Fui a ver “El Clan”. Impecable, pero no quiero hablar de cine. No sé cuál fue la intención de su director, Trapero. Sólo voy a contar lo que percibí, que fue muy fuerte.
La película, más que violenta, me pareció densa; con una densidad que si estuviéramos en ella sumergidos sería muy difícil salir a la superficie. El centro de la trama es la familia, sometida a la voluntad de un padre perverso y que pervierte al resto. Convierte a todos en partícipes, encubridores o testigos silenciosos. Nadie se salva de quedar inmerso en esa mugre horrorosa y cotidiana de convivir con un secuestrado. Hasta que la familia, a la que tanto apelaba el padre para cometer sus tropelías, queda destruida, encarcelada y hasta avergonzada de su propio apellido.
Y entonces me pregunto. ¿No serán los Puccio un modelo a escala de nuestra Argentina? ¿No seremos aún esa Argentina-Puccio, que aprendió a vivir callando canalladas de otros? ¿No seremos todavía esa Argentina-Puccio, que ya que calla, de paso aprovecha su silencio para llevarse una tajada? ¿No seremos, quizás, la Argentina-Puccio que nos impusieron desde arriba pero en la que todos aprendimos a nadar para sobrevivir al principio, y luego porque no conocimos otro modo?
Pero también hay otras preguntas: ¿no seremos esa Argentina-Puccio que nos avergüenza de nuestro apellido por nuestras conductas del pasado que se perpetúan en el presente y se proyectan hacia adelante? ¿No seremos esa Argentina-Puccio que no logra acompañar a nuestros soldados héroes de Malvinas en sus reclamos de servidores y de víctimas? ¿No seremos esa Argentina-Puccio en la que viven los qom, a los que ni siquiera registramos como “nosotros”? ¿No seremos esa Argentina-Puccio de los ancianos indefensos estafados mes a mes en sus jubilaciones? Y por fin … ¿no seremos esa Argentina-Puccio de tantos otros que ya son parte del paisaje?
Creo que sí, creo que no. Que cada cual se ponga el sayo que le quepa. No es casual que la película, que podría ser un simple thriller policial, empiece con el discurso de Alfonsín sobre los derechos humanos. Tal vez sea hora de pensar en cómo volver a ser la Argentina de antes del discurso. Pero de mucho antes. De cuando esos discursos no eran necesarios.
Fernando Sendra
fsendra@clarin.com
La película, más que violenta, me pareció densa; con una densidad que si estuviéramos en ella sumergidos sería muy difícil salir a la superficie. El centro de la trama es la familia, sometida a la voluntad de un padre perverso y que pervierte al resto. Convierte a todos en partícipes, encubridores o testigos silenciosos. Nadie se salva de quedar inmerso en esa mugre horrorosa y cotidiana de convivir con un secuestrado. Hasta que la familia, a la que tanto apelaba el padre para cometer sus tropelías, queda destruida, encarcelada y hasta avergonzada de su propio apellido.
Y entonces me pregunto. ¿No serán los Puccio un modelo a escala de nuestra Argentina? ¿No seremos aún esa Argentina-Puccio, que aprendió a vivir callando canalladas de otros? ¿No seremos todavía esa Argentina-Puccio, que ya que calla, de paso aprovecha su silencio para llevarse una tajada? ¿No seremos, quizás, la Argentina-Puccio que nos impusieron desde arriba pero en la que todos aprendimos a nadar para sobrevivir al principio, y luego porque no conocimos otro modo?
Pero también hay otras preguntas: ¿no seremos esa Argentina-Puccio que nos avergüenza de nuestro apellido por nuestras conductas del pasado que se perpetúan en el presente y se proyectan hacia adelante? ¿No seremos esa Argentina-Puccio que no logra acompañar a nuestros soldados héroes de Malvinas en sus reclamos de servidores y de víctimas? ¿No seremos esa Argentina-Puccio en la que viven los qom, a los que ni siquiera registramos como “nosotros”? ¿No seremos esa Argentina-Puccio de los ancianos indefensos estafados mes a mes en sus jubilaciones? Y por fin … ¿no seremos esa Argentina-Puccio de tantos otros que ya son parte del paisaje?
Creo que sí, creo que no. Que cada cual se ponga el sayo que le quepa. No es casual que la película, que podría ser un simple thriller policial, empiece con el discurso de Alfonsín sobre los derechos humanos. Tal vez sea hora de pensar en cómo volver a ser la Argentina de antes del discurso. Pero de mucho antes. De cuando esos discursos no eran necesarios.
Fernando Sendra
fsendra@clarin.com