En pocos meses, los norteamericanos iniciarán una campaña para elegir presidente. Cuáles son los debates en torno a la carrera para la Casa Blanca. El mundo que mira a Washington y el poder que se avecina en el mundo.
Por Dante Caputo
19/05/12 – 09:45
Este es un año de bifurcaciones. En Francia, Grecia, Medio Oriente, Estados Unidos, se iniciarán nuevas historias. Los comportamientos de las naciones variarán no sólo por “grandes razones estructurales” sino porque nuevos individuos dirigirán sus políticas. Francia no será la misma. François Hollande es básicamente distinto de Nicolas Sarkozy. Ante el cambio francés, el monopolio alemán de la política europea se debilitará. Otros sucesos producidos por el reemplazo de las direcciones políticas en otros lados del mundo también inician nuevas secuencias, con sus efectos y sus dominós.
Varias veces hice referencia en este Panorama a la dificultad que siempre tenemos para comprender los hechos y las relaciones que construimos los humanos: la complejidad del espíritu, aun la de los más simples, sus miserias, pasiones y grandezas; las voluntades que con una fuerza, en ocasiones inexplicable y contra toda previsión, se lanzan a la realización de algún ideal; la lucha por el poder y el misterio mismo del poder.
Cada elección elige un nuevo camino. No hay historia determinada, sino búsquedas en un laberinto de incógnitas. Creo que no hay destino sino historia construida en los pasadizos de esos laberintos cuyos muros se levantan y derrumban a cada instante, construidos y destruidos por nosotros mismos. Somos nosotros y nuestras relaciones sociales que hacemos la historia y, en buena parte, los líderes que, cuando podemos, elegimos.
Entre las grandes bifurcaciones que nos esperan, la más importante será en noviembre cuando se elija al presidente de Estados Unidos. En este caso, es aun más habitual una visión entre cínica y abúlica que consiste en creer que gane quien gane la política norteamericana siempre será la misma. Creo lo contrario. Tendremos una historia si es reelecto el presidente Barack Obama y otra si su rival, Mitt Romney, llega a la Casa Blanca.
Para el mundo, la mayor diferencia consiste en que en un período de relativo declive debido a la crisis económica y la competencia china, el señor Obama no actuó, hasta aquí, con el supuesto que la reconstrucción de la capacidad imperial de Estados Unidos pasa por un ejercicio renovado de la dominación a través de la guerra.
No hay imperios si no hay dominación. No hay, en principio, dominaciones pasivas, por lo tanto, un imperio que no muestra su fuerza ante el resto tiende a la decadencia. Sin embargo, ejercer la dominación o mostrar la fuerza no necesariamente significa hacer la guerra sometiendo a otros pueblos. Esto parecía un axioma en la época del imperio ateniense, cuando Tucídides recoge el diálogo en el que los embajadores de Atenas exigían la rendición y la sumisión de los dirigentes de la isla de Milo. Los melios proponían la neutralidad. Los atenienses respondían que la neutralidad era contagiosa, un mal ejemplo. Sólo la sumisión mostraría que ellos eran el imperio. Esto sucedía en el 416 aC, en un diálogo que contiene más claves sobre la naturaleza del poder que varios libros contemporáneos. Sin embargo, algunas cosas han cambiado desde la época de melios y atenienses.
La dominación, en un mundo globalizado, con una trama viva y cambiante de relaciones, no implica, necesariamente, la guerra. La capacidad para modelar las relaciones globales y, en algunos casos, para determinarlas puede depender más de un juego de alianzas, de la diplomacia y de las políticas económicas que del despliegue de tropas.
La idea de “país gendarme” puede ser superada por la de “país líder”. China está construyendo otro imperio, con valores distintos y organizaciones políticas totalmente diferentes.
Probablemente el desafío futuro del imperio de Occidente requiera, más que la guerra, la capacidad política y económica para controlar al de Oriente.
