Alguien le dijo que no tendría destino en este mundo si sólo respondiera con sonrisas las agresiones del kirchnerismo. Daniel Scioli aceptó el consejo, pero nunca terminó de entender por qué el kirchnerismo lanzó tan pronto una batalla que terminará en 2015. Scioli nunca fue Mauricio Macri ni Hugo Moyano; éstos han decidido decirle que no al cristinismo y lo hacen con palabras que cada vez abren heridas más profundas. Es probable que los tres hayan sido obligados a entrar en una guerra que no querían, aunque Scioli fue siempre el que menos cómodo se sintió entre tantos combates y rencores. Cómodo o incómodo, lo cierto es que en las últimas horas decidió que devolverá golpe por golpe, si es que el golpe fuera el plan del cristinismo.
Hasta hace tres días, el gobernador bonaerense marcaba todavía una clara diferenciación entre Cristina Kirchner y los dos espadachines cristinistas que más lo acosan: el vicegobernador Gabriel Mariotto y Carlos Kunkel, el custodio todoterreno de la ideología kirchnerista. Kunkel es el esposo de Cristina Fioramonti, presidenta del bloque peronista de senadores provinciales, que también hace su contribución diaria a la desgracia de Scioli. Una cosa es Cristina y otra cosa son los cristinistas , solía repetir.
Esa aseveración es cierta porque la Presidenta no suele empujarlo personalmente a Scioli (desde que es gobernador, al menos) y tampoco deja sus huellas en las operaciones desestabilizantes contra el gobernador. Pero tal deducción del gobernador provocaba ya la reacción crispada de sus interlocutores políticos. ¿Acaso Mariotto y Kunkel actuarían por cuenta propia contra el funcionario elegido más importante después de la Presidenta? ¿No era más exacto concluir que aquellos sólo seguían, cada uno con su estilo y con sus formas, la dirección política marcada por Cristina? Mariotto y Kunkel tienen, además, el estilo que siempre agradó al kirchnerismo para desgastar a sus adversarios: son prepotentes, autoritarios e irreverentes. Al final, Scioli decidió que, en efecto, no hay matices posibles entre los ultras del kirchnerismo y su jefa. Decidió, más bien, que deberá ser la jefa quien marque la diferencia entre ella y sus generales en la guerra inverosímil.
La posición existencial de Scioli quedó definida ayer. Será candidato presidencial en 2015 si la Constitución de los argentinos siguiera siendo la misma Constitución. Esto es: si en diciembre de ese año Cristina se viera obligada a volver a casa por el veto constitucional a una nueva reelección. Del mismo modo, una eventual reforma de la Constitución, que habilitara otro mandato de la Presidenta, dejaría a Scioli automáticamente fuera de la próxima campaña presidencial. Nunca competiré contra Cristina , ha ratificado en las últimas horas.
Los cristinistas tienen derecho a escandalizarse ante el proyecto presidencial de Scioli. Ellos nunca supieron nada de esos preparativos. La única que lo sabía era la propia Cristina. Scioli se lo dijo personalmente y ella no puso ninguna objeción. El silencio de la Presidenta ante la sinceridad del gobernador o su bendición a ese proyecto (hay versiones distintas) lo llevó a Scioli a ilusionarse con ser el heredero consentido del kirchnerismo en la presidencia. La llama de esa ilusión, contra todas las evidencias y las advertencias, estuvo encendida hasta hace muy pocos días.
Evidencias y advertencias actuaban en contra, pero también la propia historia. La Presidenta nunca simpatizó con las ideas de Scioli, a quien considera un centrista incapaz de jugarse por un proyecto fundacional, que es el que le gusta a ella. Una enorme distancia entre ellos viene desde la época en que convivían en el Senado, él como vicepresidente de la Nación y ella como poderosa senadora y primera dama.
La Presidenta gobierna en los últimos tiempos para un núcleo reducido: los militantes de La Cámpora, el kirchnerismo puro y duro, las organizaciones de derechos humanos y algunos progresistas que dan vuelta alrededor de ella. Es el auditorio que eligió, cuyo aplauso busca y cuya crítica detesta. Frente a esa tribuna, Scioli será siempre un extranjero. Se lo nota un forastero en los numerosos actos de la Presidenta en la Casa de Gobierno: Scioli está ahí siempre serio, buscando una mirada aliada entre un público adverso. Debés diferenciarte , le aconsejó un amigo. ¡Soy diferente! , le contestó Scioli. Fue un día antes de que estallara la conflagración de estas horas. Sin embargo, Scioli entendía aquella diferencia como una continuidad parecida a lo que gobierna ahora. Los kirchneristas no entienden esas sutilezas.
La guerra la inició el camporismo cuando hizo en la Legislatura bonaerense un pedido de informes al gobernador sobre los gastos de publicidad. O la inició Scioli cuando le volvió a reclamar a la ex Ciccone que pagara impuestos provinciales que debe desde 1994. Más vale pensar que no fue Ciccone lo que desencadenó el fuego, porque en tal caso estaríamos ante un gobierno demasiado complicado en un caso de supuesta corrupción que sólo tiene como principal sospechoso por ahora al vicepresidente Amado Boudou.
Hay que agradecerle al cristinismo cierta dosis de sinceridad. Cree que el Estado le pertenece y no hace nada por disimularlo. Cualquier otra expresión política no hablaría de publicidad oficial para no destapar sus propias vergüenzas. Según la fundación que preside la ex diputada Silvana Giudici, el gobierno de los Kirchner aumentó la publicidad oficial en un 3242 por ciento desde 2003. Esa publicidad se destina sólo a los medios amigos, encargados de defender las políticas oficiales, en algunos pocos casos, y de difamar a dirigentes opositores y a periodistas independientes, en la mayoría de los casos.
Sea como sea, Scioli se convirtió, sin quererlo, en un fenómeno. Es el primer gobernador peronista que recibió un pedido de informes de su propio bloque legislativo. No es que el peronismo haya perdido el sentido de la disciplina, sino que la disciplina del bloque bonaerense no se ejerce en La Plata, sino en Olivos.
Algo parecido sucede con las candidaturas presidenciales. El cristinismo cree tener derecho a plantear hasta una reforma constitucional para entronizar a su líder. Una candidatura presidencial de Cristina Kirchner, en las actuales condiciones, es inconstitucional. Pero, al mismo tiempo, le niega a Scioli el derecho a pensar en su propia y legítima candidatura. Encuestas recientes dan cuenta de que el gobernador bonaerense sigue siendo el político más popular del país, más que la propia Cristina. Las mediciones son posteriores a la fiesta kirchnerista por YPF. Sólo un político que no fuera de este mundo desalentaría, así las cosas, su propia ambición de ser presidente.
Scioli tiene sus propios conflictos, que el camporismo kirchnerista se los agrava. El importante aumento de impuestos que dispuso el gobernador (todavía falta la sanción definitiva de la Cámara de Diputados) lo enfrentó con el poderoso sector rural. El aumento del impuesto inmobiliario producirá una suba automática en impuestos nacionales. Los ruralistas de Buenos Aires aseguran que están peor que en los tiempos del 1 a 1 (para ellos rige la cotización oficial del dólar) y que sólo los está salvando el buen precio internacional de las materias primas. Con todo, el gobernador no estuvo de acuerdo con los violentos forcejeos que protagonizaron militantes de La Cámpora con productores rurales. Esas formas no son de Scioli.
¿Por qué ahora? ¿Por qué, cuando faltan todavía tres años y medio para las elecciones presidenciales? Nunca imaginé que esto se iba a desatar tan pronto , dijo Scioli entre confidentes. Puede haber intercedido la ansiedad kirchnerista para asegurar la continuidad de Cristina. Pero puede haber influido también la necesidad perpetua de una guerra en marcha, cuando ya se apagan los estruendos nacionalistas de YPF y cuando las fogatas por las Malvinas duran cada vez menos.
Otra guerra es necesaria. ¿Qué le pasaría a la Presidenta si los argentinos tuvieran que debatir sólo sobre la declinación de la economía, sobre la prohibición casi total de acceder al dólar o sobre los estragos del crimen? Una guerra puede ser inútil o no, pero siempre produce un escenario deslumbrante y obsesivo..
Hasta hace tres días, el gobernador bonaerense marcaba todavía una clara diferenciación entre Cristina Kirchner y los dos espadachines cristinistas que más lo acosan: el vicegobernador Gabriel Mariotto y Carlos Kunkel, el custodio todoterreno de la ideología kirchnerista. Kunkel es el esposo de Cristina Fioramonti, presidenta del bloque peronista de senadores provinciales, que también hace su contribución diaria a la desgracia de Scioli. Una cosa es Cristina y otra cosa son los cristinistas , solía repetir.
Esa aseveración es cierta porque la Presidenta no suele empujarlo personalmente a Scioli (desde que es gobernador, al menos) y tampoco deja sus huellas en las operaciones desestabilizantes contra el gobernador. Pero tal deducción del gobernador provocaba ya la reacción crispada de sus interlocutores políticos. ¿Acaso Mariotto y Kunkel actuarían por cuenta propia contra el funcionario elegido más importante después de la Presidenta? ¿No era más exacto concluir que aquellos sólo seguían, cada uno con su estilo y con sus formas, la dirección política marcada por Cristina? Mariotto y Kunkel tienen, además, el estilo que siempre agradó al kirchnerismo para desgastar a sus adversarios: son prepotentes, autoritarios e irreverentes. Al final, Scioli decidió que, en efecto, no hay matices posibles entre los ultras del kirchnerismo y su jefa. Decidió, más bien, que deberá ser la jefa quien marque la diferencia entre ella y sus generales en la guerra inverosímil.
La posición existencial de Scioli quedó definida ayer. Será candidato presidencial en 2015 si la Constitución de los argentinos siguiera siendo la misma Constitución. Esto es: si en diciembre de ese año Cristina se viera obligada a volver a casa por el veto constitucional a una nueva reelección. Del mismo modo, una eventual reforma de la Constitución, que habilitara otro mandato de la Presidenta, dejaría a Scioli automáticamente fuera de la próxima campaña presidencial. Nunca competiré contra Cristina , ha ratificado en las últimas horas.
Los cristinistas tienen derecho a escandalizarse ante el proyecto presidencial de Scioli. Ellos nunca supieron nada de esos preparativos. La única que lo sabía era la propia Cristina. Scioli se lo dijo personalmente y ella no puso ninguna objeción. El silencio de la Presidenta ante la sinceridad del gobernador o su bendición a ese proyecto (hay versiones distintas) lo llevó a Scioli a ilusionarse con ser el heredero consentido del kirchnerismo en la presidencia. La llama de esa ilusión, contra todas las evidencias y las advertencias, estuvo encendida hasta hace muy pocos días.
Evidencias y advertencias actuaban en contra, pero también la propia historia. La Presidenta nunca simpatizó con las ideas de Scioli, a quien considera un centrista incapaz de jugarse por un proyecto fundacional, que es el que le gusta a ella. Una enorme distancia entre ellos viene desde la época en que convivían en el Senado, él como vicepresidente de la Nación y ella como poderosa senadora y primera dama.
La Presidenta gobierna en los últimos tiempos para un núcleo reducido: los militantes de La Cámpora, el kirchnerismo puro y duro, las organizaciones de derechos humanos y algunos progresistas que dan vuelta alrededor de ella. Es el auditorio que eligió, cuyo aplauso busca y cuya crítica detesta. Frente a esa tribuna, Scioli será siempre un extranjero. Se lo nota un forastero en los numerosos actos de la Presidenta en la Casa de Gobierno: Scioli está ahí siempre serio, buscando una mirada aliada entre un público adverso. Debés diferenciarte , le aconsejó un amigo. ¡Soy diferente! , le contestó Scioli. Fue un día antes de que estallara la conflagración de estas horas. Sin embargo, Scioli entendía aquella diferencia como una continuidad parecida a lo que gobierna ahora. Los kirchneristas no entienden esas sutilezas.
