Hace solo dos meses, el pueblo venezolano se pronunció libremente en las urnas y eligió a Hugo Chávez. No existen dudas de que hay que respetar la voluntad del soberano (algo que, antiguamente, se hacía en nuestro país) y no enmendarle la plana, pero el problema es la arquitectura constitucional que el mismo Chávez armó para asegurarse su perpetuidad en el poder.
La Constitución uruguaya, y en general todas las Constituciones del mundo, buscan ordenar y regir el funcionamiento del país, sus instituciones, garantizar derechos y establecer obligaciones de los ciudadanos. La Constitución venezolana, en cambio, se aproxima más a un instrumento de captar votos para quien detenta el poder y da la impresión de que poco importa, más allá de Hugo Chávez. En las elecciones no se elige vicepresidente, no hay una fórmula con el titular y su eventual suplente, ni se establece un régimen de continuidad cuando ambos falten. Al vicepresidente lo designa y destituye cuando quiera, el Presidente; no tiene el mínimo respaldo electoral. Chávez hizo su Constitución para gobernar a su antojo, asegurarse su presencia y poco o nada le importó reglamentar su ausencia. Ahí empiezan los problemas que hoy tiene Venezuela, porque Chávez fue electo hace seis años con fecha de comienzo y fin del mandato. Este ha llegado y no ha podido asumir para ejercer un nuevo período, que la Constitución fija en el 10 de enero.
El art. 233 de la Constitución Bolivariana dice expresamente: «Cuando se produzca la falta absoluta del Presidente electo o Presidenta electa antes de tomar posesión, se procederá a una nueva elección universal, directa y secreta dentro de los treinta días consecutivos siguientes. Mientras se elige y toma posesión el nuevo Presidente o Presidenta, se encargará de la Presidencia de la República el Presidente o Presidenta de la Asamblea Nacional». Parece claro, pero lo que se discute es si la falta de Chávez, nada menos que a la ceremonia de juramento, puede considerarse justificada como una ausencia temporal (pero de duración intemporal) y el cargo de presidente y vicepresidente (a Maduro, Chávez lo designó en el período anterior) se prorrogan automáticamente.
Eso luce como un rebuscado eufemismo, un disparate jurídico, o directamente que estamos ante un gobierno de facto, porque a Maduro no lo eligió nadie, ni lo designó el presidente porque todavía no asumió. Venezuela tiene un problema, y deben ser los venezolanos quienes lo resuelvan. Algo parecido (aunque mucho más grave) a lo que ocurrió en Paraguay con el juicio político a Lugo y las consecuencias que todos conocemos.
Y aquí, entonces, aparece Mujica. Sinceramente, como uruguayos, sentimos vergüenza, porque guste o no -y vaya que cada vez nos gusta menos- el Presidente de la República nos representa a todos. ¿A qué fue a Venezuela? ¿A participar en un acto partidario de un sector político (no interesa si es mayoritario o minoritario) y hacer uso de la palabra? Tan político fue el acto, que inició su oratoria con la doble invocación de «¡compañeros!». ¿A eso fue a Venezuela? ¿A enviar un mensaje a sus «compañeros»? Mujica le faltó el respeto a su institución presidencial, a los ciudadanos venezolanos y a todos los uruguayos.
Cuando Mujica viajó a Caracas se sabía que no iba a haber asunción de nadie, que Chávez no asumiría por cuarta vez en forma ininterrumpida la Presidencia de la República Bolivariana. Se sabía que las aguas estaban divididas porque el texto constitucional establecía un criterio que no favorecía la posición ausente de Chávez; se sabía que la oposición había solicitado al Tribunal Supremo de Justicia un pronunciamiento, aunque descontaba que le iba a ser adverso por la integración de ese cuerpo; se sabe que uno de los principios sagrados en el Derecho Internacional es la no injerencia, no intervención, en problemas internos de cada país.
Si todo esto estaba tan claro y pasó lo que pasó, es porque el Presidente de la República Oriental del Uruguay fue premeditadamente a Venezuela a participar de un acto político partidario donde todos lucían sus camisas rojas, el distintivo de los seguidores de Chávez, que festejaban la extensión del mandato del comandante y de su vicepresidente, más allá del texto constitucional. Patético y deshonroso.
