“Esto es House of Cards”, me decía un funcionario de un organismo de Internet ayer en un pasillo del Hyatt de San Pablo durante Net Mundial. El comentario venía a cuento de una nota que comentábamos donde alguien, con mucho optimismo, hablaba de una “constitución universal” de Internet, casi en términos kantianos, con aires de Naciones Unidas de 1950, ese espíritu donde vamos a ponernos de acuerdo porque todos amamos Internet.
Pero no. No todos amamos Internet. O al menos no de la misma forma. Para algunos, es una herramienta de trabajo. Para otros, además, puede ser de militancia. Para otros, sólo un medio que le facilita cosas en la vida. Y para otros, una forma de ganar plata. Mucha plata.
Por eso no hay que tomar a encuentros como #Net Mundial como buenas voluntades buscando consensos mágicos. Es una utopía del estilo de los que creen que el Estado va detrás de la gente a poner de acuerdo las cosas, la idea liberal clásica, y no una instancia donde se dirimen conflictos, las instituciones después deciden (con su ideología, porque tienen) y después seguimos luchando, adentro o afuera. Política y pragmatismo: esa regla también funciona para las luchas de Internet, en estos foros.
Pero también, militancia, activismo. Lo demostró la sanción de la ley de Marco Civil de Internet en Brasil, pero también las acciones reivindicando a Edward Snowden durante el discurso de apertura de Net Mundial, o el homenaje a Aaron Schwartz del día anterior, en el marco de #ArenaNetMundial, un foro “paralelo”, en el Centro Cultural San Pablo, abierto a la comunidad, donde ocurrieron charlas más que interesantes con Jake Appelbaum, Sergio Amadeu, Roy Singhman o Julian Assange.
“¡Le deberíamos también agradecer a Edward Snowden!”, gritó ayer un activista en la ceremonia final de cierre, después de la lectura de la Declaración de San Pablo. Y, en un punto, tiene razón. ¿Quién puede negar que todo esto tomó un estado público de mayor preocupación, se hizo un poco más masivo, con la noticia del espionaje de la NSA? Nadie, de la misma forma que nadie negaría la influencia de Assange en nuestra percepción del secreto y las manipulaciones mediáticas actuales. Por supuesto, de un lado y del otro, había gente (mucha, y muy comprometida) trabajando en estos temas, en regularlos o no, desde hace tiempo. Funcionarios de organismos internacionales y activistas por los derechos de Internet, que no nacieron a su lucha con Snowden. Los funcionarios hacen su trabajo: crear documentos como los de ayer, más orientados al consenso, reunirse, hacer que algunas cosas técnicas estén organizadas. Los activistas presionan para que en esos documentos no haya sólo consenso y también haya derechos, no sólo los actuales, sino los que vamos a necesitar a futuro para evitar abusos de los gobiernos o de las empresas. Y las empresas, que en el caso de Internet son más bien corporaciones, hacen su parte: participar para seguir ganando plata (podemos distinguir algunas pequeñas empresas o proveedores de Internet que también apuestan a la innovación, sí, pero en estos foros lo que importa son los peces grandes). Old story.
En esos conflictos, y en la Declaración de San Pablo de ayer, se vio que el gran conflicto donde no nos estamos poniendo de acuerdo es el de la neutralidad. Si no nos ponemos de acuerdo es porque allí está el problema. Hasta último momento, los activistas (“la sociedad civil”) discutieron, presionaron, pensaron en abandonar la sala, y al final subieron al estrado y se quejaron de esto: la palabra neutralidad no está mencionada en el documento. En temas de privacidad, el documento final avanzó bastante más respecto del borrador, y dice que la vigilancia puede ser responsabilidad de actores privados o estatales y que limita la confianza en Internet. En el primer texto no responsabilizaba a nadie en particular, y eso fue un avance. Pero, por otro lado, la presión del sector privado hizo crecer el punto de “Responsabilidad de intermediarios”, donde se vuelve con la idea de que no son legalmente responsables por actividades ilegales y que tienen que seguir siéndolo para que la Internet siga creciendo, en un ambiente creativo y empoderar el conocimiento y blablaba. En ese párrafo también hay peligros. Y, sobre todo, grandes desafíos para las organizaciones en seguir incidiendo localmente para que en cada país las empresas también sean responsables. El camino nacional es el que seguramente termine protegiendo lo que los foros internacionales, por suma cero, no abarcan.
También, una anotación sobre el “roadmap” de la transición de las funciones técnicas. En ese aspecto la discusión pareció y probablemente es bastante más cerrada. Parece que quienes tienen esas decisiones en manos desde hace 20 años las seguirán tomando. Pero allí también hay conflictos, que se ven cerrados o menos discutibles por “conservar la estabilidad de Internet”, pero que existen y van a seguir existiendo.
Tres días después, yendo del lujo del Hyatt a las gradas del Centro Cultural San Pablo, hablando con unos y otros, queda la emoción y la certeza de estar siendo parte de algo en construcción, y por eso siempre emocionante. En eso, me reconozco optimista por la negociación, por la arena de debate, por la adrenalina de ver a la gente discutir, si es con un poco de gritos y pancartas mejor (porque al final, sepan la verdad, todos toman un café o un trago en algún lado y se hacen chistes). No soy tan optimista en algunas cosas del futuro de Internet, sobre todo en que nunca se consiga una verdadera universalidad. El miedo es un escenario de burbujas de usuarios con distintos accesos, en un mercado oligopólico, con menor acceso en algunas zonas geográficas, o con mucho acceso en otras pero muy vigilados y con sus vidas privadas a la mano de las corporaciones. Como dice un amigo de mente brillante, si seguimos entendiendo la tecnología como “electrodoméstico”, esto puede pasar y va a ser cada vez peor. Por eso, yo voto por tomar la tecnología como un House of Cards, como un derecho más a luchar, aunque sea en los ámbitos más alfombrados para hacernos sentir cómodos.
