No alcanza con vivir con lo nuestro y hay que atraer capital

Por Luis Secco // perspectiv@s económicas
23/03/12 – 11:17
Paulatinamente, las expectativas del mundo emergente y de Latinoamérica en particular van incorporando la mejora de la percepción de riesgo global producto del encapsulamiento de la crisis europea.
A medida que se disipan los temores de que dicha crisis golpee a las economías de la región, empiezan a ponerse de manifiesto las diferencias que existen entre sus economías, producto básicamente de las diferencias que existen en sus políticas económicas. Lo que predomina no es ya el temor a un shock global que podría afectar a todas (algunas más dependientes de la coyuntura global y otras menos), sino las consideraciones que hacen a los fundamentos de sus economías. Si bien es cierto que, como nunca antes, toda la región, desde Río Grande en México hasta la Antártida, se beneficia de un contexto caracterizado por el crecimiento del consumo de sus pares vecinos y de otras regiones, existen diferencias apreciables a la hora de transformar sus atractivos en inversiones concretas.
La demanda de energía, minerales y alimentos continúa en aumento y no hay país de la región que no tenga algo (y en algunos casos todo) para vender en el mercado global, por cierto a muy buenos precios. Precios que se vuelven aún más atractivos cuando se los compara con el precio de los productos que la región tiene que importar: los términos del intercambio regional (la razón de precios de exportación a importación o, lo que es lo mismo, el poder adquisitivo de las exportaciones en términos de las importaciones latinoamericanas) se encuentran hoy en niveles récord. La crisis europea puso de manifiesto las ventajas de invertir en estas tierras. Las empresas europeas que mejor vienen superando la recesión que las golpea en sus países de origen son las que tienen inversiones en esta región. Y muchas que no tienen operaciones aquí ya están pensando en seguir los pasos de lo que hicieron otras en las dos décadas anteriores. Asimismo, una gran cantidad de empresas latinas se encuentran en procesos exitosos de internacionalización de sus operaciones, proceso que les abre mercados impensados tiempo atrás en América del Norte y Europa.
En este marco, sin embargo, no todos los países se comportan igual y no todos reciben el mismo trato de parte de las inversiones de riesgo globales. Brasil y México, por el tamaño de ambos mercados, son tratados casi como si formaran parte de otra liga; Chile, después de muchos años de democracia con alternancia en el poder y políticas económicas apenas cambiantes, se les acerca al ser visto como el graduado de la región. Los tres son el destino principal de las inversiones extranjeras que recibe la región. Después vienen pisándole los talones Perú y Colombia. Ambos países con sucesiones de presidentes (Gaviria, Uribe y Santos en Colombia y Toledo, García y Humala en Perú) que apostaron a la estabilidad institucional y política como instrumento fundamental para el desarrollo económico y que, a pesar de sesgos ideológicos claros, apostaron también a la seducción del capital extranjero.
Porque es verdad, Latinoamérica es una región beneficiada por la naturaleza con abundantes recursos naturales, con buenas reservas de capital humano pero sin demasiado ahorro interno (tal vez sólo con la excepción de Chile, gracias a una reforma previsional que lleva ya más de veinte años) y que por lo tanto necesita del ahorro y la inversión externa para extraer todo su potencial. Uruguay, Paraguay y algunas economías del Caribe reciben inversiones acordes al tamaño de sus economías, mientras a la zaga de éstas quedan países grandes como Argentina y Venezuela, y otros no tanto como Ecuador y Bolivia. Y esto no puede adjudicársele ni a la falta de oportunidades ni puede ser visto como el resultado de una suerte de complot de los propietarios del capital.
La idea de desperdicio que se deriva del repaso del gráfico que acompaña a este artículo se percibe también en otros ámbitos.
En un momento excepcional del mundo emergente, de demanda y precios sostenidos de los productos de exportación argentinos, cuando no se discute la vanguardia de productividad y tecnología del “campo” argentino y con indicadores macro que son la envidia de una gran cantidad de países, resulta sorprendente la pérdida de importancia relativa de la Argentina.
Como sorprende a muchos también la complacencia de parte del Gobierno, la oposición y actores relevantes del acontecer económico argentino. Tal vez resulte necesario romper la tendencia permanente a comparar el hoy con el pasado y sobre todo con el pasado reciente. Una inmensa mayoría de los argentinos y sus empresas está mejor hoy que hace diez años. Pero la mayoría de nuestros pares emergentes y nuestros vecinos también lo están y han logrado en gran número descontar la distancia (y, en el caso chileno, superarla) que los separaba de los estándares argentinos.
Todas las economías de Latinoamérica necesitan, para seguir creciendo a tasas de emergentes, más infraestructuras y más capital humano (Brasil es tal vez el mejor ejemplo de ello). La Argentina ostentaba un stock de ellas que la destacaba por sobre el resto de la región. Pero, desde finales de los 90, la distancia que tenía con el resto de la región se ha ido perdiendo, al mismo tiempo que la congestión ha pasado a convertirse en un hecho diario (hay congestión en los caminos, en los puertos, hay cortes de gas y luz en la industria y son frecuentes los desabastecimientos de combustibles). La congestión puede ser vista como algo positivo (“mirá cómo crecemos”) pero es también una señal inequívoca de insustentabilidad del crecimiento. Hay que crear un clima propicio para invertir en infraestructuras y en la provisión de bienes públicos, para que las congestiones que enfrentamos a diario no se conviertan no sólo en una pérdida sistemática de calidad de vida sino también en un obstáculo para el crecimiento.
Para ello, hay que volver a seducir al capital de riesgo con estabilidad macroeconómica y con menos y mejor regulación micro. El capital fluye donde hay oportunidades, donde hay rentabilidad, donde se respeta la propiedad de los activos que se inmovilizan y de las ganancias que de ellos se obtienen. Sin ese respeto, la inversión no se favorece y el crecimiento tiende a detenerse.

Acerca de Nicolás Tereschuk (Escriba)

"Escriba" es Nicolás Tereschuk. Politólogo (UBA), Maestría en Sociologìa Económica (IDAES-UNSAM). Me interesa la política y la forma en que la política moldea lo económico (¿o era al revés?).

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