«No hay una sola manera de pensar la productividad en la Argentina»

El conflicto con el campo por la resolución 125 abrió la pregunta por el lugar de las actividades primarias en el desarrollo del país y su compatibilidad con un proyecto de recuperación industrial. A cinco años de ese episodio, el debate sobre la consolidación del agronegocio sigue pendiente, así como la posibilidad de pensar en modelos alternativos con otros actores que supieron ser dinamizadores del crecimiento agropecuario y del mercado interno, y que hoy, a pesar de su capacidad de innovación tecnológica, han quedado arrinconados.
¿Es posible la coexistencia entre una gran explotación y una de mediana o pequeña escala? ¿Qué tipo de productores y bajo qué condiciones estarían dispuestos a renunciar a las ganancias del oro verde? ¿En qué medida se puede restablecer la industria alimentaria local? ¿Un modelo mixto garantizaría el nivel de divisas que necesita el país? El economista Miguel Teubal y la socióloga Norma Giarraca acaban de compilar el libro Actividades extractivas en expansión, ¿reprimarización de la economía argentina?, en el que colaboran distintos especialistas, entre ellos, el sociólogo Tomás Palmisano. En diálogo con Tiempo Argentino, cuestionaron el margen acotado de industrialización de los productos que responden a la demanda externa de China e India, señalaron la relación entre el modelo del agronegocio y la inflación, y llamaron a pensar otras estrategias productivas para el agro.
Norma Giarraca: –Si uno estudia los datos sobre producciones primarias vinculadas a la industria minera o agroalimentaria, se observa una mayor industrialización, pero eso no responde a lo que política o ideológicamente llamamos así. La Argentina tuvo históricamente un desarrollo industrial ligado a su modelo agroexportador y a la industria alimentaria. Pero en este momento, los datos de la CEPAL muestran que el valor de las exportaciones sigue siendo netamente primario. En todo el Mercosur, incluso en Brasil, los commodities explican por lo menos el 70% de las exportaciones. Planteamos la reprimarización como una pregunta porque no tenemos una respuesta tajante. Lo que sí es claro es que este modelo no resuelve los problemas que perduran de la década pasada. Los ingresos y la inclusión se están dando a través de políticas sociales que son posibles por la exportación de commodities y no a través del mercado de trabajo, que ha sido limitado en su expansión.
NG: –La FAO, que depende de la ONU, está diciendo que la orientación de la economía agroalimentaria industrializada es un fracaso. No se trata de volver atrás, pero sí de ver cómo hacer para crecer, exportar y alimentar a la gente internamente. En la Argentina, a diferencia de lo que sucedía en otras partes del mundo, la pequeña, mediana y gran propiedad agraria y ganadera producía alimentos para el mercado interno y para la exportación. ¿Cómo se mantenía esa tensión? Por un edificio institucional que permitía regular los precios internamente, mantener un precio bajo y, al mismo tiempo, tener divisas. Nadie quiere volver a eso, pero hay que ser creativos y encontrar un esquema que asegure la soberanía alimentaria y la exportación de alimentos. La soja es una mirada a corto y mediano plazo.
TP: –La producción de alimentos indefectiblemente traería un proceso de redistribución interna porque generaría un acceso a los alimentos al interior de la población, al detener el proceso inflacionario y mejorar la calidad. La realidad también es que, en relación con la disponibilidad de divisas, habría que pensar qué tipo de mercado agrario podría abrirse alternativamente, no se puede salir de un día para el otro de esa trampa con actores económicos tan grandes. Pero hay producciones que pueden ir templando este desequilibrio. El modelo genera una cantidad de divisas que es importante, pero funciona porque no estamos contando todo lo que regalamos al mercado mundial, en términos de nutrientes, de agua. Eso hay que tenerlo en cuenta cuando uno evalúa cómo se relaciona con el mercado internacional.
TP: –Hay un montón de factores. Pero pensando en el vínculo directo con el agronegocio y la estructura productiva, los casos del trigo y la carne resultan paradigmáticos. La carne tuvo, por la intervención de la Secretaria de Comercio Interior, los precios relativamente congelados en el mercado de Liniers, que es el que concentra y fija el precio de la carne en el país. Esa política de contención no estuvo a la par del crecimiento de la producción. Por lo tanto, muchos productores, al comparar rentabilidades, volcaron los campos ganaderos a la soja. Esto generó una reducción del stock y, cuando la presión fue tan fuerte, el precio de la carne se duplicó. Eso fue en 2008, 2009. Ese avance de precios podría haber sido incluso mayor, pero lo atenuó la oferta de los feedlots, que tuvieron la habilidad de aprovechar esa coyuntura y se dedicaron a engordar a los animales para los cuales no había campo y meterlos en los mercados urbanos. El otro ejemplo es el del trigo, que lo sufrimos en los últimos meses. El trigo y la soja no son competidores directos porque se siembran en períodos distintos. Es lo que se dice el doble cultivo, que es un regalo de la revolución verde, porque tiene que ver con la complementariedad de los ciclos. Este doble cultivo es apto, en términos de rentabilidades, en algunos campos, sobre todo aquellos ubicados en áreas de mayor fertilidad. Pero no se hace en todos. Y por momentos, por el precio del trigo y el tipo de inversión, al productor le convino hacer una sola cosecha de soja de primera, que tiene un poco más de rendimiento.
–¿Qué creen que piensa la clase política argentina respecto de los desafíos que plantean en el libro?
NG: –La clase política argentina no se metió en su tiempo. Siguen enganchados con la idea del desarrollo sin una mirada crítica, sin una deconstrucción de los ’50. La influencia desarrollista en nuestro país es muy grande y se recuerda como algo terrible la falta de crecimiento. En el imaginario colectivo, está la idea de que el crecimiento con tasas chinas resuelve todo. Y ahora vemos una gran desilusión al ver que resolvió muy poco.
TP: –Hay un ideario de desarrollo vinculado al crecimiento, como si eso conllevara un proceso de redistribución. Pero los límites que encuentra ese proceso de distribución, son los mismos límites del propio modelo de desarrollo. Ahí está la trampa. Mejorar los niveles de desarrollo significa quebrar con gran parte de lo que supuestamente dio frutos hasta este momento. No quiero usar la idea de agotamiento porque tiene otro sentido político, pero las posibilidades de distribución de los modelos de acumulación tienen este límite, que está relacionado con las dificultades para rearmar un mercado de pequeños y medianos empresarios que pueden solucionar el reparto y el acceso a la alimentación, que además crean mano de obra y permiten que el propio Estado sea capaz de resolver de una manera más justa los problemas fiscales.

Acerca de Artepolítica

El usuario Artepolítica es la firma común de los que hacemos este blog colectivo.

Ver todas las entradas de Artepolítica →

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *