Mauricio Macri ha derribado varios mitos desde que se convirtió en presidente. Pero el mayor de ellos ha sido su triunfo en las elecciones legislativas del año pasado. Las cifras son contundentes. Entre las PASO de agosto y las generales de octubre la inflación anual todavía superaba el 25%; el déficit fiscal primario se mantenía por encima de los 4 puntos del PBI y el empleo privado seguía sin reaccionar. El salario perdía frente el costo de vida y la pobreza recién comenzaba a ceder aunque alcanzaba casi a un tercio de los argentinos. ¿Hay una tendencia suicida en la sociedad que hizo triunfar al Frente Cambiemos a pesar de todas esas cifras alarmantes? El fenómeno que consolidó al Gobierno fue la apuesta a futuro que direccionó el voto del 42% de los ciudadanos. Es la minoría más importante del país adolescente y votó convencida de que vendrían tiempos mejores para la economía argentina y para la suya personal.
Todavía no han pasado cuatro meses de aquella elección favorable para el oficialismo y las encuestas actuales ya muestran un declive importante de la imagen y la gestión presidencial. A buena parte de los argentinos no les gustó la reforma jubilatoria, ni el modo en que el ministro de Trabajo insultó y contrató en forma irregular a una empleada. Y a eso hay que agregarle el mal humor por la suba de las tarifas en los servicios públicos, algunas anunciadas con antelación para corregir el festival de subsidios del kirchnerismo y otras producto de la impericia del macrismo para administrar ciertos detalles de la economía real. Nadie sabe cuánto capital electoral conservaría Macri si las elecciones fueran hoy pero es seguro que no mantendría a salvo aquellos números que lo hicieron ganar hace 105 días.
El Presidente ha leído la encuesta de Management & Fit, que ayer publicó Clarín, y ha leído algunas otras que encargó su propio equipo. Y en todas se repite el dato de la caída de su imagen. Esa es la preocupación del Gobierno ahora y el tema fundamental de evaluación en la Mesa de los Cuatro a la que se sientan únicamente María Eugenia Vidal, Horacio Rodríguez Larreta y Marcos Peña. Ni la batalla cultural contra los sindicalistas millonarios, ni el exilio forzado de los familiares en el poder ni la foto apresurada con el policía Luis Chocobar fueron remedio suficiente para frenar el descenso.
Apenas transcurridas las primeras horas del triunfo electoral del año pasado, Macri y los suyos comenzaron a diseñar el plan político para los dos años siguientes. Este 2018 debía ser el del ajuste de las variables económicas fuera de control y el 2019 debería alumbrar una porción del derrame del crecimiento en el bolsillo de los argentinos. Si los resultados se corresponden con la estrategia, los comicios presidenciales deberían darle la reelección al Presidente, lo mismo que a Vidal y a Rodríguez Larreta en la provincia y en la ciudad de Buenos Aires. Los más optimistas se permiten soñar con la conquista de otras gobernaciones y con varias de las intendencias más poderosas que el peronismo conserva desde hace tres décadas en el conurbano bonaerense.
Pero ya se sabe que la Argentina es un laboratorio especializado en derribar las estrategias de todos aquellos que la gobernaron desde 1983. Por eso, la pregunta que atraviesa como una daga a muchos de los funcionarios de Cambiemos es: “¿Cuándo será el momento adecuado para que se produzca la inflexión entre la emergencia del ajuste y el beneficio de una economía más pujante y equilibrada? Uno de los ministros que participan en el diseño de los planes económicos del oficialismo enumera las bondades que supuestamente no ven quienes alimentan a los encuestadores con respuestas negativas.
“La Argentina crece al 3%; la inflación baja más despacio de lo que queremos, pero baja; miles de ahorristas compran o arreglan sus casas con el regreso de los créditos hipotecarios; los centros de veraneo están llenos y lo mismo pasa con los argentinos en Brasil, Chile y Uruguay; y el consumo que más crece es el de los sectores más pobres de la pirámide social”. En ese listado no figuran el aumento de los servicios públicos ni el daño que la suba reciente del dólar les produjo a los nuevos poseedores de créditos hipotecarios. Como tampoco aparece el resultado de las negociaciones salariales de este año. No es casual que el Gobierno impulse, como anticipó ayer el periodista Carlos Galván en Clarín, una “cláusula de revisión” para que la recomposición del salario achique la derrota segura ante la inflación.
