Se trata de una alianza central en el interior de una vasta y heterogénea coalición política, social y cultural que sostiene el rumbo emprendido desde 2003 a la actualidad. No alcanza con la exclusiva relación de la presidenta con la sociedad: cada vez se hace más evidente la necesidad de un amplio dispositivo de movilización popular para la defensa y la profundización de una política transformadora que tiene frente a sí los duros escollos que oponen los sectores tradicionales del privilegio.
El caso es que Hugo Moyano ha profundizado su enfrentamiento con el gobierno y lo ha llevado a territorios mucho más amplios que el de las reivindicaciones laborales. Sus diferencias con la presidenta empezaron planteándose en nombre de una agenda de demandas gremiales y con el marco doctrinario del rescate de la tradición combativa y peronista del movimiento obrero; hoy ensancha sus alianzas con dirigentes ciertamente ajenos a esa tradición como Barrionuevo y Venegas y no se abstiene de negar credibilidad pública a la presidenta, mientras hace causa común con el multimedios al que hace poco tiempo consideraba pieza esencial del ataque contra el movimiento sindical y su propia persona.
Es particularmente importante pensar la perspectiva futura de un líder que tiene un prestigio ganado a partir de su rol en la resistencia contra la implementación de las reformas neoliberales de la década del noventa. ¿Es realmente viable el proyecto de construir a su alrededor de un espacio crítico del gobierno inspirado en un “neolaborismo” que cuestione supuestas inconsecuencias en el programa político oficial? Es probable que ese sea el horizonte ideal que imaginan Moyano y el grupo de dirigentes más cercanos a él. Pero la política no se construye exclusivamente con deseos e imaginaciones. La idea de un “partido de trabajadores” choca con la configuración social de nuestro país después de décadas de políticas desindustrializadoras y de deterioro de la asociatividad sindical, revertidas sólo parcialmente en los últimos años. El mapa social de los sectores vulnerables es mucho más heterogéneo y fragmentado que en los tiempos del primer peronismo y de la resistencia en los años sesenta. La idea de presentar al mundo del trabajo como protagonista excluyente de un proceso nacional-popular no da cuenta de esas nuevas complejidades. Además no será sencillo que Moyano pueda superar los márgenes de su influencia en el mundo sindical y proyectarse a una más amplia popularidad en sectores que –por diferentes razones que incluyen centralmente el prejuicio social pequeño-burgués contra los sindicatos– no reconocen su liderazgo.
En el actual tablero político, a Moyano, si profundiza su rumbo opositor, lo espera servida la mesa de la coalición de poderosos que defienden sus intereses contra un programa de gobierno enderezado, en lo fundamental, a la reindustrialización y la inclusión social. Su lugar sería el de ayudar a fomentar un peronismo alternativo, amigo del orden y la moderación, contra el proceso de recuperación de la tradición transgresora y transformadora de ese movimiento desplegada desde el gobierno en los últimos años.
El caso es que Hugo Moyano ha profundizado su enfrentamiento con el gobierno y lo ha llevado a territorios mucho más amplios que el de las reivindicaciones laborales. Sus diferencias con la presidenta empezaron planteándose en nombre de una agenda de demandas gremiales y con el marco doctrinario del rescate de la tradición combativa y peronista del movimiento obrero; hoy ensancha sus alianzas con dirigentes ciertamente ajenos a esa tradición como Barrionuevo y Venegas y no se abstiene de negar credibilidad pública a la presidenta, mientras hace causa común con el multimedios al que hace poco tiempo consideraba pieza esencial del ataque contra el movimiento sindical y su propia persona.
Es particularmente importante pensar la perspectiva futura de un líder que tiene un prestigio ganado a partir de su rol en la resistencia contra la implementación de las reformas neoliberales de la década del noventa. ¿Es realmente viable el proyecto de construir a su alrededor de un espacio crítico del gobierno inspirado en un “neolaborismo” que cuestione supuestas inconsecuencias en el programa político oficial? Es probable que ese sea el horizonte ideal que imaginan Moyano y el grupo de dirigentes más cercanos a él. Pero la política no se construye exclusivamente con deseos e imaginaciones. La idea de un “partido de trabajadores” choca con la configuración social de nuestro país después de décadas de políticas desindustrializadoras y de deterioro de la asociatividad sindical, revertidas sólo parcialmente en los últimos años. El mapa social de los sectores vulnerables es mucho más heterogéneo y fragmentado que en los tiempos del primer peronismo y de la resistencia en los años sesenta. La idea de presentar al mundo del trabajo como protagonista excluyente de un proceso nacional-popular no da cuenta de esas nuevas complejidades. Además no será sencillo que Moyano pueda superar los márgenes de su influencia en el mundo sindical y proyectarse a una más amplia popularidad en sectores que –por diferentes razones que incluyen centralmente el prejuicio social pequeño-burgués contra los sindicatos– no reconocen su liderazgo.
En el actual tablero político, a Moyano, si profundiza su rumbo opositor, lo espera servida la mesa de la coalición de poderosos que defienden sus intereses contra un programa de gobierno enderezado, en lo fundamental, a la reindustrialización y la inclusión social. Su lugar sería el de ayudar a fomentar un peronismo alternativo, amigo del orden y la moderación, contra el proceso de recuperación de la tradición transgresora y transformadora de ese movimiento desplegada desde el gobierno en los últimos años.