Opinión
Miércoles 20 de julio de 2011 | Publicado en edición impresa
¿Cayeron, por fin, las vendas que cubrían los ojos de los intelectuales de Carta Abierta , que hasta hace poco sólo reflexionaban el país dentro de los estrechos márgenes que les fijaba el kirchnerismo?
Ni tanto ni tan poco. Como una suave glasnost (la apertura gradual pensada por Mikhail Gorbachov para desmontar la monolítica Unión Soviética), los miembros de la agrupación kultural resolvieron, al menos, levantar la venda de un lado para escudriñar con un ojo lo que sucede en la «ciudad de pobres corazones».
Pero les bastó para atreverse a unas pocas palabras y aplausos desconocidos en su repertorio retórico y previsible que, incluso, ya aburría a Néstor Kirchner cuando, de tanto en tanto, los visitaba. Merecían paciencia: habían sido creativos al inventar el rótulo «destituyente» para todo aquello que rozara al kirchnerismo. No era poca cosa.
Luego se fosilizaron rápido: no hay más que leer los kilométricos, condescendientes y soporíferos textos de las nueve cartas que dieron a conocer hasta ahora. La última, firmada el 22 de junio, de cara a las elecciones porteñas que tendrían lugar 18 días después, y en las que Mauricio Macri se impondría por casi 20 puntos de ventaja a Daniel Filmus, decía que Buenos Aires «se quiso blanca y uniforme» y que «en esta ciudad está, aún soterrado o guetificado, lo indígena, y su murmullo no cesa». Sin matices tomaban partido por la fórmula del Frente para la Victoria. «La del macrismo es una Buenos Aires ilusoria», chingaban.
No es que ahora se arrepientan, ni mucho menos, pero digerir vidrio constantemente les empieza a raspar la conciencia y el «asco» de Fito Páez se les atragantó el sábado pasado. El filósofo oficial Ricardo Forster se animó a recordar que esa palabra la usaba con deleite criminal el nazismo, como preámbulo a sus matanzas. Y, docente al fin, diagnosticó el mal que aqueja a 6,7,8 : «Imbecilidad estructural».
Lucidez
Horacio González, el anfitrión, de pronto, vio con lucidez lo que pasó: «Se le hablaba no se sabe a quién en la campaña de Filmus y Tomada: se le hablaba a la historia, a la épica, a los desaparecidos». Y se preguntó en voz alta: «¿No sería un buen indicio del realismo crítico que implica la política reconocer la situación en la que estamos?» Teme que el ballottage sea 70 a 30, porque Tecnópolis, por toda respuesta política, indudablemente no alcanza. Aurelio Narvaja, editor general de Colihue, hundió el bisturí sin anestesia: «La única idea que conozco para el ballottage es la de un acto en el Obelisco con banderas de «Chau Macri». Es una perfecta pelotudez».
Todo esto sucedió en la Biblioteca Nacional, vieja institución que nació con la Patria en 1810 y que tuvo entre sus directores a dos insignes ciegos: Paul Groussac y Jorge Luis Borges. La singularidad de ambos estaba dada en que no veían con sus ojos físicos, aunque sí escrutaban con los de sus inteligencias, conocimientos y sensibilidades.
Los lugares y sus historias previas contextualizan lo que en ellos sucede. Y no hay lugar más paradójico que la Biblioteca Nacional. En el solar donde fue levantada antes estaba la mansión Alzaga-Unzué, que remite a familias del más aristocrático abolengo, pero que fue usufructuada más que nadie por Juan Domingo Perón, que la ocupó durante sus dos primeras presidencias (1946-1955), cuando era residencia de los primeros mandatarios.
Allí, precisamente, murió el 26 de julio de 1952 Eva Duarte, su segunda y recordada esposa, Evita. Esas postales resultaban insoportables para la Revolución Libertadora y, a pesar del alto valor arquitectónico del edificio, el general Pedro Eugenio Aramburu mandó a demolerlo.
El lugar vacante fue destinado para el nuevo edificio de la Biblioteca Nacional, que tardó mucho en ser construido y más en ser terminado. La inauguró, en 1992, Carlos Menem, execrado presidente justicialista, aunque cristinista de última hora.
Hasta ahora a los intelectuales de Carta Abierta los venía influyendo más la «huella» verticalista dejada en ese sitio por sus viejos y poderosos moradores (que fundaron el movimiento del que deviene el kirchnerismo, su actual inquilino) que la de sus prestigiosos antecesores en el mundo de las letras, Groussac y Borges. Porque, como dice el dicho, «no hay peor ciego que el que no quiere ver».
Miércoles 20 de julio de 2011 | Publicado en edición impresa
¿Cayeron, por fin, las vendas que cubrían los ojos de los intelectuales de Carta Abierta , que hasta hace poco sólo reflexionaban el país dentro de los estrechos márgenes que les fijaba el kirchnerismo?
Ni tanto ni tan poco. Como una suave glasnost (la apertura gradual pensada por Mikhail Gorbachov para desmontar la monolítica Unión Soviética), los miembros de la agrupación kultural resolvieron, al menos, levantar la venda de un lado para escudriñar con un ojo lo que sucede en la «ciudad de pobres corazones».
Pero les bastó para atreverse a unas pocas palabras y aplausos desconocidos en su repertorio retórico y previsible que, incluso, ya aburría a Néstor Kirchner cuando, de tanto en tanto, los visitaba. Merecían paciencia: habían sido creativos al inventar el rótulo «destituyente» para todo aquello que rozara al kirchnerismo. No era poca cosa.
Luego se fosilizaron rápido: no hay más que leer los kilométricos, condescendientes y soporíferos textos de las nueve cartas que dieron a conocer hasta ahora. La última, firmada el 22 de junio, de cara a las elecciones porteñas que tendrían lugar 18 días después, y en las que Mauricio Macri se impondría por casi 20 puntos de ventaja a Daniel Filmus, decía que Buenos Aires «se quiso blanca y uniforme» y que «en esta ciudad está, aún soterrado o guetificado, lo indígena, y su murmullo no cesa». Sin matices tomaban partido por la fórmula del Frente para la Victoria. «La del macrismo es una Buenos Aires ilusoria», chingaban.
No es que ahora se arrepientan, ni mucho menos, pero digerir vidrio constantemente les empieza a raspar la conciencia y el «asco» de Fito Páez se les atragantó el sábado pasado. El filósofo oficial Ricardo Forster se animó a recordar que esa palabra la usaba con deleite criminal el nazismo, como preámbulo a sus matanzas. Y, docente al fin, diagnosticó el mal que aqueja a 6,7,8 : «Imbecilidad estructural».
Lucidez
Horacio González, el anfitrión, de pronto, vio con lucidez lo que pasó: «Se le hablaba no se sabe a quién en la campaña de Filmus y Tomada: se le hablaba a la historia, a la épica, a los desaparecidos». Y se preguntó en voz alta: «¿No sería un buen indicio del realismo crítico que implica la política reconocer la situación en la que estamos?» Teme que el ballottage sea 70 a 30, porque Tecnópolis, por toda respuesta política, indudablemente no alcanza. Aurelio Narvaja, editor general de Colihue, hundió el bisturí sin anestesia: «La única idea que conozco para el ballottage es la de un acto en el Obelisco con banderas de «Chau Macri». Es una perfecta pelotudez».
Todo esto sucedió en la Biblioteca Nacional, vieja institución que nació con la Patria en 1810 y que tuvo entre sus directores a dos insignes ciegos: Paul Groussac y Jorge Luis Borges. La singularidad de ambos estaba dada en que no veían con sus ojos físicos, aunque sí escrutaban con los de sus inteligencias, conocimientos y sensibilidades.
Los lugares y sus historias previas contextualizan lo que en ellos sucede. Y no hay lugar más paradójico que la Biblioteca Nacional. En el solar donde fue levantada antes estaba la mansión Alzaga-Unzué, que remite a familias del más aristocrático abolengo, pero que fue usufructuada más que nadie por Juan Domingo Perón, que la ocupó durante sus dos primeras presidencias (1946-1955), cuando era residencia de los primeros mandatarios.
Allí, precisamente, murió el 26 de julio de 1952 Eva Duarte, su segunda y recordada esposa, Evita. Esas postales resultaban insoportables para la Revolución Libertadora y, a pesar del alto valor arquitectónico del edificio, el general Pedro Eugenio Aramburu mandó a demolerlo.
El lugar vacante fue destinado para el nuevo edificio de la Biblioteca Nacional, que tardó mucho en ser construido y más en ser terminado. La inauguró, en 1992, Carlos Menem, execrado presidente justicialista, aunque cristinista de última hora.
Hasta ahora a los intelectuales de Carta Abierta los venía influyendo más la «huella» verticalista dejada en ese sitio por sus viejos y poderosos moradores (que fundaron el movimiento del que deviene el kirchnerismo, su actual inquilino) que la de sus prestigiosos antecesores en el mundo de las letras, Groussac y Borges. Porque, como dice el dicho, «no hay peor ciego que el que no quiere ver».