuesta de Población Activa (cuarto trimestre de 2011), tienen un contrato a jornada parcial no como resultado de una decisión personal sino por “no haber podido encontrar trabajo de jornada completa”. El porcentaje era del 37% en el año 2007 y desde entonces ha ido aumentando de manera constante, al ritmo de casi un 10% por año. Y mientras la elección de un trabajo a tiempo parcial se hacía cada vez menos voluntaria, crecía el número de jóvenes empleados bajo este patrón. En 2011, entre los jóvenes en las franjas de edad entre 25 y 29 años y entre 30 y 34, el porcentaje de contratos con jornada a tiempo parcial era, respectivamente, del 16,1% y del 13,6%. En el año 2007 era de 11,3% y 9,9%.
El contrato de Manzano es completamente legal, pero se ha ido reduciendo en horas y remuneración debido a los recortes. “Como es un contrato discontinuo, el 31 de mayo te echan y te vuelven a contratar el 1 de octubre. Y estás tres o cuatro meses como si estuvieras en paro… Un paro que no pides, porque si ganas 300 euros ¿vas a pedirlo?”. La pregunta es retórica. “Me licencié en la Universidad Carlos III y te lo vendían como que no sé qué tanto por ciento tenía trabajo al poco de terminar la carrera. No esperaba estar tanto tiempo sin encontrar absolutamente nada. Nada más que esto”.
El porcentaje de empleo parcial crece a un ritmo de 10 puntos al año
“Los jóvenes que tienen estos tipos de trabajos se enfrentan a una doble desprotección: salarial y en la Seguridad Social”, señala Antonio Baylos, catedrático de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social en la Universidad de Castilla-La Mancha. Si la desventaja salarial es inmediata, el efecto de la segunda es a largo plazo: “Los cálculos de la pensión se hacen por días. Y estos trabajadores nunca tienen el mismo tiempo cotizado que un empleado a tiempo completo”. Para Baylos, “en los últimos años ha habido una perversión en el uso de estos contratos que han sustituido en muchos casos a los contratos temporales de jornada completa. Para las empresas es más barato y flexible”.
Eva Gutiérrez es algo más joven que Manzano (24 años) y lleva un año buscando trabajo “de lo mío”, como dice. Mientras posa para las fotos refleja la frescura de una chica de su edad. Pero esta frescura desaparece cuando se pone a hablar de su búsqueda diaria de empleo, de la lucha por no abandonar el sueño cultivado desde el instituto, cuando una profesora le abrió el mundo del trabajo social, involucrándola —a ella y a sus compañeros— en un proyecto de cooperación internacional. Desde entonces ha tenido muy clara la idea de lo que quería hacer en el futuro. Sin embargo, abrirse camino en el área del trabajo social le está costando más de lo que pensaba. Gutiérrez trabaja en una tienda de un centro comercial de las afueras de Madrid. Gana apenas 500 euros por un empleo de 18 horas. “Si la empresa me necesita, hago más horas. Las de días normales me las pagan igual. Los festivos un poco más”. Por una hora normal cobra unos 5,60 euros netos. Y los cambios de turno a menudo son comunicados el día antes.
El contrato de Gutiérrez es de tres meses, renovado por otros tres. “Se aprovechan de gente que trabaja duro y bien… Los contratan seis meses, los echan, esperan seis meses y los vuelven a contratar, porque es gente que ya conoce la tienda y el producto”. Empleados de quita y pon que están dispuestos a aceptar prácticamente cualquier tipo de condiciones con tal de conseguir algunos ingresos.
A Eva Gutiérrez se le ve decidida. Vive con su novio—animador en un centro de día para mayores, con un sueldo de 1.000 euros y un contrato que acaba en agosto— en la vivienda de protección oficial que el Ayuntamiento de Alcobendas le asignó cuando tenía 18 años. Ella quiso apuntarse a la oferta y hasta que terminó los estudios sus padres la ayudaron económicamente, mientras ella trabajaba para pagarse la carrera en una universidad privada. Muestra una gran fortaleza de ánimo cuando defiende una y otra vez que si está haciendo sacrificios es porque lo ha querido. Pero igualmente la entrevista se llena de muchos “no lo sé”. No sabe, por ejemplo, si seguir estudiando, si hacer un máster. Tampoco sabe si eso la ayudará realmente a encontrar un mejor empleo. “Conozco gente que está ocultando los títulos que tiene”. Encontrar tiempo para volver a estudiar es un problema añadido. “Te sientes atrapada: mientras más trabajas, más ganas, pero tienes menos tiempo para buscar otro empleo, el empleo para el que me he estado formando durante años”.
