Así como el kirchnerismo se empecinó en minimizar la importancia de la emisión monetaria como causa de la inflación, el macrismo creyó en un principio que podía desentenderse de la cotización del dólar y domar el aumento de precios aplicando la receta ortodoxa de restricción monetaria. Lo había explicado con absoluta claridad Federico Sturzenegger (foto) en el discurso que pronunció el 14 de diciembre al asumir la presidencia del Banco Central: «Afirmo que esta institución prestará más atención a la evolución de la inflación que al valor del dólar, que en los últimos tiempos ha resultado una obsesión, justamente por no haberse focalizado en el verdadero problema. Cuidar el valor del peso es asegurarnos que la inflación sea baja, no que el dólar esté quieto».
Lo que viene ocurriendo muestra un nuevo traspié del monetarismo. A pesar de que redujo del 40 al 25% la expansión de la base monetaria, la inflación no sólo se mantiene en niveles elevados (aún descontando el impacto del ajuste en las tarifas de electricidad) sino que, además, han subido las expectativas de inflación. Por ejemplo, el Estudio Bein acaba de correr del 33 al 36% su pronóstico para el año en curso. Y todo eso sucedió, entre otras cosas, porque el dólar no se quedó quieto sino que subió más del 20% sólo en lo que va del año, acumulando un alza superior al 60% desde el levantamiento del (mal) llamado cepo.
Sturzenegger estaba tan confiado en que el monetarismo y las metas de inflación iban a calmar las aguas, que en aquel discurso inaugural dijo que «no nos temblará el pulso para evitar que flujos de capitales de corto plazo nos aprecien el tipo de cambio más allá de lo razonable». Resultó al revés: cuando se convencieron de que el dólar no se quedaba quieto a pesar de la devaluación inicial, de la quita de retenciones y de los supuestos compromisos de liquidación por parte de los exportadores, el Banco Central tuvo que salir a intervenir. Primero tímidamente y en las últimas jornadas con algo más de intensidad. Desde fines de enero las reservas cayeron en casi u$s 2000 millones. En lo que no le tembló el pulso fue en complementar la venta de reservas para aquietar el dólar con un brusco aumento de la tasa de interés.
El traspié de esta primera etapa de monetarismo tendrá consecuencias que complican a la política económica. El encarecimiento del crédito y el deterioro del poder adquisitivo van a afectar el consumo y la inversión, lo que aleja la posibilidad de que el nivel de actividad se recupere en el segundo semestre del año, tal como plantea el gobierno. El Estudio bien también acaba de modificar su pronósticos de variación del PBI, duplicando la caída anual del 1,3 al 2,6%. No sería un buen primer año de gestión económica ni un punto de partida propicio para encarar un año con elecciones de medio término.
A su vez, la inflación de los últimos tres meses y la que se proyecta para lo inmediato, sumado a los porcentajes de aumento que acordaron los docentes, pone un piso a las próximas paritarias bastante más alto que el 25% que pretendía el gobierno, y más presión a la imprevisible carrera entre precios y salarios. A los sindicatos no les importa las metas de inflación sino a la inflación a secas, ni mucho menos le prestan atención al ritmo al que se expande la base monetaria.
Sturzenegger no tuvo más remedio que modificar su abordaje monetario inicial con intervenciones para aquietar el dólar. El que por ahora no modificó su estrategia fiscal es Alfonso Prat-Gay, aunque desde los sectores más ortodoxos de dentro y fuera del gobierno lo cuestionan por gradualista. Miguel Angel Broda es un fiel exponente: en su último informe
critica que no haya «aprovechado la luna de miel para tomar las medidas más dolorosas», y se manifiesta en desacuerdo «con el camino más lento y gradualista elegido en el frente fiscal», por lo que «deberá colocar grandes cantidades de deuda pública para financiar el déficit».
El ministro de Hacienda es conciente de eso y lo dio a entender al anunciar el acuerdo con los fondos buitres, un elemento crucial para su estrategia. Si finalmente logra que el Congreso lo apruebe, el gobierno va a recurrir al endeudamiento para varios fines. Para financiar obra pública, que se perfila como el único componente de la demanda agregada que podría expandirse con cierta rapidez, a diferencia del consumo privado, de la inversión y de las exportaciones.
En segundo lugar, piensan usar el crédito para cubrir el déficit y atenuar la necesidad de apelar a la emisión. Prat Gay anunció una colocación de bonos por u$s 15.000 millones para pagarle a los buitres, pero cuando se suma todo lo que necesitarían se llega a cifras inquietantes. Broda calcula que pagarle a los buitres, a los me too, a los acreedores a los que Thomas Griesa les había trabado el cobro, cancelar los vencimientos de deuda del año y colaborar a cubrir el déficit, requiere de endeudamiento por entre u$s 36.000 y 39.000 millones en 2016.