Sé, lector, que estas ideas pueden parecer lejanas de la realidad que nos tocara vivir. Sin embargo, nada hay más concreto que la emergencia y la expansión de China y un Occidente en crisis económica cuyo gasto militar tendrá que ser afectado. La nación que logre mostrar liderazgo para limitar esa expansión será por lógica líder de Occidente. Para esto no es necesario redorar los blasones imperiales con el ejercicio bélico, sobre todo si no se puede.
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ha estado constantemente en guerra. No sólo fría, sino militarmente activa. Corea, intervenciones armadas en América latina, Indochina y Vietnam, la guerra en Centroamérica, Afganistán –primero contra los soviéticos y luego contra los talibanes–, en Irak en sus dos etapas, sus varias excursiones a diversos países del mundo y en Africa en particular.
Terminó la Guerra Fría, desapareció la Unión Soviética, pero no cesaron las guerras en las que intervenía Estados Unidos. El legado que recibió Obama fue uno de los peores en el último medio siglo. Sin embargo, logró terminar dos guerras y sobrevivir a la crisis económica más grave de los últimos ochenta años. No inició ningún conflicto armado. No tuvo escándalos de corrupción. Introdujo reformas básicas como el seguro de salud.
El señor Romney, ex gobernador de Massachusetts, viene del mundo de los negocios. Se pronuncia contra el aumento de impuestos a los sectores de altos ingresos, contra el seguro público de salud, a favor de equilibrar el presupuesto achicando el gasto social, a favor de la pena de muerte, contra el aborto y el uso de células madres, y no cree que vivamos un cambio climático. Además, quiere aumentar el gasto en defensa y el número de tropas. Piensa que Estados Unidos es un país al que no se le puede aplicar las reglas del resto del mundo y en la acción militar unilateral. Es un abanderado del “excepcionalismo” estadounidense.
Hoy las encuestas muestran que Romney empata con Obama. Puede ser el nuevo habitante de la Casa Blanca. No hay ningún motivo para creer que su gobierno no verá en los métodos de la guerra y la dominación tradicional la forma de consolidarlo a él y a su país.
El laberinto y sus bifurcaciones no conducen a la misma salida: un mundo en guerra o en paz, un Occidente capaz de defender la libertad o no.
Por Dante Caputo
19/05/12 – 09:45
Este es un año de bifurcaciones. En Francia, Grecia, Medio Oriente, Estados Unidos, se iniciarán nuevas historias. Los comportamientos de las naciones variarán no sólo por “grandes razones estructurales” sino porque nuevos individuos dirigirán sus políticas. Francia no será la misma. François Hollande es básicamente distinto de Nicolas Sarkozy. Ante el cambio francés, el monopolio alemán de la política europea se debilitará. Otros sucesos producidos por el reemplazo de las direcciones políticas en otros lados del mundo también inician nuevas secuencias, con sus efectos y sus dominós.
Varias veces hice referencia en este Panorama a la dificultad que siempre tenemos para comprender los hechos y las relaciones que construimos los humanos: la complejidad del espíritu, aun la de los más simples, sus miserias, pasiones y grandezas; las voluntades que con una fuerza, en ocasiones inexplicable y contra toda previsión, se lanzan a la realización de algún ideal; la lucha por el poder y el misterio mismo del poder.
Cada elección elige un nuevo camino. No hay historia determinada, sino búsquedas en un laberinto de incógnitas. Creo que no hay destino sino historia construida en los pasadizos de esos laberintos cuyos muros se levantan y derrumban a cada instante, construidos y destruidos por nosotros mismos. Somos nosotros y nuestras relaciones sociales que hacemos la historia y, en buena parte, los líderes que, cuando podemos, elegimos.
Entre las grandes bifurcaciones que nos esperan, la más importante será en noviembre cuando se elija al presidente de Estados Unidos. En este caso, es aun más habitual una visión entre cínica y abúlica que consiste en creer que gane quien gane la política norteamericana siempre será la misma. Creo lo contrario. Tendremos una historia si es reelecto el presidente Barack Obama y otra si su rival, Mitt Romney, llega a la Casa Blanca.
