Quizás a su pesar, el fiscal José María Campagnoli se ha convertido en un símbolo. Digamos por lo pronto que el papel institucional de los fiscales en nuestro sistema jurídico es ambiguo. Dependen, por un lado, del Poder Ejecutivo, pero no por eso dejan de tener obligaciones para con el Poder Judicial y para con su propia conciencia que, en ocasiones, los ponen en conflicto con sus superiores directos. El caso del fiscal Campagnoli, en este sentido, es revelador.
Según sea el veredicto del jury de enjuiciamiento que hoy tiene en sus manos el destino de Campagnoli -quien está suspendido, mientras tanto, desde hace seis meses-, éste podrá recuperar su cargo o lo perderá definitivamente. Pero ¿cuál ha sido la culpa que le endilgan al fiscal? El haber investigado «demasiado». El no haber seguido el sabio o cínico consejo de Talleyrand: «Y, sobre todo, no caigas en exceso de celo». Algunos jueces y fiscales quizás caen en el vicio de la apatía o del mirar hacia otro lado, pero a Campagnoli lo quieren echar precisamente por no haberse distraído lo suficiente.
Que el dilema que el caso del fiscal plantea a quienes deberán juzgarlo es arduo lo demuestra el empate entre aquellos que quieren absolverlo y aquellos que lo condenan en el jury de enjuiciamiento que decidirá su suerte. Seis de un lado, seis del otro y una vocal indecisa. El voto decisivo corresponderá a la doctora María Cristina Martínez Córdoba, quien sufre de estrés, esperemos que no debido a todo esto. En realidad, hay dos inclinaciones dentro del jurado. La mitad de los vocales se inclina por Campagnoli y la otra mitad, contra él. En el primer grupo figuran vocales radicales en torno de Juan Gauna. En el segundo grupo actúa la oficialista Justicia Legítima. El primer grupo defiende a Campagnoli. El segundo grupo quiere sancionarlo. Para esta tendencia, los fiscales son meros mandaderos; los que defienden a Campagnoli también sostienen, al contrario, la dignidad judicial de los fiscales.
Estamos por lo visto ante una definición trascendente. Si el jury que juzga la conducta de Campagnoli se inclina contra él, la dignidad de los fiscales declinará en muchos otros casos y la existencia de fiscales independientes pasará a convertirse en una declinante utopía. ¡Es tanto más simple y previsible el autoritarismo! Pero en última instancia el verdadero espíritu de la república consiste precisamente en la complicación de los frenos y contrapesos que impiden que todo lo resuelva una omnímoda e inapelable voluntad.
Se podrá argumentar contra esta complicación en nombre de la eficacia. Si es uno solo el que manda, todo puede resolverse de un solo golpe. ¿Será justa en todo caso tal definición? ¿Estarán atendidos debidamente todos los intereses? La preocupación central de una república es que nadie concentre todas las decisiones. Lo que vemos muchas veces, sin embargo, son los innumerables vericuetos que éstas toman. La tardanza de las decisiones ¿no es acaso un pretexto para no tomarlas nunca?
Todos desearíamos, naturalmente, una Justicia rápida que, al mismo tiempo, contemplara todos los argumentos. Esto es imposible. Si la Justicia debe contemplar todas las posiciones, es una pretensión imposible exigir, además, que sea rápida. Subrayar las complicaciones de la Justicia puede desembocar, empero, en la abulia de la tardanza. ¿Cuántas tardanzas injustificadas se esconden detrás de este argumento?
Quizás detrás de las quejas grandes o pequeñas que acompañan a las críticas contra la administración de justicia campean impaciencias comprensibles al lado de pretensiones exageradas, sin que deje de meter la cola, incluso, la plaga de la corrupción. Al lado del ejemplo de los Campagnoli, que quizás sean más numerosos de lo que suponemos, militan por cierto otros ejemplos negativos, contraproducentes. Pero aquí debiéramos salir en busca de una solución intermedia.
Nuestra primera obligación en esta materia es elogiar y proteger a los Campagnoli de este mundo, a nuestros verdaderos modelos. Tenemos modelos en el fútbol, por ejemplo. ¿Por qué no detectarlos y exaltarlos también en otros sectores? ¿No se nos ofrecen asimismo otros Messi en los más diversos territorios? ¿Qué tal si empezamos a cultivar los ejemplos que más necesitamos en los más diversos rubros, para estimular, mediante la imitación, la superación?
Quizás la Argentina sea una sociedad donde sobreabunda el criticismo. ¿Qué pasaría si entre nosotros sobreabundara, desde la otra punta, la ejemplaridad? El culto a los héroes en nuestros colegios ¿fue al fin algo negativo? ¿O nos marcó una meta, un ideal de vida? El castigo sirve para disuadir conductas indeseables. ¿No habría que desarrollar a continuación un santoral laico de conductas elogiables, de Campagnoli a Messi y tantos más, para estimularnos unos a otros en la vía multiplicadora de la ejemplaridad?
