Desde que la Presidenta defendió a los jóvenes de La Cámpora, el kirchnerismo organizó una sistemática caza de brujas sobre los críticos de la dirigencia de esa agrupación (los llaman “opinadores antijuveniles”), asumiendo con obediencia debida al Palacio que cuestionar la conducción de La Cámpora implica a la vez censurar la participación de todos los jóvenes, kirchneristas y no kirchneristas, en la vida política.
Falso de toda falsedad.
En ese desfile inquisidor se mezclaron los clásicos tribunales de linchamiento de los medios públicos, el coro en paralelo de los privados adictos y hasta uno que otro saltimbanqui de la política, de esos que mudan de un partido a otro y hasta de un peronismo a otro, con tal de no perder puntos en la nomenclatura mandante, incluido algún progresista de estos días, nacido a la vida pública de la mano de un lopezrreguista de elite, travestido en los tiempos incipientes de la democracia.
Se llegó al infantilismo de insinuar que estirpes como las de La Cámpora hunden sus raíces en rebeldías de antaño , fuere en los jóvenes reformistas de Córdoba en 1918, las barricadas del Mayo Francés de 1968 o en la militancia nativa de los 70, sobre la que bien se cuidan de no menear sus contradicciones, que desembocaron en la ruptura entre la JP Lealtad y Montoneros, ya con Perón en el poder y a propósito del asesinato de José Ignacio Rucci: crimen atroz (como los de la Triple A, ni qué decir del horror de la dictadura), pero también un enorme error político que el catecismo oficial ignora con interesada amnesia.
Encapsulados en el relato farsesco que alienta el kirchnerismo , hubo quienes visitaron las fronteras del absurdo cuando desenterraron a jóvenes notorios de otros tiempos, como José de San Martín, Mariano Moreno, Manuel Belgrano, Alfredo Palacios o Eva Perón, entre otros, con la sigilosa pretensión de comparar a aquellos nombres ilustres con los Máximo Kirchner, los José Ottavis, los Cuervo Larroque, los Wado de Pedro, los Juan Cabandié, los Mariano Recalde o las Mayra Mendoza.
Casi una insolencia con la historia , esa argamasa de episodios que se repite una vez como tragedia y la otra como farsa. A los argentinos, se sabe, ya nos ha tocado vivir el tiempo de la tragedia.
Falso de toda falsedad.
En ese desfile inquisidor se mezclaron los clásicos tribunales de linchamiento de los medios públicos, el coro en paralelo de los privados adictos y hasta uno que otro saltimbanqui de la política, de esos que mudan de un partido a otro y hasta de un peronismo a otro, con tal de no perder puntos en la nomenclatura mandante, incluido algún progresista de estos días, nacido a la vida pública de la mano de un lopezrreguista de elite, travestido en los tiempos incipientes de la democracia.
Se llegó al infantilismo de insinuar que estirpes como las de La Cámpora hunden sus raíces en rebeldías de antaño , fuere en los jóvenes reformistas de Córdoba en 1918, las barricadas del Mayo Francés de 1968 o en la militancia nativa de los 70, sobre la que bien se cuidan de no menear sus contradicciones, que desembocaron en la ruptura entre la JP Lealtad y Montoneros, ya con Perón en el poder y a propósito del asesinato de José Ignacio Rucci: crimen atroz (como los de la Triple A, ni qué decir del horror de la dictadura), pero también un enorme error político que el catecismo oficial ignora con interesada amnesia.
Encapsulados en el relato farsesco que alienta el kirchnerismo , hubo quienes visitaron las fronteras del absurdo cuando desenterraron a jóvenes notorios de otros tiempos, como José de San Martín, Mariano Moreno, Manuel Belgrano, Alfredo Palacios o Eva Perón, entre otros, con la sigilosa pretensión de comparar a aquellos nombres ilustres con los Máximo Kirchner, los José Ottavis, los Cuervo Larroque, los Wado de Pedro, los Juan Cabandié, los Mariano Recalde o las Mayra Mendoza.
Casi una insolencia con la historia , esa argamasa de episodios que se repite una vez como tragedia y la otra como farsa. A los argentinos, se sabe, ya nos ha tocado vivir el tiempo de la tragedia.