Es un círculo vicioso común entre los jóvenes que tienen empleo a tiempo parcial. Puestos que deberían ser “un puente” hacia una situación mejor pero que muchas veces acaban siendo la única opción. “No tenemos minijobs como en Alemania, y finalmente quedaron fuera de la nueva reforma laboral, pero es verdad que tenemos contratación de bajas horas y bajos salarios y la cotización es proporcional a las horas”, comenta Jesús Lahera, titular de Derecho Laboral en la Universidad Complutense de Madrid.
La penalización en estos empleos es doble: sueldo bajo y baja cotización
Durante las semanas previas a la presentación del texto de la nueva reforma aprobada por el Gobierno de Mariano Rajoy, el debate se incendió cuando se habló de la introducción, recomendada por el Banco Central Europeo y defendida por la CEOE, de los miniempleos a la alemana: contratos por 400 euros al mes, con un régimen definido de cotización. El trabajador no tiene la obligación de pagar ni impuestos ni cuotas a la Seguridad Social, pero puede añadir voluntariamente una cuota para adquirir los derechos completos del seguro de pensiones. Una de las diferencias con los contratos a tiempo parcial españoles es que aquí el trabajador “genera desempleo”, explica Lahera, pero “al cotizar por hora también se ve penalizado”. Y, aun teniendo en cuenta las diferencias con los minijobs alemanes, “los contratos a tiempo parcial están ahí, y puede haberlos con salarios muy bajos en proporción a las horas trabajadas conforme al convenio colectivo o salario mínimo”.
Según Baylos, “la actual utilización de los contratos a tiempo parcial entre los jóvenes tiene más que ver con los contratos-basura de EE UU que con los minijobs alemanes, que a veces están ligados a servicios sociales y además nacen en un contexto de fuerte protección social en términos de ayudas que aquí no tenemos”.
Para Cristina Bermejo, sindicalista de la Secretaría de Juventud de CC OO, la contratación a tiempo parcial no es una forma más para las empresas de evitar contratar a gente en plantilla a jornada completa. Bermejo cree que la posibilidad introducida por la reforma laboral de poder hacer horas extra en los contratos a tiempo parcial favorecerá el recurso a este tipo de contratación. “Se supone que estos contratos sirven para que la empresa adapte el número de trabajadores a los picos de producción. Pero si me sumas horas extra y más horas extras es que ya quiere decir que no sirve para esto. Se abre el camino a fraudes”, añade.
“Frustra no poder optar a ofertas por no estar en paro”, dice un licenciado
Si la precariedad ya se insinúa en los pliegues de la legislación, más honda es la de quien ni siquiera encuentra el amparo de una norma jurídica. Y no por su voluntad.
Es el caso de Teresa, asturiana de 32 años, que desde los 17 años empezó a trabajar en todo lo que encontraba: en una peluquería, supuestamente de prácticas pero haciendo “lo que tocaba”, por 100 euros al mes; en un hipermercado con un contrato parcial de cuatro meses y por horas; y luego en la hostelería, la mayoría de las veces en negro. “Cuando te hacían un contrato trabajabas ocho horas pero te daban de alta para dos o cuatro”, cuenta. El último empleo que tuvo como camarera tenía una paga de 10 euros la hora en B (es decir, en dinero negro). “Y era mucho. En otros sitios si llegaba a los cinco euros la hora daba las gracias”. Han pasado 15 años desde que Teresa empezó a trabajar y “como mucho”, asegura, tendrá cotizados dos. “Lo de trabajar en negro se convirtió en algo normal. No porque lo sea, sino porque era o esto o nada”.
A Laura le pasa algo parecido. Tiene 25 años, es licenciada en Ciencias del Deporte y trabaja como entrenadora en tres clubs de baloncesto en colegios privados. Cobra 400 euros al mes en total y todo en negro. No encuentra otra opción.
Si cobras 300, te conformas con cualquier cosa que sea poco más”
El anonimato que piden muchas de las personas contactadas es, en la mayoría de los casos, un modo para proteger su trabajo más que su imagen. “Es lo poco que tengo y no quiero perderlo”, es la respuesta. Cuando se les pregunta con qué sueldo se conformarían, la respuesta casi siempre no supera los 1.000 euros.
“Si cobras 300 euros al mes, casi te conformas con cualquier cosa que sea más que eso”, dice Sergio. “Lo más frustrante es cuando salen ofertas de empresas, también públicas, y te piden que estés en el paro. En mi caso, vale, no estoy en el paro, pero tengo un contrato de 13 horas y media. Hay parados que cobran prestación y cobran más que yo. No lo veo mal. Pero a un trabajador con 13 horas y media de contrato, no le consideraría una persona empleada”.