© LA NACION.
Según sea el veredicto del jury de enjuiciamiento que hoy tiene en sus manos el destino de Campagnoli -quien está suspendido, mientras tanto, desde hace seis meses-, éste podrá recuperar su cargo o lo perderá definitivamente. Pero ¿cuál ha sido la culpa que le endilgan al fiscal? El haber investigado «demasiado». El no haber seguido el sabio o cínico consejo de Talleyrand: «Y, sobre todo, no caigas en exceso de celo». Algunos jueces y fiscales quizás caen en el vicio de la apatía o del mirar hacia otro lado, pero a Campagnoli lo quieren echar precisamente por no haberse distraído lo suficiente.
Que el dilema que el caso del fiscal plantea a quienes deberán juzgarlo es arduo lo demuestra el empate entre aquellos que quieren absolverlo y aquellos que lo condenan en el jury de enjuiciamiento que decidirá su suerte. Seis de un lado, seis del otro y una vocal indecisa. El voto decisivo corresponderá a la doctora María Cristina Martínez Córdoba, quien sufre de estrés, esperemos que no debido a todo esto. En realidad, hay dos inclinaciones dentro del jurado. La mitad de los vocales se inclina por Campagnoli y la otra mitad, contra él. En el primer grupo figuran vocales radicales en torno de Juan Gauna. En el segundo grupo actúa la oficialista Justicia Legítima. El primer grupo defiende a Campagnoli. El segundo grupo quiere sancionarlo. Para esta tendencia, los fiscales son meros mandaderos; los que defienden a Campagnoli también sostienen, al contrario, la dignidad judicial de los fiscales.
Estamos por lo visto ante una definición trascendente. Si el jury que juzga la conducta de Campagnoli se inclina contra él, la dignidad de los fiscales declinará en muchos otros casos y la existencia de fiscales independientes pasará a convertirse en una declinante utopía. ¡Es tanto más simple y previsible el autoritarismo! Pero en última instancia el verdadero espíritu de la república consiste precisamente en la complicación de los frenos y contrapesos que impiden que todo lo resuelva una omnímoda e inapelable voluntad.
Se podrá argumentar contra esta complicación en nombre de la eficacia. Si es uno solo el que manda, todo puede resolverse de un solo golpe. ¿Será justa en todo caso tal definición? ¿Estarán atendidos debidamente todos los intereses? La preocupación central de una república es que nadie concentre todas las decisiones. Lo que vemos muchas veces, sin embargo, son los innumerables vericuetos que éstas toman. La tardanza de las decisiones ¿no es acaso un pretexto para no tomarlas nunca?
Todos desearíamos, naturalmente, una Justicia rápida que, al mismo tiempo, contemplara todos los argumentos. Esto es imposible. Si la Justicia debe contemplar todas las posiciones, es una pretensión imposible exigir, además, que sea rápida. Subrayar las complicaciones de la Justicia puede desembocar, empero, en la abulia de la tardanza. ¿Cuántas tardanzas injustificadas se esconden detrás de este argumento?
Quizás detrás de las quejas grandes o pequeñas que acompañan a las críticas contra la administración de justicia campean impaciencias comprensibles al lado de pretensiones exageradas, sin que deje de meter la cola, incluso, la plaga de la corrupción. Al lado del ejemplo de los Campagnoli, que quizás sean más numerosos de lo que suponemos, militan por cierto otros ejemplos negativos, contraproducentes. Pero aquí debiéramos salir en busca de una solución intermedia.
Nuestra primera obligación en esta materia es elogiar y proteger a los Campagnoli de este mundo, a nuestros verdaderos modelos. Tenemos modelos en el fútbol, por ejemplo. ¿Por qué no detectarlos y exaltarlos también en otros sectores? ¿No se nos ofrecen asimismo otros Messi en los más diversos territorios? ¿Qué tal si empezamos a cultivar los ejemplos que más necesitamos en los más diversos rubros, para estimular, mediante la imitación, la superación?
Quizás la Argentina sea una sociedad donde sobreabunda el criticismo. ¿Qué pasaría si entre nosotros sobreabundara, desde la otra punta, la ejemplaridad? El culto a los héroes en nuestros colegios ¿fue al fin algo negativo? ¿O nos marcó una meta, un ideal de vida? El castigo sirve para disuadir conductas indeseables. ¿No habría que desarrollar a continuación un santoral laico de conductas elogiables, de Campagnoli a Messi y tantos más, para estimularnos unos a otros en la vía multiplicadora de la ejemplaridad?
© LA NACION.
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