Pero no. No todos amamos Internet. O al menos no de la misma forma. Para algunos, es una herramienta de trabajo. Para otros, además, puede ser de militancia. Para otros, sólo un medio que le facilita cosas en la vida. Y para otros, una forma de ganar plata. Mucha plata.
Por eso no hay que tomar a encuentros como #Net Mundial como buenas voluntades buscando consensos mágicos. Es una utopía del estilo de los que creen que el Estado va detrás de la gente a poner de acuerdo las cosas, la idea liberal clásica, y no una instancia donde se dirimen conflictos, las instituciones después deciden (con su ideología, porque tienen) y después seguimos luchando, adentro o afuera. Política y pragmatismo: esa regla también funciona para las luchas de Internet, en estos foros.
Pero también, militancia, activismo. Lo demostró la sanción de la ley de Marco Civil de Internet en Brasil, pero también las acciones reivindicando a Edward Snowden durante el discurso de apertura de Net Mundial, o el homenaje a Aaron Schwartz del día anterior, en el marco de #ArenaNetMundial, un foro “paralelo”, en el Centro Cultural San Pablo, abierto a la comunidad, donde ocurrieron charlas más que interesantes con Jake Appelbaum, Sergio Amadeu, Roy Singhman o Julian Assange.
“¡Le deberíamos también agradecer a Edward Snowden!”, gritó ayer un activista en la ceremonia final de cierre, después de la lectura de la Declaración de San Pablo. Y, en un punto, tiene razón. ¿Quién puede negar que todo esto tomó un estado público de mayor preocupación, se hizo un poco más masivo, con la noticia del espionaje de la NSA? Nadie, de la misma forma que nadie negaría la influencia de Assange en nuestra percepción del secreto y las manipulaciones mediáticas actuales. Por supuesto, de un lado y del otro, había gente (mucha, y muy comprometida) trabajando en estos temas, en regularlos o no, desde hace tiempo. Funcionarios de organismos internacionales y activistas por los derechos de Internet, que no nacieron a su lucha con Snowden. Los funcionarios hacen su trabajo: crear documentos como los de ayer, más orientados al consenso, reunirse, hacer que algunas cosas técnicas estén organizadas. Los activistas presionan para que en esos documentos no haya sólo consenso y también haya derechos, no sólo los actuales, sino los que vamos a necesitar a futuro para evitar abusos de los gobiernos o de las empresas. Y las empresas, que en el caso de Internet son más bien corporaciones, hacen su parte: participar para seguir ganando plata (podemos distinguir algunas pequeñas empresas o proveedores de Internet que también apuestan a la innovación, sí, pero en estos foros lo que importa son los peces grandes). Old story.
En esos conflictos, y en la Declaración de San Pablo de ayer, se vio que el gran conflicto donde no nos estamos poniendo de acuerdo es el de la neutralidad. Si no nos ponemos de acuerdo es porque allí está el problema. Hasta último momento, los activistas (“la sociedad civil”) discutieron, presionaron, pensaron en abandonar la sala, y al final subieron al estrado y se quejaron de esto: la palabra neutralidad no está mencionada en el documento. En temas de privacidad, el documento final avanzó bastante más respecto del borrador, y dice que la vigilancia puede ser responsabilidad de actores privados o estatales y que limita la confianza en Internet. En el primer texto no responsabilizaba a nadie en particular, y eso fue un avance. Pero, por otro lado, la presión del sector privado hizo crecer el punto de “Responsabilidad de intermediarios”, donde se vuelve con la idea de que no son legalmente responsables por actividades ilegales y que tienen que seguir siéndolo para que la Internet siga creciendo, en un ambiente creativo y empoderar el conocimiento y blablaba. En ese párrafo también hay peligros. Y, sobre todo, grandes desafíos para las organizaciones en seguir incidiendo localmente para que en cada país las empresas también sean responsables. El camino nacional es el que seguramente termine protegiendo lo que los foros internacionales, por suma cero, no abarcan.
También, una anotación sobre el “roadmap” de la transición de las funciones técnicas. En ese aspecto la discusión pareció y probablemente es bastante más cerrada. Parece que quienes tienen esas decisiones en manos desde hace 20 años las seguirán tomando. Pero allí también hay conflictos, que se ven cerrados o menos discutibles por “conservar la estabilidad de Internet”, pero que existen y van a seguir existiendo.
Tres días después, yendo del lujo del Hyatt a las gradas del Centro Cultural San Pablo, hablando con unos y otros, queda la emoción y la certeza de estar siendo parte de algo en construcción, y por eso siempre emocionante. En eso, me reconozco optimista por la negociación, por la arena de debate, por la adrenalina de ver a la gente discutir, si es con un poco de gritos y pancartas mejor (porque al final, sepan la verdad, todos toman un café o un trago en algún lado y se hacen chistes). No soy tan optimista en algunas cosas del futuro de Internet, sobre todo en que nunca se consiga una verdadera universalidad. El miedo es un escenario de burbujas de usuarios con distintos accesos, en un mercado oligopólico, con menor acceso en algunas zonas geográficas, o con mucho acceso en otras pero muy vigilados y con sus vidas privadas a la mano de las corporaciones. Como dice un amigo de mente brillante, si seguimos entendiendo la tecnología como “electrodoméstico”, esto puede pasar y va a ser cada vez peor. Por eso, yo voto por tomar la tecnología como un House of Cards, como un derecho más a luchar, aunque sea en los ámbitos más alfombrados para hacernos sentir cómodos.