El debate interno crece en la Casa Rosada y se agiganta más allá de los edificios que rodean la Plaza de Mayo. “Los que se asustan son los pesimistas de siempre. Y a los pesimistas, en este Gobierno, siempre les han fallado los cálculos”, les advierte el ecuatoriano Jaime Durán Barba a quienes tambalean ante la acumulación de adversidades. Así parece estar en este verano la ecuación del macrismo. Dividida entre los optimistas de la primera hora y los pesimistas que expresan en voz baja su preocupación por el futuro. Tal vez alguno de ellos recuerde una de las mejores frases del uruguayo Mario Benedetti. Un pesimista es sólo un optimista bien informado.
Todavía no han pasado cuatro meses de aquella elección favorable para el oficialismo y las encuestas actuales ya muestran un declive importante de la imagen y la gestión presidencial. A buena parte de los argentinos no les gustó la reforma jubilatoria, ni el modo en que el ministro de Trabajo insultó y contrató en forma irregular a una empleada. Y a eso hay que agregarle el mal humor por la suba de las tarifas en los servicios públicos, algunas anunciadas con antelación para corregir el festival de subsidios del kirchnerismo y otras producto de la impericia del macrismo para administrar ciertos detalles de la economía real. Nadie sabe cuánto capital electoral conservaría Macri si las elecciones fueran hoy pero es seguro que no mantendría a salvo aquellos números que lo hicieron ganar hace 105 días.
El Presidente ha leído la encuesta de Management & Fit, que ayer publicó Clarín, y ha leído algunas otras que encargó su propio equipo. Y en todas se repite el dato de la caída de su imagen. Esa es la preocupación del Gobierno ahora y el tema fundamental de evaluación en la Mesa de los Cuatro a la que se sientan únicamente María Eugenia Vidal, Horacio Rodríguez Larreta y Marcos Peña. Ni la batalla cultural contra los sindicalistas millonarios, ni el exilio forzado de los familiares en el poder ni la foto apresurada con el policía Luis Chocobar fueron remedio suficiente para frenar el descenso.
Apenas transcurridas las primeras horas del triunfo electoral del año pasado, Macri y los suyos comenzaron a diseñar el plan político para los dos años siguientes. Este 2018 debía ser el del ajuste de las variables económicas fuera de control y el 2019 debería alumbrar una porción del derrame del crecimiento en el bolsillo de los argentinos. Si los resultados se corresponden con la estrategia, los comicios presidenciales deberían darle la reelección al Presidente, lo mismo que a Vidal y a Rodríguez Larreta en la provincia y en la ciudad de Buenos Aires. Los más optimistas se permiten soñar con la conquista de otras gobernaciones y con varias de las intendencias más poderosas que el peronismo conserva desde hace tres décadas en el conurbano bonaerense.
Pero ya se sabe que la Argentina es un laboratorio especializado en derribar las estrategias de todos aquellos que la gobernaron desde 1983. Por eso, la pregunta que atraviesa como una daga a muchos de los funcionarios de Cambiemos es: “¿Cuándo será el momento adecuado para que se produzca la inflexión entre la emergencia del ajuste y el beneficio de una economía más pujante y equilibrada? Uno de los ministros que participan en el diseño de los planes económicos del oficialismo enumera las bondades que supuestamente no ven quienes alimentan a los encuestadores con respuestas negativas.
“La Argentina crece al 3%; la inflación baja más despacio de lo que queremos, pero baja; miles de ahorristas compran o arreglan sus casas con el regreso de los créditos hipotecarios; los centros de veraneo están llenos y lo mismo pasa con los argentinos en Brasil, Chile y Uruguay; y el consumo que más crece es el de los sectores más pobres de la pirámide social”. En ese listado no figuran el aumento de los servicios públicos ni el daño que la suba reciente del dólar les produjo a los nuevos poseedores de créditos hipotecarios. Como tampoco aparece el resultado de las negociaciones salariales de este año. No es casual que el Gobierno impulse, como anticipó ayer el periodista Carlos Galván en Clarín, una “cláusula de revisión” para que la recomposición del salario achique la derrota segura ante la inflación.
El debate interno crece en la Casa Rosada y se agiganta más allá de los edificios que rodean la Plaza de Mayo. “Los que se asustan son los pesimistas de siempre. Y a los pesimistas, en este Gobierno, siempre les han fallado los cálculos”, les advierte el ecuatoriano Jaime Durán Barba a quienes tambalean ante la acumulación de adversidades. Así parece estar en este verano la ecuación del macrismo. Dividida entre los optimistas de la primera hora y los pesimistas que expresan en voz baja su preocupación por el futuro. Tal vez alguno de ellos recuerde una de las mejores frases del uruguayo Mario Benedetti. Un pesimista es sólo un optimista bien informado.