Nueva encrucijada para Dilma
Por Eric Nepomuceno
Ya desde antes de las elecciones que le aseguraron el derecho a permanecer cuatro años más en la presidencia de Brasil, Dilma Rousseff sufría fuertes presiones del empresariado y del mercado financiero para promover cambios profundos en su política económica. El mismo Lula da Silva, en reiteradas ocasiones, insistió con el tema: pidió, sugirió, insinuó que era esencial realizar un giro de rumbo. En privado, el ex presidente se quejaba, diciendo que la sucesora no lo oía. Y en al menos dos ocasiones fue especialmente duro al criticar la errática política económica de Rousseff.
A lo largo de la campaña, Dilma, siguiendo rigurosamente la cartilla diseñada por el especialista en marketing encargado de construir su discurso, golpeó a fondo a su adversario, quien prometía aplicar la gastada fórmula del neoliberalismo. Decía Dilma que su compromiso era con el pueblo, y no con la banca.
Pues lo que se ve hoy es una presidenta acosada: de un lado, por el formidable escándalo de corrupción que, por ahora, está circunscripto a la Petrobras; y de otro, por la necesidad urgente de calmar a los inversionistas y, en última instancia, al gran capital.
Los resultados de su política económica, rigurosamente alineada con las tesis desarrollistas, son muy flojos, a raíz de la conducción errática e insegura. Su ministro de Hacienda, Guido Mantega, tiene credibilidad nula, y hasta las piedras del sertão saben que él jamás dejó de ser un mero cumplidor de orientaciones emanadas de la presidencia, sin haber formulado ni una miserable línea de pensamiento propio.
Dilma, una vez reelecta, fue presionada con fuerza redoblada, e inicialmente intentó convencer a Luis Trabuco, presidente del Bradesco, segundo mayor banco privado del país, a asumir la cartera de Mantega. Dando muestras de una desastrosa estrategia, Dilma y su grupo dejaron que la noticia se filtrara a la prensa. Si las normas elementales indican que primero se hace un sondeo, y una vez obtenida una respuesta positiva se hace circular la noticia de la invitación, lo que se hizo fue todo lo contrario. Resultado: Trabuco rechazó la invitación, causando un desgaste innecesario a un gobierno que ya nace fragilizado. Se barajaron otros nombres, y la decisión final quedó entre un desarrollista respetado, Nelson Barbosa, y un auténtico ejemplar del neoliberalismo más deslavado,
Joaquim Levy, director del mismo Bradesco. El pasado viernes se comunicó a la prensa que el nombramiento de Levy para Hacienda, Barbosa para Planificación y Tombini para permanecer como presidente del Banco Central sería divulgado aquel mismo día. Dilma se irritó, el anuncio oficial no ocurrió, y la alegría del mercado se transformó, ayer lunes, en nueva caída de la Bolsa y nueva elevación del dólar.
¿Habrá Dilma postergado el anuncio por mera irritación? No, de ninguna manera. Ella se irritó porque sabía que Levy enfrenta fortísima resistencia en su mismo partido, el PT, y pretendía contener parte de esa ira. Y más: sabe perfectamente que mientras no se llegue a un acuerdo en el Congreso para lograr cambiar la actual legislación y le autoricen a no cumplir la meta de superávit primario (lo que el gobierno ahorra para pagar intereses de la deuda pública), nombrar al nuevo equipo económico sería desgastarlo antes que empiece a trabajar.
Buscando rescatar credibilidad y obtener apoyo junto a dos sectores críticos, Dilma pretende nombrar a la senadora Katia Abreu para el Ministerio de Agricultura, y a Armando Monteiro para la cartera de Desarrollo, Industria y Comercio Exterior. El anuncio deberá coincidir con el de los nombres de Hacienda, Planificación y Banco Central.
Ahora, los detalles: Armando Monteiro fue presidente de la muy poderosa Confederación Nacional de la Industria, la patronal CNI. Y Katia Abreu es una muy vigorosa defensora de los intereses del agronegocio. O sea: los dos son ejemplares nítidos de todo lo que el PT rechaza.
¿Por qué nombrarlos? Para calmar al poderoso sector agrario, responsable por una gran participación en la formación del PIB, y para indicar al sector industrial que habrá una política específica destinada a recuperarlo.
De confirmarse esos nombramientos, habrá una nítida y violenta contradicción entre lo que Dilma dijo y prometió a lo largo de la campaña, y el perfil que pretende dar a su segundo gobierno.
Parte sustantiva de su electorado está atónito. Lula da Silva, sin embargo, respira aliviado. El ex presidente y principal líder político brasileño defiende que en los dos primeros años de su segunda presidencia Dilma repita lo que él hizo en su primer gobierno, o sea, ordenar las cuentas públicas, aunque adoptando medidas duras e impopulares, para luego crecer en los dos años finales del mandato.
Si la criatura sigue la lección de su creador, 2015 y 2016 serán años duros, pero en 2018 el panorama estará luminoso. Y entonces Lula podrá presentarse para un retorno triunfal e
inédito en la historia de Brasil.
El guión tiene su lógica. Hay que ver, en todo caso, cómo sale la película. Y, principalmente, cómo reaccionará la platea…