La guerra la inició el camporismo cuando hizo en la Legislatura bonaerense un pedido de informes al gobernador sobre los gastos de publicidad. O la inició Scioli cuando le volvió a reclamar a la ex Ciccone que pagara impuestos provinciales que debe desde 1994. Más vale pensar que no fue Ciccone lo que desencadenó el fuego, porque en tal caso estaríamos ante un gobierno demasiado complicado en un caso de supuesta corrupción que sólo tiene como principal sospechoso por ahora al vicepresidente Amado Boudou.
Hay que agradecerle al cristinismo cierta dosis de sinceridad. Cree que el Estado le pertenece y no hace nada por disimularlo. Cualquier otra expresión política no hablaría de publicidad oficial para no destapar sus propias vergüenzas. Según la fundación que preside la ex diputada Silvana Giudici, el gobierno de los Kirchner aumentó la publicidad oficial en un 3242 por ciento desde 2003. Esa publicidad se destina sólo a los medios amigos, encargados de defender las políticas oficiales, en algunos pocos casos, y de difamar a dirigentes opositores y a periodistas independientes, en la mayoría de los casos.
Sea como sea, Scioli se convirtió, sin quererlo, en un fenómeno. Es el primer gobernador peronista que recibió un pedido de informes de su propio bloque legislativo. No es que el peronismo haya perdido el sentido de la disciplina, sino que la disciplina del bloque bonaerense no se ejerce en La Plata, sino en Olivos.
Algo parecido sucede con las candidaturas presidenciales. El cristinismo cree tener derecho a plantear hasta una reforma constitucional para entronizar a su líder. Una candidatura presidencial de Cristina Kirchner, en las actuales condiciones, es inconstitucional. Pero, al mismo tiempo, le niega a Scioli el derecho a pensar en su propia y legítima candidatura. Encuestas recientes dan cuenta de que el gobernador bonaerense sigue siendo el político más popular del país, más que la propia Cristina. Las mediciones son posteriores a la fiesta kirchnerista por YPF. Sólo un político que no fuera de este mundo desalentaría, así las cosas, su propia ambición de ser presidente.
Scioli tiene sus propios conflictos, que el camporismo kirchnerista se los agrava. El importante aumento de impuestos que dispuso el gobernador (todavía falta la sanción definitiva de la Cámara de Diputados) lo enfrentó con el poderoso sector rural. El aumento del impuesto inmobiliario producirá una suba automática en impuestos nacionales. Los ruralistas de Buenos Aires aseguran que están peor que en los tiempos del 1 a 1 (para ellos rige la cotización oficial del dólar) y que sólo los está salvando el buen precio internacional de las materias primas. Con todo, el gobernador no estuvo de acuerdo con los violentos forcejeos que protagonizaron militantes de La Cámpora con productores rurales. Esas formas no son de Scioli.
¿Por qué ahora? ¿Por qué, cuando faltan todavía tres años y medio para las elecciones presidenciales? Nunca imaginé que esto se iba a desatar tan pronto , dijo Scioli entre confidentes. Puede haber intercedido la ansiedad kirchnerista para asegurar la continuidad de Cristina. Pero puede haber influido también la necesidad perpetua de una guerra en marcha, cuando ya se apagan los estruendos nacionalistas de YPF y cuando las fogatas por las Malvinas duran cada vez menos.
Otra guerra es necesaria. ¿Qué le pasaría a la Presidenta si los argentinos tuvieran que debatir sólo sobre la declinación de la economía, sobre la prohibición casi total de acceder al dólar o sobre los estragos del crimen? Una guerra puede ser inútil o no, pero siempre produce un escenario deslumbrante y obsesivo..