Para el mundo, la mayor diferencia consiste en que en un período de relativo declive debido a la crisis económica y la competencia china, el señor Obama no actuó, hasta aquí, con el supuesto que la reconstrucción de la capacidad imperial de Estados Unidos pasa por un ejercicio renovado de la dominación a través de la guerra.
No hay imperios si no hay dominación. No hay, en principio, dominaciones pasivas, por lo tanto, un imperio que no muestra su fuerza ante el resto tiende a la decadencia. Sin embargo, ejercer la dominación o mostrar la fuerza no necesariamente significa hacer la guerra sometiendo a otros pueblos. Esto parecía un axioma en la época del imperio ateniense, cuando Tucídides recoge el diálogo en el que los embajadores de Atenas exigían la rendición y la sumisión de los dirigentes de la isla de Milo. Los melios proponían la neutralidad. Los atenienses respondían que la neutralidad era contagiosa, un mal ejemplo. Sólo la sumisión mostraría que ellos eran el imperio. Esto sucedía en el 416 aC, en un diálogo que contiene más claves sobre la naturaleza del poder que varios libros contemporáneos. Sin embargo, algunas cosas han cambiado desde la época de melios y atenienses.
La dominación, en un mundo globalizado, con una trama viva y cambiante de relaciones, no implica, necesariamente, la guerra. La capacidad para modelar las relaciones globales y, en algunos casos, para determinarlas puede depender más de un juego de alianzas, de la diplomacia y de las políticas económicas que del despliegue de tropas.
La idea de “país gendarme” puede ser superada por la de “país líder”. China está construyendo otro imperio, con valores distintos y organizaciones políticas totalmente diferentes.
Probablemente el desafío futuro del imperio de Occidente requiera, más que la guerra, la capacidad política y económica para controlar al de Oriente.
Sé, lector, que estas ideas pueden parecer lejanas de la realidad que nos tocara vivir. Sin embargo, nada hay más concreto que la emergencia y la expansión de China y un Occidente en crisis económica cuyo gasto militar tendrá que ser afectado. La nación que logre mostrar liderazgo para limitar esa expansión será por lógica líder de Occidente. Para esto no es necesario redorar los blasones imperiales con el ejercicio bélico, sobre todo si no se puede.
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ha estado constantemente en guerra. No sólo fría, sino militarmente activa. Corea, intervenciones armadas en América latina, Indochina y Vietnam, la guerra en Centroamérica, Afganistán –primero contra los soviéticos y luego contra los talibanes–, en Irak en sus dos etapas, sus varias excursiones a diversos países del mundo y en Africa en particular.
Terminó la Guerra Fría, desapareció la Unión Soviética, pero no cesaron las guerras en las que intervenía Estados Unidos. El legado que recibió Obama fue uno de los peores en el último medio siglo. Sin embargo, logró terminar dos guerras y sobrevivir a la crisis económica más grave de los últimos ochenta años. No inició ningún conflicto armado. No tuvo escándalos de corrupción. Introdujo reformas básicas como el seguro de salud.
El señor Romney, ex gobernador de Massachusetts, viene del mundo de los negocios. Se pronuncia contra el aumento de impuestos a los sectores de altos ingresos, contra el seguro público de salud, a favor de equilibrar el presupuesto achicando el gasto social, a favor de la pena de muerte, contra el aborto y el uso de células madres, y no cree que vivamos un cambio climático. Además, quiere aumentar el gasto en defensa y el número de tropas. Piensa que Estados Unidos es un país al que no se le puede aplicar las reglas del resto del mundo y en la acción militar unilateral. Es un abanderado del “excepcionalismo” estadounidense.
Hoy las encuestas muestran que Romney empata con Obama. Puede ser el nuevo habitante de la Casa Blanca. No hay ningún motivo para creer que su gobierno no verá en los métodos de la guerra y la dominación tradicional la forma de consolidarlo a él y a su país.
El laberinto y sus bifurcaciones no conducen a la misma salida: un mundo en guerra o en paz, un Occidente capaz de defender la libertad o no.