Solo tres mandatarios en el mundo se hicieron presentes en Venezuela el 10 de enero: Mujica, el boliviano Evo Morales y el nicaragüense Daniel Ortega. ¿Por qué habrá sido?
El País Digital
La Constitución uruguaya, y en general todas las Constituciones del mundo, buscan ordenar y regir el funcionamiento del país, sus instituciones, garantizar derechos y establecer obligaciones de los ciudadanos. La Constitución venezolana, en cambio, se aproxima más a un instrumento de captar votos para quien detenta el poder y da la impresión de que poco importa, más allá de Hugo Chávez. En las elecciones no se elige vicepresidente, no hay una fórmula con el titular y su eventual suplente, ni se establece un régimen de continuidad cuando ambos falten. Al vicepresidente lo designa y destituye cuando quiera, el Presidente; no tiene el mínimo respaldo electoral. Chávez hizo su Constitución para gobernar a su antojo, asegurarse su presencia y poco o nada le importó reglamentar su ausencia. Ahí empiezan los problemas que hoy tiene Venezuela, porque Chávez fue electo hace seis años con fecha de comienzo y fin del mandato. Este ha llegado y no ha podido asumir para ejercer un nuevo período, que la Constitución fija en el 10 de enero.
El art. 233 de la Constitución Bolivariana dice expresamente: «Cuando se produzca la falta absoluta del Presidente electo o Presidenta electa antes de tomar posesión, se procederá a una nueva elección universal, directa y secreta dentro de los treinta días consecutivos siguientes. Mientras se elige y toma posesión el nuevo Presidente o Presidenta, se encargará de la Presidencia de la República el Presidente o Presidenta de la Asamblea Nacional». Parece claro, pero lo que se discute es si la falta de Chávez, nada menos que a la ceremonia de juramento, puede considerarse justificada como una ausencia temporal (pero de duración intemporal) y el cargo de presidente y vicepresidente (a Maduro, Chávez lo designó en el período anterior) se prorrogan automáticamente.
Eso luce como un rebuscado eufemismo, un disparate jurídico, o directamente que estamos ante un gobierno de facto, porque a Maduro no lo eligió nadie, ni lo designó el presidente porque todavía no asumió. Venezuela tiene un problema, y deben ser los venezolanos quienes lo resuelvan. Algo parecido (aunque mucho más grave) a lo que ocurrió en Paraguay con el juicio político a Lugo y las consecuencias que todos conocemos.
Y aquí, entonces, aparece Mujica. Sinceramente, como uruguayos, sentimos vergüenza, porque guste o no -y vaya que cada vez nos gusta menos- el Presidente de la República nos representa a todos. ¿A qué fue a Venezuela? ¿A participar en un acto partidario de un sector político (no interesa si es mayoritario o minoritario) y hacer uso de la palabra? Tan político fue el acto, que inició su oratoria con la doble invocación de «¡compañeros!». ¿A eso fue a Venezuela? ¿A enviar un mensaje a sus «compañeros»? Mujica le faltó el respeto a su institución presidencial, a los ciudadanos venezolanos y a todos los uruguayos.
Cuando Mujica viajó a Caracas se sabía que no iba a haber asunción de nadie, que Chávez no asumiría por cuarta vez en forma ininterrumpida la Presidencia de la República Bolivariana. Se sabía que las aguas estaban divididas porque el texto constitucional establecía un criterio que no favorecía la posición ausente de Chávez; se sabía que la oposición había solicitado al Tribunal Supremo de Justicia un pronunciamiento, aunque descontaba que le iba a ser adverso por la integración de ese cuerpo; se sabe que uno de los principios sagrados en el Derecho Internacional es la no injerencia, no intervención, en problemas internos de cada país.
Si todo esto estaba tan claro y pasó lo que pasó, es porque el Presidente de la República Oriental del Uruguay fue premeditadamente a Venezuela a participar de un acto político partidario donde todos lucían sus camisas rojas, el distintivo de los seguidores de Chávez, que festejaban la extensión del mandato del comandante y de su vicepresidente, más allá del texto constitucional. Patético y deshonroso.
Solo tres mandatarios en el mundo se hicieron presentes en Venezuela el 10 de enero: Mujica, el boliviano Evo Morales y el nicaragüense Daniel Ortega. ¿Por qué habrá sido?
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