El kirchnerismo hizo del desendeudamiento primero una virtud y después un dogma. Habrá que estar muy atento para cuidar que el macrismo no haga del endeudamiento lo mismo que llevó al país al desastre en más de una oportunidad.
Lo que viene ocurriendo muestra un nuevo traspié del monetarismo. A pesar de que redujo del 40 al 25% la expansión de la base monetaria, la inflación no sólo se mantiene en niveles elevados (aún descontando el impacto del ajuste en las tarifas de electricidad) sino que, además, han subido las expectativas de inflación. Por ejemplo, el Estudio Bein acaba de correr del 33 al 36% su pronóstico para el año en curso. Y todo eso sucedió, entre otras cosas, porque el dólar no se quedó quieto sino que subió más del 20% sólo en lo que va del año, acumulando un alza superior al 60% desde el levantamiento del (mal) llamado cepo.
Sturzenegger estaba tan confiado en que el monetarismo y las metas de inflación iban a calmar las aguas, que en aquel discurso inaugural dijo que «no nos temblará el pulso para evitar que flujos de capitales de corto plazo nos aprecien el tipo de cambio más allá de lo razonable». Resultó al revés: cuando se convencieron de que el dólar no se quedaba quieto a pesar de la devaluación inicial, de la quita de retenciones y de los supuestos compromisos de liquidación por parte de los exportadores, el Banco Central tuvo que salir a intervenir. Primero tímidamente y en las últimas jornadas con algo más de intensidad. Desde fines de enero las reservas cayeron en casi u$s 2000 millones. En lo que no le tembló el pulso fue en complementar la venta de reservas para aquietar el dólar con un brusco aumento de la tasa de interés.
El traspié de esta primera etapa de monetarismo tendrá consecuencias que complican a la política económica. El encarecimiento del crédito y el deterioro del poder adquisitivo van a afectar el consumo y la inversión, lo que aleja la posibilidad de que el nivel de actividad se recupere en el segundo semestre del año, tal como plantea el gobierno. El Estudio bien también acaba de modificar su pronósticos de variación del PBI, duplicando la caída anual del 1,3 al 2,6%. No sería un buen primer año de gestión económica ni un punto de partida propicio para encarar un año con elecciones de medio término.
A su vez, la inflación de los últimos tres meses y la que se proyecta para lo inmediato, sumado a los porcentajes de aumento que acordaron los docentes, pone un piso a las próximas paritarias bastante más alto que el 25% que pretendía el gobierno, y más presión a la imprevisible carrera entre precios y salarios. A los sindicatos no les importa las metas de inflación sino a la inflación a secas, ni mucho menos le prestan atención al ritmo al que se expande la base monetaria.
Sturzenegger no tuvo más remedio que modificar su abordaje monetario inicial con intervenciones para aquietar el dólar. El que por ahora no modificó su estrategia fiscal es Alfonso Prat-Gay, aunque desde los sectores más ortodoxos de dentro y fuera del gobierno lo cuestionan por gradualista. Miguel Angel Broda es un fiel exponente: en su último informe
critica que no haya «aprovechado la luna de miel para tomar las medidas más dolorosas», y se manifiesta en desacuerdo «con el camino más lento y gradualista elegido en el frente fiscal», por lo que «deberá colocar grandes cantidades de deuda pública para financiar el déficit».
El ministro de Hacienda es conciente de eso y lo dio a entender al anunciar el acuerdo con los fondos buitres, un elemento crucial para su estrategia. Si finalmente logra que el Congreso lo apruebe, el gobierno va a recurrir al endeudamiento para varios fines. Para financiar obra pública, que se perfila como el único componente de la demanda agregada que podría expandirse con cierta rapidez, a diferencia del consumo privado, de la inversión y de las exportaciones.
En segundo lugar, piensan usar el crédito para cubrir el déficit y atenuar la necesidad de apelar a la emisión. Prat Gay anunció una colocación de bonos por u$s 15.000 millones para pagarle a los buitres, pero cuando se suma todo lo que necesitarían se llega a cifras inquietantes. Broda calcula que pagarle a los buitres, a los me too, a los acreedores a los que Thomas Griesa les había trabado el cobro, cancelar los vencimientos de deuda del año y colaborar a cubrir el déficit, requiere de endeudamiento por entre u$s 36.000 y 39.000 millones en 2016.
El kirchnerismo hizo del desendeudamiento primero una virtud y después un dogma. Habrá que estar muy atento para cuidar que el macrismo no haga del endeudamiento lo mismo que llevó al país al desastre en más de una oportunidad.